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Feliz 10 de enero

Carmen Camey
09 de enero, 2018

Hoy no es un día especial, pasó la Navidad y el Año Nuevo y hemos vuelto a la rutina: a la plana, insípida y normal rutina. Pero esto no es necesariamente algo malo, de hecho, es la condición de posibilidad de los días especiales. Toda situación anormal exige una situación normal, y la situación normal de las fiestas es la rutina diaria: los lunes y martes de enero, donde nada pasa, solo la vida.

No la valoramos lo suficiente y eso se debe en parte a la sobre excitación que vivimos en los días festivos. Mi amiga Esther tiene una hermana de 9 años que se llama María. Esta Navidad María estuvo tan emocionada por los regalos y la fiesta que no durmió en dos días. Cuando abrieron los regalos y todo había pasado, inmediatamente le entró un ataque de llanto incontrolable: no podía explicar por qué lloraba ni podía parar de llorar. Una clásica “goma” de los estados de ánimo fuertes.

En esto está el peligro de vivir de excitación, de emociones: se les da un excesivo valor a los estados de ánimo fuertes y se desprecia la rutina pacífica que los hace posibles. Vivir de los estados de ánimo, buenos o malos, es engañarse. Son estados: siempre se sale de ellos y siempre se sale engomado, sensible, “tocado”. Si solo vamos buscando estos estados de felicidad excitada es difícil valorar la felicidad pacífica: esa que se siente cuando las cosas están en su sitio, sin coronas ni duendes ni foquitos iluminando todo. Solo lo de siempre, cada cosa en su lugar. Y si esto no nos convence, es un buen ejercicio pensar en que todos los días salimos y encontramos nuestro carro, nos subimos a él sin darle importancia, pero cuánto sufriríamos si un día saliéramos y no lo encontráramos.  No valoramos lo felices que somos cuando las cosas están en su lugar, las damos por hecho y si no estuvieran las echaríamos en falta.

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Por eso en enero viene bien revalorar la rutina y la normalidad. Para disfrutar de las fiestas hace falta que existan, así que, si no me puedo convencer de acogerlas con brazos abiertos, por lo menos puedo consolarme pensando que si todos los días fueran especiales ninguno lo sería. También sienta bien aprovechar estos momentos de felicidad pacífica, sin estados de ánimo fuertes ni gomas emocionales: solo la simple planicie de la vida diaria, que ya bastante afán propio tiene.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

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Hoy no es un día especial, pasó la Navidad y el Año Nuevo y hemos vuelto a la rutina: a la plana, insípida y normal rutina. Pero esto no es necesariamente algo malo, de hecho, es la condición de posibilidad de los días especiales. Toda situación anormal exige una situación normal, y la situación normal de las fiestas es la rutina diaria: los lunes y martes de enero, donde nada pasa, solo la vida.

No la valoramos lo suficiente y eso se debe en parte a la sobre excitación que vivimos en los días festivos. Mi amiga Esther tiene una hermana de 9 años que se llama María. Esta Navidad María estuvo tan emocionada por los regalos y la fiesta que no durmió en dos días. Cuando abrieron los regalos y todo había pasado, inmediatamente le entró un ataque de llanto incontrolable: no podía explicar por qué lloraba ni podía parar de llorar. Una clásica “goma” de los estados de ánimo fuertes.

En esto está el peligro de vivir de excitación, de emociones: se les da un excesivo valor a los estados de ánimo fuertes y se desprecia la rutina pacífica que los hace posibles. Vivir de los estados de ánimo, buenos o malos, es engañarse. Son estados: siempre se sale de ellos y siempre se sale engomado, sensible, “tocado”. Si solo vamos buscando estos estados de felicidad excitada es difícil valorar la felicidad pacífica: esa que se siente cuando las cosas están en su sitio, sin coronas ni duendes ni foquitos iluminando todo. Solo lo de siempre, cada cosa en su lugar. Y si esto no nos convence, es un buen ejercicio pensar en que todos los días salimos y encontramos nuestro carro, nos subimos a él sin darle importancia, pero cuánto sufriríamos si un día saliéramos y no lo encontráramos.  No valoramos lo felices que somos cuando las cosas están en su lugar, las damos por hecho y si no estuvieran las echaríamos en falta.

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Por eso en enero viene bien revalorar la rutina y la normalidad. Para disfrutar de las fiestas hace falta que existan, así que, si no me puedo convencer de acogerlas con brazos abiertos, por lo menos puedo consolarme pensando que si todos los días fueran especiales ninguno lo sería. También sienta bien aprovechar estos momentos de felicidad pacífica, sin estados de ánimo fuertes ni gomas emocionales: solo la simple planicie de la vida diaria, que ya bastante afán propio tiene.

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