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COHERENCIA

Redacción
29 de marzo, 2016

Coherencia. Una palabra de diez letras. Se dice fácil, pero lo que ella representa sí que es un reto para cualquier persona. Siempre he pensado que ser coherente es tener el valor de vivir y actuar acorde con lo que uno habla y predica. Esa relación entre ser y hacer, entre decir y actuar, es lo que permite realmente conocer a una persona. Y agregaría un dato más. La coherencia tiene que ver con la credibilidad de un individuo. ¿Por qué debo creerle a alguien? Pues simplemente porque sé que lo que me dice es lo que efectivamente siente, y porque sé que actuará en consecuencia.

La coherencia es un recurso escaso, pero muy importante. Es un atributo que toda persona debe poseer, pero creo que es particularmente relevante para aquellos que tienen incidencia en el mundo de lo público, aquellos que tienen una función de representación en la sociedad. Es el caso particular de los funcionarios públicos y de quienes ejercen liderazgo y activismo social. Es allí donde la coherencia no solo es una característica positiva de la persona, sino debe ser, como mínimo, su tarjeta obligada de presentación. Sin ella no estamos más que en la presencia de un farsante o de un impostor.

¿Por qué ser coherente es un reto? Porque requiere valentía y coraje. Muchas veces, el aplauso público, la presión de grupo o simplemente la hipocresía, hacen que las personas digan o promuevan aquello en lo que realmente no creen. Lo saben, pero no tienen el valor de ser consecuentes con sus propias convicciones. Algo también que hace perder la coherencia en una persona es la aplicación selectiva de un principio; es decir, cuando alguien es muy vocal en promover un valor (la transparencia, por ejemplo) siempre y cuando no le afecte a él o a sus amigos. Resistirse a hacer estas diferencias no es fácil, pero es lo que define el temple de carácter de un individuo, y es lo que separa a los preclaros de los pusilánimes.

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Me vienen a la mente casos que he presenciado en los últimos meses. He visto personas que trabajan visiblemente en estructuras eclesiásticas que a la primera ocasión critican la doctrina de su propia religión o la voz de su propio pastor, como es el caso del Papa Francisco. He visto a activistas sociales ser muy vociferantes en su lucha contra la intervención americana de los años 50, pero guardar un silencio muy extraño frente a la discusión nacional que este tema ha tenido recientemente, con ocasión de señalamientos formulados a ese país en torno al proceso de la justicia. He visto gente del mundo económico medir con reglas diferentes casos similares, dependiendo, por supuesto, de si este o aquel les son más próximos. He visto a algún grupo de jóvenes en redes activar vigorosamente contra una supuesta denuncia de plagio en el último proceso de elección de magistrados en la Corte de Constitucionalidad, pero voltear a ver para otro lado cuando se produjo un caso similar, mucho más notorio, relacionado con un candidato presidencial el año pasado. En fin, poca coherencia.

Mi interés en traer el tema a la opinión pública no es dejar sugerido que la falta de coherencia está presente solamente en ciertos sectores de nuestra sociedad. En todos lados se cuecen habas. Pero por otro lado, tampoco me mueve el sugerir que esta virtud está ausente por completo dentro de nuestras propias élites. Hay ejemplos muy valientes y significativos en los distintos espacios. Son estos personajes los que están llamados a ser factores de cambio en la política y, en general, en la vida nacional. Más coherencia personal e institucional construye mejores sociedades.

COHERENCIA

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29 de marzo, 2016

Coherencia. Una palabra de diez letras. Se dice fácil, pero lo que ella representa sí que es un reto para cualquier persona. Siempre he pensado que ser coherente es tener el valor de vivir y actuar acorde con lo que uno habla y predica. Esa relación entre ser y hacer, entre decir y actuar, es lo que permite realmente conocer a una persona. Y agregaría un dato más. La coherencia tiene que ver con la credibilidad de un individuo. ¿Por qué debo creerle a alguien? Pues simplemente porque sé que lo que me dice es lo que efectivamente siente, y porque sé que actuará en consecuencia.

La coherencia es un recurso escaso, pero muy importante. Es un atributo que toda persona debe poseer, pero creo que es particularmente relevante para aquellos que tienen incidencia en el mundo de lo público, aquellos que tienen una función de representación en la sociedad. Es el caso particular de los funcionarios públicos y de quienes ejercen liderazgo y activismo social. Es allí donde la coherencia no solo es una característica positiva de la persona, sino debe ser, como mínimo, su tarjeta obligada de presentación. Sin ella no estamos más que en la presencia de un farsante o de un impostor.

¿Por qué ser coherente es un reto? Porque requiere valentía y coraje. Muchas veces, el aplauso público, la presión de grupo o simplemente la hipocresía, hacen que las personas digan o promuevan aquello en lo que realmente no creen. Lo saben, pero no tienen el valor de ser consecuentes con sus propias convicciones. Algo también que hace perder la coherencia en una persona es la aplicación selectiva de un principio; es decir, cuando alguien es muy vocal en promover un valor (la transparencia, por ejemplo) siempre y cuando no le afecte a él o a sus amigos. Resistirse a hacer estas diferencias no es fácil, pero es lo que define el temple de carácter de un individuo, y es lo que separa a los preclaros de los pusilánimes.

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Me vienen a la mente casos que he presenciado en los últimos meses. He visto personas que trabajan visiblemente en estructuras eclesiásticas que a la primera ocasión critican la doctrina de su propia religión o la voz de su propio pastor, como es el caso del Papa Francisco. He visto a activistas sociales ser muy vociferantes en su lucha contra la intervención americana de los años 50, pero guardar un silencio muy extraño frente a la discusión nacional que este tema ha tenido recientemente, con ocasión de señalamientos formulados a ese país en torno al proceso de la justicia. He visto gente del mundo económico medir con reglas diferentes casos similares, dependiendo, por supuesto, de si este o aquel les son más próximos. He visto a algún grupo de jóvenes en redes activar vigorosamente contra una supuesta denuncia de plagio en el último proceso de elección de magistrados en la Corte de Constitucionalidad, pero voltear a ver para otro lado cuando se produjo un caso similar, mucho más notorio, relacionado con un candidato presidencial el año pasado. En fin, poca coherencia.

Mi interés en traer el tema a la opinión pública no es dejar sugerido que la falta de coherencia está presente solamente en ciertos sectores de nuestra sociedad. En todos lados se cuecen habas. Pero por otro lado, tampoco me mueve el sugerir que esta virtud está ausente por completo dentro de nuestras propias élites. Hay ejemplos muy valientes y significativos en los distintos espacios. Son estos personajes los que están llamados a ser factores de cambio en la política y, en general, en la vida nacional. Más coherencia personal e institucional construye mejores sociedades.