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Más claro, agua

Redacción
09 de febrero, 2016

Después de días, semanas, meses y años, de intentos frustrados por aprobarla y de otros por sacarla totalmente de la mesa, de empujones entre grupos de juventud con posturas disidentes, solo una cosa queda clara acerca de la ley de la juventud: que no tenemos nada claro.

Las leyes son importantes. El que haya o no una nueva ley no es un evento que deba ser pasado por alto, y menos cuando esa ley tiene implicaciones tan directas ante espacios de nuestra vida privada que tradicionalmente consideramos sacrosantos: la sexualidad, el acceso a anticonceptivos, el derecho a elegir la educación de los hijos, etc. Las leyes no son neutras. No establecen un campo de juego como un marco de libertad. Las leyes suponen decisiones positivas sobre el contenido de la humanidad, implican dimensiones normativas sobre la idea del hombre, nos dicen quién es el hombre, o al menos qué se entiende por hombre en esta sociedad. Por eso no podemos tomarlas a la ligera, las leyes no son simplemente “formales” sino que proponen un modelo de sociedad y por tanto tienen repercusión no solo en el ámbito específico sobre el que legislan sino en la sociedad como un todo, ya que cambian y moldean el modo de autocomprenderse de una sociedad. En el establecimiento de un marco legal se está dando un contenido a qué es el hombre, cómo debe ser y hasta dónde llega su libertad. Por eso, ni esta ley ni ninguna otra son baladí. No se trata solo leer el nombre de la ley y pensar “Qué bien que hayan leyes sobre la juventud, juventud divino tesoro, juventud futuro del país” y otra serie de sentimentalismos sin fundamento. El hecho de que sea una ley sobre la juventud no implica que la idea de juventud que propone sea la que queremos para el país, que sea la que yo, como joven, quiero para mi y para mis contemporáneos, no implica que la ley refleje la idea de sociedad que queremos tener en Guatemala.

Por eso, y sin entrar en el debate sobre si el contenido de la ley es bueno o malo, es significativa la polémica y la disparidad de reacciones que ha tenido la ley. No existe consenso, no nos aclaramos en nada, porque no nos aclaramos en el tipo de hombre que queremos formar. Es un tema que nos toca profundamente y por eso mismo ha levantado tantas chispas, pero sería una irresponsabilidad por parte del congreso aprobar la ley cuando existe tanta disparidad de opiniones sobre la misma, cuando la sociedad está tan claramente polarizada. Está claro que es un asunto importante, pero también está claro que la iniciativa de ley actual, tal y como está formulada, no representa el sentir del total de la población y que el debate debe mantenerse abierto.

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Aprobar la ley sería cerrar el debate. Como decíamos antes, las leyes no son neutras y no se puede pretender mantener un debate abierto sobre algo de lo que está ya legislado. Legislar supone decantarse, iniciar un camino, y la pregunta es si estamos listos para dar el primer paso en la dirección de esta ley, si estamos seguros de que es por ahí por donde queremos ir. Claramente, como lo muestra el vivo debate en la opinión pública, no estamos listos. Si se cierra ese debate, se estará privando a gran parte de la población de expresar y argumentar su sentir, se estará privando a la población de leyes debidamente deliberadas, se les estará privando de verdadera representación.

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09 de febrero, 2016

Después de días, semanas, meses y años, de intentos frustrados por aprobarla y de otros por sacarla totalmente de la mesa, de empujones entre grupos de juventud con posturas disidentes, solo una cosa queda clara acerca de la ley de la juventud: que no tenemos nada claro.

Las leyes son importantes. El que haya o no una nueva ley no es un evento que deba ser pasado por alto, y menos cuando esa ley tiene implicaciones tan directas ante espacios de nuestra vida privada que tradicionalmente consideramos sacrosantos: la sexualidad, el acceso a anticonceptivos, el derecho a elegir la educación de los hijos, etc. Las leyes no son neutras. No establecen un campo de juego como un marco de libertad. Las leyes suponen decisiones positivas sobre el contenido de la humanidad, implican dimensiones normativas sobre la idea del hombre, nos dicen quién es el hombre, o al menos qué se entiende por hombre en esta sociedad. Por eso no podemos tomarlas a la ligera, las leyes no son simplemente “formales” sino que proponen un modelo de sociedad y por tanto tienen repercusión no solo en el ámbito específico sobre el que legislan sino en la sociedad como un todo, ya que cambian y moldean el modo de autocomprenderse de una sociedad. En el establecimiento de un marco legal se está dando un contenido a qué es el hombre, cómo debe ser y hasta dónde llega su libertad. Por eso, ni esta ley ni ninguna otra son baladí. No se trata solo leer el nombre de la ley y pensar “Qué bien que hayan leyes sobre la juventud, juventud divino tesoro, juventud futuro del país” y otra serie de sentimentalismos sin fundamento. El hecho de que sea una ley sobre la juventud no implica que la idea de juventud que propone sea la que queremos para el país, que sea la que yo, como joven, quiero para mi y para mis contemporáneos, no implica que la ley refleje la idea de sociedad que queremos tener en Guatemala.

Por eso, y sin entrar en el debate sobre si el contenido de la ley es bueno o malo, es significativa la polémica y la disparidad de reacciones que ha tenido la ley. No existe consenso, no nos aclaramos en nada, porque no nos aclaramos en el tipo de hombre que queremos formar. Es un tema que nos toca profundamente y por eso mismo ha levantado tantas chispas, pero sería una irresponsabilidad por parte del congreso aprobar la ley cuando existe tanta disparidad de opiniones sobre la misma, cuando la sociedad está tan claramente polarizada. Está claro que es un asunto importante, pero también está claro que la iniciativa de ley actual, tal y como está formulada, no representa el sentir del total de la población y que el debate debe mantenerse abierto.

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Aprobar la ley sería cerrar el debate. Como decíamos antes, las leyes no son neutras y no se puede pretender mantener un debate abierto sobre algo de lo que está ya legislado. Legislar supone decantarse, iniciar un camino, y la pregunta es si estamos listos para dar el primer paso en la dirección de esta ley, si estamos seguros de que es por ahí por donde queremos ir. Claramente, como lo muestra el vivo debate en la opinión pública, no estamos listos. Si se cierra ese debate, se estará privando a gran parte de la población de expresar y argumentar su sentir, se estará privando a la población de leyes debidamente deliberadas, se les estará privando de verdadera representación.