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Aprender a ser libres

Redacción
02 de septiembre, 2016

A principios de este año, la afamada escritora J. K. Rowling expresó: “Creo que casi todo lo que dice el señor (Donald) Trump es cuestionable. Lo considero ofensivo y fanático.” Y podría decirse que comparte la forma de pensar de la considerable mayoría de hispanoamericanos. Sin embargo, Rowling no dudó en agregar en aquel momento, en referencia a una solicitud colectiva de no dejar entrar a Trump al Reino Unido, con las palabras siguientes: “Pero (Trump) tiene mi apoyo completo para que venga a mi país y sea ofensivo y fanático allí. Su libertad de expresión protege mi libertad de llamarlo un fanático.” Partiendo de esta consideración, es menester traer a colación el mismo tópico en nuestro ámbito.
Desde el Artículo 5 de la Constitución Política de la República de Guatemala se reconoce el derecho a “a hacer lo que la ley no prohíbe”, y como menciona Friedrich A. Hayek en Los fundamentos de la Libertad: “(esta) se refiere únicamente a la relación de hombres con hombres, y la simple infracción de la misma no es más que coacción por parte de los hombres.”
Más allá de la libertad política, esta libertad es precisamente lo que nos diferencia de las antiguas civilizaciones esclavistas. La coacción precisamente reside en el esclavismo de no hacer lo que su voluntad propia dicta, sino lo que las ordenanzas de otro individuo dictan. Que la Constitución reconozca esto permite al individuo alejarse al máximo posible de la coacción del estado y gozar de su verdadera libertad, dentro de parámetros preestablecidos de derechos y obligaciones.
No obstante, el Estado puede convertirse en un factor de coacción cuando lo es la sociedad porque, en efecto, la población es parte de los elementos que conforman al Estado. Así pues, el disgusto social por la divergencia ideológica suele ser un agravante del propio derecho, y el colectivismo suele ser el detrimento de la libertad. Bien decía Karl Popper: “El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo, es decir, de la libertad del pensamiento.”
Y es que no se es verdaderamente libre, interiormente libre, cuando para uno mismo no hay más verdad que los dogmas que profesa. Por eso, hay quien se desanima sobremanera cuando el debate sociopolítico se fundamenta en no más que falacias ad hominem. Probablemente ese es el secreto. Escucharnos, diferir, y defender con ahínco lo que conocemos, pero saber que son nuestras diferencias lo que nos hace libres.
Sin ánimo de que suene trillado, pero con fervor hacia las palabras del poeta: “el respeto al Derecho ajeno es la paz.” Verdaderamente hoy más que nunca, cuando nos une la necesidad de un cambio sociopolítico, y como decía Frédéric Bastiat: “¡Ea! Miserables, que tan grandes os creéis, que juzgáis a la humanidad tan pequeña, que todo lo queréis reformar. Reformaos a vosotros mismos; con esa tarea os basta.” Es momento de que todos nos reformemos. Que aprendamos a ser libres.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Aprender a ser libres

Redacción
02 de septiembre, 2016

A principios de este año, la afamada escritora J. K. Rowling expresó: “Creo que casi todo lo que dice el señor (Donald) Trump es cuestionable. Lo considero ofensivo y fanático.” Y podría decirse que comparte la forma de pensar de la considerable mayoría de hispanoamericanos. Sin embargo, Rowling no dudó en agregar en aquel momento, en referencia a una solicitud colectiva de no dejar entrar a Trump al Reino Unido, con las palabras siguientes: “Pero (Trump) tiene mi apoyo completo para que venga a mi país y sea ofensivo y fanático allí. Su libertad de expresión protege mi libertad de llamarlo un fanático.” Partiendo de esta consideración, es menester traer a colación el mismo tópico en nuestro ámbito.
Desde el Artículo 5 de la Constitución Política de la República de Guatemala se reconoce el derecho a “a hacer lo que la ley no prohíbe”, y como menciona Friedrich A. Hayek en Los fundamentos de la Libertad: “(esta) se refiere únicamente a la relación de hombres con hombres, y la simple infracción de la misma no es más que coacción por parte de los hombres.”
Más allá de la libertad política, esta libertad es precisamente lo que nos diferencia de las antiguas civilizaciones esclavistas. La coacción precisamente reside en el esclavismo de no hacer lo que su voluntad propia dicta, sino lo que las ordenanzas de otro individuo dictan. Que la Constitución reconozca esto permite al individuo alejarse al máximo posible de la coacción del estado y gozar de su verdadera libertad, dentro de parámetros preestablecidos de derechos y obligaciones.
No obstante, el Estado puede convertirse en un factor de coacción cuando lo es la sociedad porque, en efecto, la población es parte de los elementos que conforman al Estado. Así pues, el disgusto social por la divergencia ideológica suele ser un agravante del propio derecho, y el colectivismo suele ser el detrimento de la libertad. Bien decía Karl Popper: “El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo, es decir, de la libertad del pensamiento.”
Y es que no se es verdaderamente libre, interiormente libre, cuando para uno mismo no hay más verdad que los dogmas que profesa. Por eso, hay quien se desanima sobremanera cuando el debate sociopolítico se fundamenta en no más que falacias ad hominem. Probablemente ese es el secreto. Escucharnos, diferir, y defender con ahínco lo que conocemos, pero saber que son nuestras diferencias lo que nos hace libres.
Sin ánimo de que suene trillado, pero con fervor hacia las palabras del poeta: “el respeto al Derecho ajeno es la paz.” Verdaderamente hoy más que nunca, cuando nos une la necesidad de un cambio sociopolítico, y como decía Frédéric Bastiat: “¡Ea! Miserables, que tan grandes os creéis, que juzgáis a la humanidad tan pequeña, que todo lo queréis reformar. Reformaos a vosotros mismos; con esa tarea os basta.” Es momento de que todos nos reformemos. Que aprendamos a ser libres.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo