Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Nena

Adriana Lopez
14 de octubre, 2016

“Sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho, sesenta y nueve ¿y qué sigue?”- me dice la niña dando vueltas de esas que uno se pone a dar para marearse y luego caerse al suelo cuando tiene 7 años. “Setenta”- le respondo. No pasa de lo 110 centímetros, una cola le amarra todo el pelo que no se ha lavado en al menos dos días y se ríe antes de decir: “ya no llego al setenta, mejor me caigo”. Y se ríen.

Se ríe ella y la amiga, la que tiene dos años menos pero la misma estatura. Están en la tienda de mi mamá, en el Mercado Central. Me dicen que si van a la escuela pero que salieron temprano, lo que justifica que estén a las 10:00 AM vagando y jugando entre los locales. Me piden dulces o chocolates, aseguran que mi mamá siempre les da. Y yo no encuentro nada que darles por ningún lado.

Pasan unos 3 minutos y llega mi mamá. Saca un chocolate, de los que vienen divididos en cuadritos y les dice: “les voy a dar un pedacito pues”. Entonces las chiquitas se ríen y mi mamá les corta dos pedazos del mismo tamaño. Se los entrega. Se ríen más, como orgullosas de su hazaña: conseguir la chuchería de la mañana. Y se van. Regresan en dos segundos porque recuerdan un detalle importante, tienen que agradecer. “Gracias” dice una. Y la otra me mira mientras dice: “gracias nena”, entonces se van.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Caigo en la cuenta. Una niña de 5 años me acaba de decir “nena”. Y no como lo dicen las personas cariñosas, sino como lo concibe una mente que a pesar de su corta edad, reconoce su papel. Kathy, la niña, me dice nena a mí que tengo 20 años, un carro, una carrera universitaria en construcción y un trabajo. Algo está mal.

¿Por qué me dice nena? Yo no me siento como una nena. Me siento encaminada, atropellando la juventud y obsesionada por llegar a la adultez. Me siento realizada, grande, con planes; pero ella opaca todo lo anterior cuando de su boquita sale la palabra “nena”. Entonces recuerdo.

Recuerdo a todas aquellas niñas que también me han dicho nena a lo largo de mi vida. De aquella que tenía 3 años menos que yo y me acompañaba para cuidarme en mis viajes a la librería. Aquella otra que me preguntaba qué quería almorzar. Aquella que con un canasto en la cabeza me preguntaba si iba a querer comprar fruta. Nena, nena, nena. Todas y cada una de las veces, yo fui la nena aunque ellas fueran menores. Entonces entiendo.

Entiendo que todas esas veces, niñas menores que yo asumieron en su vida un papel más pesado y fuerte del que era esperado a su edad. Hicieron un lado su título de nena, para ser ahora vendedoras, empleadas, muchachas, mujeres. Niñas sin tiempo de serlo, niñas viviendo como adultas que buscan en un juego rápido o una golosina calmar un poco sus deseos de vivir la edad que tienen. Niñas que aunque eran menores que yo, parecían tener más experiencia, mas edad, mas camino recorrido y por lo mismo, les parecía que yo me veía más pequeña, mas vulnerable, menos vivida.

He visto en mis 20 años de vida los dos escenarios, los he vivido de cerca. He visto niñas que madrugan para ir a la terminal con sus papás a traer la venta que tendrán que hacer en el día. He visto niñas que con 10 años llegan a platicar con las dueñas de las tiendas para pedirles que por favor, cuando cumplan 11 les de trabajo. He visto niñas, toda mi vida, saltándose su niñez por el irremediable ritmo de la vida que les tocó vivir. Y también, por el otro lado, he visto y he sido esa niña que ha vivido todo a su tiempo. A quién todo le ha llegado a la mano y cuya única condición para obtener lo que quiere siempre ha sido esperar. Solo esperar, sin más. Y que se entienda que no he recibido lujos, sino las cosas básicas: comida, techo, educación, recreación.

Me da una revolución de sentimientos. Yo, desde la posición que me tocó vivir, me siento asquerosamente culpable y a la vez absurdamente dichosa. ¿Cómo se pueden mezclar dos cosas así? No sé, solo pasa.

Y por lo mismo, me indigna haber escuchado para el Día de la niña muchos comentarios sarcásticos. Que las niñas tengan un día solo para hablar de ellas, no es desigualdad de género. No se trata de hembrísmo brillando y mucho menos feminismo. Se trata de una ocasión que se escogió para recordar que de las aproximadamente 1.100 millones de niñas que hay en el mundo, una cantidad enorme vive el matrimonio infantil, la mutilación genital, la prohibición de la educación y el trabajo forzado todos los días.

Me encantaría que todas las mujeres de mi país tuvieran la oportunidad de vivir su niñez de la mejor manera. De verdad que es importante seguir buscando la dignificación de todos los seres humanos, en especial de las mujeres y los niños que siempre se ven en mayor desventaja. Siempre hay una manera de ayudar, así que los invito a que nos pongamos las pilas para mejorar la calidad de vida de nuestro país.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Nena

Adriana Lopez
14 de octubre, 2016

“Sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho, sesenta y nueve ¿y qué sigue?”- me dice la niña dando vueltas de esas que uno se pone a dar para marearse y luego caerse al suelo cuando tiene 7 años. “Setenta”- le respondo. No pasa de lo 110 centímetros, una cola le amarra todo el pelo que no se ha lavado en al menos dos días y se ríe antes de decir: “ya no llego al setenta, mejor me caigo”. Y se ríen.

Se ríe ella y la amiga, la que tiene dos años menos pero la misma estatura. Están en la tienda de mi mamá, en el Mercado Central. Me dicen que si van a la escuela pero que salieron temprano, lo que justifica que estén a las 10:00 AM vagando y jugando entre los locales. Me piden dulces o chocolates, aseguran que mi mamá siempre les da. Y yo no encuentro nada que darles por ningún lado.

Pasan unos 3 minutos y llega mi mamá. Saca un chocolate, de los que vienen divididos en cuadritos y les dice: “les voy a dar un pedacito pues”. Entonces las chiquitas se ríen y mi mamá les corta dos pedazos del mismo tamaño. Se los entrega. Se ríen más, como orgullosas de su hazaña: conseguir la chuchería de la mañana. Y se van. Regresan en dos segundos porque recuerdan un detalle importante, tienen que agradecer. “Gracias” dice una. Y la otra me mira mientras dice: “gracias nena”, entonces se van.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Caigo en la cuenta. Una niña de 5 años me acaba de decir “nena”. Y no como lo dicen las personas cariñosas, sino como lo concibe una mente que a pesar de su corta edad, reconoce su papel. Kathy, la niña, me dice nena a mí que tengo 20 años, un carro, una carrera universitaria en construcción y un trabajo. Algo está mal.

¿Por qué me dice nena? Yo no me siento como una nena. Me siento encaminada, atropellando la juventud y obsesionada por llegar a la adultez. Me siento realizada, grande, con planes; pero ella opaca todo lo anterior cuando de su boquita sale la palabra “nena”. Entonces recuerdo.

Recuerdo a todas aquellas niñas que también me han dicho nena a lo largo de mi vida. De aquella que tenía 3 años menos que yo y me acompañaba para cuidarme en mis viajes a la librería. Aquella otra que me preguntaba qué quería almorzar. Aquella que con un canasto en la cabeza me preguntaba si iba a querer comprar fruta. Nena, nena, nena. Todas y cada una de las veces, yo fui la nena aunque ellas fueran menores. Entonces entiendo.

Entiendo que todas esas veces, niñas menores que yo asumieron en su vida un papel más pesado y fuerte del que era esperado a su edad. Hicieron un lado su título de nena, para ser ahora vendedoras, empleadas, muchachas, mujeres. Niñas sin tiempo de serlo, niñas viviendo como adultas que buscan en un juego rápido o una golosina calmar un poco sus deseos de vivir la edad que tienen. Niñas que aunque eran menores que yo, parecían tener más experiencia, mas edad, mas camino recorrido y por lo mismo, les parecía que yo me veía más pequeña, mas vulnerable, menos vivida.

He visto en mis 20 años de vida los dos escenarios, los he vivido de cerca. He visto niñas que madrugan para ir a la terminal con sus papás a traer la venta que tendrán que hacer en el día. He visto niñas que con 10 años llegan a platicar con las dueñas de las tiendas para pedirles que por favor, cuando cumplan 11 les de trabajo. He visto niñas, toda mi vida, saltándose su niñez por el irremediable ritmo de la vida que les tocó vivir. Y también, por el otro lado, he visto y he sido esa niña que ha vivido todo a su tiempo. A quién todo le ha llegado a la mano y cuya única condición para obtener lo que quiere siempre ha sido esperar. Solo esperar, sin más. Y que se entienda que no he recibido lujos, sino las cosas básicas: comida, techo, educación, recreación.

Me da una revolución de sentimientos. Yo, desde la posición que me tocó vivir, me siento asquerosamente culpable y a la vez absurdamente dichosa. ¿Cómo se pueden mezclar dos cosas así? No sé, solo pasa.

Y por lo mismo, me indigna haber escuchado para el Día de la niña muchos comentarios sarcásticos. Que las niñas tengan un día solo para hablar de ellas, no es desigualdad de género. No se trata de hembrísmo brillando y mucho menos feminismo. Se trata de una ocasión que se escogió para recordar que de las aproximadamente 1.100 millones de niñas que hay en el mundo, una cantidad enorme vive el matrimonio infantil, la mutilación genital, la prohibición de la educación y el trabajo forzado todos los días.

Me encantaría que todas las mujeres de mi país tuvieran la oportunidad de vivir su niñez de la mejor manera. De verdad que es importante seguir buscando la dignificación de todos los seres humanos, en especial de las mujeres y los niños que siempre se ven en mayor desventaja. Siempre hay una manera de ayudar, así que los invito a que nos pongamos las pilas para mejorar la calidad de vida de nuestro país.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo