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Una Noche en el Teatro

Redacción
30 de julio, 2016

Jueves 28. El Centro Cultural Miguel Ángel Asturias vibraba con una ópera de talla mundial: Rigoletto. Yo estaba estupefacto, degustando de talento nacional en la butaca I5. Todo iba bien hasta que me invadió un dolor de cabeza voraz. Comenzó como una nada, pero poco a poco se fue haciendo más insoportable. Con el corazón dolido, pero la cabeza hinchada, decidí perderme la última media hora de la obra, porque no aguantaba el dolor. Lo que vendría después sería una experiencia increíble.
Salí de la Gran Sala Efraín Recinos. Necesitaba aire fresco y un poco de paz (así es como logro vencer las migrañas). Me senté en un pequeño sillón y estuve cinco minutos allí. Sentía como me palpitaba la cabeza. El dolor no se iba. Las luces me estaban molestando, así que decidí salir del teatro y fui al aire libre.
Vagué por un momento en las fuentes de la plaza principal. Ningún ruido. El frío de la noche hacía una excelente combinación con la oscuridad y las diminutas estrellas que se escondían en el cielo. Decidí sentarme en una de esas bancas extrañas, que parecieran volar sobre el agua de las fuentes. Me di cuenta que era primera vez que me sentaba en una y luego caí en cuenta que ir al teatro nacional era una experiencia poco común. Mientras en otros países los teatros se llenan más que las discotecas, en Guatemala la cultura y el arte son segundo plato y he ahí la razón por la que lugares como el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias son como ciudades desconocidas, llenas de secretos que en muy raras ocasiones nos atreveremos a descubrir.
Sentado en la banca, bajo las ramas de un extraño árbol, comenzó a ceder mi dolor de cabeza. Estaba relajado, sin ningún ruido y deleitado con la belleza del lugar. Es cierto que el mantenimiento no es el mejor y que faltan algunos azulejos en el complejo, así como más vegetación. Sin embargo, con todo y sus fallas, me di cuenta que estaba en una joya cultural guatemalteca.
Pasaron otros diez minutos. Comencé a caminar para regresar a la ópera, pero la curiosidad me obligó a darme la vuelta. Detrás de mí estaba el teatro al aire libre. Jamás había ido y esta noche no había nadie que me lo impidiera. Me di la media vuelta y comencé a subir las gradas que llevan al teatro.
Llegué en unos segundos y me quede asombrado. De mi lado izquierdo se veía la catedral, perfectamente iluminada, radiante y majestuosa. De mi lado derecho estaba el Palacio de Justicia, vestido de luces moradas. Y frente a mi, un teatro desolado, tenebroso y fantástico. Me pasee por todas las “butacas”. Me sentía tan libre y tan feliz. Comencé a pensar en mi país. ¿Porqué lo tendremos igual de abandonado que este teatro? Quizá no nos hemos dado cuenta de la joya que tenemos. Quizá como ese teatro, necesitamos adentrarnos más en el y conocerlo con nuestras propias manos para saber que vale la pena explotarlo de la mejor manera posible.
Cuando llegué al centro del teatro sentí un escalofrío. Quizá fue en frío, o quizá los sentimientos de tristeza, frustración e ira de aquellos guatemaltecos que si hicieron algo bueno y significativo por “su teatro” pero que lastimosamente, les ganó la muerte y partieron esperando a que alguien continuara su legado.
A medio pensamiento, escucho que la ópera ha terminado y los ríos de gente abandonan la Gran Sala Efraín Recinos. Le doy un último vistazo al teatro. Se me escapa un suspiro. Subo las gradas y me voy. Estoy tentado a dar la media vuelta para apreciar por última vez ese espacio tan místico. Pero no lo hago. Me quedaré con las ganas de regresar.

Una Noche en el Teatro

Redacción
30 de julio, 2016

Jueves 28. El Centro Cultural Miguel Ángel Asturias vibraba con una ópera de talla mundial: Rigoletto. Yo estaba estupefacto, degustando de talento nacional en la butaca I5. Todo iba bien hasta que me invadió un dolor de cabeza voraz. Comenzó como una nada, pero poco a poco se fue haciendo más insoportable. Con el corazón dolido, pero la cabeza hinchada, decidí perderme la última media hora de la obra, porque no aguantaba el dolor. Lo que vendría después sería una experiencia increíble.
Salí de la Gran Sala Efraín Recinos. Necesitaba aire fresco y un poco de paz (así es como logro vencer las migrañas). Me senté en un pequeño sillón y estuve cinco minutos allí. Sentía como me palpitaba la cabeza. El dolor no se iba. Las luces me estaban molestando, así que decidí salir del teatro y fui al aire libre.
Vagué por un momento en las fuentes de la plaza principal. Ningún ruido. El frío de la noche hacía una excelente combinación con la oscuridad y las diminutas estrellas que se escondían en el cielo. Decidí sentarme en una de esas bancas extrañas, que parecieran volar sobre el agua de las fuentes. Me di cuenta que era primera vez que me sentaba en una y luego caí en cuenta que ir al teatro nacional era una experiencia poco común. Mientras en otros países los teatros se llenan más que las discotecas, en Guatemala la cultura y el arte son segundo plato y he ahí la razón por la que lugares como el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias son como ciudades desconocidas, llenas de secretos que en muy raras ocasiones nos atreveremos a descubrir.
Sentado en la banca, bajo las ramas de un extraño árbol, comenzó a ceder mi dolor de cabeza. Estaba relajado, sin ningún ruido y deleitado con la belleza del lugar. Es cierto que el mantenimiento no es el mejor y que faltan algunos azulejos en el complejo, así como más vegetación. Sin embargo, con todo y sus fallas, me di cuenta que estaba en una joya cultural guatemalteca.
Pasaron otros diez minutos. Comencé a caminar para regresar a la ópera, pero la curiosidad me obligó a darme la vuelta. Detrás de mí estaba el teatro al aire libre. Jamás había ido y esta noche no había nadie que me lo impidiera. Me di la media vuelta y comencé a subir las gradas que llevan al teatro.
Llegué en unos segundos y me quede asombrado. De mi lado izquierdo se veía la catedral, perfectamente iluminada, radiante y majestuosa. De mi lado derecho estaba el Palacio de Justicia, vestido de luces moradas. Y frente a mi, un teatro desolado, tenebroso y fantástico. Me pasee por todas las “butacas”. Me sentía tan libre y tan feliz. Comencé a pensar en mi país. ¿Porqué lo tendremos igual de abandonado que este teatro? Quizá no nos hemos dado cuenta de la joya que tenemos. Quizá como ese teatro, necesitamos adentrarnos más en el y conocerlo con nuestras propias manos para saber que vale la pena explotarlo de la mejor manera posible.
Cuando llegué al centro del teatro sentí un escalofrío. Quizá fue en frío, o quizá los sentimientos de tristeza, frustración e ira de aquellos guatemaltecos que si hicieron algo bueno y significativo por “su teatro” pero que lastimosamente, les ganó la muerte y partieron esperando a que alguien continuara su legado.
A medio pensamiento, escucho que la ópera ha terminado y los ríos de gente abandonan la Gran Sala Efraín Recinos. Le doy un último vistazo al teatro. Se me escapa un suspiro. Subo las gradas y me voy. Estoy tentado a dar la media vuelta para apreciar por última vez ese espacio tan místico. Pero no lo hago. Me quedaré con las ganas de regresar.