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La responsabilidad de aprender

Redacción
25 de enero, 2016

Recientemente escuché una entrevista que un medio hacía a una psicóloga y a una terapeuta familiar respecto a cómo mejorar el rendimiento escolar de los hijos. Las expertas favorecían a que los padres tengan controlados y supervisados a los hijos, que les establezcan horarios, que los llamen por la tarde para saber si ya terminaron su tarea escolar y abogaban por una supervisión de las tareas escolares. Incluso, abogaban a favor de una supervisión sistemática e indicaban que es responsabilidad de los padres realizar las tareas con sus hijos.

Desafortunadamente muchos padres escuchan consejos como los anteriores y a falta de conocer criterios alternativos, los siguen al pie de la letra, convirtiéndose en “padres helicópteros” (del término en Inglés “helicopter parents”). Wikipedia define a los padres helicópteros como aquellos padres que prestan extrema atención a los problemas y experiencias de sus hijos y se llaman así, porque al igual que un helicóptero, “flotan” encima de sus hijos por breves momentos se van y regresan para estar al tanto de cada acción de estos. La metáfora del helicóptero fue utilizado por primera vez en 1969 en el libro “Entre padres y adolescentes” escrito por el Dr. Haim Ginott, en el cual menciona la queja de un adolescente quien decía que “su madre flotaba encima de él como un helicóptero” y el término fue bautizado así en 1990 y utilizado por autoridades universitarias desde principios del siglo XXI, cuando la generación del Milenio empezó a asistir a la universidad.

Esta actitud de control – lejos de enseñar responsabilidad en los hijos – les enseña que no son dignos de la confianza de sus padres. Estos padres buscan evitar el fracaso de sus hijos y evitarles tener que sufrir los resultados de un fracaso, sin darse cuenta que el fracaso mismo representa un aprendizaje. La preocupación de los padres helicóptero está más en el rendimiento escolar traducido a calificaciones, que en desarrollar el sentido de responsabilidad y sentimiento de logro por un trabajo bien hecho.

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En una ocasión cuando uno de mis hijos estaba en los primeros grados de primaria, una maestra me insistía en que le revisara sus tareas para corregirle su caligrafía. Le indiqué que si le revisaba sus tareas y se las corregía, entregaría tareas preciosas pero al no tenerme al lado en el aula para corregirle la caligrafía, su trabajo en el colegio parecería ser de inferior calidad al que realizaba en casa.

Desde temprana edad busqué inculcar en mis hijos el sentido de responsabilidad; si tenían tareas escolares, realizarlas bien era su responsabilidad y las consecuencias de hacerlas bien o no eran exclusivamente de ellos. Cuando regresaban del colegio estaba disponible para aclarar dudas respecto a las tareas que les habían asignado y para responderles cualquier duda, pero a propósito buscaba que no dependieran de mi presencia para que realizaran sus tareas. Al regresar a la casa del trabajo platicábamos de su día en el colegio y de su tarde y de lo que habían aprendido, pero no revisaba frente a ellos si habían hecho o no sus tareas. Ya cuando estaban dormidos de vez en cuando veía sus trabajos sin influir en que los corrigieran o los entregaran distintos a como los habían realizado ellos solos, pues quería evitar convertirme en muleta de mis hijos para que realizaran sus tareas. Cuando su trabajo merecía reconocimiento de sus maestros, el sentido de satisfacción en mis hijos era invaluable; era una satisfacción genuina por su propio esfuerzo. Desarrollaron autonomía para estudiar y la responsabilidad intrínseca de aprender.

Nuestra tarea como padres es guiar a nuestros hijos y velar por que desarrollen autonomía y responsabilidad en para que puedan desenvolverse adecuadamente y estén preparados para enfrentar la vida. Claro que es importante que cumplan con sus obligaciones escolares y que aprendan competencias que los ayudarán a desarrollarse como ciudadanos responsables; eso empieza desde temprana edad. El rendimiento escolar es tan solo un pequeño indicador, pero no indica qué tan preparados están los niños para la vida. Es fácil confundir rendimiento escolar con preparación, pero no son sinónimos. Un niño con calificaciones mediocres pero que ha desarrollado autonomía y responsabilidad por sus actos probablemente resulte mejor preparado para la vida que un alumno con excelentes calificaciones pero que no puede valerse por sí mismo. Una vez concluida la etapa escolar, las calificaciones que obtuvieron durante esta etapa estudiantil se vuelven irrelevantes.

Tal como lo dijo el filósofo, historiador y escritor francés, Joseph Ernest Renan del siglo XIX, “la clave de la educación no es enseñar, es despertar”.

La responsabilidad de aprender

Redacción
25 de enero, 2016

Recientemente escuché una entrevista que un medio hacía a una psicóloga y a una terapeuta familiar respecto a cómo mejorar el rendimiento escolar de los hijos. Las expertas favorecían a que los padres tengan controlados y supervisados a los hijos, que les establezcan horarios, que los llamen por la tarde para saber si ya terminaron su tarea escolar y abogaban por una supervisión de las tareas escolares. Incluso, abogaban a favor de una supervisión sistemática e indicaban que es responsabilidad de los padres realizar las tareas con sus hijos.

Desafortunadamente muchos padres escuchan consejos como los anteriores y a falta de conocer criterios alternativos, los siguen al pie de la letra, convirtiéndose en “padres helicópteros” (del término en Inglés “helicopter parents”). Wikipedia define a los padres helicópteros como aquellos padres que prestan extrema atención a los problemas y experiencias de sus hijos y se llaman así, porque al igual que un helicóptero, “flotan” encima de sus hijos por breves momentos se van y regresan para estar al tanto de cada acción de estos. La metáfora del helicóptero fue utilizado por primera vez en 1969 en el libro “Entre padres y adolescentes” escrito por el Dr. Haim Ginott, en el cual menciona la queja de un adolescente quien decía que “su madre flotaba encima de él como un helicóptero” y el término fue bautizado así en 1990 y utilizado por autoridades universitarias desde principios del siglo XXI, cuando la generación del Milenio empezó a asistir a la universidad.

Esta actitud de control – lejos de enseñar responsabilidad en los hijos – les enseña que no son dignos de la confianza de sus padres. Estos padres buscan evitar el fracaso de sus hijos y evitarles tener que sufrir los resultados de un fracaso, sin darse cuenta que el fracaso mismo representa un aprendizaje. La preocupación de los padres helicóptero está más en el rendimiento escolar traducido a calificaciones, que en desarrollar el sentido de responsabilidad y sentimiento de logro por un trabajo bien hecho.

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En una ocasión cuando uno de mis hijos estaba en los primeros grados de primaria, una maestra me insistía en que le revisara sus tareas para corregirle su caligrafía. Le indiqué que si le revisaba sus tareas y se las corregía, entregaría tareas preciosas pero al no tenerme al lado en el aula para corregirle la caligrafía, su trabajo en el colegio parecería ser de inferior calidad al que realizaba en casa.

Desde temprana edad busqué inculcar en mis hijos el sentido de responsabilidad; si tenían tareas escolares, realizarlas bien era su responsabilidad y las consecuencias de hacerlas bien o no eran exclusivamente de ellos. Cuando regresaban del colegio estaba disponible para aclarar dudas respecto a las tareas que les habían asignado y para responderles cualquier duda, pero a propósito buscaba que no dependieran de mi presencia para que realizaran sus tareas. Al regresar a la casa del trabajo platicábamos de su día en el colegio y de su tarde y de lo que habían aprendido, pero no revisaba frente a ellos si habían hecho o no sus tareas. Ya cuando estaban dormidos de vez en cuando veía sus trabajos sin influir en que los corrigieran o los entregaran distintos a como los habían realizado ellos solos, pues quería evitar convertirme en muleta de mis hijos para que realizaran sus tareas. Cuando su trabajo merecía reconocimiento de sus maestros, el sentido de satisfacción en mis hijos era invaluable; era una satisfacción genuina por su propio esfuerzo. Desarrollaron autonomía para estudiar y la responsabilidad intrínseca de aprender.

Nuestra tarea como padres es guiar a nuestros hijos y velar por que desarrollen autonomía y responsabilidad en para que puedan desenvolverse adecuadamente y estén preparados para enfrentar la vida. Claro que es importante que cumplan con sus obligaciones escolares y que aprendan competencias que los ayudarán a desarrollarse como ciudadanos responsables; eso empieza desde temprana edad. El rendimiento escolar es tan solo un pequeño indicador, pero no indica qué tan preparados están los niños para la vida. Es fácil confundir rendimiento escolar con preparación, pero no son sinónimos. Un niño con calificaciones mediocres pero que ha desarrollado autonomía y responsabilidad por sus actos probablemente resulte mejor preparado para la vida que un alumno con excelentes calificaciones pero que no puede valerse por sí mismo. Una vez concluida la etapa escolar, las calificaciones que obtuvieron durante esta etapa estudiantil se vuelven irrelevantes.

Tal como lo dijo el filósofo, historiador y escritor francés, Joseph Ernest Renan del siglo XIX, “la clave de la educación no es enseñar, es despertar”.