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Cuando a los hijos los separan

Redacción
28 de marzo, 2016

Los hijos no pertenecen ni al padre ni a la madre; fueron engendrados por ambos, quienes tienen la responsabilidad y obligación de criarlos y educarlos para que lleguen a convertirse en adultos responsables e íntegros que aporten a la sociedad. Cuando los matrimonios fracasan, con alguna frecuencia entre quienes alguna vez formaron pareja, se desencadena una guerra por quedarse con la custodia de los hijos y hacerle difícil – o a veces imposible – la relación de los hijos comunes con la ex pareja.

Los pleitos resultan ser de la pareja – de los adultos – y las víctimas son los hijos – los niños quienes a su corta edad aún son indefensos ante el mundo y necesitan tanto de su padre como de su madre para guiarlos y para que el mundo les haga sentido. Ningún padre o madre tiene la facultad de quitarle a un niño el derecho de mantener una relación con el otro progenitor. Aunque en el Diccionario de la Real Academia Española está previsto que debe referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino sin que implique intención discriminatoria alguna, elegí nombrar específicamente al “padre” y a la “madre” en vez de decir “padres” para subrayar que esta facultad no la tiene ninguno de los dos progenitores. Sin embargo, cuando me refiera solamente a “padre” me referiré a ambos, padre y madre. La Declaración de los Derechos del Niño – aprobada por la Asamblea general de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, establece en su sexto principio: “El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material; salvo circunstancias excepcionales, no deberá separarse al niño de corta edad de su madre”.

No pretendo hacer un análisis jurídico respecto a la custodia de los hijos pero si quiero resaltar que el espíritu de la ley busca defender tanto el derecho de los hijos como el de los padres. El Código Civil de Guatemala (Decreto Ley número 106) establece en su artículo 166: “Los padres podrán convenir a quién de ellos se confían los hijos; pero el juez, por causas graves y motivadas, puede resolver en forma distinta, tomando en cuenta el bienestar de los hijos. Podrá también el juez resolver sobre la custodia y cuidado de los menores, con base en estudios o Informes de trabajadores sociales o de organismos especializados en la protección de menores. En todo caso, cuidará de que los padres puedan comunicarse libremente con ellos”. El artículo 167 del mismo Código Civil establece: “Cualesquiera que sean las estipulaciones del convenio o de la decisión judicial, el padre y la madre quedan sujetos, en todo caso, a las obligaciones que tienen para con sus hijos y conservan el derecho de relacionarse con ellos y la obligación de vigilar su educación”. El artículo 261 de la misma ley establece “…En todo caso el que por vías de hecho sustrajere al hijo del poder de la persona que legalmente lo tenga a su cargo, será responsable conforme a la ley; y la autoridad deberá prestar auxilio para la devolución del hijo, a fin de reintegrar en la patria potestad al que la ejerza especialmente”.

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Ambos padres – así como los hijos – tienen derecho de relacionarse mutuamente y es obligación de ambos padres velar por la educación de los hijos. Desafortunadamente – en la práctica – nuestras leyes son inoperantes y fácilmente quebrantadas en perjuicio de los niños; no hablo de casos extremos en donde ha habido violencia psicológica o violencia física en contra de los hijos, sino que de casos ordinarios de todos los días en los que un padre no busca necesariamente el bienestar de los hijos sino dañar al otro progenitor, vengarse de algo, exigir algo, o demostrar su poder sobre el otro. El progenitor que por cualquier motivo ostenta la custodia de un hijo posee un vasto poder sobre el otro padre: puede extorsionar al otro controlando cuándo y bajo qué circunstancias puede éste relacionarse con sus propios hijos. A menudo, es una medida utilizada solo por demostrar control y poder, sin necesariamente exigir nada a cambio. El padre o madre que hace esto utiliza a sus hijos como rehenes, tal como lo define el Diccionario de la Real Academia Española: “Rehén: Persona retenida por alguien como garantía para obligar a un tercero a cumplir determinadas condiciones”.

Padres que utilizan a los hijos para resolver sus problemas de pareja hacen un daño incalculable en sus menores hijos. Vedarle el derecho natural de un niño de ver a su papá o a su mamá es una tortura psicológica que puede no mostrar consecuencias sino hasta muchos años después y puede dejar secuelas de por vida. A nivel internacional se ha reconocido el daño que los padres pueden infligir sobre sus hijos al separarlos de su otro progenitor: el 25 de octubre de 1980 se promulgó el Convenio de La Haya sobre los aspectos civiles de la sustracción internacional de menores. A pesar de que casi la mitad de los países del mundo (95 de 194 países) son signatarios de dicho Convenio, muchos incumplen el mismo o no han desarrollado los mecanismos para garantizar la restitución inmediata de los menores trasladados entre fronteras o retenidos de manera ilícita – aún que sea por alguno de sus padres – ni por velar que se cumplan los derechos de custodia y de visita.

En muchos casos, más allá de convertirlos en rehenes, hay progenitores que no solo evitan la relación de un niño con el otro progenitor, sino que además, lo manipulan para alienarlo y volcar el amor y respeto que un niño puede tener por su padre o por su madre en odio o por lo menos, desinterés total en la relación. El comportamiento del progenitor alienante puede ser desde rehusar trasladar llamadas telefónicas o interceptar paquetes o correos electrónicos, hasta denigrar o insultar al otro padre, presentar a un nuevo cónyuge como el “nuevo padre” o “nueva madre”, tomar decisiones importantes respecto a los hijos sin consultar al otro o impedir que ejerza el derecho de visita. Se conoce desde denuncias falsas de abuso en contra de la pareja o ex pareja hasta implantar memorias falsas en los menores. Estos padres recurren a mentiras, niegan o se rehúsan a creer el daño que causan en sus hijos y por su enfado utilizan a sus hijos como armas, buscando romper el vínculo con el progenitor alienado. Esto se ha llegado a conocer como Síndrome de Alienación Parental (SAP).

Los niños víctimas del SAP pueden sufrir trastornos de ansiedad, trastornos en el sueño y alimentación, demostrar conducta agresiva o dependencia emocional, o tener dificultades en expresarse o en comprender las emociones, perdiendo la empatía hacia otros. Muchos psiquiatras reconocen que la alienación parental tiene efectos demoledores sobre los niños y afirman que no es un cuadro infrecuente en la psiquiatría infantil. Siendo una forma de violencia infantil, a menudo pasa desapercibida por los medios de comunicación ya que esta forma de maltrato no aflora inmediatamente y los padres alienantes son hábiles para esconder los síntomas, los cuales pueden surgir hasta años después. El reconocido neurólogo austriaco y padre del psicoanálisis – Sigmund Freud (1856-1939) – expresó: “No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre”.

El padre alienado sufre, pero quienes más pierden son los niños: pierden su infancia, su autoestima, autonomía de pensamiento, su propia identidad, su confianza en la autoridad y confianza en sí mismos y confusión emocional. En muchos casos, los niños víctimas del SAP llegan a extremos de no querer hablar ni dar o recibir afecto. Según estudios realizados, niños que han sufrido alienación parental pudieran tener un pobre rendimiento escolar y trastornos en su comportamiento. Según un estudio realizado con una muestra de 17,000 niños británicos, neozelandeses y estadounidenses, las niñas de clase media víctimas de SAP tienen un 45 % de probabilidades de contraer matrimonio antes de los 20 años comparado con un 15 % de probabilidad de las que no han sufrido alienación parental. En México el 98 % de los presos en centros de reinserción social fueron víctimas de alienación parental. En hogares norteamericanos 90 % de los niños vagabundos proceden de hogares sin padre y 71% de los jóvenes con fracasos universitarios también provienen de hogares sin padre. Otro estudio elaborado por la Universidad de Stanford muestra que los jóvenes que provienen de hogares sin padre tiene 14 veces más probabilidades de cometer violaciones y 10 veces más probabilidades de abusar de las drogas. Un estudio de la Universidad de Michigan muestra que 67% de las niñas víctimas de alienación parental sufren de problemas de ansiedad, tristeza, melancolía prolongada, fobias y depresión. Los estudios demuestran que uno de los factores más influyentes en la prevención es el acceso a ambos padres y revelan que los progenitores sin custodia han sido muy influyentes en el desarrollo de sus niños.

Los actos alienantes de un progenitor y sus consecuencias en los menores pueden considerarse maltrato infantil. La Convención de los Derechos del Niño celebrada en 1989 por la Asamblea General de las Naciones Unidas identifica maltrato infantil como “toda violencia, perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, mientras que el niño se encuentre bajo la custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que le tenga a su cargo”.

Tristemente conozco muy de cerca muchos casos de alienación parental en distintos grados y de primera mano, he sido testigo de los daños que ocasiona primordialmente en los niños, pero también en los padres (una breve encuesta de la Asociación mexicana de Tanatología revela que 74 % de los padres que han sufrido alienación parental han sentido que morían al perder contacto con sus hijos y 56 % de los padres han deseado morir, mientras que el 38 % pensaron abiertamente en el suicidio y 16 % tuvieron ideas suicidas que no lograron concretar). La alienación parental es una situación alarmante que tiene relevancia en nuestro país y desgraciadamente, ha recibido poca atención. Miles de vidas se destruyen silenciosamente durante años y los daños afectan la capacidad de las víctimas – los niños – de funcionar adecuadamente en la sociedad, desgastándola.

Muchos creen que los hijos les pertenecen, cuando en realidad como padres, nos fueron prestados durante sus primeros 18 años de vida; debemos darles raíces a nuestros hijos y prepararlos para que algún día levanten vuelo con sus propias alas. En agosto de 1982 – cuando tenía yo 15 años – una de mis hermanas me regaló el libro “El Profeta”, escrito por el poeta, pintor y novelista libanés Gibrán Jalil Gibrán (1883-1931). Aunque Jalil Gibrán escribió muchas obras, “El Profeta” – publicada en 1923, ocho años antes de su muerte – se convirtió en una de sus obras más importantes, la cual además, contenía imágenes de su propia autoría. Esta es su obra más conocida y la cual sigue causando mucho impacto. En la misma presenta 26 grandes temas, dedicando a cada uno un capítulo en su libro. El tercer capítulo se llama “De los hijos” y expresa verdades que no tienen temporalidad. Este corto capítulo escrito hace 93 años refleja el verdadero sentido de los hijos y ayuda a comprender por qué no deben ser usados como armas entre padres. El capítulo completo lee así:

“Y una mujer quien sostenía a un bebé contra su pecho dijo: ‘háblanos de los hijos.’ Y Él dijo:

Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas de la Vida deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no de vosotros. Y aunque estén con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis abrigar sus cuerpos pero no sus almas, pues sus almas habitan en la mansión del mañana que vosotros no podéis visitar ni siquiera en sueños. Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no intentéis hacerlos a ellos como a vosotros ya que la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.

Sois los arcos por los que vuestros hijos, cual flechas vivas, son lanzados. El Arquero ve el blanco en el camino del infinito y Él, con Su poder, os tensará, para que Sus flechas puedan volar rápidas y lejos. Que la tensión que os causa la mano del Arquero sea vuestro gozo, ya que así como Él ama la flecha que vuela, ama también el arco que permanece inmóvil.”

Termino con una reflexión del novelista británico Graham Greene (1904-1991): “La gente habla de la mayoría de edad. Eso no existe. Cuando uno tiene un hijo, está condenado a ser padre durante toda la vida. Son los hijos los que se apartan de uno. Pero los padres no podemos apartarnos de ellos”.

Cuando a los hijos los separan

Redacción
28 de marzo, 2016

Los hijos no pertenecen ni al padre ni a la madre; fueron engendrados por ambos, quienes tienen la responsabilidad y obligación de criarlos y educarlos para que lleguen a convertirse en adultos responsables e íntegros que aporten a la sociedad. Cuando los matrimonios fracasan, con alguna frecuencia entre quienes alguna vez formaron pareja, se desencadena una guerra por quedarse con la custodia de los hijos y hacerle difícil – o a veces imposible – la relación de los hijos comunes con la ex pareja.

Los pleitos resultan ser de la pareja – de los adultos – y las víctimas son los hijos – los niños quienes a su corta edad aún son indefensos ante el mundo y necesitan tanto de su padre como de su madre para guiarlos y para que el mundo les haga sentido. Ningún padre o madre tiene la facultad de quitarle a un niño el derecho de mantener una relación con el otro progenitor. Aunque en el Diccionario de la Real Academia Española está previsto que debe referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino sin que implique intención discriminatoria alguna, elegí nombrar específicamente al “padre” y a la “madre” en vez de decir “padres” para subrayar que esta facultad no la tiene ninguno de los dos progenitores. Sin embargo, cuando me refiera solamente a “padre” me referiré a ambos, padre y madre. La Declaración de los Derechos del Niño – aprobada por la Asamblea general de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, establece en su sexto principio: “El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material; salvo circunstancias excepcionales, no deberá separarse al niño de corta edad de su madre”.

No pretendo hacer un análisis jurídico respecto a la custodia de los hijos pero si quiero resaltar que el espíritu de la ley busca defender tanto el derecho de los hijos como el de los padres. El Código Civil de Guatemala (Decreto Ley número 106) establece en su artículo 166: “Los padres podrán convenir a quién de ellos se confían los hijos; pero el juez, por causas graves y motivadas, puede resolver en forma distinta, tomando en cuenta el bienestar de los hijos. Podrá también el juez resolver sobre la custodia y cuidado de los menores, con base en estudios o Informes de trabajadores sociales o de organismos especializados en la protección de menores. En todo caso, cuidará de que los padres puedan comunicarse libremente con ellos”. El artículo 167 del mismo Código Civil establece: “Cualesquiera que sean las estipulaciones del convenio o de la decisión judicial, el padre y la madre quedan sujetos, en todo caso, a las obligaciones que tienen para con sus hijos y conservan el derecho de relacionarse con ellos y la obligación de vigilar su educación”. El artículo 261 de la misma ley establece “…En todo caso el que por vías de hecho sustrajere al hijo del poder de la persona que legalmente lo tenga a su cargo, será responsable conforme a la ley; y la autoridad deberá prestar auxilio para la devolución del hijo, a fin de reintegrar en la patria potestad al que la ejerza especialmente”.

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Padres que utilizan a los hijos para resolver sus problemas de pareja hacen un daño incalculable en sus menores hijos. Vedarle el derecho natural de un niño de ver a su papá o a su mamá es una tortura psicológica que puede no mostrar consecuencias sino hasta muchos años después y puede dejar secuelas de por vida. A nivel internacional se ha reconocido el daño que los padres pueden infligir sobre sus hijos al separarlos de su otro progenitor: el 25 de octubre de 1980 se promulgó el Convenio de La Haya sobre los aspectos civiles de la sustracción internacional de menores. A pesar de que casi la mitad de los países del mundo (95 de 194 países) son signatarios de dicho Convenio, muchos incumplen el mismo o no han desarrollado los mecanismos para garantizar la restitución inmediata de los menores trasladados entre fronteras o retenidos de manera ilícita – aún que sea por alguno de sus padres – ni por velar que se cumplan los derechos de custodia y de visita.

En muchos casos, más allá de convertirlos en rehenes, hay progenitores que no solo evitan la relación de un niño con el otro progenitor, sino que además, lo manipulan para alienarlo y volcar el amor y respeto que un niño puede tener por su padre o por su madre en odio o por lo menos, desinterés total en la relación. El comportamiento del progenitor alienante puede ser desde rehusar trasladar llamadas telefónicas o interceptar paquetes o correos electrónicos, hasta denigrar o insultar al otro padre, presentar a un nuevo cónyuge como el “nuevo padre” o “nueva madre”, tomar decisiones importantes respecto a los hijos sin consultar al otro o impedir que ejerza el derecho de visita. Se conoce desde denuncias falsas de abuso en contra de la pareja o ex pareja hasta implantar memorias falsas en los menores. Estos padres recurren a mentiras, niegan o se rehúsan a creer el daño que causan en sus hijos y por su enfado utilizan a sus hijos como armas, buscando romper el vínculo con el progenitor alienado. Esto se ha llegado a conocer como Síndrome de Alienación Parental (SAP).

Los niños víctimas del SAP pueden sufrir trastornos de ansiedad, trastornos en el sueño y alimentación, demostrar conducta agresiva o dependencia emocional, o tener dificultades en expresarse o en comprender las emociones, perdiendo la empatía hacia otros. Muchos psiquiatras reconocen que la alienación parental tiene efectos demoledores sobre los niños y afirman que no es un cuadro infrecuente en la psiquiatría infantil. Siendo una forma de violencia infantil, a menudo pasa desapercibida por los medios de comunicación ya que esta forma de maltrato no aflora inmediatamente y los padres alienantes son hábiles para esconder los síntomas, los cuales pueden surgir hasta años después. El reconocido neurólogo austriaco y padre del psicoanálisis – Sigmund Freud (1856-1939) – expresó: “No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre”.

El padre alienado sufre, pero quienes más pierden son los niños: pierden su infancia, su autoestima, autonomía de pensamiento, su propia identidad, su confianza en la autoridad y confianza en sí mismos y confusión emocional. En muchos casos, los niños víctimas del SAP llegan a extremos de no querer hablar ni dar o recibir afecto. Según estudios realizados, niños que han sufrido alienación parental pudieran tener un pobre rendimiento escolar y trastornos en su comportamiento. Según un estudio realizado con una muestra de 17,000 niños británicos, neozelandeses y estadounidenses, las niñas de clase media víctimas de SAP tienen un 45 % de probabilidades de contraer matrimonio antes de los 20 años comparado con un 15 % de probabilidad de las que no han sufrido alienación parental. En México el 98 % de los presos en centros de reinserción social fueron víctimas de alienación parental. En hogares norteamericanos 90 % de los niños vagabundos proceden de hogares sin padre y 71% de los jóvenes con fracasos universitarios también provienen de hogares sin padre. Otro estudio elaborado por la Universidad de Stanford muestra que los jóvenes que provienen de hogares sin padre tiene 14 veces más probabilidades de cometer violaciones y 10 veces más probabilidades de abusar de las drogas. Un estudio de la Universidad de Michigan muestra que 67% de las niñas víctimas de alienación parental sufren de problemas de ansiedad, tristeza, melancolía prolongada, fobias y depresión. Los estudios demuestran que uno de los factores más influyentes en la prevención es el acceso a ambos padres y revelan que los progenitores sin custodia han sido muy influyentes en el desarrollo de sus niños.

Los actos alienantes de un progenitor y sus consecuencias en los menores pueden considerarse maltrato infantil. La Convención de los Derechos del Niño celebrada en 1989 por la Asamblea General de las Naciones Unidas identifica maltrato infantil como “toda violencia, perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, mientras que el niño se encuentre bajo la custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que le tenga a su cargo”.

Tristemente conozco muy de cerca muchos casos de alienación parental en distintos grados y de primera mano, he sido testigo de los daños que ocasiona primordialmente en los niños, pero también en los padres (una breve encuesta de la Asociación mexicana de Tanatología revela que 74 % de los padres que han sufrido alienación parental han sentido que morían al perder contacto con sus hijos y 56 % de los padres han deseado morir, mientras que el 38 % pensaron abiertamente en el suicidio y 16 % tuvieron ideas suicidas que no lograron concretar). La alienación parental es una situación alarmante que tiene relevancia en nuestro país y desgraciadamente, ha recibido poca atención. Miles de vidas se destruyen silenciosamente durante años y los daños afectan la capacidad de las víctimas – los niños – de funcionar adecuadamente en la sociedad, desgastándola.

Muchos creen que los hijos les pertenecen, cuando en realidad como padres, nos fueron prestados durante sus primeros 18 años de vida; debemos darles raíces a nuestros hijos y prepararlos para que algún día levanten vuelo con sus propias alas. En agosto de 1982 – cuando tenía yo 15 años – una de mis hermanas me regaló el libro “El Profeta”, escrito por el poeta, pintor y novelista libanés Gibrán Jalil Gibrán (1883-1931). Aunque Jalil Gibrán escribió muchas obras, “El Profeta” – publicada en 1923, ocho años antes de su muerte – se convirtió en una de sus obras más importantes, la cual además, contenía imágenes de su propia autoría. Esta es su obra más conocida y la cual sigue causando mucho impacto. En la misma presenta 26 grandes temas, dedicando a cada uno un capítulo en su libro. El tercer capítulo se llama “De los hijos” y expresa verdades que no tienen temporalidad. Este corto capítulo escrito hace 93 años refleja el verdadero sentido de los hijos y ayuda a comprender por qué no deben ser usados como armas entre padres. El capítulo completo lee así:

“Y una mujer quien sostenía a un bebé contra su pecho dijo: ‘háblanos de los hijos.’ Y Él dijo:

Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas de la Vida deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no de vosotros. Y aunque estén con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis abrigar sus cuerpos pero no sus almas, pues sus almas habitan en la mansión del mañana que vosotros no podéis visitar ni siquiera en sueños. Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no intentéis hacerlos a ellos como a vosotros ya que la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.

Sois los arcos por los que vuestros hijos, cual flechas vivas, son lanzados. El Arquero ve el blanco en el camino del infinito y Él, con Su poder, os tensará, para que Sus flechas puedan volar rápidas y lejos. Que la tensión que os causa la mano del Arquero sea vuestro gozo, ya que así como Él ama la flecha que vuela, ama también el arco que permanece inmóvil.”

Termino con una reflexión del novelista británico Graham Greene (1904-1991): “La gente habla de la mayoría de edad. Eso no existe. Cuando uno tiene un hijo, está condenado a ser padre durante toda la vida. Son los hijos los que se apartan de uno. Pero los padres no podemos apartarnos de ellos”.