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Una Ópera, no de Verdi, sino de Deus

José Carlos Ortega
05 de agosto, 2017

…haciendo esta una mezcla de ópera y de jazz, de esa libertad, con la que siempre me sentiré identificado pese a los intentos de maestros y consejeros…

Por José Carlos Ortega Santa Cruz

Ingreso a la gran sala del teatro con el exótico diseño del busto de una joven que no termina de desarrollar, empujando sus nuevos atributos hacia afuera, impetuosos, en medio de esa frondosidad verde, media selvática y virgen, medio vuelta a esos sueños de madurez, que ni Recinos o Goyri hubieran podido plasmar.

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La luz va decayendo, y todos los músicos van tomando sus lugares. Algunos inician a afinar los instrumentos, y a medida que las luces se atenúan, las llamadas para ingresar, para tomar asiento, olvidar por qué llegué hasta allí y porque permanezco, alejado de la civilización, sin pensar en esa civilización que en ese momento no se puede conectar y me ha dejado allí, en platea para escuchar y oír sus actos, me compró la entrada y me hizo reposar por unas horas.

Los trinos empiezan, uno a uno, y al mover de los dedos del Director, cada una de las flautas, la pícola, las transversales, un clarinete se van mezclando y complementando, con el fondo constante del sonar de muchas aguas de los timbales y las chicharras unidas, como violines. El riachuelo cercano, salta, se retuerce como un saxofón. Todos ingresan en el momento justo, dirigidas, pero espontáneas, haciendo esta una mezcla de ópera y de jazz, de esa libertad, con la que siempre me sentiré identificado pese a los intentos de maestros y consejeros…

Silba el viento como el fagot, y las luminarias van cambiando de color los actos, cientos de luciérnagas que o pretenden acomodar a quienes se van acomodando, o me interrumpen, como aquellos que prenden el celular a medio acto.

El acto final. Un rugir que combina los timbales con la gravedad y el ronquido de algún animal bostezando, a lo lejos, como trombón y el ingreso de un clarinete, que como actor principal recorrerá todos las notas musicales y enamorará, no solo a su amada, sino a todos los presentes.

La lumbrera principal ha salido grandiosa, una luna en todo su esplendor, con luces direccionadas de cada estrella sobre los diferentes actores, haciéndolas ver esplendorosas. Sus colores ya no se distinguen, diciéndonos a poco que la obra está llegando hacia el fin.

Cae el telón de una densa nube gris, y apaga las lumbreras, dejando el espacio para dirigirme a la civilización de vuelta, ayudado por las luciérnagas que me persiguen, y de las chicharras, que como el sonido de una fiesta rebotando en mis oídos…

Y siempre, un molesto zancudo, tan molesto como el ruido del que hizo pasar comida a la gran sala y la utiliza en medio del gran acto…

Gracias Dios, por permitirme compartir tu gran acto… de observar de otra forma el cañón del Polochic, en el primer acto de Tamahú.

(Gracias Roberto A.)

Sígame y coménteme e twitter: @josekrlos

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Una Ópera, no de Verdi, sino de Deus

José Carlos Ortega
05 de agosto, 2017

…haciendo esta una mezcla de ópera y de jazz, de esa libertad, con la que siempre me sentiré identificado pese a los intentos de maestros y consejeros…

Por José Carlos Ortega Santa Cruz

Ingreso a la gran sala del teatro con el exótico diseño del busto de una joven que no termina de desarrollar, empujando sus nuevos atributos hacia afuera, impetuosos, en medio de esa frondosidad verde, media selvática y virgen, medio vuelta a esos sueños de madurez, que ni Recinos o Goyri hubieran podido plasmar.

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La luz va decayendo, y todos los músicos van tomando sus lugares. Algunos inician a afinar los instrumentos, y a medida que las luces se atenúan, las llamadas para ingresar, para tomar asiento, olvidar por qué llegué hasta allí y porque permanezco, alejado de la civilización, sin pensar en esa civilización que en ese momento no se puede conectar y me ha dejado allí, en platea para escuchar y oír sus actos, me compró la entrada y me hizo reposar por unas horas.

Los trinos empiezan, uno a uno, y al mover de los dedos del Director, cada una de las flautas, la pícola, las transversales, un clarinete se van mezclando y complementando, con el fondo constante del sonar de muchas aguas de los timbales y las chicharras unidas, como violines. El riachuelo cercano, salta, se retuerce como un saxofón. Todos ingresan en el momento justo, dirigidas, pero espontáneas, haciendo esta una mezcla de ópera y de jazz, de esa libertad, con la que siempre me sentiré identificado pese a los intentos de maestros y consejeros…

Silba el viento como el fagot, y las luminarias van cambiando de color los actos, cientos de luciérnagas que o pretenden acomodar a quienes se van acomodando, o me interrumpen, como aquellos que prenden el celular a medio acto.

El acto final. Un rugir que combina los timbales con la gravedad y el ronquido de algún animal bostezando, a lo lejos, como trombón y el ingreso de un clarinete, que como actor principal recorrerá todos las notas musicales y enamorará, no solo a su amada, sino a todos los presentes.

La lumbrera principal ha salido grandiosa, una luna en todo su esplendor, con luces direccionadas de cada estrella sobre los diferentes actores, haciéndolas ver esplendorosas. Sus colores ya no se distinguen, diciéndonos a poco que la obra está llegando hacia el fin.

Cae el telón de una densa nube gris, y apaga las lumbreras, dejando el espacio para dirigirme a la civilización de vuelta, ayudado por las luciérnagas que me persiguen, y de las chicharras, que como el sonido de una fiesta rebotando en mis oídos…

Y siempre, un molesto zancudo, tan molesto como el ruido del que hizo pasar comida a la gran sala y la utiliza en medio del gran acto…

Gracias Dios, por permitirme compartir tu gran acto… de observar de otra forma el cañón del Polochic, en el primer acto de Tamahú.

(Gracias Roberto A.)

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República es ajena a la opinión expresada en este artículo