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KILÓMETRO A KILÓMETRO

Redacción
02 de septiembre, 2016

Me despierto muy temprano, 5:30 de la mañana. No es un domingo cualquiera. Este domingo era el día por el cuál debí haber entrenado hace al menos dos meses. Pero no lo hice: voy a correr 21 kilómetros y le apuesto todo a mi condición física actual. Me río de pensarlo. No es mi primera carrera, pero si es la primera sin entrenamiento previo. Lo que vendrá a continuación será toda una experiencia.

Los primeros 5k: emociones y risas a paso firme.
El primer kilómetro pasa sin sentirlo. Llevo una excelente playlist en mi celular, el cuerpo fresco y la mente enfocada: correr y disfrutar. Los alrededores de la sétima avenida de la zona 1 son (junto con las Américas y la zona 4) las calles más alegres. Todo tipo de gente está aplaudiéndote como si fueses un héroe, y poco a poco uno comienza a creérselo. El segundo y tercer kilómetro transcurren casi igual. Paso por el primer puesto de hidratación pero no tomo nada, ¡me siento genial!
Cuarto kilómetro. Voy a una velocidad de 5.30/km. Me doy cuenta que el clima fresco del inicio comienza a cambiar por un sol radiante que se confunde con el sol de verano. Empiezo a sudar.
Voy sumergido en los ritmos de la canción que estoy escuchando, paso por el quinto kilómetro y de pronto comienzo a ver que los aplausos a mi alrededor suben de volumen y tono. Todos me ven, me señalan y aplauden. Me siento como el protagonista de la carrera. Hasta comienzo a correr de una manera más escénica porque pienso que estoy acaparando la atención. La ilusión me dura unos minutos. De pronto escucho un grito a mis espaldas que me asusta: “¡Eso, eso, eso! ¡Guatemala!”. Me volteo para toparme con un grupo de unos 15 kaibiles que, con su uniforme y botas, corren detrás de mío. Comienzo a reírme, ¡y yo pensando que la gente me aplaudía a mí! Me entra un aire y se acaban las risas.

Del seis al diez: mis amigos Kaibiles.
Del kilómetro seis al diez me voy frente a mis nuevos amigos kaibiles. Son una excelente motivación. Yo voy con ropa deportiva y unos buenos tennis, mientras ellos van con botas, uniforme y la cara pintada. Más motivación que esa es imposible. Así que esos kilómetros también se pasan rápido. Paso por un puesto de hidratación y tomo bastante agua; el calor está insoportable.
Los Kaibiles me van dando una buena lección. No rompen filas. Van todos al mismo paso. Y cuando alguien comienza la porra, no hay quién no lo siga. De vez en cuando me quito los audífonos para escuchar los aplausos y palabras de apoyo de las personas a los soldados. Me conmueve eso. Su labor no siempre es reconocida por el país y su pasado es todavía motivo de juicios e incertidumbre moral.
Terminando la zona 4 por la Ruta 6, recién comenzada la Avenida Reforma, dejo atrás a los Kaibiles.

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Ombligo de la carrera: 7 Kilómetros alegres
Al fin llego a mi parte favorita de la carrera. Voy por el kilómetro 11, ya llevo bastante recorrido encima y estoy corriendo por dos de mis avenidas favoritos de la ciudad: Américas y Reforma. Por alguna razón (histórica o emocional) les tengo mucho aprecio y disfruto correrlas. Una de las razones por las que esas avenidas me encantan en los 21k, es que me encuentro a muchísima gente que conozco. Y los aplusos de algún conocido (y los otros 19,999 corredores no me dejarán mentir) son la mejor vitamina para seguir corriendo. Por alguna razón uno siente que corre por los que no están corriendo y eso motiva a dar más esfuerzo. A principios de la Reforma, rebaso a un señor en silla de ruedas. Al pasarle me doy cuenta que el lleva la sonrisa más grande. El sudor gotea de su cabeza, se nota el esfuerzo en sus brazos y me conmueve, pero me inspira: es un ejemplo de determinación y fuerza. Quizás las personas con capacidades especiales, no corren por quienes no pueden, sino para demostrarle a aquellos que no pueden que si pueden. En este trabalenguas estoy cuando paso por el kilómetro 12.
Llego al Obelisco y se me dibuja una sonrisa. Me encanta el Obelisco. Siempre que lo veo me imagino el antiguo Palacio de la Reforma, del cual solo quedan los restos y me quedo perplejo ante la gigantesca bandera de mi país que ondea coqueta, como si supiera que ese día son los 21k y sabe que tiene que lucirse.
Continúo corriendo (ahora por las Américas y en el kilómetro 13) sonriente y observando a todas partes para saludar a mis conocidos cuando en eso me invade un olor asqueroso. No es un secreto que mientras corres, tu cuerpo hace mejor digestión y a todos se nos escapan flatulencias (en el uso correcto de la palabra). ¡Pero esta es grave! ¡El dueño ha de sentirse orgulloso! Aguanto la respiración y comienzo a correr en zigzag para “burlar el gas”, pero ya me respiré la mitad. Hago una mueca y continúo corriendo… ¡que asco!
Los efectos de la falta de entrenamiento comienzan a hacer acto de presencia en los kilómetros 16 y 17. Me duelen las rodillas y las plantas de los pies. Y aunque no me falta el aire (se lo debo a mi rutina diaria de ejercicios y mi vida sana) me siento cansado y comienzo a bajar el paso. Los gritos de apoyo de mi familia me hacen olvidar el cansancio por un par de kilómetros más.

Kilómetro 18: un extraño y una palmada en la espalda
Voy de regreso por la Reforma, justo en el kilómetro 18, cuando me doy cuenta que, por primera vez en una carrera, no puedo más. Comienzo a culpar la falta de entrenamiento, ¡si tan solo hubiera corrido un par de kilómetros las semanas anteriores! Pero no lo hice (por diversas razones distintas a la pereza) y ahora estoy sufriendo poco a poco. Mi paso va bajando. Veo como los minutos por kilómetro suben en mi reloj.
En eso veo como mis amigos los Kaibiles me pasan de largo. Si hubiesen sido unos kilómetros antes, me les hubiera unido, pero ahora ya no me importa si me alcanzan. Total, ellos son la elite del ejército y comen perros en Petén (es lo que cuentan las historias). No pasa nada si me ganan.
Estoy a punto de comenzar a caminar cuando en eso un corredor, un completo extraño, pasa al lado mío, me da una palmada en la espalda y me grita: “ánimo”. No se diga más. Eso me basta para hacer todos los sentimientos de cansancio a un lado. Pienso: “Voy a terminar esta carrera como la empecé; corriendo. No importa a que paso ni a que velocidad. Pero si comencé corriendo, no caminaré ni un segundo”.
Y así, a paso lento pero seguro, me dispongo a correr los últimos tres kilómetros de la carrera.

Un último impulso: ¿Dónde está la bendita meta?
Regresando por la Ruta 6 y dirigiéndome hacia el centro cívico, mi único deseo es cruzar la bendita meta, que no veo en ningún lugar. Los kilómetros 19 y 20 pasan como dejà vus y en eso me enfrento al peor kilometro de todos: el último.
Es curioso como el primer kilómetro es el más rápido y el último el más lento. Al menos en mi caso, a pesar de que faltan otros veinte por correr, ese primer kilómetro es el más enérgico y motivador. Pero el último…ese es la encarnación del verdadero desafío para cualquier corredor. Es el monumento a tu cansancio, tus dolores, tus metas y frustraciones. Ese kilómetro es odiado y amado al mismo tiempo. Es un túnel de bipolaridad; una recta que pareciera nunca acabar.
Ya casi arrastrando los pies, me acerco a la meta. A unos metros de distancia, siento esa adrenalina que estuvo guardada en lo más profundo de mi cuerpo, lista para usarse en este glorioso momento. Sonrío, apresuro el paso, levanto las manos y cruzo la meta. Se acabó. Lo hice. 21k.
Camino para que me den mi medalla (en ese momento me siento Erick Barrondo en Londres 2012) y me hidrato. Por dentro estoy contento y satisfecho, pero me imagino como estoy por fuera. Sentado en las gradas de la municipalidad, me encuentro a un amigo, que también corrió.
-¡Juan Diego! ¿Cómo te fue?
-¡No muy bien! Subí el tiempo. Jamás vuelvo a correrla sin haber entrenado antes
-¿Pero entonces si la vas a volver a correr?
Sonrío.
-Definitivamente.
Me reúno con mi familia y comenzamos a caminar al parqueo. Me duele todo, pero estoy satisfecho. A medio camino veo hacia atrás. Todavía hay unos corredores cruzando la meta. Suspiro y pienso: “a lo mejor escribo una crónica de esta carrera”.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

KILÓMETRO A KILÓMETRO

Redacción
02 de septiembre, 2016

Me despierto muy temprano, 5:30 de la mañana. No es un domingo cualquiera. Este domingo era el día por el cuál debí haber entrenado hace al menos dos meses. Pero no lo hice: voy a correr 21 kilómetros y le apuesto todo a mi condición física actual. Me río de pensarlo. No es mi primera carrera, pero si es la primera sin entrenamiento previo. Lo que vendrá a continuación será toda una experiencia.

Los primeros 5k: emociones y risas a paso firme.
El primer kilómetro pasa sin sentirlo. Llevo una excelente playlist en mi celular, el cuerpo fresco y la mente enfocada: correr y disfrutar. Los alrededores de la sétima avenida de la zona 1 son (junto con las Américas y la zona 4) las calles más alegres. Todo tipo de gente está aplaudiéndote como si fueses un héroe, y poco a poco uno comienza a creérselo. El segundo y tercer kilómetro transcurren casi igual. Paso por el primer puesto de hidratación pero no tomo nada, ¡me siento genial!
Cuarto kilómetro. Voy a una velocidad de 5.30/km. Me doy cuenta que el clima fresco del inicio comienza a cambiar por un sol radiante que se confunde con el sol de verano. Empiezo a sudar.
Voy sumergido en los ritmos de la canción que estoy escuchando, paso por el quinto kilómetro y de pronto comienzo a ver que los aplausos a mi alrededor suben de volumen y tono. Todos me ven, me señalan y aplauden. Me siento como el protagonista de la carrera. Hasta comienzo a correr de una manera más escénica porque pienso que estoy acaparando la atención. La ilusión me dura unos minutos. De pronto escucho un grito a mis espaldas que me asusta: “¡Eso, eso, eso! ¡Guatemala!”. Me volteo para toparme con un grupo de unos 15 kaibiles que, con su uniforme y botas, corren detrás de mío. Comienzo a reírme, ¡y yo pensando que la gente me aplaudía a mí! Me entra un aire y se acaban las risas.

Del seis al diez: mis amigos Kaibiles.
Del kilómetro seis al diez me voy frente a mis nuevos amigos kaibiles. Son una excelente motivación. Yo voy con ropa deportiva y unos buenos tennis, mientras ellos van con botas, uniforme y la cara pintada. Más motivación que esa es imposible. Así que esos kilómetros también se pasan rápido. Paso por un puesto de hidratación y tomo bastante agua; el calor está insoportable.
Los Kaibiles me van dando una buena lección. No rompen filas. Van todos al mismo paso. Y cuando alguien comienza la porra, no hay quién no lo siga. De vez en cuando me quito los audífonos para escuchar los aplausos y palabras de apoyo de las personas a los soldados. Me conmueve eso. Su labor no siempre es reconocida por el país y su pasado es todavía motivo de juicios e incertidumbre moral.
Terminando la zona 4 por la Ruta 6, recién comenzada la Avenida Reforma, dejo atrás a los Kaibiles.

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Ombligo de la carrera: 7 Kilómetros alegres
Al fin llego a mi parte favorita de la carrera. Voy por el kilómetro 11, ya llevo bastante recorrido encima y estoy corriendo por dos de mis avenidas favoritos de la ciudad: Américas y Reforma. Por alguna razón (histórica o emocional) les tengo mucho aprecio y disfruto correrlas. Una de las razones por las que esas avenidas me encantan en los 21k, es que me encuentro a muchísima gente que conozco. Y los aplusos de algún conocido (y los otros 19,999 corredores no me dejarán mentir) son la mejor vitamina para seguir corriendo. Por alguna razón uno siente que corre por los que no están corriendo y eso motiva a dar más esfuerzo. A principios de la Reforma, rebaso a un señor en silla de ruedas. Al pasarle me doy cuenta que el lleva la sonrisa más grande. El sudor gotea de su cabeza, se nota el esfuerzo en sus brazos y me conmueve, pero me inspira: es un ejemplo de determinación y fuerza. Quizás las personas con capacidades especiales, no corren por quienes no pueden, sino para demostrarle a aquellos que no pueden que si pueden. En este trabalenguas estoy cuando paso por el kilómetro 12.
Llego al Obelisco y se me dibuja una sonrisa. Me encanta el Obelisco. Siempre que lo veo me imagino el antiguo Palacio de la Reforma, del cual solo quedan los restos y me quedo perplejo ante la gigantesca bandera de mi país que ondea coqueta, como si supiera que ese día son los 21k y sabe que tiene que lucirse.
Continúo corriendo (ahora por las Américas y en el kilómetro 13) sonriente y observando a todas partes para saludar a mis conocidos cuando en eso me invade un olor asqueroso. No es un secreto que mientras corres, tu cuerpo hace mejor digestión y a todos se nos escapan flatulencias (en el uso correcto de la palabra). ¡Pero esta es grave! ¡El dueño ha de sentirse orgulloso! Aguanto la respiración y comienzo a correr en zigzag para “burlar el gas”, pero ya me respiré la mitad. Hago una mueca y continúo corriendo… ¡que asco!
Los efectos de la falta de entrenamiento comienzan a hacer acto de presencia en los kilómetros 16 y 17. Me duelen las rodillas y las plantas de los pies. Y aunque no me falta el aire (se lo debo a mi rutina diaria de ejercicios y mi vida sana) me siento cansado y comienzo a bajar el paso. Los gritos de apoyo de mi familia me hacen olvidar el cansancio por un par de kilómetros más.

Kilómetro 18: un extraño y una palmada en la espalda
Voy de regreso por la Reforma, justo en el kilómetro 18, cuando me doy cuenta que, por primera vez en una carrera, no puedo más. Comienzo a culpar la falta de entrenamiento, ¡si tan solo hubiera corrido un par de kilómetros las semanas anteriores! Pero no lo hice (por diversas razones distintas a la pereza) y ahora estoy sufriendo poco a poco. Mi paso va bajando. Veo como los minutos por kilómetro suben en mi reloj.
En eso veo como mis amigos los Kaibiles me pasan de largo. Si hubiesen sido unos kilómetros antes, me les hubiera unido, pero ahora ya no me importa si me alcanzan. Total, ellos son la elite del ejército y comen perros en Petén (es lo que cuentan las historias). No pasa nada si me ganan.
Estoy a punto de comenzar a caminar cuando en eso un corredor, un completo extraño, pasa al lado mío, me da una palmada en la espalda y me grita: “ánimo”. No se diga más. Eso me basta para hacer todos los sentimientos de cansancio a un lado. Pienso: “Voy a terminar esta carrera como la empecé; corriendo. No importa a que paso ni a que velocidad. Pero si comencé corriendo, no caminaré ni un segundo”.
Y así, a paso lento pero seguro, me dispongo a correr los últimos tres kilómetros de la carrera.

Un último impulso: ¿Dónde está la bendita meta?
Regresando por la Ruta 6 y dirigiéndome hacia el centro cívico, mi único deseo es cruzar la bendita meta, que no veo en ningún lugar. Los kilómetros 19 y 20 pasan como dejà vus y en eso me enfrento al peor kilometro de todos: el último.
Es curioso como el primer kilómetro es el más rápido y el último el más lento. Al menos en mi caso, a pesar de que faltan otros veinte por correr, ese primer kilómetro es el más enérgico y motivador. Pero el último…ese es la encarnación del verdadero desafío para cualquier corredor. Es el monumento a tu cansancio, tus dolores, tus metas y frustraciones. Ese kilómetro es odiado y amado al mismo tiempo. Es un túnel de bipolaridad; una recta que pareciera nunca acabar.
Ya casi arrastrando los pies, me acerco a la meta. A unos metros de distancia, siento esa adrenalina que estuvo guardada en lo más profundo de mi cuerpo, lista para usarse en este glorioso momento. Sonrío, apresuro el paso, levanto las manos y cruzo la meta. Se acabó. Lo hice. 21k.
Camino para que me den mi medalla (en ese momento me siento Erick Barrondo en Londres 2012) y me hidrato. Por dentro estoy contento y satisfecho, pero me imagino como estoy por fuera. Sentado en las gradas de la municipalidad, me encuentro a un amigo, que también corrió.
-¡Juan Diego! ¿Cómo te fue?
-¡No muy bien! Subí el tiempo. Jamás vuelvo a correrla sin haber entrenado antes
-¿Pero entonces si la vas a volver a correr?
Sonrío.
-Definitivamente.
Me reúno con mi familia y comenzamos a caminar al parqueo. Me duele todo, pero estoy satisfecho. A medio camino veo hacia atrás. Todavía hay unos corredores cruzando la meta. Suspiro y pienso: “a lo mejor escribo una crónica de esta carrera”.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo