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Sin representatividad

Alfonso Muralles
17 de mayo, 2017

En ningún momento pongo en duda que todos los guatemaltecos que se pronuncian (y los que no se pronuncian también) en favor o en contra de las reformas constitucionales propuestas, sienten un profundo amor por su país y les preocupa sinceramente su futuro. Que al respecto hayan posiciones opuestas y que éstas se manifiesten abiertamente, que se les trate de defender con posiciones inevitablemente ancladas en la diversidad cultural, social, económica y hasta política, es sano. Es lo normal en una democracia.

Sin embargo, aquí parece llevarse casi tan pronto se inicia una discusión, hacia un enfrentamiento ideológico un tanto trasnochado que no permite avanzar en la búsqueda de consensos y que genera desinformación y confusión en el espectador medianamente informado y hartazgo y lamentable desinterés en los que antes que seguir los vaivenes parlamentarios, tienen que fajarse a tiempo completo en el trabajo diario y la información, si se le puede llamar así, les llega por deshilvanados pushitos por el “face”.

Es un serio problema la falta de representatividad en el Congreso de la República. Esos grupos de guatemaltecos enfrentados debieran ser visibles, al igual que cualquier otro grupo con otras posiciones, en el debate parlamentario. Y ante la ausencia de debate, por incapacidad o por temor, de poco o nada sirven las barras encendidas y los plantones con pancartas y consignas. Se puede llegar a consensos, como el que ya existía a principios de febrero pasado, que parecía avanzar al retirarse el tema de la jurisprudencia indígena, pero esos consensos no sirven de mucho. Es evidente que una bancada que recibe presión de un lado y del otro, no opta. Se inmoviliza. Se ausenta o juega al ratón y al gato con el quorum.

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Constitucionalmente se deben esperar 2 años y medio para poder cambiar las cosas. O tal vez menos al avanzar los múltiples antejuicios ya encaminados o los trámites de cancelación de partidos. Nuevas personas, aun cuando puedan ser producto de malas prácticas políticas tradicionales, pueden traer nuevos vientos.

¿Qué no hay prisa? No es cierto. Si hay prisa. Cada día que pasa nos polarizamos más.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Sin representatividad

Alfonso Muralles
17 de mayo, 2017

En ningún momento pongo en duda que todos los guatemaltecos que se pronuncian (y los que no se pronuncian también) en favor o en contra de las reformas constitucionales propuestas, sienten un profundo amor por su país y les preocupa sinceramente su futuro. Que al respecto hayan posiciones opuestas y que éstas se manifiesten abiertamente, que se les trate de defender con posiciones inevitablemente ancladas en la diversidad cultural, social, económica y hasta política, es sano. Es lo normal en una democracia.

Sin embargo, aquí parece llevarse casi tan pronto se inicia una discusión, hacia un enfrentamiento ideológico un tanto trasnochado que no permite avanzar en la búsqueda de consensos y que genera desinformación y confusión en el espectador medianamente informado y hartazgo y lamentable desinterés en los que antes que seguir los vaivenes parlamentarios, tienen que fajarse a tiempo completo en el trabajo diario y la información, si se le puede llamar así, les llega por deshilvanados pushitos por el “face”.

Es un serio problema la falta de representatividad en el Congreso de la República. Esos grupos de guatemaltecos enfrentados debieran ser visibles, al igual que cualquier otro grupo con otras posiciones, en el debate parlamentario. Y ante la ausencia de debate, por incapacidad o por temor, de poco o nada sirven las barras encendidas y los plantones con pancartas y consignas. Se puede llegar a consensos, como el que ya existía a principios de febrero pasado, que parecía avanzar al retirarse el tema de la jurisprudencia indígena, pero esos consensos no sirven de mucho. Es evidente que una bancada que recibe presión de un lado y del otro, no opta. Se inmoviliza. Se ausenta o juega al ratón y al gato con el quorum.

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Constitucionalmente se deben esperar 2 años y medio para poder cambiar las cosas. O tal vez menos al avanzar los múltiples antejuicios ya encaminados o los trámites de cancelación de partidos. Nuevas personas, aun cuando puedan ser producto de malas prácticas políticas tradicionales, pueden traer nuevos vientos.

¿Qué no hay prisa? No es cierto. Si hay prisa. Cada día que pasa nos polarizamos más.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo