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La sacra libertad de expresión

Betty Marroquin
28 de febrero, 2016

Gracias a la biografía que escribiera Evelyn Beatrice Hall, mejor conocida como Stephen G. Tallentyre, sobre François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, se hizo famosa esta frase: “Puedo no estar de acuerdo con lo que tenga que decir, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. Si bien acuñada por ella, fue atribuida a Voltaire por su fama como pensador, abogado e intelectual durante su paso por la Francia de la Ilustración. Ella, escondida detrás del nombre de un hombre, escribió una obra magistral sobre la vida del francés. Hall, interpretando a Voltaire, acuñó la frase como si Voltaire respondiera con ella a su rival, el también filósofo Claude Adrien Helvétius.

Lo cierto del tema es que esa frase es un ejemplo perfecto de la mentalidad libertaria que tanto viene criticada e incomprendida en las redes sociales. Los detractores de la filosofía libertaria la atacan por no comprender que el principal elemento que defiende es la libertad misma a pensar diferente. Critican la filosofía de pensamiento que justamente les permite expresar su desacuerdo con la misma, e irónicamente, muchos defienden justo las otras corrientes de pensamiento que coartan la libertad misma a expresarse libremente.

Estamos en el silgo XXI, y muchas veces, pareciera que seguimos como en siglos pasados. Hoy día, aún tenemos maridos que abusan de sus mujeres en todas las formas imaginables, y mujeres con tal crisis de auto estima que lo permiten. Tenemos Ejecutivos que ven a sus colegas mujeres como profesionales de segunda, como si lo único que fueran capaces de hacer bien es servirles el café. Y no se equivoque, estos casos suceden hasta en los países más modernos, y a la vez, en esas mismas sociedades, existen excepciones de mujeres que han podido desarrollar sus mentes y no ser limitadas a los difíciles roles de esposas y madres. Nótese que digo difíciles porque creo que son los más difíciles que uno puede tener en la vida, pero no debieran ser los únicos a los que una mujer deba circunscribirse. Simplemente pienso que las hijas debieran tener el mismo acceso, estímulo y apoyo para alimentar sus cerebros que los hombres, si es eso lo que las motiva.

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Luego de esa desviación, vuelvo a mi punto inicial: el derecho a expresarse libremente. Cuando los seres humanos aprenden a disentir elegantemente, demuestran su capacidad de intercambiar ideas y mantenerse en desacuerdo, sin faltarse el respeto. Guatemala, que sigue enfrascada en esa batalla obtusa entre la derecha y la izquierda, entre los empresarios y los sindicatos, entre los pro militar y los pro guerrillero, parecemos olvidar que el punto no es quien gana, quien tiene la razón. El punto es que nadie tiene la verdad absoluta, nadie posee el monopolio de la razón, pero la lógica indica que es más factible expresarse en una sociedad libre que en una donde la libertad viene restringida.

La elección es nuestra. Somos nosotros, los ciudadanos, quienes tenemos la prerrogativa de decidir en qué tipo de sociedad deseamos vivir, de exigir que no se nos coarte esa libertad, de defenderla y cuidarla. Somos nosotros quienes decidiremos si deseamos vivir respetando mutuamente nuestras diferencias, negociando para encontrar los puntos medios, y con ello, construir en lugar de destruir, ser productivos, y sobre todo, positivos. ¿Se imaginan lo que podríamos lograr los chapines si trabajamos unidos, en lugar de estar peleando sobre qué sistema o ideología es mejor?

La sacra libertad de expresión

Betty Marroquin
28 de febrero, 2016

Gracias a la biografía que escribiera Evelyn Beatrice Hall, mejor conocida como Stephen G. Tallentyre, sobre François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, se hizo famosa esta frase: “Puedo no estar de acuerdo con lo que tenga que decir, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. Si bien acuñada por ella, fue atribuida a Voltaire por su fama como pensador, abogado e intelectual durante su paso por la Francia de la Ilustración. Ella, escondida detrás del nombre de un hombre, escribió una obra magistral sobre la vida del francés. Hall, interpretando a Voltaire, acuñó la frase como si Voltaire respondiera con ella a su rival, el también filósofo Claude Adrien Helvétius.

Lo cierto del tema es que esa frase es un ejemplo perfecto de la mentalidad libertaria que tanto viene criticada e incomprendida en las redes sociales. Los detractores de la filosofía libertaria la atacan por no comprender que el principal elemento que defiende es la libertad misma a pensar diferente. Critican la filosofía de pensamiento que justamente les permite expresar su desacuerdo con la misma, e irónicamente, muchos defienden justo las otras corrientes de pensamiento que coartan la libertad misma a expresarse libremente.

Estamos en el silgo XXI, y muchas veces, pareciera que seguimos como en siglos pasados. Hoy día, aún tenemos maridos que abusan de sus mujeres en todas las formas imaginables, y mujeres con tal crisis de auto estima que lo permiten. Tenemos Ejecutivos que ven a sus colegas mujeres como profesionales de segunda, como si lo único que fueran capaces de hacer bien es servirles el café. Y no se equivoque, estos casos suceden hasta en los países más modernos, y a la vez, en esas mismas sociedades, existen excepciones de mujeres que han podido desarrollar sus mentes y no ser limitadas a los difíciles roles de esposas y madres. Nótese que digo difíciles porque creo que son los más difíciles que uno puede tener en la vida, pero no debieran ser los únicos a los que una mujer deba circunscribirse. Simplemente pienso que las hijas debieran tener el mismo acceso, estímulo y apoyo para alimentar sus cerebros que los hombres, si es eso lo que las motiva.

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Luego de esa desviación, vuelvo a mi punto inicial: el derecho a expresarse libremente. Cuando los seres humanos aprenden a disentir elegantemente, demuestran su capacidad de intercambiar ideas y mantenerse en desacuerdo, sin faltarse el respeto. Guatemala, que sigue enfrascada en esa batalla obtusa entre la derecha y la izquierda, entre los empresarios y los sindicatos, entre los pro militar y los pro guerrillero, parecemos olvidar que el punto no es quien gana, quien tiene la razón. El punto es que nadie tiene la verdad absoluta, nadie posee el monopolio de la razón, pero la lógica indica que es más factible expresarse en una sociedad libre que en una donde la libertad viene restringida.

La elección es nuestra. Somos nosotros, los ciudadanos, quienes tenemos la prerrogativa de decidir en qué tipo de sociedad deseamos vivir, de exigir que no se nos coarte esa libertad, de defenderla y cuidarla. Somos nosotros quienes decidiremos si deseamos vivir respetando mutuamente nuestras diferencias, negociando para encontrar los puntos medios, y con ello, construir en lugar de destruir, ser productivos, y sobre todo, positivos. ¿Se imaginan lo que podríamos lograr los chapines si trabajamos unidos, en lugar de estar peleando sobre qué sistema o ideología es mejor?