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El agotamiento del despertar ciudadano

Redacción
19 de junio, 2016

Al ser revelado el caso La Línea en abril de 2015, se perfilaba como un escándalo mediático más, de esos que generan un par de titulares, y luego quedan en el olvido de los guatemaltecos. ¡Jamás nos imaginamos de las repercusiones que tendría en la historia política del país!

El efecto del caso La Línea fue sumamente positivo. La indignación motivó a los guatemaltecos a perder el miedo, salir a las calles, y demandar la renuncia del binomio presidencial, así como la reforma política del Estado guatemalteco. Asimismo, el despertar ciudadano se vio reflejado en la participación de la ciudadanía en las elecciones, en las que a través del voto cruzado y el anti-voto, se envió un claro mensaje sobre el rechazo de la ciudadanía a la corrupción y la política tradicional.

En ese entonces, se respiraba un ambiente de positivismo en el país. Si bien habían desacuerdos sobre si se daban o no las elecciones, o si se convocaba a una asamblea nacional constituyente, entre otros temas, en general existía un acuerdo nacional sobre la necesidad de reformar el sistema político.

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Al realizarse las elecciones sin violencia ni conflictos, se posicionaba a Guatemala como un ejemplo de cómo las instituciones podían funcionar y mantenerse, a pesar de una crisis política de gran envergadura. Quizás se llegó a pensar, equivocadamente, que lo peor de la crisis había pasado.

Percibo que ese ambiente de positivismo y esperanza ha menguado catorce meses después, por varias razones. A continuación enumero algunas de ellas.

En primer lugar, el propósito original de las manifestaciones ciudadanas se ha ido perdiendo. Ya no se percibe el mismo sentido de unidad ni entusiasmo del año pasado. Por un lado, algunos continúan creyendo en el impacto de las manifestaciones y el rol del ciudadano en ellas. Por otro, algunos observan las concentraciones en la plaza como un espacio cooptado por grupos ideológicos con un fin político. Las diferencias de criterio sobre si la plaza es o no el espacio representativo de todos los guatemaltecos, ha debilitado mucho la participación de la ciudadanía y restado energía a un movimiento que hace un año se encontraba en su máximo apogeo.

Segundo, ya no existe un enemigo en común, y por lo tanto, ya no hay una meta concreta que alcanzar. Hace un año, la exigencia de la ciudadanía era la renuncia de la vicepresidenta y luego del presidente. Existía una meta clara, la cual fue lograda y celebrada ampliamente. Sin embargo, en la actualidad, los nuevos casos presentados por CICIG y MP revelan más bien la corrupción del sistema en general, no solo de dos personajes en particular. Los guatemaltecos pueden salir a protestar, pero la definición de demandas se torna mucho más abstracta al no existir ese enemigo y meta específica.

Tercero, la crisis no ha contribuido a generar mayores niveles de confianza en la sociedad guatemalteca, al contrario, se percibe mayor desconfianza sobre los incentivos y motivaciones de los demás. Esto ha hecho imposible que se generen acuerdos en los diferentes espacios y mesas de discusión sobre reformas al Estado. La lógica de buscar un pedacito del pastel se ha mantenido, y eso no contribuye a la formación de consensos.

Definitivamente, mucho ha cambiado de abril del 2015 a la fecha. Aquel entusiasmo y unidad que caracterizó a la sociedad guatemalteca ha ido debilitándose, como resultado de la incapacidad de la misma sociedad de establecer una agenda de reconstrucción del Estado guatemalteco. Las luchas por el poder político y la desconfianza se han manifestado, y poco a poco se ha ido dando lugar a la polarización y descalificación de unos contra otros. Si bien, el 2015 fue un año histórico y muy positivo para el país, el mal manejo de la energía ciudadanía podría dar paso a un agotamiento social, lo cual incrementaría aún más el rechazo al sistema, y podría ser fuente de conflicto en el futuro próximo.

El agotamiento del despertar ciudadano

Redacción
19 de junio, 2016

Al ser revelado el caso La Línea en abril de 2015, se perfilaba como un escándalo mediático más, de esos que generan un par de titulares, y luego quedan en el olvido de los guatemaltecos. ¡Jamás nos imaginamos de las repercusiones que tendría en la historia política del país!

El efecto del caso La Línea fue sumamente positivo. La indignación motivó a los guatemaltecos a perder el miedo, salir a las calles, y demandar la renuncia del binomio presidencial, así como la reforma política del Estado guatemalteco. Asimismo, el despertar ciudadano se vio reflejado en la participación de la ciudadanía en las elecciones, en las que a través del voto cruzado y el anti-voto, se envió un claro mensaje sobre el rechazo de la ciudadanía a la corrupción y la política tradicional.

En ese entonces, se respiraba un ambiente de positivismo en el país. Si bien habían desacuerdos sobre si se daban o no las elecciones, o si se convocaba a una asamblea nacional constituyente, entre otros temas, en general existía un acuerdo nacional sobre la necesidad de reformar el sistema político.

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Al realizarse las elecciones sin violencia ni conflictos, se posicionaba a Guatemala como un ejemplo de cómo las instituciones podían funcionar y mantenerse, a pesar de una crisis política de gran envergadura. Quizás se llegó a pensar, equivocadamente, que lo peor de la crisis había pasado.

Percibo que ese ambiente de positivismo y esperanza ha menguado catorce meses después, por varias razones. A continuación enumero algunas de ellas.

En primer lugar, el propósito original de las manifestaciones ciudadanas se ha ido perdiendo. Ya no se percibe el mismo sentido de unidad ni entusiasmo del año pasado. Por un lado, algunos continúan creyendo en el impacto de las manifestaciones y el rol del ciudadano en ellas. Por otro, algunos observan las concentraciones en la plaza como un espacio cooptado por grupos ideológicos con un fin político. Las diferencias de criterio sobre si la plaza es o no el espacio representativo de todos los guatemaltecos, ha debilitado mucho la participación de la ciudadanía y restado energía a un movimiento que hace un año se encontraba en su máximo apogeo.

Segundo, ya no existe un enemigo en común, y por lo tanto, ya no hay una meta concreta que alcanzar. Hace un año, la exigencia de la ciudadanía era la renuncia de la vicepresidenta y luego del presidente. Existía una meta clara, la cual fue lograda y celebrada ampliamente. Sin embargo, en la actualidad, los nuevos casos presentados por CICIG y MP revelan más bien la corrupción del sistema en general, no solo de dos personajes en particular. Los guatemaltecos pueden salir a protestar, pero la definición de demandas se torna mucho más abstracta al no existir ese enemigo y meta específica.

Tercero, la crisis no ha contribuido a generar mayores niveles de confianza en la sociedad guatemalteca, al contrario, se percibe mayor desconfianza sobre los incentivos y motivaciones de los demás. Esto ha hecho imposible que se generen acuerdos en los diferentes espacios y mesas de discusión sobre reformas al Estado. La lógica de buscar un pedacito del pastel se ha mantenido, y eso no contribuye a la formación de consensos.

Definitivamente, mucho ha cambiado de abril del 2015 a la fecha. Aquel entusiasmo y unidad que caracterizó a la sociedad guatemalteca ha ido debilitándose, como resultado de la incapacidad de la misma sociedad de establecer una agenda de reconstrucción del Estado guatemalteco. Las luchas por el poder político y la desconfianza se han manifestado, y poco a poco se ha ido dando lugar a la polarización y descalificación de unos contra otros. Si bien, el 2015 fue un año histórico y muy positivo para el país, el mal manejo de la energía ciudadanía podría dar paso a un agotamiento social, lo cual incrementaría aún más el rechazo al sistema, y podría ser fuente de conflicto en el futuro próximo.