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SIC ET NON

Redacción
10 de mayo, 2017

Apenas había dado a luz Pedro Abelardo – un teólogo medieval italiano del siglo XII – a esta obra polémica de carácter religioso, cuando se desató la tormenta.  En este libro Abelardo se animaba a presentar las contradicciones que existían entre algunas citas bíblicas y otras, y entre los textos bíblicos y las opiniones de algunos de los Doctores de la Iglesia y exégetas de escritos sagrados.  La intención de Pedro Abelardo no era cuestionar la autoridad de la iglesia o el hecho de que estos textos estuvieran inspirados efectivamente por Dios. Era simplemente buscar eliminar aquello que era ambiguo, contradictorio o añadido. Sin embargo muchos se apresuraron a condenarlo, por cuestionar algo que se daba por sentado, fuera esto el mensaje original o no.

SIC ET NON -en su versión más literal- pareciera estarse pronunciando una parte de la sociedad guatemalteca ante las reformas constitucionales. Algunos que se decantan por decir que hay que aprobarlas, no importa el qué o el cómo  -lo que vale es ganar la batalla para conseguir el resultado-, y otros promueven que no se apruebe, simplemente porque la iniciativa viene de este o de aquél. Y en ese estira y afloja poco se puede realmente discutir que es lo que más conviene. Parece que ya hemos llegado a un punto de no retorno donde los argumentos ya no valen, donde las explicaciones técnicas suenan a justificaciones y donde las visiones alternativas son acusadas de tibieza o ambigüedad. Hay algo de sospechoso en todo este asunto cuando la opción es decir simplemente sí o no.

He escuchado a ciertos grupos decir que lo que está en el Congreso de la República es la voz del diálogo y que por tanto la iniciativa debe ser respetada tal cual. No es cierto. Lo que llegó al Congreso fue una mixtura de acuerdos parciales, temas aprobados en líneas muy generales, desacuerdos recogidos a base de imponer números –que no argumentos-, y propuestas que ni siquiera fueron discutidas. Tan poco representativo termina siendo el texto sometido a debate, que entre éste (o sea las enmiendas que se han ido conociendo) y lo que se dice salió del diálogo ya hay muy poca semejanza. No digo esto para criticar el hecho que todo puede ser objeto de mejora. Así debería ser. Lo hago para objetar a aquellos que parecieran haber recibido una voz de orden que les instruye apoyar todo lo que emane de la fuente original de las reformas, ya no importando qué contienen, qué consecuencia traen o tan siquiera si remotamente se parecen a lo que conversaron hace menos de un año.

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Por otro lado, también he escuchado voces que se oponen con acritud a que cualquier reforma sea aprobada. Preocupados por un entorno internacional que claramente presenta ejemplos  en los que reformas constitucionales están siendo utilizadas para acomodar intereses de regímenes autoritarios, han iniciado una campaña para evitar que se apruebe reforma alguna. Es importante preguntarse si muchas de estas voces se hicieron escuchar a lo largo de los 14 meses que lleva esta discusión. Igualmente, si la propuesta de estos movimientos es que no existan reformas constitucionales, se precisa escuchar de ellos por qué la situación actual es buena o en cualquier caso mejor de lo que se está proponiendo. Esto está haciendo falta conocer.

Debo advertir que soy completamente contrario a hacer reformas simplemente porque reformar es bueno en sí mismo. Esto es una mera necedad que ha llevado a no pocos ensayos fallidos. “Nunquam reformata quia nunquam deformata” decían orgullos los monjes cartujos acerca de su Orden religiosa. Pero de ello a pensar que todo funciona muy bien y que es mejor dejar las cosas como están, yo lo cuestiono. Me resisto a ser víctima de esos claroscuros que suelen borrar la razón de cualquier discusión. En esta trampa dialéctica hasta ciertos medios de comunicación han concedido, presentando cualquier intento de argumentar sobre la necesidad de cambiar o mejorar lo propuesto como instrumentos al servicio de la corrupción o por el afán de preservar privilegios. Esta actitud de consigna, particularmente en aquellos que en una sociedad están llamados investigar y constatar hechos,  no contribuye para nada.

De Pedro Abelardo prefiero quedarme con el contenido de su reflexión que con el mero título de su trabajo. Cuestionar, indagar, explicar y pedir explicaciones es lo que toda sociedad madura está llamada a hacer. Si nos quedamos en el sí o no; si nos quedamos en que hay que cambiar o resistir sin argumento; si al final  esta es una prueba en la que el ganador terminará teniendo nombre de persona o institución pero el perdedor será la justicia, habremos perdido una importante oportunidad de mejorar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

SIC ET NON

Redacción
10 de mayo, 2017

Apenas había dado a luz Pedro Abelardo – un teólogo medieval italiano del siglo XII – a esta obra polémica de carácter religioso, cuando se desató la tormenta.  En este libro Abelardo se animaba a presentar las contradicciones que existían entre algunas citas bíblicas y otras, y entre los textos bíblicos y las opiniones de algunos de los Doctores de la Iglesia y exégetas de escritos sagrados.  La intención de Pedro Abelardo no era cuestionar la autoridad de la iglesia o el hecho de que estos textos estuvieran inspirados efectivamente por Dios. Era simplemente buscar eliminar aquello que era ambiguo, contradictorio o añadido. Sin embargo muchos se apresuraron a condenarlo, por cuestionar algo que se daba por sentado, fuera esto el mensaje original o no.

SIC ET NON -en su versión más literal- pareciera estarse pronunciando una parte de la sociedad guatemalteca ante las reformas constitucionales. Algunos que se decantan por decir que hay que aprobarlas, no importa el qué o el cómo  -lo que vale es ganar la batalla para conseguir el resultado-, y otros promueven que no se apruebe, simplemente porque la iniciativa viene de este o de aquél. Y en ese estira y afloja poco se puede realmente discutir que es lo que más conviene. Parece que ya hemos llegado a un punto de no retorno donde los argumentos ya no valen, donde las explicaciones técnicas suenan a justificaciones y donde las visiones alternativas son acusadas de tibieza o ambigüedad. Hay algo de sospechoso en todo este asunto cuando la opción es decir simplemente sí o no.

He escuchado a ciertos grupos decir que lo que está en el Congreso de la República es la voz del diálogo y que por tanto la iniciativa debe ser respetada tal cual. No es cierto. Lo que llegó al Congreso fue una mixtura de acuerdos parciales, temas aprobados en líneas muy generales, desacuerdos recogidos a base de imponer números –que no argumentos-, y propuestas que ni siquiera fueron discutidas. Tan poco representativo termina siendo el texto sometido a debate, que entre éste (o sea las enmiendas que se han ido conociendo) y lo que se dice salió del diálogo ya hay muy poca semejanza. No digo esto para criticar el hecho que todo puede ser objeto de mejora. Así debería ser. Lo hago para objetar a aquellos que parecieran haber recibido una voz de orden que les instruye apoyar todo lo que emane de la fuente original de las reformas, ya no importando qué contienen, qué consecuencia traen o tan siquiera si remotamente se parecen a lo que conversaron hace menos de un año.

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Por otro lado, también he escuchado voces que se oponen con acritud a que cualquier reforma sea aprobada. Preocupados por un entorno internacional que claramente presenta ejemplos  en los que reformas constitucionales están siendo utilizadas para acomodar intereses de regímenes autoritarios, han iniciado una campaña para evitar que se apruebe reforma alguna. Es importante preguntarse si muchas de estas voces se hicieron escuchar a lo largo de los 14 meses que lleva esta discusión. Igualmente, si la propuesta de estos movimientos es que no existan reformas constitucionales, se precisa escuchar de ellos por qué la situación actual es buena o en cualquier caso mejor de lo que se está proponiendo. Esto está haciendo falta conocer.

Debo advertir que soy completamente contrario a hacer reformas simplemente porque reformar es bueno en sí mismo. Esto es una mera necedad que ha llevado a no pocos ensayos fallidos. “Nunquam reformata quia nunquam deformata” decían orgullos los monjes cartujos acerca de su Orden religiosa. Pero de ello a pensar que todo funciona muy bien y que es mejor dejar las cosas como están, yo lo cuestiono. Me resisto a ser víctima de esos claroscuros que suelen borrar la razón de cualquier discusión. En esta trampa dialéctica hasta ciertos medios de comunicación han concedido, presentando cualquier intento de argumentar sobre la necesidad de cambiar o mejorar lo propuesto como instrumentos al servicio de la corrupción o por el afán de preservar privilegios. Esta actitud de consigna, particularmente en aquellos que en una sociedad están llamados investigar y constatar hechos,  no contribuye para nada.

De Pedro Abelardo prefiero quedarme con el contenido de su reflexión que con el mero título de su trabajo. Cuestionar, indagar, explicar y pedir explicaciones es lo que toda sociedad madura está llamada a hacer. Si nos quedamos en el sí o no; si nos quedamos en que hay que cambiar o resistir sin argumento; si al final  esta es una prueba en la que el ganador terminará teniendo nombre de persona o institución pero el perdedor será la justicia, habremos perdido una importante oportunidad de mejorar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo