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EL NOBEL DE DYLAN

Redacción
14 de octubre, 2016

Estaba sentado, en la sala anaranjada, tomándome mi primer café de la mañana cuando me topé con semejante noticia. Para ser completamente sincero, yo mismo me sorprendí, porque las palabras no cuadraron en mi mente: “Bob Dylan recibe el Premio Nobel de Literatura”. Pensé que Dylan había escrito un libro, porque lo primero que asociamos con literatura son los libros. Leí un poco más y llegué a esta frase, la justificación del premio a Dylan por la Academia de las Ciencias de Suecia: “Por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. Y todo tuvo sentido. Me pareció lógico y fascinante. ¡Al fin! ¡Ya era hora! ¡Esto es histórico!
Pero mi emoción duró poco, ya que tras la noticia, comenzaron a llover las críticas.
En resumen, los críticos alegaban porque les parecía una locura que el galardón estuviese en manos de quien había sido un rockero, un cantante de música country y folk. Les parecía absurdo y algunos titulaban como “fuera de lugar” que se premiara las canciones de un cantautor en la categoría de literatura.
Me compadezco de todos aquellos críticos por dos razones. Primero, puede ser que aquellos que critican sean fieles seguidores del Gangnam Style y tengan como himno musical la Gasolina de Daddy Yankee. No los culpo si con esos estándares de “música” (que definitivamente no se asemeja en nada con la literatura) lleguen a negar por completo que Dylan haya sido tomado en cuenta y galardonado. Segundo, me compadezco porque quizás aquellos que critican no han caído en cuenta que la música (digo música, no eso que está de moda) es una expresión literaria, como lo es la poesía, la novela, la crónica y hasta el periodismo narrativo. La música de Dylan trasciende por su valor histórico, social, político, sentimental, profesional y, por supuesto, literario.
Por mi parte, creo que ya era hora (e íbamos tarde) que reconociéramos a nivel de un Nobel, que la buena música es una expresión literaria que juega con el poder de las letras y la picardía de las melodías para crear algo tan único y elevado como una canción.
Las canciones de Bob Dylan reúnen todas esas características por las que se premia un Nobel de literatura y le hacen el ganador perfecto para romper las barreras de la música y botar las falsas creencias de que “las canciones no van más allá de un ritmo pegajoso y una lírica popular”.
El hecho que un premio Nobel de literatura tenga el nombre y apellido de un cantautor de esa categoría es una esperanza para esa música decente, que transmite mensajes interesantes, profundos y dignos de ser escuchados. Es una esperanza para esas canciones que retan al público a sumergirse en sus letras originales y para esa pieza de arte que va más allá de una combinación de melodías, armonías, ritmos y sonidos.
Es una esperanza, pero es también un llamado de atención para la “música” actual, que lastimosamente mientras más grosera, absurda, estúpida y mediocre, más popular y “alegre” es.
El Nobel en manos de Dylan es un llamado al artista para que replantee sus metas y para que tome en cuenta que su trabajo puede llegar más allá del escenario. Que no se trata de hacerlo todo por conseguir la fama y el dinero, sino de mostrarle su esencia a los demás, de expresarse tal y como es porque eso que es vale tanto que jamás lo cambiaría, ni aunque el reggaetón y la electrónica sean lo que está de moda y de dinero fácil.
Ahora, que se ha marcado un precedente y se ha roto un paradigma, no me sorprendería, y vaya que me alegraría, ver ese Nobel en manos de Joaquín Sabina, por ejemplo.
Para quienes siguen diciendo que las canciones (como las de Dylan) no son literatura ni mucho menos merecedoras de un Nobel, repito las palabras de Juan Gómez Jurado: “Si les dicen que a Bob Dylan no se le puede dar el Nobel porque las canciones no son literatura, recuérdenles que Homero era un rapsoda”.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

EL NOBEL DE DYLAN

Redacción
14 de octubre, 2016

Estaba sentado, en la sala anaranjada, tomándome mi primer café de la mañana cuando me topé con semejante noticia. Para ser completamente sincero, yo mismo me sorprendí, porque las palabras no cuadraron en mi mente: “Bob Dylan recibe el Premio Nobel de Literatura”. Pensé que Dylan había escrito un libro, porque lo primero que asociamos con literatura son los libros. Leí un poco más y llegué a esta frase, la justificación del premio a Dylan por la Academia de las Ciencias de Suecia: “Por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. Y todo tuvo sentido. Me pareció lógico y fascinante. ¡Al fin! ¡Ya era hora! ¡Esto es histórico!
Pero mi emoción duró poco, ya que tras la noticia, comenzaron a llover las críticas.
En resumen, los críticos alegaban porque les parecía una locura que el galardón estuviese en manos de quien había sido un rockero, un cantante de música country y folk. Les parecía absurdo y algunos titulaban como “fuera de lugar” que se premiara las canciones de un cantautor en la categoría de literatura.
Me compadezco de todos aquellos críticos por dos razones. Primero, puede ser que aquellos que critican sean fieles seguidores del Gangnam Style y tengan como himno musical la Gasolina de Daddy Yankee. No los culpo si con esos estándares de “música” (que definitivamente no se asemeja en nada con la literatura) lleguen a negar por completo que Dylan haya sido tomado en cuenta y galardonado. Segundo, me compadezco porque quizás aquellos que critican no han caído en cuenta que la música (digo música, no eso que está de moda) es una expresión literaria, como lo es la poesía, la novela, la crónica y hasta el periodismo narrativo. La música de Dylan trasciende por su valor histórico, social, político, sentimental, profesional y, por supuesto, literario.
Por mi parte, creo que ya era hora (e íbamos tarde) que reconociéramos a nivel de un Nobel, que la buena música es una expresión literaria que juega con el poder de las letras y la picardía de las melodías para crear algo tan único y elevado como una canción.
Las canciones de Bob Dylan reúnen todas esas características por las que se premia un Nobel de literatura y le hacen el ganador perfecto para romper las barreras de la música y botar las falsas creencias de que “las canciones no van más allá de un ritmo pegajoso y una lírica popular”.
El hecho que un premio Nobel de literatura tenga el nombre y apellido de un cantautor de esa categoría es una esperanza para esa música decente, que transmite mensajes interesantes, profundos y dignos de ser escuchados. Es una esperanza para esas canciones que retan al público a sumergirse en sus letras originales y para esa pieza de arte que va más allá de una combinación de melodías, armonías, ritmos y sonidos.
Es una esperanza, pero es también un llamado de atención para la “música” actual, que lastimosamente mientras más grosera, absurda, estúpida y mediocre, más popular y “alegre” es.
El Nobel en manos de Dylan es un llamado al artista para que replantee sus metas y para que tome en cuenta que su trabajo puede llegar más allá del escenario. Que no se trata de hacerlo todo por conseguir la fama y el dinero, sino de mostrarle su esencia a los demás, de expresarse tal y como es porque eso que es vale tanto que jamás lo cambiaría, ni aunque el reggaetón y la electrónica sean lo que está de moda y de dinero fácil.
Ahora, que se ha marcado un precedente y se ha roto un paradigma, no me sorprendería, y vaya que me alegraría, ver ese Nobel en manos de Joaquín Sabina, por ejemplo.
Para quienes siguen diciendo que las canciones (como las de Dylan) no son literatura ni mucho menos merecedoras de un Nobel, repito las palabras de Juan Gómez Jurado: “Si les dicen que a Bob Dylan no se le puede dar el Nobel porque las canciones no son literatura, recuérdenles que Homero era un rapsoda”.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo