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Fidel, “La comedia é Finita”

Redacción
30 de noviembre, 2016

Por Armando de la Torre

Por eso, Fidel, siempre me has sido la encarnación de una ingratitud demoníaca, como la de algunos otros superdotados de triste memoria: Calígula, Drácula, Robespierre, Beria, Hitler, Mao o Pol Pot y de otras figuras histórica de tu misma calaña.

            Porque se te dio nacer inteligente, sano y fuerte, y recibiste la mejor educación escolar que el dinero de tu millonario padre pudo comprarte y, sin embargo, solo lo pusiste para mentir, destruir y envenenar a incautos e inocentes.

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            Porque fuiste un genio más de la manipulación hipócrita y totalitaria de las masas, como lo fueron Goebels, Lenin y Stalin. ¡Cuánto criminal atropello!     

            Jamás, en esos quinientos años de historia patria de Cristóbal Colón a tus días y los míos, más aún, si lo queremos ver a escala humana, en cincuenta siglos de presencia humana en la isla de Cuba, se había dado la tragedia del éxodo humano por millones de personas desesperadas por tu culpa y encima, al precio de miles de ellos que perecieron ahogados en el estrecho de la Florida. 

            Porque tampoco se había jamás en Cuba la Alegre un fenómeno tan desgarrador y tan manchado con la sangre de los miles de víctimas por ti fusilados sin que ninguno de esos casos hubiera sido precedido por un debido proceso.

            Y porque convertiste al que una vez fuera “continente de la esperanza” para millones de inmigrantes abruptamente en el continente de la desesperación, el retroceso y el odio entre clases sociales.

Porque mentiste, y mentiste y volviste a mentir hasta el punto de que algunas veces se te escapó la verdad entre líneas cuando a fuerza de tanto hablar y castigar a tus inhibidas audiencias cautivas te habías desbordado.  

Porque te aprovechaste de la insatisfacción coyuntural de todo un pueblo laborioso, ingenuo y progresista hacia un politicastro de tantos, Fulgencio Batista Izaldivar, no menos sin principios, cuando alardeaba de su devoción a la persona y a la obra libertadora der Abraham Lincoln y al mismo tiempo se mostraba agradecido por el apoyo del pequeño Partido Comunista de Cuba de Juan Marinello, Blas Roca y Aníbal Escalante, a todos los cuales tu acallaste para siempre.

Porque te iniciaste en la carrera política en el “bogotazo de 1948” y continuaste con la muerte de casi un centenar de tus compatriotas en el asalto suicida al Cuartel Moncada, aunque bien seguro en la retaguardia detrás de la cortina metálica de una tienda de abarrotes.

Porque te aprovechaste obscenamente del sacrificio de José Antonio Echeverría y de su puñado de soñadores.

Y porque cuando te juzgaron merecidamente por ese derroche de vidas valiosas y te condenaron por ello a solo veinte años de prisión –de los cuales cumpliste tan solo veintidós meses–, aceptaste la amnistía de Batista en obsequio de tu esposa, cuyo padre era su Ministro de Justicia, y a la que traicionaste inmediatamente con otras mujeres apenas en la libertad que no merecías.

Y porque el Arzobispo de Santiago de Cuba Monseñor Pérez Serante, que te salvó de ser ejecutado militarmente en aquella ocasión, cuando llegaste por la fuerza de las armas al poder menos de seis años después lo expulsaste entre los primeros clérigos enviados a un injusto exilio en base a un anticlericalismo de mera pose histriónica.  

Y porque ni permitiste al jefe de tu guardia personal, a la hora de ser fusilado por tus sicarios a sueldo, siquiera despedirse por teléfono de sus padres. ¿Se te había olvidado ya que tú, en cambio,  habías sido amnistiado?…

Y porque dejaste exiliarse en Venezuela al que había sido a su propio riesgo tu mayor y más apasionado apologeta, Miguel Ángel Quevedo, el Director por muchos años de la revista “Bohemia”, de circulación continental, para que allá no en Cuba, amargado y desilusionado se suicidara tras escribirte una carta esclarecedora y vindictiva por tu absoluta falta de principios morales y de elemental agradecimiento. 

Porque redujiste a la igualdad típica entre los más depauperados a la generación de cubanos más próspera, dinámica, modernizante y la más emprendedora hasta entonces en la historia de la América Latina.

Y porque restauraste el tráfico de esclavos de antaño con otros nombres y sólo con fines propagandísticos, como cuando pusiste a la venta a médicos y educadores compatriotas tuyos que vendías al extranjero a cambio de altas sumas de dinero en dólares de las cuales dos terceras partes te reservabas para tus arcas y otra raquítica tercera para mantenerlos en vida a un mínimo de mera supervivencia, mientras retenías a la fuerza sus familias como rehenes para anticiparte al peligro de una deserción posible.

Porque enviaste a la muerte a jóvenes cubanos a luchar por causas que les eran del todo ajenas en Angola, Mozambique, Grenada y otros rincones del mapa político mundial.

Porque fundaste en la Habana en 1980 la Unión Revolucionaria Guatemalteca (URNG) y los entrenaste por  años para que fueran más eficientes en secuestrar, extorsionar y asesinar a inocentes guatemaltecos, tanto militares como civiles.

Porque profanaste el enaltecido nombre de José Martí y demás próceres de la independencia de Cuba al refundirlos en apoyo de una ideología que ninguno de ellos conoció ni aprobó.

Porque quisiste erradicar del todo, aunque no lo lograste por completo, la fe católica que era el bálsamo de consuelo para afligidos y agonizantes de Cuba, de las Américas y de muchas partes remotas del planeta.

Y, por qué no, porque me despojaste a mí, a mi madre viuda y a mi hermana con tres hijos pequeños, y con un esposo en la cárcel porque tus esbirros habían encontrado un revolver en una alacena de su cocina después que tú, Judas hipócrita, te habías preguntado en público en el campamento de Columbia: “¿armas para qué?”. También a mi familia extensa, y a mis amigos del alma y a muchos otros hombres y mujeres honorables que había conocido de lejos por los frutos de un trabajo honrado durante todas sus vidas y de sus penas que tú, ni siquiera a tu propia familia inmediata quisiste ahorrarles. Por eso, ingrato, se han ido al exilio dos de tus hermanas y dos de tus hijos.

Tu megalomanía te ha llevado a traicionar y abandonar a algunos de tus más cercanos compañeros de lucha: Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Arnaldo Ochoa e inclusive al “Che” Guevara de casi innoble memoria como la tuya. Ellos, a su turno, hubieron de conocer la amargura de tu traición, al tiempo que alardeabas de tus exquisitos conocimientos culinarios con Gabo o ante ese otro ignorante campeón futbolista y drogadicto, Diego Armando Maradona.

 Intentaste seducir a tres Sumos Pontífices de la Iglesia Católica pero solo lo has conseguido con el último de ellos, el compasivo Papa Francisco. Que él interceda ante Dios por ti porque a mí, a mis años, me resulta muy difícil y repugnante.

La historia no te absuelve, Fidel.

Yo tampoco

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Fidel, “La comedia é Finita”

Redacción
30 de noviembre, 2016

Por Armando de la Torre

Por eso, Fidel, siempre me has sido la encarnación de una ingratitud demoníaca, como la de algunos otros superdotados de triste memoria: Calígula, Drácula, Robespierre, Beria, Hitler, Mao o Pol Pot y de otras figuras histórica de tu misma calaña.

            Porque se te dio nacer inteligente, sano y fuerte, y recibiste la mejor educación escolar que el dinero de tu millonario padre pudo comprarte y, sin embargo, solo lo pusiste para mentir, destruir y envenenar a incautos e inocentes.

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            Porque fuiste un genio más de la manipulación hipócrita y totalitaria de las masas, como lo fueron Goebels, Lenin y Stalin. ¡Cuánto criminal atropello!     

            Jamás, en esos quinientos años de historia patria de Cristóbal Colón a tus días y los míos, más aún, si lo queremos ver a escala humana, en cincuenta siglos de presencia humana en la isla de Cuba, se había dado la tragedia del éxodo humano por millones de personas desesperadas por tu culpa y encima, al precio de miles de ellos que perecieron ahogados en el estrecho de la Florida. 

            Porque tampoco se había jamás en Cuba la Alegre un fenómeno tan desgarrador y tan manchado con la sangre de los miles de víctimas por ti fusilados sin que ninguno de esos casos hubiera sido precedido por un debido proceso.

            Y porque convertiste al que una vez fuera “continente de la esperanza” para millones de inmigrantes abruptamente en el continente de la desesperación, el retroceso y el odio entre clases sociales.

Porque mentiste, y mentiste y volviste a mentir hasta el punto de que algunas veces se te escapó la verdad entre líneas cuando a fuerza de tanto hablar y castigar a tus inhibidas audiencias cautivas te habías desbordado.  

Porque te aprovechaste de la insatisfacción coyuntural de todo un pueblo laborioso, ingenuo y progresista hacia un politicastro de tantos, Fulgencio Batista Izaldivar, no menos sin principios, cuando alardeaba de su devoción a la persona y a la obra libertadora der Abraham Lincoln y al mismo tiempo se mostraba agradecido por el apoyo del pequeño Partido Comunista de Cuba de Juan Marinello, Blas Roca y Aníbal Escalante, a todos los cuales tu acallaste para siempre.

Porque te iniciaste en la carrera política en el “bogotazo de 1948” y continuaste con la muerte de casi un centenar de tus compatriotas en el asalto suicida al Cuartel Moncada, aunque bien seguro en la retaguardia detrás de la cortina metálica de una tienda de abarrotes.

Porque te aprovechaste obscenamente del sacrificio de José Antonio Echeverría y de su puñado de soñadores.

Y porque cuando te juzgaron merecidamente por ese derroche de vidas valiosas y te condenaron por ello a solo veinte años de prisión –de los cuales cumpliste tan solo veintidós meses–, aceptaste la amnistía de Batista en obsequio de tu esposa, cuyo padre era su Ministro de Justicia, y a la que traicionaste inmediatamente con otras mujeres apenas en la libertad que no merecías.

Y porque el Arzobispo de Santiago de Cuba Monseñor Pérez Serante, que te salvó de ser ejecutado militarmente en aquella ocasión, cuando llegaste por la fuerza de las armas al poder menos de seis años después lo expulsaste entre los primeros clérigos enviados a un injusto exilio en base a un anticlericalismo de mera pose histriónica.  

Y porque ni permitiste al jefe de tu guardia personal, a la hora de ser fusilado por tus sicarios a sueldo, siquiera despedirse por teléfono de sus padres. ¿Se te había olvidado ya que tú, en cambio,  habías sido amnistiado?…

Y porque dejaste exiliarse en Venezuela al que había sido a su propio riesgo tu mayor y más apasionado apologeta, Miguel Ángel Quevedo, el Director por muchos años de la revista “Bohemia”, de circulación continental, para que allá no en Cuba, amargado y desilusionado se suicidara tras escribirte una carta esclarecedora y vindictiva por tu absoluta falta de principios morales y de elemental agradecimiento. 

Porque redujiste a la igualdad típica entre los más depauperados a la generación de cubanos más próspera, dinámica, modernizante y la más emprendedora hasta entonces en la historia de la América Latina.

Y porque restauraste el tráfico de esclavos de antaño con otros nombres y sólo con fines propagandísticos, como cuando pusiste a la venta a médicos y educadores compatriotas tuyos que vendías al extranjero a cambio de altas sumas de dinero en dólares de las cuales dos terceras partes te reservabas para tus arcas y otra raquítica tercera para mantenerlos en vida a un mínimo de mera supervivencia, mientras retenías a la fuerza sus familias como rehenes para anticiparte al peligro de una deserción posible.

Porque enviaste a la muerte a jóvenes cubanos a luchar por causas que les eran del todo ajenas en Angola, Mozambique, Grenada y otros rincones del mapa político mundial.

Porque fundaste en la Habana en 1980 la Unión Revolucionaria Guatemalteca (URNG) y los entrenaste por  años para que fueran más eficientes en secuestrar, extorsionar y asesinar a inocentes guatemaltecos, tanto militares como civiles.

Porque profanaste el enaltecido nombre de José Martí y demás próceres de la independencia de Cuba al refundirlos en apoyo de una ideología que ninguno de ellos conoció ni aprobó.

Porque quisiste erradicar del todo, aunque no lo lograste por completo, la fe católica que era el bálsamo de consuelo para afligidos y agonizantes de Cuba, de las Américas y de muchas partes remotas del planeta.

Y, por qué no, porque me despojaste a mí, a mi madre viuda y a mi hermana con tres hijos pequeños, y con un esposo en la cárcel porque tus esbirros habían encontrado un revolver en una alacena de su cocina después que tú, Judas hipócrita, te habías preguntado en público en el campamento de Columbia: “¿armas para qué?”. También a mi familia extensa, y a mis amigos del alma y a muchos otros hombres y mujeres honorables que había conocido de lejos por los frutos de un trabajo honrado durante todas sus vidas y de sus penas que tú, ni siquiera a tu propia familia inmediata quisiste ahorrarles. Por eso, ingrato, se han ido al exilio dos de tus hermanas y dos de tus hijos.

Tu megalomanía te ha llevado a traicionar y abandonar a algunos de tus más cercanos compañeros de lucha: Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Arnaldo Ochoa e inclusive al “Che” Guevara de casi innoble memoria como la tuya. Ellos, a su turno, hubieron de conocer la amargura de tu traición, al tiempo que alardeabas de tus exquisitos conocimientos culinarios con Gabo o ante ese otro ignorante campeón futbolista y drogadicto, Diego Armando Maradona.

 Intentaste seducir a tres Sumos Pontífices de la Iglesia Católica pero solo lo has conseguido con el último de ellos, el compasivo Papa Francisco. Que él interceda ante Dios por ti porque a mí, a mis años, me resulta muy difícil y repugnante.

La historia no te absuelve, Fidel.

Yo tampoco

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo