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Nacionalismo caníbal

Luis Felipe Garrán
28 de septiembre, 2017

Era viernes y en la sección de extranjería de Italia lo sabían. Mientras Theresa May, la premier del Reino Unido, viajaba a Florencia para continuar con las negociaciones que darán paso, al final del entablillado recorrido, al Brexit, Colin Firth recibía la nacionalidad italiana de manos del ministro del interior de aquel país.

Firth ha sido el Duque de York; un espía tanto o más británico que el propio James Bond; el tipo que contrató a Nanny McPhee y ha prestado su voz al cuento más famoso de Charles Dickens. Por lo que sabemos, seguramente desayuna fish ‘n’ chips cada mañana mientras toma té y lee The Sun.

Pero ese cariño por la Union Jack, nacionalismo puro, se desinfla frente al propio nacionalismo, que no busca otra cosa que salir de la Unión.
(De hecho, ya lo logró).

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La Real Academia Española de la Lengua da dos definiciones para nacionalismo. La primera: “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”. Podemos decir que el bueno de Colin entra aquí. Es más, desde 2011 es comandante-comendador de la Orden del Imperio Británico, distinción dada por la reina Isabel II.

La segunda reza así: “Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”. Esta es más fuerte.
Obviamente, el Reino Unido ya era un Estado; de hecho, es una unión de Estados (Inglaterra, Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte), pero ya formaba parte de algo mucho más grande. Para algunos, un experimento fallido; para otros, la explicación del orden mundial actual; la Unión Europea.

Desde que al norte del Canal de la Macha se votó por abandonar la UE, miles de británicos han corrido a otros países para volverse sus ciudadanos. Ser miembro de la Unión Europea, guste más, guste menos, es un estatus de mucho valor. El espacio transitable sin apenas identificación, sin impuestos extraordinarios ni tarifas de ingreso, pudiendo utilizar tu misma identificación, misma licencia de conducir, misma moneda… es algo muy tentador como para dejarlo ir, aún si es cuestión de orgullo (que en algunos casos es sinónimo de la segunda acepción de “nacionalismo”) o de aparente patriotismo.

El sentimiento de unión y de pertenencia que tanto se ha desarrollado en millones de europeos, sobre todo en aquellos que no han conocido nada fuera de la Unión, debería ser más fuerte que caprichos locales aupados por las generaciones de mayor edad que poco más permanecerán en ese entorno. Incluso otros procesos secesionistas como el de Escocia (legal) o el de Catalunya (ilegal) han dejado claro querer separarse del Estado al que pertenecen, mas no de la Unión Europea.

El amor a la patria no significa el odio o la indiferencia hacia los vecinos, pero cuando hay quienes se ven obligados a elegir, comienzan las deserciones.

Por cierto, a Firth se le ha unido Ralph Fiennes (Voldemort o “M” en 007) que se ha hecho serbio. Aquello de que en Reino Unido hay muchos inmigrantes puede acabar a la inversa.
Cheerios!

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Nacionalismo caníbal

Luis Felipe Garrán
28 de septiembre, 2017

Era viernes y en la sección de extranjería de Italia lo sabían. Mientras Theresa May, la premier del Reino Unido, viajaba a Florencia para continuar con las negociaciones que darán paso, al final del entablillado recorrido, al Brexit, Colin Firth recibía la nacionalidad italiana de manos del ministro del interior de aquel país.

Firth ha sido el Duque de York; un espía tanto o más británico que el propio James Bond; el tipo que contrató a Nanny McPhee y ha prestado su voz al cuento más famoso de Charles Dickens. Por lo que sabemos, seguramente desayuna fish ‘n’ chips cada mañana mientras toma té y lee The Sun.

Pero ese cariño por la Union Jack, nacionalismo puro, se desinfla frente al propio nacionalismo, que no busca otra cosa que salir de la Unión.
(De hecho, ya lo logró).

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La Real Academia Española de la Lengua da dos definiciones para nacionalismo. La primera: “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”. Podemos decir que el bueno de Colin entra aquí. Es más, desde 2011 es comandante-comendador de la Orden del Imperio Británico, distinción dada por la reina Isabel II.

La segunda reza así: “Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”. Esta es más fuerte.
Obviamente, el Reino Unido ya era un Estado; de hecho, es una unión de Estados (Inglaterra, Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte), pero ya formaba parte de algo mucho más grande. Para algunos, un experimento fallido; para otros, la explicación del orden mundial actual; la Unión Europea.

Desde que al norte del Canal de la Macha se votó por abandonar la UE, miles de británicos han corrido a otros países para volverse sus ciudadanos. Ser miembro de la Unión Europea, guste más, guste menos, es un estatus de mucho valor. El espacio transitable sin apenas identificación, sin impuestos extraordinarios ni tarifas de ingreso, pudiendo utilizar tu misma identificación, misma licencia de conducir, misma moneda… es algo muy tentador como para dejarlo ir, aún si es cuestión de orgullo (que en algunos casos es sinónimo de la segunda acepción de “nacionalismo”) o de aparente patriotismo.

El sentimiento de unión y de pertenencia que tanto se ha desarrollado en millones de europeos, sobre todo en aquellos que no han conocido nada fuera de la Unión, debería ser más fuerte que caprichos locales aupados por las generaciones de mayor edad que poco más permanecerán en ese entorno. Incluso otros procesos secesionistas como el de Escocia (legal) o el de Catalunya (ilegal) han dejado claro querer separarse del Estado al que pertenecen, mas no de la Unión Europea.

El amor a la patria no significa el odio o la indiferencia hacia los vecinos, pero cuando hay quienes se ven obligados a elegir, comienzan las deserciones.

Por cierto, a Firth se le ha unido Ralph Fiennes (Voldemort o “M” en 007) que se ha hecho serbio. Aquello de que en Reino Unido hay muchos inmigrantes puede acabar a la inversa.
Cheerios!

República es ajena a la opinión expresada en este artículo