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Objetivismo: la virtud del egoísmo noble, 2nda parte

Redacción
22 de marzo, 2016

Vimos en el artículo anterior que la ética egoísta es lo mismo que la ética prudencial, y que la prudencia es la virtud de deliberar y juzgar correctamente sobre lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, lo que es de interés para el individuo que actúa, en lo que conduce a su buen vivir.

Lo que es de interés para uno, se debe calibrar y sopesar racionalmente, en lugar de emocionalmente. Fundamentalmente el interés propio se debe medir por el mismo estándar que el valor: la vida. Este concepto desenmaraña al egoísmo de las características desagradables con las que a menudo se le asocia. Como vimos previamente, el estándar y propósito de la moralidad es la vida a largo plazo –la condición de florecimiento. Correspondientemente, algo es valioso para una persona, o de su interés, en tanto contribuya a este fin. Esto significa que el interés es en sí un fenómeno de largo plazo, que cubre una amplia gama de cosas, y que es una brújula para la conducta. Los juicios de interés corresponden al total de la vida de uno. El interés no designa alguna cosa pequeña que se siente bien o que produce placer o que parece atractiva. Algo debe contribuir al desarrollo sostenible de la propia vida para ser del interés de uno. Lo que promueve la vida no se puede medir aislando un evento particular de su impacto total en la vida de una persona. Ignorar el impacto total o mayor en la vida de uno, es ignorar el hecho que la vida es el estándar de valor.

Afirmar que algo es del interés de una persona es un juicio sofisticado, guiado por el estándar de vida, que considera todos los fines que promueven la vida de la persona, y toda forma en que el evento en cuestión afecta esos fines. El “interés” se refiere, no a una gratificación aislada de la experiencia personal, sino que al largo plazo, a todas las ramificaciones de un evento que afectan el florecimiento. Lo que es de interés personal es lo que promueve la propia vida. No hay razones para justificar la afirmación de que cualquier cosa es de interés para una persona, sólo aquello que tiene un impacto neto en la supervivencia de ésta. Este fin central ofrece la única referencia de medida objetiva para evaluar lo que es de interés.

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Una persona tiene necesidades psíquicas al igual que necesidades materiales. Los bienes inmateriales, como una amistad inspiradora, una filosofía racional, el respeto propio, la sensación de eficacia, la inteligencia, etc., contribuyen significativamente a la bienandanza y supervivencia del individuo. Como la persona es más que mero cuerpo, su bienestar necesita de la satisfacción de necesidades que rebasan el sólo estar físicamente en forma y el poseer recursos materiales. La condición de la consciencia de una persona es un componente crucial de su bienestar completo. El bienestar psíquico es una función de todos esos aspectos de la consciencia capaces de afectar las acciones de la persona en los modos de promover su vida. Comprende los estados y actividades emocionales e intelectuales del individuo. Comprende como una persona piensa y como siente. Una persona desea fines espirituales –el deseo de sentirse eficaz, o de propósito, o de conocimiento, o de camaradería.

Éstos no son deseos frívolos por lujos inconsecuentes, como vimos cuando tocamos el tópico del florecimiento. El descuidar estos deseos trae repercusiones nefastas y destructivas, como por ejemplo, la depresión. El interés de una persona es psíquico al igual que material porque el estado de su mente importa para su supervivencia. La condición psíquica importa porque dependemos de nuestra mente para vivir. Toda acción promotora de nuestra vida va precedida de razonamiento que identifica lo que es apropiado para alcanzar dicho fin. Por tanto, una persona debe ejercitar su mente para elegir fines que le hagan florecer, y determinar los mejores medios para alcanzar dichos fines. Su supervivencia depende en buena parte, de que tan buena sea su habilidad de pensar. Depende de su habilidad de enfocar, de concentrarse, de identificar acertadamente fenómenos relevantes, y de seguir las relaciones lógicas. Como piensa un individuo es crucial para la validez de sus conclusiones y por tanto de las acciones que tome en base a esas conclusiones. Los hábitos mentales de una persona influencian directamente su florecimiento. Como la racionalidad es crítica en el mantenimiento de la vida del individuo, la condición de su capacidad para razonar es de un tremendo valor egoísta. Y por tanto, como la mente es su instrumento de supervivencia, es de su interés personal mantener ese instrumento en óptimas condiciones de trabajo. Lo mismo sucede con la autoestima, la cual he descrito antes.

Como el florecimiento se refiere a más que la supervivencia física, es fácil apreciar que el interés de una persona comprende más que lo material, más que la ropa que tiene en su closet, la comida en su mesa, el auto en su cochera, o el costo de los obsequios que da o recibe.

Algo que se aprecia poco del egoísmo es que sólo puede ser practicado por cierto tipo de persona. El egoísmo se trata, no sólo de lo que la persona hace para sí; también demanda algo de la persona. El interés propio requiere el cultivo de un carácter disciplinado y virtuoso. La concepción vulgar es que el egoísmo, más que una alternativa moral, es el rechazo total de la moral, que consiste en satisfacer todo capricho, como un consumidor insaciable e irresponsable. Nada es más alejado de la verdad. Esta concepción es totalmente errónea. Es fácil ver por qué la satisfacción de caprichos no es algo que sea del interés de la persona. El éxito en distintas actividades de largo plazo como conseguir un título profesional, formar un equipo de trabajo, administrar un negocio, etc., demanda de la persona cualidades como iniciativa, laboriosidad, previsión y perseverancia. Conseguir, exitosamente, lo que es de interés para uno demanda estas y otras virtudes.

El egoísta, como busca su provecho personal a largo plazo, debe producir valores promotores de vida. Debe por tanto cultivar las cualidades que sirven para generar esos valores de los que depende su florecimiento. Como el egoísta está comprometido con su propia vida, debe afanarse en cumplir con lo que se requiera para satisfacer todo tipo y nivel de necesidades. Una persona egoísta debe ser, tanto fuente de valores, como consumidor.

El requerimiento central de la vida es el hecho de que el egoísta debe razonar bien. Para florecer debe adoptar fines que promueven su vida, que sean factibles, y mutuamente compatibles. Debe adoptar valores y elegir respondiendo a preguntas como: ¿cómo puedo alcanzar esta meta? ¿Tengo el conocimiento y la habilidad que se necesita? ¿Buscar esto interfiere con mis otros fines? ¿Son esos otros fines más o menos importantes que el que busco? ¿Existe una ruta alternativa menos costosa para alcanzar esta meta? Además debe establecer que el supuesto valor que persigue, posee, de hecho, las propiedades supuestas para satisfacer lo que se desea satisfacer. ¿Va, realmente, ayudarme a florecer? En pocas palabras, las acciones del egoísta deben basarse en una reflexión sobre la apreciación global de sus propósitos y prioridades, y en una evaluación bien razonada de cómo afectarán las acciones particulares su jerarquía de fines. El egoísta debe ser realista en cuanto a su determinación de metas, de sus habilidades, y de las condiciones necesarias para conseguir sus fines.

Otro requerimiento del egoísmo es la disciplina. El interés propio no admite fluctuaciones erráticas en el curso de una persona, ni revocaciones debidas a miedos, caprichos, o presiones externas. El egoísta noble, aunque no es ajeno a sus emociones, no se guía por ellas. El egoísta noble tiene una apreciación madura de lo que incluye su interés personal y no se equivoca por una inclinación experimentada en una ocasión aislada en detrimento de su florecimiento total. La claridad de su fin y la dedicación a alcanzarlo fortalece su disposición a actuar en su propio interés.

El egoísmo noble es la aplicación de la virtud de la racionalidad a preocuparse del interés propio, que es lo que le es provechoso a uno a largo plazo.

 

 

Objetivismo: la virtud del egoísmo noble, 2nda parte

Redacción
22 de marzo, 2016

Vimos en el artículo anterior que la ética egoísta es lo mismo que la ética prudencial, y que la prudencia es la virtud de deliberar y juzgar correctamente sobre lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, lo que es de interés para el individuo que actúa, en lo que conduce a su buen vivir.

Lo que es de interés para uno, se debe calibrar y sopesar racionalmente, en lugar de emocionalmente. Fundamentalmente el interés propio se debe medir por el mismo estándar que el valor: la vida. Este concepto desenmaraña al egoísmo de las características desagradables con las que a menudo se le asocia. Como vimos previamente, el estándar y propósito de la moralidad es la vida a largo plazo –la condición de florecimiento. Correspondientemente, algo es valioso para una persona, o de su interés, en tanto contribuya a este fin. Esto significa que el interés es en sí un fenómeno de largo plazo, que cubre una amplia gama de cosas, y que es una brújula para la conducta. Los juicios de interés corresponden al total de la vida de uno. El interés no designa alguna cosa pequeña que se siente bien o que produce placer o que parece atractiva. Algo debe contribuir al desarrollo sostenible de la propia vida para ser del interés de uno. Lo que promueve la vida no se puede medir aislando un evento particular de su impacto total en la vida de una persona. Ignorar el impacto total o mayor en la vida de uno, es ignorar el hecho que la vida es el estándar de valor.

Afirmar que algo es del interés de una persona es un juicio sofisticado, guiado por el estándar de vida, que considera todos los fines que promueven la vida de la persona, y toda forma en que el evento en cuestión afecta esos fines. El “interés” se refiere, no a una gratificación aislada de la experiencia personal, sino que al largo plazo, a todas las ramificaciones de un evento que afectan el florecimiento. Lo que es de interés personal es lo que promueve la propia vida. No hay razones para justificar la afirmación de que cualquier cosa es de interés para una persona, sólo aquello que tiene un impacto neto en la supervivencia de ésta. Este fin central ofrece la única referencia de medida objetiva para evaluar lo que es de interés.

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Una persona tiene necesidades psíquicas al igual que necesidades materiales. Los bienes inmateriales, como una amistad inspiradora, una filosofía racional, el respeto propio, la sensación de eficacia, la inteligencia, etc., contribuyen significativamente a la bienandanza y supervivencia del individuo. Como la persona es más que mero cuerpo, su bienestar necesita de la satisfacción de necesidades que rebasan el sólo estar físicamente en forma y el poseer recursos materiales. La condición de la consciencia de una persona es un componente crucial de su bienestar completo. El bienestar psíquico es una función de todos esos aspectos de la consciencia capaces de afectar las acciones de la persona en los modos de promover su vida. Comprende los estados y actividades emocionales e intelectuales del individuo. Comprende como una persona piensa y como siente. Una persona desea fines espirituales –el deseo de sentirse eficaz, o de propósito, o de conocimiento, o de camaradería.

Éstos no son deseos frívolos por lujos inconsecuentes, como vimos cuando tocamos el tópico del florecimiento. El descuidar estos deseos trae repercusiones nefastas y destructivas, como por ejemplo, la depresión. El interés de una persona es psíquico al igual que material porque el estado de su mente importa para su supervivencia. La condición psíquica importa porque dependemos de nuestra mente para vivir. Toda acción promotora de nuestra vida va precedida de razonamiento que identifica lo que es apropiado para alcanzar dicho fin. Por tanto, una persona debe ejercitar su mente para elegir fines que le hagan florecer, y determinar los mejores medios para alcanzar dichos fines. Su supervivencia depende en buena parte, de que tan buena sea su habilidad de pensar. Depende de su habilidad de enfocar, de concentrarse, de identificar acertadamente fenómenos relevantes, y de seguir las relaciones lógicas. Como piensa un individuo es crucial para la validez de sus conclusiones y por tanto de las acciones que tome en base a esas conclusiones. Los hábitos mentales de una persona influencian directamente su florecimiento. Como la racionalidad es crítica en el mantenimiento de la vida del individuo, la condición de su capacidad para razonar es de un tremendo valor egoísta. Y por tanto, como la mente es su instrumento de supervivencia, es de su interés personal mantener ese instrumento en óptimas condiciones de trabajo. Lo mismo sucede con la autoestima, la cual he descrito antes.

Como el florecimiento se refiere a más que la supervivencia física, es fácil apreciar que el interés de una persona comprende más que lo material, más que la ropa que tiene en su closet, la comida en su mesa, el auto en su cochera, o el costo de los obsequios que da o recibe.

Algo que se aprecia poco del egoísmo es que sólo puede ser practicado por cierto tipo de persona. El egoísmo se trata, no sólo de lo que la persona hace para sí; también demanda algo de la persona. El interés propio requiere el cultivo de un carácter disciplinado y virtuoso. La concepción vulgar es que el egoísmo, más que una alternativa moral, es el rechazo total de la moral, que consiste en satisfacer todo capricho, como un consumidor insaciable e irresponsable. Nada es más alejado de la verdad. Esta concepción es totalmente errónea. Es fácil ver por qué la satisfacción de caprichos no es algo que sea del interés de la persona. El éxito en distintas actividades de largo plazo como conseguir un título profesional, formar un equipo de trabajo, administrar un negocio, etc., demanda de la persona cualidades como iniciativa, laboriosidad, previsión y perseverancia. Conseguir, exitosamente, lo que es de interés para uno demanda estas y otras virtudes.

El egoísta, como busca su provecho personal a largo plazo, debe producir valores promotores de vida. Debe por tanto cultivar las cualidades que sirven para generar esos valores de los que depende su florecimiento. Como el egoísta está comprometido con su propia vida, debe afanarse en cumplir con lo que se requiera para satisfacer todo tipo y nivel de necesidades. Una persona egoísta debe ser, tanto fuente de valores, como consumidor.

El requerimiento central de la vida es el hecho de que el egoísta debe razonar bien. Para florecer debe adoptar fines que promueven su vida, que sean factibles, y mutuamente compatibles. Debe adoptar valores y elegir respondiendo a preguntas como: ¿cómo puedo alcanzar esta meta? ¿Tengo el conocimiento y la habilidad que se necesita? ¿Buscar esto interfiere con mis otros fines? ¿Son esos otros fines más o menos importantes que el que busco? ¿Existe una ruta alternativa menos costosa para alcanzar esta meta? Además debe establecer que el supuesto valor que persigue, posee, de hecho, las propiedades supuestas para satisfacer lo que se desea satisfacer. ¿Va, realmente, ayudarme a florecer? En pocas palabras, las acciones del egoísta deben basarse en una reflexión sobre la apreciación global de sus propósitos y prioridades, y en una evaluación bien razonada de cómo afectarán las acciones particulares su jerarquía de fines. El egoísta debe ser realista en cuanto a su determinación de metas, de sus habilidades, y de las condiciones necesarias para conseguir sus fines.

Otro requerimiento del egoísmo es la disciplina. El interés propio no admite fluctuaciones erráticas en el curso de una persona, ni revocaciones debidas a miedos, caprichos, o presiones externas. El egoísta noble, aunque no es ajeno a sus emociones, no se guía por ellas. El egoísta noble tiene una apreciación madura de lo que incluye su interés personal y no se equivoca por una inclinación experimentada en una ocasión aislada en detrimento de su florecimiento total. La claridad de su fin y la dedicación a alcanzarlo fortalece su disposición a actuar en su propio interés.

El egoísmo noble es la aplicación de la virtud de la racionalidad a preocuparse del interés propio, que es lo que le es provechoso a uno a largo plazo.