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Objetivismo: la virtud del orgullo, primera parte

Redacción
16 de febrero, 2016

El orgullo es afanarse por la perfección moral, es comprometerse a buscar ser moralmente perfecto. Como la esencia de la moralidad es la racionalidad, la perfección moral consiste en una inviolable racionalidad. Rand se refiere al orgullo como “ambición moral”. Rand entiende “ambición” como la persecución sistemática de la propia realización y del mejoramiento constante con respecta a la meta personal. El orgullo es el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer, por sentirse digno de vivir y tenerse uno gran estima, de no permitirse ser menos que excelente, exigirse ser lleno de virtudes, perfeccionarse y no cometer actos vergonzosos; nunca aceptar una culpa inmerecida y si se merece alguna, nunca dejar sin corregir los agravios y errores cometidos, de desear ser lo que uno mismo aprueba en otros hombres, y sobre todo de no permitir ser tratado como menos que persona, no aceptar el papel de animal de sacrificio, ni el de esclavo u objeto.

Al identificar al orgullo con ambición moral, Rand reconoce que la supervivencia demanda un compromiso ambicioso de guiarse por principios morales. La persona orgullosa se establece estándares altos y conscientemente trata de alcanzarlos. Se dedica, no sólo a hacer lo mejor que puede, sino que a hacer que su mejor sea aún mejor. El enfoque principal del orgullo es uno mismo. El enfoque, a diferencia de las otras virtudes, es hacia el interior, en lugar de hacia el exterior. Es una virtud introvertida y no extrovertida. Aún la integridad, que es fidelidad a los principios racionales, se enfoca primariamente en que las acciones externas de la persona sean consistentes con sus convicciones. El orgullo en cambio, se interesa por el ego. Orgullo “significa que uno debe ganarse el derecho de tenerse como su valor máximo”. [Rand, The Objectivist Ethics, p. 29]

El hombre orgulloso lucha para conseguir dentro de sí el mejor carácter posible. Esta virtud reconoce el valor crucial del propio carácter y en consecuencia, en trabajar para hacerlo inmaculado.

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El ejercicio de la virtud del orgullo se hace sin ser presumido, arrogante, fanfarrón, jactancioso o testarudo, y sin pretender impresionar a otros, o convertir la vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la superioridad de uno sobre los demás. Ninguna de estas actitudes pertenece al hábito de tomar en serio los propios principios morales, que es lo que prescribe el orgullo, de acuerdo a Rand. De hecho, tales actitudes reflejan, usualmente, deficiencias psicológicas, como la falta de independencia:

“Como regla, el hombre de logros no alardea de sus logros, él no se evalúa en relación a otros –por un estándar comparativo. Su actitud no es ‘soy mejor que tú’ sino ‘soy bueno’…El alarde ofensivo o el apaciguamiento por auto degradación es una alternativa falsa.” [Rand, “The Age of Envy”, p. 137]

Rand argumenta que el orgullo es necesario para la autoestima y que la autoestima es necesaria para la vida humana. Una persona, si ha de sobrevivir, debe formarse a sí misma al igual que a su medio ambiente, en valores.

La autoestima es una apreciación moral fundamental positiva de uno mismo, del proceso por el cual uno vive, y de la persona que uno crea. Es la convicción de que uno es capaz de vivir y de que uno merece vivir. La autoestima es la evaluación positiva de la propia competencia y valor. Aunque la sensación positiva de competencia se deriva de esa evaluación, la autoestima es esencialmente cognitiva. La autoestima se basa en la capacidad de uno de razonar bien.

Como la realidad confronta al humano con opciones constantemente, y como éste debe elegir sus metas y medios, y como debe elegir qué acciones tomar, su vida y su felicidad dependen de que las conclusiones y elecciones que haga sean las correctas. Pero la persona no puede exceder las posibilidades que su naturaleza le impone, no puede esperar ser omnisciente ni infalible. Lo que necesita es que aquello que está dentro de sus posibilidades: la convicción de que su método para elegir y para tomar decisiones, sea correcto, correcto en principio, es decir, apropiado a los requerimientos de sobrevivencia que la realidad exige. Como organismo vivo, es su responsabilidad fundamental hacerse competente para vivir, ejercitando apropiadamente su facultad racional.

Psicológicamente, el hecho más significativo del humano, es cómo decida tratar con este asunto, pues esto es el meollo de su existencia como entidad biológica. En tanto se comprometa a conocer –ya que el fin primordial que regula la función de su consciencia es darse cuenta de lo que existe –la operación mental activada por su elección apunta en la dirección de la eficacia cognitiva. Pensar o no pensar, enfocar la mente o no enfocarla, tratar de entender o no tratar, es el acto de elección básico del humano, el acto que está directamente dentro de su poder volitivo. Esta elección involucra tres alternativas psico-epistemológicas fundamentales de su patrón básico de funcionamiento cognitivo. Reflejan el estado que ocupa la razón, el entendimiento y la realidad en la mente humana. Primero, una persona puede activar y sostener un enfoque mental agudo e intenso, tratando de llevar su entendimiento a un nivel óptimo de precisión y claridad; o puede mantener su enfoque al nivel de aproximaciones borrosas, llevando su entendimiento a un estado pasivo de divagación indiscriminada y sin rumbo. Segundo, puede diferenciar entre conocimiento y emociones, dirigiendo así su juicio por su intelecto y no por sus emociones; o puede suspender su intelecto bajo la presión de emociones fuertes, deseos o miedos, y entregarse a la dirección de impulsos cuya validez no quiere tan siquiera considerar. Tercero, puede hacer un análisis independiente, sopesando la verdad o falsedad de cada aserción, o lo correcto o incorrecto de cada asunto; o puede aceptar, pasivamente sin crítica, las opiniones y aserciones de los otros, sustituyendo el juicio de ellos por el propio. En tanto elija habitualmente lo correcto en estos asuntos, la persona experimenta una sensación de control sobre su existencia –el control de una mente en relación apropiada con la realidad. La auto confianza, la confianza en sí mismo, es la confianza en la propia mente –en que es un instrumento cognitivo fiable. Tal confianza no es la convicción de que uno es inerrable. Es la convicción de que uno es competente para pensar, para juzgar, para conocer, para saber, y para corregir los errores que uno cometa. Es la convicción de que uno es competente en principio. Es la convicción de estar comprometido, sin reservas, por el poder de la propia voluntad, a mantener un contacto inquebrantable con la realidad. Es la confianza de saber que uno no pone ningún valor o consideración por encima de la realidad, ninguna devoción o interés por encima del respeto por los hechos.

Esta auto confianza básica, no es un juicio sobre el conocimiento de uno, o sobre alguna habilidad en particular; es un juicio sobre aquello que adquiere conocimiento y habilidades. Es confianza en uno mismo. El carácter del humano es la suma de los principios y valores que guían sus accione ante las alternativas éticas. Al ser consciente de poder elegir sus cursos de acción, adquiere el sentido de ser una persona, y experimenta la necesidad de sentirse bueno como persona, bueno en su manera característica de actuar. El humano no es consciente de esta cuestión en relación a la alternativa de la vida o la muerte, sino que es consciente sólo en relación a la alternativa de alegría o sufrimiento. Ser bueno o estar en lo correcto como persona es ser apto para ser feliz; ser malo o estar equivocado es ser amenazado por el dolor. El humano es un organismo que enfrenta ineludiblemente preguntas como: ¿Qué clase de entidad debiera buscar ser? ¿Por cuáles principios morales debería guiar mi vida?

Continuará.

Objetivismo: la virtud del orgullo, primera parte

Redacción
16 de febrero, 2016

El orgullo es afanarse por la perfección moral, es comprometerse a buscar ser moralmente perfecto. Como la esencia de la moralidad es la racionalidad, la perfección moral consiste en una inviolable racionalidad. Rand se refiere al orgullo como “ambición moral”. Rand entiende “ambición” como la persecución sistemática de la propia realización y del mejoramiento constante con respecta a la meta personal. El orgullo es el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer, por sentirse digno de vivir y tenerse uno gran estima, de no permitirse ser menos que excelente, exigirse ser lleno de virtudes, perfeccionarse y no cometer actos vergonzosos; nunca aceptar una culpa inmerecida y si se merece alguna, nunca dejar sin corregir los agravios y errores cometidos, de desear ser lo que uno mismo aprueba en otros hombres, y sobre todo de no permitir ser tratado como menos que persona, no aceptar el papel de animal de sacrificio, ni el de esclavo u objeto.

Al identificar al orgullo con ambición moral, Rand reconoce que la supervivencia demanda un compromiso ambicioso de guiarse por principios morales. La persona orgullosa se establece estándares altos y conscientemente trata de alcanzarlos. Se dedica, no sólo a hacer lo mejor que puede, sino que a hacer que su mejor sea aún mejor. El enfoque principal del orgullo es uno mismo. El enfoque, a diferencia de las otras virtudes, es hacia el interior, en lugar de hacia el exterior. Es una virtud introvertida y no extrovertida. Aún la integridad, que es fidelidad a los principios racionales, se enfoca primariamente en que las acciones externas de la persona sean consistentes con sus convicciones. El orgullo en cambio, se interesa por el ego. Orgullo “significa que uno debe ganarse el derecho de tenerse como su valor máximo”. [Rand, The Objectivist Ethics, p. 29]

El hombre orgulloso lucha para conseguir dentro de sí el mejor carácter posible. Esta virtud reconoce el valor crucial del propio carácter y en consecuencia, en trabajar para hacerlo inmaculado.

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El ejercicio de la virtud del orgullo se hace sin ser presumido, arrogante, fanfarrón, jactancioso o testarudo, y sin pretender impresionar a otros, o convertir la vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la superioridad de uno sobre los demás. Ninguna de estas actitudes pertenece al hábito de tomar en serio los propios principios morales, que es lo que prescribe el orgullo, de acuerdo a Rand. De hecho, tales actitudes reflejan, usualmente, deficiencias psicológicas, como la falta de independencia:

“Como regla, el hombre de logros no alardea de sus logros, él no se evalúa en relación a otros –por un estándar comparativo. Su actitud no es ‘soy mejor que tú’ sino ‘soy bueno’…El alarde ofensivo o el apaciguamiento por auto degradación es una alternativa falsa.” [Rand, “The Age of Envy”, p. 137]

Rand argumenta que el orgullo es necesario para la autoestima y que la autoestima es necesaria para la vida humana. Una persona, si ha de sobrevivir, debe formarse a sí misma al igual que a su medio ambiente, en valores.

La autoestima es una apreciación moral fundamental positiva de uno mismo, del proceso por el cual uno vive, y de la persona que uno crea. Es la convicción de que uno es capaz de vivir y de que uno merece vivir. La autoestima es la evaluación positiva de la propia competencia y valor. Aunque la sensación positiva de competencia se deriva de esa evaluación, la autoestima es esencialmente cognitiva. La autoestima se basa en la capacidad de uno de razonar bien.

Como la realidad confronta al humano con opciones constantemente, y como éste debe elegir sus metas y medios, y como debe elegir qué acciones tomar, su vida y su felicidad dependen de que las conclusiones y elecciones que haga sean las correctas. Pero la persona no puede exceder las posibilidades que su naturaleza le impone, no puede esperar ser omnisciente ni infalible. Lo que necesita es que aquello que está dentro de sus posibilidades: la convicción de que su método para elegir y para tomar decisiones, sea correcto, correcto en principio, es decir, apropiado a los requerimientos de sobrevivencia que la realidad exige. Como organismo vivo, es su responsabilidad fundamental hacerse competente para vivir, ejercitando apropiadamente su facultad racional.

Psicológicamente, el hecho más significativo del humano, es cómo decida tratar con este asunto, pues esto es el meollo de su existencia como entidad biológica. En tanto se comprometa a conocer –ya que el fin primordial que regula la función de su consciencia es darse cuenta de lo que existe –la operación mental activada por su elección apunta en la dirección de la eficacia cognitiva. Pensar o no pensar, enfocar la mente o no enfocarla, tratar de entender o no tratar, es el acto de elección básico del humano, el acto que está directamente dentro de su poder volitivo. Esta elección involucra tres alternativas psico-epistemológicas fundamentales de su patrón básico de funcionamiento cognitivo. Reflejan el estado que ocupa la razón, el entendimiento y la realidad en la mente humana. Primero, una persona puede activar y sostener un enfoque mental agudo e intenso, tratando de llevar su entendimiento a un nivel óptimo de precisión y claridad; o puede mantener su enfoque al nivel de aproximaciones borrosas, llevando su entendimiento a un estado pasivo de divagación indiscriminada y sin rumbo. Segundo, puede diferenciar entre conocimiento y emociones, dirigiendo así su juicio por su intelecto y no por sus emociones; o puede suspender su intelecto bajo la presión de emociones fuertes, deseos o miedos, y entregarse a la dirección de impulsos cuya validez no quiere tan siquiera considerar. Tercero, puede hacer un análisis independiente, sopesando la verdad o falsedad de cada aserción, o lo correcto o incorrecto de cada asunto; o puede aceptar, pasivamente sin crítica, las opiniones y aserciones de los otros, sustituyendo el juicio de ellos por el propio. En tanto elija habitualmente lo correcto en estos asuntos, la persona experimenta una sensación de control sobre su existencia –el control de una mente en relación apropiada con la realidad. La auto confianza, la confianza en sí mismo, es la confianza en la propia mente –en que es un instrumento cognitivo fiable. Tal confianza no es la convicción de que uno es inerrable. Es la convicción de que uno es competente para pensar, para juzgar, para conocer, para saber, y para corregir los errores que uno cometa. Es la convicción de que uno es competente en principio. Es la convicción de estar comprometido, sin reservas, por el poder de la propia voluntad, a mantener un contacto inquebrantable con la realidad. Es la confianza de saber que uno no pone ningún valor o consideración por encima de la realidad, ninguna devoción o interés por encima del respeto por los hechos.

Esta auto confianza básica, no es un juicio sobre el conocimiento de uno, o sobre alguna habilidad en particular; es un juicio sobre aquello que adquiere conocimiento y habilidades. Es confianza en uno mismo. El carácter del humano es la suma de los principios y valores que guían sus accione ante las alternativas éticas. Al ser consciente de poder elegir sus cursos de acción, adquiere el sentido de ser una persona, y experimenta la necesidad de sentirse bueno como persona, bueno en su manera característica de actuar. El humano no es consciente de esta cuestión en relación a la alternativa de la vida o la muerte, sino que es consciente sólo en relación a la alternativa de alegría o sufrimiento. Ser bueno o estar en lo correcto como persona es ser apto para ser feliz; ser malo o estar equivocado es ser amenazado por el dolor. El humano es un organismo que enfrenta ineludiblemente preguntas como: ¿Qué clase de entidad debiera buscar ser? ¿Por cuáles principios morales debería guiar mi vida?

Continuará.