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La mala idea

Redacción
26 de julio, 2016

Todo comenzó hace un par de días cuando decidí enviarle un mensaje a alguien desde el celular de una amiga para avisar que había llegado bien a mi destino, foto incluida. El recipiente me respondió con un: “¿Quién es?”, con lo que yo inmediatamente pensé que me estaba molestando y que quería enojarme, incluso le comenté a mi amiga que qué “pesado” con esas bromas. Le respondí con un reclamo y malos modos. A los pocos segundos decidí revisar el número al que había enviado el mensaje para efectivamente darme cuenta de que había apuntado mal un dígito. Después de pedir perdón y enviar el mensaje al destinatario intencionado, me di cuenta de que tantas veces solemos partir de lo peor.

Lo peor es usualmente la mala idea de alguien. Esto funciona igual con intenciones como con acciones. Solemos hacer conjeturas y asumir lo peor de lo que desconocemos sobre los demás. Nos hacemos películas de ficción en la cabeza que en cuanto nos paramos a pensar o, mejor aún, cuando preguntamos directamente, se difuminan por completo. Lo normal es asumir lo peor del otro, que lo hace por esto o por aquello, o que no lo hace por otro.

El problema de la mala idea es que a veces la cagamos. Ya sea con un mensaje desafortunado a un pobre desconocido, o en el peor de los casos que rompamos a insultos con alguien que quizás está actuando de manera totalmente distinta a como nos lo hemos imaginado. En cualquier caso, basar las reacciones y las acciones en conjeturas es siempre una mala idea y además no es real. Muchas veces se resuelve rápidamente en cuanto ves que el dígito estaba equivocado, pero muchas veces trae horas de sufrimiento y dolores de cabeza ocasionados por imaginaciones e historias dignas de un Nobel.

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Basar la vida en la imaginación nunca es bueno. Lo que realmente importa no es lo que “sentimos” o lo que “creemos”, sino cómo son en realidad las cosas, la realidad es la única brújula confiable para dirigir nuestra vida. Por eso, antes de sucumbir ante la mala idea, la mejor idea es preguntar. La comunicación directa siempre va bien.

La mala idea

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26 de julio, 2016

Todo comenzó hace un par de días cuando decidí enviarle un mensaje a alguien desde el celular de una amiga para avisar que había llegado bien a mi destino, foto incluida. El recipiente me respondió con un: “¿Quién es?”, con lo que yo inmediatamente pensé que me estaba molestando y que quería enojarme, incluso le comenté a mi amiga que qué “pesado” con esas bromas. Le respondí con un reclamo y malos modos. A los pocos segundos decidí revisar el número al que había enviado el mensaje para efectivamente darme cuenta de que había apuntado mal un dígito. Después de pedir perdón y enviar el mensaje al destinatario intencionado, me di cuenta de que tantas veces solemos partir de lo peor.

Lo peor es usualmente la mala idea de alguien. Esto funciona igual con intenciones como con acciones. Solemos hacer conjeturas y asumir lo peor de lo que desconocemos sobre los demás. Nos hacemos películas de ficción en la cabeza que en cuanto nos paramos a pensar o, mejor aún, cuando preguntamos directamente, se difuminan por completo. Lo normal es asumir lo peor del otro, que lo hace por esto o por aquello, o que no lo hace por otro.

El problema de la mala idea es que a veces la cagamos. Ya sea con un mensaje desafortunado a un pobre desconocido, o en el peor de los casos que rompamos a insultos con alguien que quizás está actuando de manera totalmente distinta a como nos lo hemos imaginado. En cualquier caso, basar las reacciones y las acciones en conjeturas es siempre una mala idea y además no es real. Muchas veces se resuelve rápidamente en cuanto ves que el dígito estaba equivocado, pero muchas veces trae horas de sufrimiento y dolores de cabeza ocasionados por imaginaciones e historias dignas de un Nobel.

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