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El populismo es como la humedad

Redacción
15 de marzo, 2016

Le escuché decir a un buen amigo, en tono de broma, que algunas personas son como la humedad: una vez las dejas entrar en tu vida, es muy difícil sacarlas. Tomando distancia de lo ruda que puede sonar esta aseveración, me parece que se puede aplicar una analogía similar al mundo de la política, afirmando, por ejemplo, que el populismo es como la humedad; que una vez entra en un país o en una sociedad, salir de ella es muy complicado.

Una situación muy particular vive nuestra hermana nación, Venezuela, uno de los países más ricos del continente, con una de las tasas de educación más altas, con una tradición democrática de larga data y una historia cultural, política y social muy relevante en el ámbito hispanoamericano. Hoy, está inmerso en uno de los dramas más terribles que nación sudamericana alguna haya vivido en los últimos cien años. La llegada por la vía electoral de un militar guasón y de antecedentes golpistas ya anticipaba lo que sucedería en corto tiempo. Parte de la receta del modelo que puso en práctica han sido el cambio constitucional, expropiaciones, asaltos a las principales instituciones de control político, descalificación y cárcel para los políticos disidentes, una política exterior agresiva y expansionista, una actitud de vecino charlatán y buscón y una militarización de la vida nacional.

No obstante, una de las características más notorias del régimen fue el uso de las prácticas populistas para generarse una base suficiente de apoyo político, para continuar así, ganando las elecciones hasta donde esto sea posible. Programas diseñados para movilizar a una sociedad a base de dádivas, de eslóganes y de medidas sociales de muy corto plazo, son el centro de gravedad de ese populismo. Algunos intelectuales que apoyan al régimen se preguntan: ¿Qué hay de malo en un gobierno que parte y reparte a aquellos que jamás han recibido nada? ¿Por qué se oponen a un modelo que por primera vez busca generar inclusión? ¿No será que la oposición se debe al hecho de que en esta ocasión los sectores más favorecidos no están siendo tomados en cuenta? La respuesta a estas tres preguntas las ofrece hoy Venezuela. Siendo un país rico, tiene escasez hasta de papel higiénico; siendo un país productor de petróleo tiene una de las empresas de extracción y refinamiento más ineficientes del planeta; siendo una sociedad que los chavistas señalan como ahora inclusiva tiene uno de los indicadores más altos de violencia patrimonial. Eso es el populismo: comida para hoy, hambre para mañana.

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Sin embargo, hay quienes se consuelan pensando que la vía electoral les terminará expulsando. Es que allí está el problema. El populismo no gana o pierde elecciones hoy; siembra hoy para cosechar pasado mañana. En ello, en su capacidad de filtración, radica su similitud con la humedad. Porque al populismo le interesa repartir en el presente a nombre de ella, sin importar si no hay cómo pagar la factura al día siguiente. Ya para ello habrá tiempo de culpar a alguien (como es el caso de Venezuela, donde todas las taras del sistema se las atribuyen todas a una supuesta “guerra económica”, que dicen que la libran los agentes del imperialismo). Lo que interesa al populismo es generar clientela, adhesiones fanáticas, membresías de “reciba hoy y páguenos mañana”, con la cual trabajar en el largo plazo. La memoria de lo recibido, por poco que esto sea, será suficiente como para generar una especie de “iglesia política” con sus convertidos, su propio martirologio, sus ritos-liturgia y sus promesas futuras de redención. Un ejemplo de esto nos lo proporciona la muerte de Hugo Chávez. No vivió lo suficiente como para ver el lío que él mismo creó y, sin embargo, su fallecimiento le ha mandado de inmediato al santoral político de las izquierdas más profundas.

La reflexión hecha en estas líneas busca recordar que los populismos una vez llegan, penetran. Salen electoralmente, pero permanecen latentes en la psiquis de los pueblos; y buscan una nueva ocasión (en condiciones favorables como se diría en microbiología) para florecer de nuevo. El secreto y antídoto en nuestras sociedades radica en cerrarles el paso de entrada a través de una combinación de acciones que conlleven una vigilancia social adecuada pero también la identificación de cuáles son los grandes fallos de nuestra democracia que, de alguna manera, permiten que cada vez más ciudadanos presten oídos a estas insensateces. Construyendo sociedades económicamente sanas, con una movilidad laboral ascendente y generación de oportunidades, es como podemos conjurar el riesgo de contraer populismos y evitar así que padezcamos de enfermedades políticas de carácter crónico. Esa receta es nuestro mejor deshumidificador.

El populismo es como la humedad

Redacción
15 de marzo, 2016

Le escuché decir a un buen amigo, en tono de broma, que algunas personas son como la humedad: una vez las dejas entrar en tu vida, es muy difícil sacarlas. Tomando distancia de lo ruda que puede sonar esta aseveración, me parece que se puede aplicar una analogía similar al mundo de la política, afirmando, por ejemplo, que el populismo es como la humedad; que una vez entra en un país o en una sociedad, salir de ella es muy complicado.

Una situación muy particular vive nuestra hermana nación, Venezuela, uno de los países más ricos del continente, con una de las tasas de educación más altas, con una tradición democrática de larga data y una historia cultural, política y social muy relevante en el ámbito hispanoamericano. Hoy, está inmerso en uno de los dramas más terribles que nación sudamericana alguna haya vivido en los últimos cien años. La llegada por la vía electoral de un militar guasón y de antecedentes golpistas ya anticipaba lo que sucedería en corto tiempo. Parte de la receta del modelo que puso en práctica han sido el cambio constitucional, expropiaciones, asaltos a las principales instituciones de control político, descalificación y cárcel para los políticos disidentes, una política exterior agresiva y expansionista, una actitud de vecino charlatán y buscón y una militarización de la vida nacional.

No obstante, una de las características más notorias del régimen fue el uso de las prácticas populistas para generarse una base suficiente de apoyo político, para continuar así, ganando las elecciones hasta donde esto sea posible. Programas diseñados para movilizar a una sociedad a base de dádivas, de eslóganes y de medidas sociales de muy corto plazo, son el centro de gravedad de ese populismo. Algunos intelectuales que apoyan al régimen se preguntan: ¿Qué hay de malo en un gobierno que parte y reparte a aquellos que jamás han recibido nada? ¿Por qué se oponen a un modelo que por primera vez busca generar inclusión? ¿No será que la oposición se debe al hecho de que en esta ocasión los sectores más favorecidos no están siendo tomados en cuenta? La respuesta a estas tres preguntas las ofrece hoy Venezuela. Siendo un país rico, tiene escasez hasta de papel higiénico; siendo un país productor de petróleo tiene una de las empresas de extracción y refinamiento más ineficientes del planeta; siendo una sociedad que los chavistas señalan como ahora inclusiva tiene uno de los indicadores más altos de violencia patrimonial. Eso es el populismo: comida para hoy, hambre para mañana.

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Sin embargo, hay quienes se consuelan pensando que la vía electoral les terminará expulsando. Es que allí está el problema. El populismo no gana o pierde elecciones hoy; siembra hoy para cosechar pasado mañana. En ello, en su capacidad de filtración, radica su similitud con la humedad. Porque al populismo le interesa repartir en el presente a nombre de ella, sin importar si no hay cómo pagar la factura al día siguiente. Ya para ello habrá tiempo de culpar a alguien (como es el caso de Venezuela, donde todas las taras del sistema se las atribuyen todas a una supuesta “guerra económica”, que dicen que la libran los agentes del imperialismo). Lo que interesa al populismo es generar clientela, adhesiones fanáticas, membresías de “reciba hoy y páguenos mañana”, con la cual trabajar en el largo plazo. La memoria de lo recibido, por poco que esto sea, será suficiente como para generar una especie de “iglesia política” con sus convertidos, su propio martirologio, sus ritos-liturgia y sus promesas futuras de redención. Un ejemplo de esto nos lo proporciona la muerte de Hugo Chávez. No vivió lo suficiente como para ver el lío que él mismo creó y, sin embargo, su fallecimiento le ha mandado de inmediato al santoral político de las izquierdas más profundas.

La reflexión hecha en estas líneas busca recordar que los populismos una vez llegan, penetran. Salen electoralmente, pero permanecen latentes en la psiquis de los pueblos; y buscan una nueva ocasión (en condiciones favorables como se diría en microbiología) para florecer de nuevo. El secreto y antídoto en nuestras sociedades radica en cerrarles el paso de entrada a través de una combinación de acciones que conlleven una vigilancia social adecuada pero también la identificación de cuáles son los grandes fallos de nuestra democracia que, de alguna manera, permiten que cada vez más ciudadanos presten oídos a estas insensateces. Construyendo sociedades económicamente sanas, con una movilidad laboral ascendente y generación de oportunidades, es como podemos conjurar el riesgo de contraer populismos y evitar así que padezcamos de enfermedades políticas de carácter crónico. Esa receta es nuestro mejor deshumidificador.