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Transformaciones políticas en tiempo real

Redacción
14 de junio, 2016

Durante los siglos XVIII y XIX, las sociedades políticas occidentales vivieron procesos acelerados de cambio. La expansión comercial post-renacentista y la Revolución Industrial generaron una reconversión de las relaciones socioeconómicas del momento, particularmente, el advenimiento de la burguesía como estamento relevante. Esa burguesía, participó a partir de 1776, de procesos de toma del poder político, que provocaron el quiebre de las monarquías absolutas y el advenimiento de las repúblicas democráticas o las monarquías parlamentarias.
Hoy el mundo vive un proceso similar. La revolución de la información ha provocado cambios en las dinámicas económicas y sociales. Moisés Naim, en El Fin del Poder sintetizó en tres procesos los cambios del siglo XXI: “la Revolución del Más”, “la Revolución de la Movilidad” y la “Revolución de la Mentalidad”. La primera, se refiere a que vivimos en un mundo en el que hay más de todo: más oportunidades, más opciones de bienes y servicios, más ideas, más información, etc. La segunda se refiere a la fácil movilidad de las personas, de la riqueza, de las ideas, de la información, que prácticamente facilita la difusión de valores comunes y la eliminación de fronteras culturales. Y la última hace referencia a un cambio en la mentalidad, que genera nuevas aspiraciones y expectativas en cuanto a desarrollo, riqueza o poder.
Pero tal y como ocurrió en los siglos XVIII y XIX, los cambios económicos y sociales generan efectos políticos. Dos cambios concretos se materializan ante nuestros ojos. El primero, el empoderamiento de las clases medias y las juventudes, que hoy más que nunca tienen acceso a información, y que han encontrado en las redes sociales un poderoso medio de expresión y organización. El segundo efecto ha sido la fractura del poder: el surgimiento de nuevos actores relevantes que compiten y desplazan a los actores tradicionales en los espacios de incidencia.
Naturalmente, estas transformaciones tienen un efecto en los sistemas políticos. La Primavera Árabe fue quizá la primera probadita del fenómeno: clases medias movilizadas, organizadas a través de las redes sociales, que cuestionaron el poder tradicional de dictadores militares y autocracias teocráticas. Las demostraciones lograron deponer dictaduras de décadas, pero no necesariamente construyeron democracias estables e institucionales. Algunos países, incluso, sucumbieron ante la inestabilidad. No obstante, el consenso de los académicos es que la Primavera Árabe sentó las bases para una transformación de largo plazo en el Medio Oriente.
En América Latina, ocurren expresiones similares. En Guatemala, Honduras, Chile y Brasil las clases medias empoderadas por las redes han sido instrumentales en el combate a los sistemas patrimoniales, o la deficiente prestación de servicios públicos. Si bien América Latina aún atraviesa el camino de la consolidación institucional, los eventos del último quinquenio marcan un parte-aguas histórico: el rechazo hacia el Ancien Régime de corrupción institucionalizada.
Proyectar el futuro en medio de las transformaciones resulta fútil. Pero ante los cambios sociales, y ante el cuestionamiento generalizado al statu quo en materia de sistemas regionales, sólo queda recordar la frase del filósofo Paul Valery: “El futuro no es lo que era”.

Transformaciones políticas en tiempo real

Redacción
14 de junio, 2016

Durante los siglos XVIII y XIX, las sociedades políticas occidentales vivieron procesos acelerados de cambio. La expansión comercial post-renacentista y la Revolución Industrial generaron una reconversión de las relaciones socioeconómicas del momento, particularmente, el advenimiento de la burguesía como estamento relevante. Esa burguesía, participó a partir de 1776, de procesos de toma del poder político, que provocaron el quiebre de las monarquías absolutas y el advenimiento de las repúblicas democráticas o las monarquías parlamentarias.
Hoy el mundo vive un proceso similar. La revolución de la información ha provocado cambios en las dinámicas económicas y sociales. Moisés Naim, en El Fin del Poder sintetizó en tres procesos los cambios del siglo XXI: “la Revolución del Más”, “la Revolución de la Movilidad” y la “Revolución de la Mentalidad”. La primera, se refiere a que vivimos en un mundo en el que hay más de todo: más oportunidades, más opciones de bienes y servicios, más ideas, más información, etc. La segunda se refiere a la fácil movilidad de las personas, de la riqueza, de las ideas, de la información, que prácticamente facilita la difusión de valores comunes y la eliminación de fronteras culturales. Y la última hace referencia a un cambio en la mentalidad, que genera nuevas aspiraciones y expectativas en cuanto a desarrollo, riqueza o poder.
Pero tal y como ocurrió en los siglos XVIII y XIX, los cambios económicos y sociales generan efectos políticos. Dos cambios concretos se materializan ante nuestros ojos. El primero, el empoderamiento de las clases medias y las juventudes, que hoy más que nunca tienen acceso a información, y que han encontrado en las redes sociales un poderoso medio de expresión y organización. El segundo efecto ha sido la fractura del poder: el surgimiento de nuevos actores relevantes que compiten y desplazan a los actores tradicionales en los espacios de incidencia.
Naturalmente, estas transformaciones tienen un efecto en los sistemas políticos. La Primavera Árabe fue quizá la primera probadita del fenómeno: clases medias movilizadas, organizadas a través de las redes sociales, que cuestionaron el poder tradicional de dictadores militares y autocracias teocráticas. Las demostraciones lograron deponer dictaduras de décadas, pero no necesariamente construyeron democracias estables e institucionales. Algunos países, incluso, sucumbieron ante la inestabilidad. No obstante, el consenso de los académicos es que la Primavera Árabe sentó las bases para una transformación de largo plazo en el Medio Oriente.
En América Latina, ocurren expresiones similares. En Guatemala, Honduras, Chile y Brasil las clases medias empoderadas por las redes han sido instrumentales en el combate a los sistemas patrimoniales, o la deficiente prestación de servicios públicos. Si bien América Latina aún atraviesa el camino de la consolidación institucional, los eventos del último quinquenio marcan un parte-aguas histórico: el rechazo hacia el Ancien Régime de corrupción institucionalizada.
Proyectar el futuro en medio de las transformaciones resulta fútil. Pero ante los cambios sociales, y ante el cuestionamiento generalizado al statu quo en materia de sistemas regionales, sólo queda recordar la frase del filósofo Paul Valery: “El futuro no es lo que era”.