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Lección de Chiquimulilla, Santa Rosa

Redacción
16 de marzo, 2016

Existen momentos en la vida cuando es imposible encontrar palabras que puedan expresar lo hondo de una emoción, lo inconcebible de una acción.

Hay recintos sagrados en la vida de cada persona, y también para los grupos de personas. El hogar es por excelencia el primer sitio de certeza y seguridad interna y externa, la ubicación que conforta y reconforta, permite momentos de conversación interna para la serenidad y el encuentro de respuestas, o para plantearse más inquietudes. Otro recinto protegido para poder expresar las inquietudes y buscar las respuestas es la escuela; idealmente una continuidad del hogar, cuna de la curiosidad. Allí, en la escuela, las soluciones se buscan con la guía del mentor, el maestro, quien comparte con vocación su conocimiento, para que entonces, en convivencia con los compañeros, se busquen otros aprendizajes para su integración individual y del grupo. En la escuela los errores son herramientas de construcción del aprendizaje, y es el espacio sagrado de compartir el crecimiento, intelectual y del alma; es la lógica extensión del hogar. El maestro comprende la búsqueda, fomenta la respuesta en un proceso prueba, y de aceptación del error si lo hubiese, y el apoyo las nuevas experiencias.

Se comparte la vida entre los dos entornos de seguridad, el hogar y la escuela; entornos que proveen la “cueva” de la protección que permite y provoca el crecimiento, en todo sentido, con la aceptación de la familia, y del maestro.

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El día martes 15 de marzo, se vivió una intrusión violenta a un ambiente de seguridad; una violación inconcebible. Los catorce jóvenes estudiantes de la Escuela Oficial Rural Mixta de la Aldea Las Marías, presenciaron la muerte de su mentor, presenciaron la muerte de su maestro, su guía, y además de sufrir el terror de observar el hecho, perdieron una parte intrínseca de su desarrollo, arrancándoles un fragmento de su alma, la confianza en su ambiente de seguridad.

Observaron que la vida ya no era sagrada. El docente asesinado compartía conocimientos en segundo grado, cuarto grado y sexto grado de primaria. Su vida le fue arrebatada, y la de sus alumnos fue afectada de manera permanente e indescriptible

La visión del mundo de los estudiantes de la Escuela Oficial Rural Mixta de la Aldea Las Marías, Chiquimulilla Santa Rosa ha cambiado irremediablemente. Aún con el ofrecido apoyo psicológico, habrá una marca imborrable en ellos. Y ese hecho es inaceptable.

El asesino, además de acabar con la vida del docente, acaba con la inocencia de los espectadores. Mata a la esperanza, la alegría, hasta la curiosidad por aprender. No hay sitio seguro; la escuela, recinto de aprendizaje, ya no protege, es un sitio de amenaza. Y este sujeto aislado quien mató a una persona de carne y hueso, además fulminó la luz diáfana de la inocencia a su alrededor. Deja pensativa a la población. ¿Qué causa tan flagrante desdén por la vida, tanta la física como la espiritual?

El horror generalizado, pasa. El dolor desvanece, el sistema de auto preservación inicia, y el olvido domina. Pero hay que evitar que semejante horror vuelva a suceder; hay que parar la violencia, que por ser testigos a ella, pueda provocar la continuación del ciclo.

La única instancia que pueda prevenir el flagelo de violencia insensata es una educación cimentada en valores. Una educación desde el hogar; instar por el establecer una solida estructura familiar para que el incipiente asesino no se hunda en maldad. Y se fuera necesario, apoyo profesional.

Sin duda la situación es compleja; sistemas de seguridad deben estar en situ. ¿Pero no es mejor prevenir que lamentar? La educación es una inversión a largo plazo; sus resultados positivos son evidentes. Su carencia de igual manera.

Los alumnos de la escuela de Chiquimulilla, Santa Rosa han aprendido una dura lección que jamás olvidarán. Se lamenta la pérdida de su inocencia.

Lección de Chiquimulilla, Santa Rosa

Redacción
16 de marzo, 2016

Existen momentos en la vida cuando es imposible encontrar palabras que puedan expresar lo hondo de una emoción, lo inconcebible de una acción.

Hay recintos sagrados en la vida de cada persona, y también para los grupos de personas. El hogar es por excelencia el primer sitio de certeza y seguridad interna y externa, la ubicación que conforta y reconforta, permite momentos de conversación interna para la serenidad y el encuentro de respuestas, o para plantearse más inquietudes. Otro recinto protegido para poder expresar las inquietudes y buscar las respuestas es la escuela; idealmente una continuidad del hogar, cuna de la curiosidad. Allí, en la escuela, las soluciones se buscan con la guía del mentor, el maestro, quien comparte con vocación su conocimiento, para que entonces, en convivencia con los compañeros, se busquen otros aprendizajes para su integración individual y del grupo. En la escuela los errores son herramientas de construcción del aprendizaje, y es el espacio sagrado de compartir el crecimiento, intelectual y del alma; es la lógica extensión del hogar. El maestro comprende la búsqueda, fomenta la respuesta en un proceso prueba, y de aceptación del error si lo hubiese, y el apoyo las nuevas experiencias.

Se comparte la vida entre los dos entornos de seguridad, el hogar y la escuela; entornos que proveen la “cueva” de la protección que permite y provoca el crecimiento, en todo sentido, con la aceptación de la familia, y del maestro.

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El día martes 15 de marzo, se vivió una intrusión violenta a un ambiente de seguridad; una violación inconcebible. Los catorce jóvenes estudiantes de la Escuela Oficial Rural Mixta de la Aldea Las Marías, presenciaron la muerte de su mentor, presenciaron la muerte de su maestro, su guía, y además de sufrir el terror de observar el hecho, perdieron una parte intrínseca de su desarrollo, arrancándoles un fragmento de su alma, la confianza en su ambiente de seguridad.

Observaron que la vida ya no era sagrada. El docente asesinado compartía conocimientos en segundo grado, cuarto grado y sexto grado de primaria. Su vida le fue arrebatada, y la de sus alumnos fue afectada de manera permanente e indescriptible

La visión del mundo de los estudiantes de la Escuela Oficial Rural Mixta de la Aldea Las Marías, Chiquimulilla Santa Rosa ha cambiado irremediablemente. Aún con el ofrecido apoyo psicológico, habrá una marca imborrable en ellos. Y ese hecho es inaceptable.

El asesino, además de acabar con la vida del docente, acaba con la inocencia de los espectadores. Mata a la esperanza, la alegría, hasta la curiosidad por aprender. No hay sitio seguro; la escuela, recinto de aprendizaje, ya no protege, es un sitio de amenaza. Y este sujeto aislado quien mató a una persona de carne y hueso, además fulminó la luz diáfana de la inocencia a su alrededor. Deja pensativa a la población. ¿Qué causa tan flagrante desdén por la vida, tanta la física como la espiritual?

El horror generalizado, pasa. El dolor desvanece, el sistema de auto preservación inicia, y el olvido domina. Pero hay que evitar que semejante horror vuelva a suceder; hay que parar la violencia, que por ser testigos a ella, pueda provocar la continuación del ciclo.

La única instancia que pueda prevenir el flagelo de violencia insensata es una educación cimentada en valores. Una educación desde el hogar; instar por el establecer una solida estructura familiar para que el incipiente asesino no se hunda en maldad. Y se fuera necesario, apoyo profesional.

Sin duda la situación es compleja; sistemas de seguridad deben estar en situ. ¿Pero no es mejor prevenir que lamentar? La educación es una inversión a largo plazo; sus resultados positivos son evidentes. Su carencia de igual manera.

Los alumnos de la escuela de Chiquimulilla, Santa Rosa han aprendido una dura lección que jamás olvidarán. Se lamenta la pérdida de su inocencia.