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Cambiar la sociedad, no las reglas

Redacción
11 de diciembre, 2016

El 2016 fue el año de las reformas. Se aprobaron cambios a leyes importantes como la Ley Electoral y de Partidos Políticos, la Ley Orgánica del Organismo Legislativo, Ley de Servicio Civil del Organismo Legislativo, y Ley de Compras y Contrataciones del Estado. Se quiso culminar el año con una reforma a la Constitución Política de la República, la cual seguramente será uno de los primeros temas a tratar por el Congreso al regresar del receso.

En efecto, se podría decir que en el 2016 se dio una moderada reforma del Estado guatemalteco. Sin embargo, considero que la fórmula de reforma implementada resultará ser un desastre. Tanto los actores nacionales como internacionales, han erróneamente creído que el cambio en la política es una cuestión solamente de reglas del juego. Bajo esa lógica, al cambiarse las reglas, cambia todo.

Ciertamente, algunas leyes deben modificarse. El problema ha sido el enfoque de las reformas, las cuales responden a una visión del pasado, preocupadas en prohibir “todo lo malo”, sin generar incentivos para producir comportamientos positivos. Por ejemplo, en lugar de abrirse el mercado electoral para que los ciudadanos puedan involucrarse en los partidos sin mayor dificultad, la Ley sigue imponiendo un estilo de organización que ha resultado ser inoperante y ha dado paso a los partidos con dueño, centralizados, mercaderes de candidaturas.

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La experiencia de Guatemala demuestra que además de un cambio de reglas, es necesario una sustitución de jugadores. De lo contrario, el país se verá en un constante proceso de reformas, que generan esperanza, pero en la práctica resultan siendo más de lo mismo. Un claro ejemplo de esto es la Ley Electoral, la cual ni se ha implementado sus reformas, pero ya se habla de una nueva generación de cambios.

Si sabemos que modificar la ley no es suficiente, ¿por qué seguimos adoptando la misma ruta? La respuesta es sencilla. Es mucho más fácil cambiar la ley, que una sociedad. La reforma a una ley le permite a los actores involucrados justificar su trabajo, pues es un resultado concreto. En cambio, emprender acciones para cambiar la cultura de un pueblo es un trabajo mucho más abstracto, el cual no siempre genera un producto.

Seguramente Guatemala continuará bajo la lógica de modificar las reglas del juego, con la esperanza de que eso genere, en algún momento, mejores jugadores. Sin embargo, la incursión de nuevos actores en política no será producto de incentivos generados por el diseño institucional. Debe haber cierto grado de “irracionalidad” para que individuos comprometidos con su país busquen hacer lo correcto, aunque el sistema les empuje a hacer todo lo contrario. Individuos dispuestos a tomar riesgos, comprometidos con cambiar la sociedad, no solamente las reglas.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Cambiar la sociedad, no las reglas

Redacción
11 de diciembre, 2016

El 2016 fue el año de las reformas. Se aprobaron cambios a leyes importantes como la Ley Electoral y de Partidos Políticos, la Ley Orgánica del Organismo Legislativo, Ley de Servicio Civil del Organismo Legislativo, y Ley de Compras y Contrataciones del Estado. Se quiso culminar el año con una reforma a la Constitución Política de la República, la cual seguramente será uno de los primeros temas a tratar por el Congreso al regresar del receso.

En efecto, se podría decir que en el 2016 se dio una moderada reforma del Estado guatemalteco. Sin embargo, considero que la fórmula de reforma implementada resultará ser un desastre. Tanto los actores nacionales como internacionales, han erróneamente creído que el cambio en la política es una cuestión solamente de reglas del juego. Bajo esa lógica, al cambiarse las reglas, cambia todo.

Ciertamente, algunas leyes deben modificarse. El problema ha sido el enfoque de las reformas, las cuales responden a una visión del pasado, preocupadas en prohibir “todo lo malo”, sin generar incentivos para producir comportamientos positivos. Por ejemplo, en lugar de abrirse el mercado electoral para que los ciudadanos puedan involucrarse en los partidos sin mayor dificultad, la Ley sigue imponiendo un estilo de organización que ha resultado ser inoperante y ha dado paso a los partidos con dueño, centralizados, mercaderes de candidaturas.

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La experiencia de Guatemala demuestra que además de un cambio de reglas, es necesario una sustitución de jugadores. De lo contrario, el país se verá en un constante proceso de reformas, que generan esperanza, pero en la práctica resultan siendo más de lo mismo. Un claro ejemplo de esto es la Ley Electoral, la cual ni se ha implementado sus reformas, pero ya se habla de una nueva generación de cambios.

Si sabemos que modificar la ley no es suficiente, ¿por qué seguimos adoptando la misma ruta? La respuesta es sencilla. Es mucho más fácil cambiar la ley, que una sociedad. La reforma a una ley le permite a los actores involucrados justificar su trabajo, pues es un resultado concreto. En cambio, emprender acciones para cambiar la cultura de un pueblo es un trabajo mucho más abstracto, el cual no siempre genera un producto.

Seguramente Guatemala continuará bajo la lógica de modificar las reglas del juego, con la esperanza de que eso genere, en algún momento, mejores jugadores. Sin embargo, la incursión de nuevos actores en política no será producto de incentivos generados por el diseño institucional. Debe haber cierto grado de “irracionalidad” para que individuos comprometidos con su país busquen hacer lo correcto, aunque el sistema les empuje a hacer todo lo contrario. Individuos dispuestos a tomar riesgos, comprometidos con cambiar la sociedad, no solamente las reglas.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo