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PARI SIAMO!

Redacción
01 de marzo, 2016

“Pari Siamo! Tu y yo somos los mismo…” (de la Ópera Rigoletto de Verdi) Estas palabras, pronunciadas en italiano por Rigoletto, el bufón de la Corte del Duque de Mantua, constituyen el momento más dramático de su conversación con Sparafucile, un matón de barrio que el cortesano ha contratado para ejecutar a un enemigo. Pero más interesante aún es la frase que sigue a continuación: sí, somos lo mismo; aunque tú matas con el puñal y yo mato con la lengua…

Este episodio, que es parte de los textos universales de la ópera, nos recuerda el daño que puede hacer una persona a un tercero simplemente con el poder de la desinformación o dejando caer una injuria en algo tan trivial como una mera conversación. Pero saliéndonos del campo operático y llevándolo a la vida real (como suele suceder: que la vida imita al arte), estamos viviendo tiempos en Guatemala donde el poder de destruir de una persona, está simplemente al alcance de una sola palabra. Quiero traer a colación unos pocos ejemplos que permiten ilustrar este fenómeno.

Primeramente, están aquellos espacios en los que los medios de comunicación recogen cotidianamente el Gossip político. No cabe duda que estar al tanto de aquello que no puede decirse en voz alta, es siempre muy entretenido. Pero cuando la verdad se mezcla con elementos de falsedad, o por aún, si esto último se hace por diseño, entonces sí que estamos frente a un arma letal. Aquí los disparos no son al físico de la persona sino a su ser moral. Y las heridas pueden ser tanto más dolorosas como letales. No puede ser que por mero entretenimiento, especulación o mero prejuicio se suelan dirigir dardos a la honorabilidad de una persona, sin la menor consecuencia. He visto a más de alguno sufrir los embates de un rumor infundado, que por ser estos reproducidos en medios de comunicación masiva han tenido un daño irreparable a su imagen y reputación. Las excusas ofrecidas con posterioridad suelen ser epitafios muy vergonzosos de estos episodios.

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Un segundo método a través del cual opera este verduguillo son las redes sociales. Con la capacidad de poder lanzar, sin consecuencia alguna, cualquier insulto o imputación infundada al éter, estas redes operan como una especie de ambiente en el cual jaurías relativamente anónimas se lanzan sobre su presa para morder y destruir. He comparado el uso de estas redes (cuando se dedican a este fin) con lo que sería una especie de paredes digitales de baños públicos, donde con total cobardía alguien coloca un mensaje, vaciando toda su miseria personal, para que otros muchos más lo puedan leer, y lo que es peor aún, sumarse. Debo decir que difícilmente encuentro la diferencia entre el repugnante bullying juvenil y el trolley informático, salvo que en aquél los autores son identificables y pueden ser emplazados. En este último, los infractores se esconden cobardemente detrás de una pantalla y un nombre ficticio.

Por último debo decir que entran en la categoría que hoy analizamos, aquellas “investigaciones” que mediante un supuesto ropaje periodístico, buscan destruir el honor y el crédito personal. En casos muy recientes, faltando a todo rigor periodístico, he visto como se hacen afirmaciones, que a partir de interpretar silencios, buscan descalificar al afectado poniéndole palabras que no ha dicho. Querer sostener que “tú eres todo aquello que no expresas” es abrir la puerta para que nadie más pueda sentirse seguro en el respeto a su persona. De nuevo estamos frente a un caso, con toda la malicia y torcedura de intención, en el que se puede destruir con una simple afirmación. Una palabra publicada con el doble filo de un puñal.

En el mundo de hoy, donde todo se sabe, todo se comparte y todo se comenta, corresponde asumir una nueva esfera personal de responsabilidad. Una en la que podamos medir la estatura moral de la persona por el hecho de cuánto se resiste a caer en la descalificación barata. Una en la que el uso de los medios sea motivo para magnificar la sanción social sobre los infractores. Una esfera de responsabilidad en la que comunicador y comunicado puedan decir Pari Siamo! pero no porque comparen ufanos el poder destructor de sus respectivos instrumentos, sino por el hecho de que ambos, como emisor y receptor, compartan una misma catadura moral, fruto del respeto mutuo.

PARI SIAMO!

Redacción
01 de marzo, 2016

“Pari Siamo! Tu y yo somos los mismo…” (de la Ópera Rigoletto de Verdi) Estas palabras, pronunciadas en italiano por Rigoletto, el bufón de la Corte del Duque de Mantua, constituyen el momento más dramático de su conversación con Sparafucile, un matón de barrio que el cortesano ha contratado para ejecutar a un enemigo. Pero más interesante aún es la frase que sigue a continuación: sí, somos lo mismo; aunque tú matas con el puñal y yo mato con la lengua…

Este episodio, que es parte de los textos universales de la ópera, nos recuerda el daño que puede hacer una persona a un tercero simplemente con el poder de la desinformación o dejando caer una injuria en algo tan trivial como una mera conversación. Pero saliéndonos del campo operático y llevándolo a la vida real (como suele suceder: que la vida imita al arte), estamos viviendo tiempos en Guatemala donde el poder de destruir de una persona, está simplemente al alcance de una sola palabra. Quiero traer a colación unos pocos ejemplos que permiten ilustrar este fenómeno.

Primeramente, están aquellos espacios en los que los medios de comunicación recogen cotidianamente el Gossip político. No cabe duda que estar al tanto de aquello que no puede decirse en voz alta, es siempre muy entretenido. Pero cuando la verdad se mezcla con elementos de falsedad, o por aún, si esto último se hace por diseño, entonces sí que estamos frente a un arma letal. Aquí los disparos no son al físico de la persona sino a su ser moral. Y las heridas pueden ser tanto más dolorosas como letales. No puede ser que por mero entretenimiento, especulación o mero prejuicio se suelan dirigir dardos a la honorabilidad de una persona, sin la menor consecuencia. He visto a más de alguno sufrir los embates de un rumor infundado, que por ser estos reproducidos en medios de comunicación masiva han tenido un daño irreparable a su imagen y reputación. Las excusas ofrecidas con posterioridad suelen ser epitafios muy vergonzosos de estos episodios.

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Un segundo método a través del cual opera este verduguillo son las redes sociales. Con la capacidad de poder lanzar, sin consecuencia alguna, cualquier insulto o imputación infundada al éter, estas redes operan como una especie de ambiente en el cual jaurías relativamente anónimas se lanzan sobre su presa para morder y destruir. He comparado el uso de estas redes (cuando se dedican a este fin) con lo que sería una especie de paredes digitales de baños públicos, donde con total cobardía alguien coloca un mensaje, vaciando toda su miseria personal, para que otros muchos más lo puedan leer, y lo que es peor aún, sumarse. Debo decir que difícilmente encuentro la diferencia entre el repugnante bullying juvenil y el trolley informático, salvo que en aquél los autores son identificables y pueden ser emplazados. En este último, los infractores se esconden cobardemente detrás de una pantalla y un nombre ficticio.

Por último debo decir que entran en la categoría que hoy analizamos, aquellas “investigaciones” que mediante un supuesto ropaje periodístico, buscan destruir el honor y el crédito personal. En casos muy recientes, faltando a todo rigor periodístico, he visto como se hacen afirmaciones, que a partir de interpretar silencios, buscan descalificar al afectado poniéndole palabras que no ha dicho. Querer sostener que “tú eres todo aquello que no expresas” es abrir la puerta para que nadie más pueda sentirse seguro en el respeto a su persona. De nuevo estamos frente a un caso, con toda la malicia y torcedura de intención, en el que se puede destruir con una simple afirmación. Una palabra publicada con el doble filo de un puñal.

En el mundo de hoy, donde todo se sabe, todo se comparte y todo se comenta, corresponde asumir una nueva esfera personal de responsabilidad. Una en la que podamos medir la estatura moral de la persona por el hecho de cuánto se resiste a caer en la descalificación barata. Una en la que el uso de los medios sea motivo para magnificar la sanción social sobre los infractores. Una esfera de responsabilidad en la que comunicador y comunicado puedan decir Pari Siamo! pero no porque comparen ufanos el poder destructor de sus respectivos instrumentos, sino por el hecho de que ambos, como emisor y receptor, compartan una misma catadura moral, fruto del respeto mutuo.