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¿Dónde los tienen? Buscando a 28 mil fantasmas

Redacción
13 de agosto, 2016

El auto me deja en la 8va calle, 3-1 de la zona 1, frente a una casa de azulejos corintos. Llego preparado para una conferencia de prensa sobre un informe que detalla datos escalofriantes de una realidad que no ha dejado de espantar al país desde hace décadas: la desaparición de personas.
He oído hablar del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), sobre todo porque hace algunos meses comenzó mi interés por lo que fue el Conflicto Armado Interno y dentro de la historia, este grupo iniciado por esposas desesperadas y valientes que buscaban a sus esposos desaparecidos, cobró fuerza. Ahora estoy frente a las puertas del famoso GAM. Toco el timbre, me identifico y entro.
En ese instante todo me llama la atención. El estrecho pasillo atorado de cuadros, algunos con fotografías de personajes importantes de la época del conflicto, otros con recortes de noticias de periódicos de esa época y otras fotografías históricas. Al fondo, arriba, colgada, está una pequeña manta desteñida que en sus buenos tiempos fue de color amarilla. Al centro, tres letras grandes y negras: GAM.
Paso por la segunda puerta y entro a un patio/vestíbulo donde me conducen a la sala del fondo, que lleva el nombre de una mártir y ex miembro del GAM: María del Rosario Godoy Aldana de Cuevas, donde se llevará a cabo la conferencia de prensa.
Al entrar a la sala, quedo impactado y me asusto. Es la realidad la que me da una manada en la cara y me muestra lo que por muchos años ignoraba. Las paredes del salón están tapizadas con fotografías de rostros de personas, todas desaparecidas. Ningún rostro muestra expresión o emoción alguna. Pareciera que las fotografías fueron planeadas para causar terror y angustia. Arriba de cada fotografía hay una interrogativa: ¿Dónde lo tienen?
Comienza la conferencia de prensa. El responsable nos da a los presentes todos los escalofriantes datos sobre las desapariciones que ha habido en los últimos siete años: 28,909 personas (13,604 hombres y 15,305 mujeres) que se han esfumado de la noche a la mañana sin explicación. Personas que, como fantasmas, se desvanecieron de la vida como la conocían, para ocultarse (forzadamente) en un lugar que quizá solo Dios sabe.
Me gana el miedo. Siento un escalofrío en la espalda. Quiero irme corriendo de ese lugar para intentar huir de ese sentimiento. Pero me recuerdo que no es solo un sentimiento, sino una realidad y que por más que abandone la casa corinta de la 8va calle de la zona 1, nada cambiará…al menos no por ahora. Permanezco detrás de mi cámara. Inmóvil. Estupefacto.
Termina la conferencia, que por treinta minutos no hizo más que ahogar a los presentes con cifras que parecieran ser sacadas de una película apocalíptica. Apunto lo que necesito. Hago las tomas y preguntas correspondientes. Tomo una copia del escalofriante informe y me decido a salir de ahí, dispuesto a jamás olvidar lo que acaba de suceder y a informar a todos los que pueda de una realidad que pareciera ser ignorada, pero que aterra.
Estoy saliendo de la habitación cuando siento la tentación de volver a ver las imágenes que inundan las paredes del lugar. Me acerco y las veo una a una. Colgados uno al lado de otro están cientos de fotografías; desde Antonio Ciani, ex miembro de la AEU, hasta personas cuyos nombre jamás había oído mentar. Vuelvo a leer en cada una de las fotografías la dolorosa interrogativa: ¿Dónde lo tienen? Esa interrogativa, la misma que llevarán años y décadas cargando las desdichadas familias de estas víctimas, no solamente (y con mucho pesar me doy cuenta) le merece a las personas del conflicto armado. Es una interrogativa actual. Es una realidad: no hemos encontrado a los que secuestraron hace décadas, y a tampoco a quienes han desaparecido estos últimos años. Somos principiantes en “buscar” a los nuestros.
Abandono el lugar con un aire de decepción, angustia, miedo, ansiedad y enojo. Cierro los ojos un momento. Me subo al carro y me voy. Jamás volveré a ser el mismo.

¿Dónde los tienen? Buscando a 28 mil fantasmas

Redacción
13 de agosto, 2016

El auto me deja en la 8va calle, 3-1 de la zona 1, frente a una casa de azulejos corintos. Llego preparado para una conferencia de prensa sobre un informe que detalla datos escalofriantes de una realidad que no ha dejado de espantar al país desde hace décadas: la desaparición de personas.
He oído hablar del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), sobre todo porque hace algunos meses comenzó mi interés por lo que fue el Conflicto Armado Interno y dentro de la historia, este grupo iniciado por esposas desesperadas y valientes que buscaban a sus esposos desaparecidos, cobró fuerza. Ahora estoy frente a las puertas del famoso GAM. Toco el timbre, me identifico y entro.
En ese instante todo me llama la atención. El estrecho pasillo atorado de cuadros, algunos con fotografías de personajes importantes de la época del conflicto, otros con recortes de noticias de periódicos de esa época y otras fotografías históricas. Al fondo, arriba, colgada, está una pequeña manta desteñida que en sus buenos tiempos fue de color amarilla. Al centro, tres letras grandes y negras: GAM.
Paso por la segunda puerta y entro a un patio/vestíbulo donde me conducen a la sala del fondo, que lleva el nombre de una mártir y ex miembro del GAM: María del Rosario Godoy Aldana de Cuevas, donde se llevará a cabo la conferencia de prensa.
Al entrar a la sala, quedo impactado y me asusto. Es la realidad la que me da una manada en la cara y me muestra lo que por muchos años ignoraba. Las paredes del salón están tapizadas con fotografías de rostros de personas, todas desaparecidas. Ningún rostro muestra expresión o emoción alguna. Pareciera que las fotografías fueron planeadas para causar terror y angustia. Arriba de cada fotografía hay una interrogativa: ¿Dónde lo tienen?
Comienza la conferencia de prensa. El responsable nos da a los presentes todos los escalofriantes datos sobre las desapariciones que ha habido en los últimos siete años: 28,909 personas (13,604 hombres y 15,305 mujeres) que se han esfumado de la noche a la mañana sin explicación. Personas que, como fantasmas, se desvanecieron de la vida como la conocían, para ocultarse (forzadamente) en un lugar que quizá solo Dios sabe.
Me gana el miedo. Siento un escalofrío en la espalda. Quiero irme corriendo de ese lugar para intentar huir de ese sentimiento. Pero me recuerdo que no es solo un sentimiento, sino una realidad y que por más que abandone la casa corinta de la 8va calle de la zona 1, nada cambiará…al menos no por ahora. Permanezco detrás de mi cámara. Inmóvil. Estupefacto.
Termina la conferencia, que por treinta minutos no hizo más que ahogar a los presentes con cifras que parecieran ser sacadas de una película apocalíptica. Apunto lo que necesito. Hago las tomas y preguntas correspondientes. Tomo una copia del escalofriante informe y me decido a salir de ahí, dispuesto a jamás olvidar lo que acaba de suceder y a informar a todos los que pueda de una realidad que pareciera ser ignorada, pero que aterra.
Estoy saliendo de la habitación cuando siento la tentación de volver a ver las imágenes que inundan las paredes del lugar. Me acerco y las veo una a una. Colgados uno al lado de otro están cientos de fotografías; desde Antonio Ciani, ex miembro de la AEU, hasta personas cuyos nombre jamás había oído mentar. Vuelvo a leer en cada una de las fotografías la dolorosa interrogativa: ¿Dónde lo tienen? Esa interrogativa, la misma que llevarán años y décadas cargando las desdichadas familias de estas víctimas, no solamente (y con mucho pesar me doy cuenta) le merece a las personas del conflicto armado. Es una interrogativa actual. Es una realidad: no hemos encontrado a los que secuestraron hace décadas, y a tampoco a quienes han desaparecido estos últimos años. Somos principiantes en “buscar” a los nuestros.
Abandono el lugar con un aire de decepción, angustia, miedo, ansiedad y enojo. Cierro los ojos un momento. Me subo al carro y me voy. Jamás volveré a ser el mismo.