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Juliano, luego Gregoriano, ahora Comercial

Luis Felipe Garrán
09 de noviembre, 2017

En la pantalla del teléfono, junto a un dibujito del sol detrás de una nube, se lee “septiembre”. El ambiente está tenmplado, algo húmedo con el suelo aún mojado de la noche anterior. Los colegios se preparan para la puesta en marcha de los mercaditos, en la radio suena el himno a diario y los vidrios de los carros se llenan de banderas blanquiazules. ¿En el súper? La cosa es bien distinta.
Los pasillos cercanos a la entrada se dividen en dos: unos con tonos naranjas y negros, muy típicos del otoño, no tanto del guatemalteco, sino el del norte, el que sale en la tele; y otros en verde, rojo y blanco. Las Fiestas Patrias están a la vuelta de la esquina según el calendario con publicidad de algún banco que cuelga en una pared del cuarto de mi hermana, pero los comercios entienden el tiempo de otra forma; como su agosto lo viven en diciembre, lo adelantan para septiembre.
No había pasado Halloween y los pasillos naranjas y negros estaban más extintos que el dodo; los dulces ya solo se veían en sus estanterías naturales y las coronas de adviento y ramas de muérdago comenzaron a proliferar. En el sótano de Pradera ya preparaban el árbol de Navidad, que tan pronto lo ponen y tanto te aburren con él, que casi solo lo ves porque se come un gran tramo de pasillo y tienes que esquivarlo.
Empieza noviembre; faltan casi dos meses para la Noche Buena pero tú sientes que has vivido en ella durante el último medio año. Te llega el catálogo de juguetes en la prensa, comienzan las rebajas en los grandes almacenes y las tiendas pequeñas se empeñan en colgar carteles de “Sale”, porque en inglés se vende más (aunque al final se pague en quetzales y no en dólares).
Pronto llegará diciembre, el mes navideño. ¿Y qué pasa? Pues que en enero vuelven los niños al cole, otros regresamos a la “u” y muchos necesitan comprar una agenda porque en su empresa no les regalan. Aquellos verdes pasillos con gorros de Santa, bolas brillantes y latas de galletas cambian de huéspedes y se vuelven una librería y papelería. Paquetes de folios, sobres manila, juegos de mesa y resaltadores fluorescentes. Poco después, aquel dibujito del sol detrás de una nube marca una temperatura más baja que cuando lo vimos la primera vez, y en él se puede leer “24 de diciembre”.
Así es, los comercios tienen un calendario de ventas al que el resto de mortales nos debemos acoplar sin que necesariamente nos guste. Melendi canta: “…la Navidad la ha inventado el Corte Inglés”, que chapinizado podría decirse que fue creada por Siman, o por Walmart, o por las grandes cadenas de centros comerciales… y le han quitado la magia, porque ya no existe la ilusión de las expectativas lejanas; se han desmarcado con éxito para anticiparse a ellas.
Pues nada, a ver si pronto me ponen las ofertas de chocolates para San Valentín.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Juliano, luego Gregoriano, ahora Comercial

Luis Felipe Garrán
09 de noviembre, 2017

En la pantalla del teléfono, junto a un dibujito del sol detrás de una nube, se lee “septiembre”. El ambiente está tenmplado, algo húmedo con el suelo aún mojado de la noche anterior. Los colegios se preparan para la puesta en marcha de los mercaditos, en la radio suena el himno a diario y los vidrios de los carros se llenan de banderas blanquiazules. ¿En el súper? La cosa es bien distinta.
Los pasillos cercanos a la entrada se dividen en dos: unos con tonos naranjas y negros, muy típicos del otoño, no tanto del guatemalteco, sino el del norte, el que sale en la tele; y otros en verde, rojo y blanco. Las Fiestas Patrias están a la vuelta de la esquina según el calendario con publicidad de algún banco que cuelga en una pared del cuarto de mi hermana, pero los comercios entienden el tiempo de otra forma; como su agosto lo viven en diciembre, lo adelantan para septiembre.
No había pasado Halloween y los pasillos naranjas y negros estaban más extintos que el dodo; los dulces ya solo se veían en sus estanterías naturales y las coronas de adviento y ramas de muérdago comenzaron a proliferar. En el sótano de Pradera ya preparaban el árbol de Navidad, que tan pronto lo ponen y tanto te aburren con él, que casi solo lo ves porque se come un gran tramo de pasillo y tienes que esquivarlo.
Empieza noviembre; faltan casi dos meses para la Noche Buena pero tú sientes que has vivido en ella durante el último medio año. Te llega el catálogo de juguetes en la prensa, comienzan las rebajas en los grandes almacenes y las tiendas pequeñas se empeñan en colgar carteles de “Sale”, porque en inglés se vende más (aunque al final se pague en quetzales y no en dólares).
Pronto llegará diciembre, el mes navideño. ¿Y qué pasa? Pues que en enero vuelven los niños al cole, otros regresamos a la “u” y muchos necesitan comprar una agenda porque en su empresa no les regalan. Aquellos verdes pasillos con gorros de Santa, bolas brillantes y latas de galletas cambian de huéspedes y se vuelven una librería y papelería. Paquetes de folios, sobres manila, juegos de mesa y resaltadores fluorescentes. Poco después, aquel dibujito del sol detrás de una nube marca una temperatura más baja que cuando lo vimos la primera vez, y en él se puede leer “24 de diciembre”.
Así es, los comercios tienen un calendario de ventas al que el resto de mortales nos debemos acoplar sin que necesariamente nos guste. Melendi canta: “…la Navidad la ha inventado el Corte Inglés”, que chapinizado podría decirse que fue creada por Siman, o por Walmart, o por las grandes cadenas de centros comerciales… y le han quitado la magia, porque ya no existe la ilusión de las expectativas lejanas; se han desmarcado con éxito para anticiparse a ellas.
Pues nada, a ver si pronto me ponen las ofertas de chocolates para San Valentín.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo