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Arzú tiene razón

Redacción
31 de julio, 2016

El discurso del alcalde Álvaro Arzú en el Foro Esquipulas fue ampliamente criticado por múltiples actores. Los medios de comunicación, por ejemplo, se sintieron ofendidos por la expresión “a la prensa se le paga o se le pega”. Por su parte, muchos tuiteros describieron el discurso de Arzú como “autoritario y abusivo” y reprendieron a todos aquellos que mostraron su acuerdo con el ex presidente.

Sin embargo, un análisis del discurso más allá de los prejuicios, permite observar dos puntos en los que, independientemente de su estilo, Álvaro Arzú tiene razón.

En primer lugar, llama la atención cuando el alcalde dice, “la gente allá afuera está esperando alguien que mande”. Esa observación, dirigida a la audiencia, en su mayoría miembros de la clase política, demuestra una realidad latente que no ha sido percibida por los políticos y líderes sociales guatemaltecos: el ciudadano promedio está desencantado con la democracia.

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El guatemalteco de a pie no tiene mayor interés en el diálogo y las “reformas institucionales”. En realidad, su preocupación se encuentra en obtener un trabajo, acceso a servicios públicos, disminución de la inseguridad, obras de infraestructura, y en general resultados concretos (no solo “casaca”). En ese sentido, la democracia para el guatemalteco no ha traído prosperidad ni bienestar, y eso explica el rechazo hacia el sistema.

Esa insatisfacción ciudadana podría dar paso al surgimiento de un movimiento de corte autoritario, cuya fortaleza sea apelar a la necesidad de ver resultados visibles en corto tiempo. De hecho, según diversas teorías de la ciencia política, la incapacidad de la institucionalidad de cumplir las crecientes demandas de la población, es una de las variables que conducen a un retroceso democrático.

Un segundo punto interesante fue la aseveración de Arzú sobre que “la democracia ha sido un veneno para la paz”. El ex mandatario relaciona la ola de conflicto, con una cultura política en la que “todo el mundo quiere tener protagonismo”, y por ende, cada quien siente la libertad de hacer lo que quiera, aunque eso afecte el derecho de otros. De manera sarcástica, el alcalde aseguró que la policía de tránsito “ya no regula el tráfico sino que las manifestaciones”, mostrando así que en una sociedad en la que todos desean imponer su punto de vista, el resultado será división, polarización, y estancamiento.

Si bien, el alcalde ha sido catalogado como un personaje autoritario y poco reflexivo, su discurso en el Foro Esquipulas es más profundo de lo que a simple vista parece. Desde mi perspectiva, Arzú ha alertado a la clase política nacional sobre el peligro de acomodarse y creer que existe un consenso generalizado sobre la existencia de una democracia en Guatemala. No poner atención a la ansiedad ciudadana por ver resultados concretos y acelerados, podría llevar a la destrucción de los pocos avances en materia de democracia que ha alcanzado al país.
Lo anterior hace necesaria una “concertación” de los diversos sectores que permita alcanzar una agenda mínima, cuyo objetivo sea mostrar al guatemalteco promedio que vivir en democracia podría valer la pena. Si las élites políticas, sociales y económicas no escuchan prontamente las señales que hoy envía el sistema, pronto estaremos ante la presencia de un movimiento autoritario.

Arzú tiene razón

Redacción
31 de julio, 2016

El discurso del alcalde Álvaro Arzú en el Foro Esquipulas fue ampliamente criticado por múltiples actores. Los medios de comunicación, por ejemplo, se sintieron ofendidos por la expresión “a la prensa se le paga o se le pega”. Por su parte, muchos tuiteros describieron el discurso de Arzú como “autoritario y abusivo” y reprendieron a todos aquellos que mostraron su acuerdo con el ex presidente.

Sin embargo, un análisis del discurso más allá de los prejuicios, permite observar dos puntos en los que, independientemente de su estilo, Álvaro Arzú tiene razón.

En primer lugar, llama la atención cuando el alcalde dice, “la gente allá afuera está esperando alguien que mande”. Esa observación, dirigida a la audiencia, en su mayoría miembros de la clase política, demuestra una realidad latente que no ha sido percibida por los políticos y líderes sociales guatemaltecos: el ciudadano promedio está desencantado con la democracia.

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El guatemalteco de a pie no tiene mayor interés en el diálogo y las “reformas institucionales”. En realidad, su preocupación se encuentra en obtener un trabajo, acceso a servicios públicos, disminución de la inseguridad, obras de infraestructura, y en general resultados concretos (no solo “casaca”). En ese sentido, la democracia para el guatemalteco no ha traído prosperidad ni bienestar, y eso explica el rechazo hacia el sistema.

Esa insatisfacción ciudadana podría dar paso al surgimiento de un movimiento de corte autoritario, cuya fortaleza sea apelar a la necesidad de ver resultados visibles en corto tiempo. De hecho, según diversas teorías de la ciencia política, la incapacidad de la institucionalidad de cumplir las crecientes demandas de la población, es una de las variables que conducen a un retroceso democrático.

Un segundo punto interesante fue la aseveración de Arzú sobre que “la democracia ha sido un veneno para la paz”. El ex mandatario relaciona la ola de conflicto, con una cultura política en la que “todo el mundo quiere tener protagonismo”, y por ende, cada quien siente la libertad de hacer lo que quiera, aunque eso afecte el derecho de otros. De manera sarcástica, el alcalde aseguró que la policía de tránsito “ya no regula el tráfico sino que las manifestaciones”, mostrando así que en una sociedad en la que todos desean imponer su punto de vista, el resultado será división, polarización, y estancamiento.

Si bien, el alcalde ha sido catalogado como un personaje autoritario y poco reflexivo, su discurso en el Foro Esquipulas es más profundo de lo que a simple vista parece. Desde mi perspectiva, Arzú ha alertado a la clase política nacional sobre el peligro de acomodarse y creer que existe un consenso generalizado sobre la existencia de una democracia en Guatemala. No poner atención a la ansiedad ciudadana por ver resultados concretos y acelerados, podría llevar a la destrucción de los pocos avances en materia de democracia que ha alcanzado al país.
Lo anterior hace necesaria una “concertación” de los diversos sectores que permita alcanzar una agenda mínima, cuyo objetivo sea mostrar al guatemalteco promedio que vivir en democracia podría valer la pena. Si las élites políticas, sociales y económicas no escuchan prontamente las señales que hoy envía el sistema, pronto estaremos ante la presencia de un movimiento autoritario.