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Kaminaljuyú en castilla

Redacción
15 de diciembre, 2016

-“Buenos días, señor”- me saludó el hombre vestido de traje negro y camisa blanca; era el primero que me lo decía, y eso que ya llevaba más de la mitad del recorrido. Me había encontrado ya con varios guías en mi vuelta por el Museo Nacional de Escultura de España (Valladolid, Castilla y León) pero este se mostró extrañamente amable.

-“Muy buenas”- le respondí, y pasé de largo hacia la siguiente sala. Iba caminando detrás de mi tía, y la detuve para que se volteara a ver un busto de Santa Ana. En ese momento, el guía que nos saludó se acercó a nosotros e insistentemente preguntó si teníamos alguna duda. Mi tía, más por darle una oportunidad al sujeto que por curiosidad histórica, le hizo una. Inmediatamente el hombre soltó una retahíla de conocimientos digna de cualquier enciclopedia de tomos múltiples. Verdaderamente me impresionó la cantidad de datos históricos que acomodó en 45 segundos de emisiones lingüísticas.

Con varios bytes extra de información sobre esculturas renacentistas en nuestro matate nos dimos la vuelta para seguir el recorrido; cerraban a las 2 (sería la 1:40, más o menos) y aún quedaba el Barroco. -“Perdone, señor”- Regresé la vista hacia un hombre cuya voz (bastante particular) ya conocía. -“¿Es usted originario de República Dominicana?”- Le dije que no, que de Guatemala.

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Cuando oyó ese nombre se le dibujó una sonrisa en la cara. -“¿Guatemala? Es muy interesante toda la división de los territorios mayas. Las tierras bajas del norte, o sea, la zona de Petén, donde está Tikal, con el Gran Jaguar, ¿así es no? -le dije, gratamente sorprendido, que sí- y luego la zona de la costa del Pacífico y el Altiplano, en donde Kaminaljuyú era una ciudad muy importante”.

La sonrisa de su rostro se contagió al mío. De repente, en medio de un edificio construido entre 1488 y 1496 para los Dominicos y repleto de obras españolas y flamencas de la segunda mitad del milenio pasado, un tipo me hablaba entusiasmado sobre sitios que normalmente tengo al lado de casa pero que en ese momento teníamos a miles de kilómetros (muchos de ellos de mar) de distancia.

Me describió con lujo de detalles la historia de Tikal, y cuando le dije que conozco, que he estado en el sitio, percibí en él una sensación de sana envidia. Me habló también de Copán, aunque pronto rectificó que “ese sitio está en Honduras”. Luego se pasó al Altiplano, y lamentó profundamente que parte de Kaminaljuyú se hubiera perdido para edificar una zona de Ciudad de Guatemala (¡ojo! Hay que ver qué opinión e impresión pueden generar, a nivel internacional, ciertas decisiones iluminadas).

Pasaron los minutos y el Museo estaba a punto de cerrar. Mis padres y mis tíos se habían alejado, y solo mi hermana permanecía en la misma sala que yo. El guía/orador/enciclopedia me llevó a la salida más cercana y nos lanzó una bendición por las fiestas navideñas que, por su extensión y cantidad de referencias cristianas, era más propia de Guatemala que de la Europa mediterránea.

Creo que el trabajador del Museo se alegró a sobremanera, y para el resto del día, por haber podido compartir con alguien sus conocimientos (que según él eran “algunos datos que uno recuerda del libro de historia”) sobre una cultura que, mientras para él es algo fascinante, en Guatemala no ha sido apreciada como debe ser.

Siempre he pensado que la sociedad guatemalteca está llena de complejos sociales (como que la mitad de los carteles publicitarios de la vía pública están en inglés, por ejemplo) contraproducentes para la riqueza cultural local. A veces, hay que apuntar, lamentablemente ocurre por la ignorancia. Si no conocemos lo que tenemos para ofrecer, rápido compramos lo que otros se han aprendido a la perfección para vender.

Después de solucionar el problema de la poca información sobre Guatemala que tienen los propios guatemaltecos, hay que aprender a olvidar esa frase de “es que en (inserte nombre de país desarrollado) no tienen ni idea de dónde está Guatemala” porque no es verdad. Y la cosa va más allá de ver que en las tiendas Duty Free del aeropuerto de Bogotá el licor más anunciado sea el Ron Zacapa, o que en una cafetería española te hagan el apunte de que venden café guatemalteco porque es de alta calidad.

Es mucho más; lo mejor que un país puede aspirar a vender es cultura, y hay que admitir que los Mayas nos han hecho gran parte de ese trabajo… la cuestión es ¿Cómo lo vamos a aprovechar? ¿Cómo le daremos continuidad? No quedemos como el hijo que hereda un imperio forjado a través de las décadas solo para desmoronarlo en un par de meses (se ve mucho en el mundo empresarial).

Cuando iba saliendo del Museo, el guía bajó corriendo y me dijo: “señor, venga, puede tomarle foto a eso, que será muy importante allá en su tierra”. Era una placa a fray Bartolomé de las Casas. Al parecer, en ese edificio hizo, ya hace unos cuantos siglos, su declaración sobre porqué no era correcto esclavizar y forzar a los “indios” americanos. Eso me recordó que, tras aquel 12 de octubre de 1492, de todos los intercambios transatlánticos que se dieron, el más importante fue, al menos para mí, el cultural.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Kaminaljuyú en castilla

Redacción
15 de diciembre, 2016

-“Buenos días, señor”- me saludó el hombre vestido de traje negro y camisa blanca; era el primero que me lo decía, y eso que ya llevaba más de la mitad del recorrido. Me había encontrado ya con varios guías en mi vuelta por el Museo Nacional de Escultura de España (Valladolid, Castilla y León) pero este se mostró extrañamente amable.

-“Muy buenas”- le respondí, y pasé de largo hacia la siguiente sala. Iba caminando detrás de mi tía, y la detuve para que se volteara a ver un busto de Santa Ana. En ese momento, el guía que nos saludó se acercó a nosotros e insistentemente preguntó si teníamos alguna duda. Mi tía, más por darle una oportunidad al sujeto que por curiosidad histórica, le hizo una. Inmediatamente el hombre soltó una retahíla de conocimientos digna de cualquier enciclopedia de tomos múltiples. Verdaderamente me impresionó la cantidad de datos históricos que acomodó en 45 segundos de emisiones lingüísticas.

Con varios bytes extra de información sobre esculturas renacentistas en nuestro matate nos dimos la vuelta para seguir el recorrido; cerraban a las 2 (sería la 1:40, más o menos) y aún quedaba el Barroco. -“Perdone, señor”- Regresé la vista hacia un hombre cuya voz (bastante particular) ya conocía. -“¿Es usted originario de República Dominicana?”- Le dije que no, que de Guatemala.

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Cuando oyó ese nombre se le dibujó una sonrisa en la cara. -“¿Guatemala? Es muy interesante toda la división de los territorios mayas. Las tierras bajas del norte, o sea, la zona de Petén, donde está Tikal, con el Gran Jaguar, ¿así es no? -le dije, gratamente sorprendido, que sí- y luego la zona de la costa del Pacífico y el Altiplano, en donde Kaminaljuyú era una ciudad muy importante”.

La sonrisa de su rostro se contagió al mío. De repente, en medio de un edificio construido entre 1488 y 1496 para los Dominicos y repleto de obras españolas y flamencas de la segunda mitad del milenio pasado, un tipo me hablaba entusiasmado sobre sitios que normalmente tengo al lado de casa pero que en ese momento teníamos a miles de kilómetros (muchos de ellos de mar) de distancia.

Me describió con lujo de detalles la historia de Tikal, y cuando le dije que conozco, que he estado en el sitio, percibí en él una sensación de sana envidia. Me habló también de Copán, aunque pronto rectificó que “ese sitio está en Honduras”. Luego se pasó al Altiplano, y lamentó profundamente que parte de Kaminaljuyú se hubiera perdido para edificar una zona de Ciudad de Guatemala (¡ojo! Hay que ver qué opinión e impresión pueden generar, a nivel internacional, ciertas decisiones iluminadas).

Pasaron los minutos y el Museo estaba a punto de cerrar. Mis padres y mis tíos se habían alejado, y solo mi hermana permanecía en la misma sala que yo. El guía/orador/enciclopedia me llevó a la salida más cercana y nos lanzó una bendición por las fiestas navideñas que, por su extensión y cantidad de referencias cristianas, era más propia de Guatemala que de la Europa mediterránea.

Creo que el trabajador del Museo se alegró a sobremanera, y para el resto del día, por haber podido compartir con alguien sus conocimientos (que según él eran “algunos datos que uno recuerda del libro de historia”) sobre una cultura que, mientras para él es algo fascinante, en Guatemala no ha sido apreciada como debe ser.

Siempre he pensado que la sociedad guatemalteca está llena de complejos sociales (como que la mitad de los carteles publicitarios de la vía pública están en inglés, por ejemplo) contraproducentes para la riqueza cultural local. A veces, hay que apuntar, lamentablemente ocurre por la ignorancia. Si no conocemos lo que tenemos para ofrecer, rápido compramos lo que otros se han aprendido a la perfección para vender.

Después de solucionar el problema de la poca información sobre Guatemala que tienen los propios guatemaltecos, hay que aprender a olvidar esa frase de “es que en (inserte nombre de país desarrollado) no tienen ni idea de dónde está Guatemala” porque no es verdad. Y la cosa va más allá de ver que en las tiendas Duty Free del aeropuerto de Bogotá el licor más anunciado sea el Ron Zacapa, o que en una cafetería española te hagan el apunte de que venden café guatemalteco porque es de alta calidad.

Es mucho más; lo mejor que un país puede aspirar a vender es cultura, y hay que admitir que los Mayas nos han hecho gran parte de ese trabajo… la cuestión es ¿Cómo lo vamos a aprovechar? ¿Cómo le daremos continuidad? No quedemos como el hijo que hereda un imperio forjado a través de las décadas solo para desmoronarlo en un par de meses (se ve mucho en el mundo empresarial).

Cuando iba saliendo del Museo, el guía bajó corriendo y me dijo: “señor, venga, puede tomarle foto a eso, que será muy importante allá en su tierra”. Era una placa a fray Bartolomé de las Casas. Al parecer, en ese edificio hizo, ya hace unos cuantos siglos, su declaración sobre porqué no era correcto esclavizar y forzar a los “indios” americanos. Eso me recordó que, tras aquel 12 de octubre de 1492, de todos los intercambios transatlánticos que se dieron, el más importante fue, al menos para mí, el cultural.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo