Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

“Habemus Papam” Cubano

Redacción República
18 de enero, 2018

A la muerte del Papa, el Colegio de Cardenales de la Iglesia Católica se reúne en cónclave para elegir un nuevo Papa. Durante este proceso secreto, los príncipes de la Iglesia permanecen aislados y no se permite ningún contacto con el mundo exterior. Los Cardenales se comprometen bajo juramento a guardar secreto absoluto sobre sus deliberaciones.

Tras cada votación, las papeletas y las notas se queman y el humo de la quema aparece sobre el Palacio del Vaticano. Humo negro significa que no hay acuerdo, y humo blanco significa que un nuevo Papa ha sido electo. Poco después, el Proto-Diácono del Colegio de Cardenales sale al balcón principal del Vaticano y declara al mundo: “Habemus Papam”, “¡Tenemos Papa!”

Editoriales en los medios de comunicación católicos de Cuba reflejan esta tradición elitista de la Iglesia de exclusión y secreto. “Espacio Laical”, una publicación dirigida por el Consejo de Laicos de la Arquidiócesis de La Habana, “Nueva Palabra” revista de la Arquidiócesis, y una carta firmada por los obispos y vicarios del Consejo de Obispos de La Habana, todos usan palabras de confrontación y de exclusión para condenar a los que critican las tácticas del cardenal cubano Jaime Ortega.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Estas publicaciones caracterizan a los críticos del enfoque Chamberliano del Cardenal como facciones con muy poca inteligencia política y llenas de odio y prejuicios. Ofrecen sutilmente que solo el cardenal Ortega ha discernido la metodología adecuada para cambios ordenados y pacíficos, en colaboración con la gerontocracia del gobierno cubano. En un moderno auto-da-fé, los editoriales de la Arquidiócesis afirman que aquellos que no están de acuerdo con el Cardenal se auto-excluyen de participar en el futuro de Cuba.

Tal vez sea comprensible que el cardenal Ortega y su Consejo Episcopal se sientan más cómodos interactuando a puerta cerrada con sus homólogos en el gobierno de Cuba que con los feligreses de la Iglesia. Durante la lucha de Cuba por su independencia la Iglesia, de manera similar, se colocó al lado de la brutal Corona española y no con los que luchaban por la libertad. La Iglesia tiene una controversial pero exitosa historia de dos mil años con su estructura de gobierno elitista y no democrática. Sin embargo, el desdén expresado contra una participación ciudadana democrática en el futuro de Cuba, es indefensible.

Cuando decisiones político-económicas se toman sin transparencia por una camarilla elitista de mandarines, la participación ciudadana es inexistente. Oponerse a este enfoque discriminatorio y pretencioso no es, como afirman funcionarios de la Iglesia, “una falta inmadura de inteligencia política.” Es, de hecho, una expresión madura de visión política y un rechazo a la afición por el liderazgo mesiánico y caudillista que ha sido tan dañina en la historia cubana.

Tal vez les moleste a los líderes de la Iglesia, pero la expresión legítima y constructiva de descontento es una condición necesaria para una sociedad libre y próspera. La Iglesia parece ignorar que la política gubernamental, a diferencia de la doctrina religiosa, debe ser apoyada por una ciudadanía que tiene confianza en la legitimidad de un sistema de instituciones independientes. Todo poder ejercido sin control degenera eventualmente en un sistema de castas.

Reflejando las tradiciones de la Iglesia con respecto a la sucesión de su liderazgo, el cardenal Ortega y su Concilio Ecuménico han decretado que el camino para Cuba debe ser uno de “encuentro, diálogo y consenso” dictado de arriba hacia abajo. Esa fórmula excluye la participación de la ciudadanía y demoniza a quienes se atreven a oponerse a un cónclave Iglesia-gobierno.

Hay, por supuesto, otro camino. La Iglesia cubana, al igual que lo hizo la iglesia polaca, puede y debe apoyar a un llamado global para la participación ciudadana de abajo hacia arriba a través de elecciones libres, multipartidistas y democráticas bajo supervisión internacional. Pero esto, supongo, es lo que clasifican como de escasa inteligencia política fuera de la metodología del Cardenal.

Esta alternativa de participación ciudadana fue señalada por la activista democrática cubana Marta Menor. Ella le recuerda a Su Eminencia que, al igual que él es un príncipe de la Iglesia, todos los ciudadanos cubanos son príncipes de la Nación y por lo tanto tienen el derecho a elegir libremente a sus dirigentes.

Los cubanos no aspiran a ver humo negro o blanco salir del puesto de mando de los Castros y un general del ejército declarando: “Habemus dictator!” Aspiran a todas las vicisitudes de ejercer sus derechos y deberes como ciudadanos de una nación libre. Amén.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

“Habemus Papam” Cubano

Redacción República
18 de enero, 2018

A la muerte del Papa, el Colegio de Cardenales de la Iglesia Católica se reúne en cónclave para elegir un nuevo Papa. Durante este proceso secreto, los príncipes de la Iglesia permanecen aislados y no se permite ningún contacto con el mundo exterior. Los Cardenales se comprometen bajo juramento a guardar secreto absoluto sobre sus deliberaciones.

Tras cada votación, las papeletas y las notas se queman y el humo de la quema aparece sobre el Palacio del Vaticano. Humo negro significa que no hay acuerdo, y humo blanco significa que un nuevo Papa ha sido electo. Poco después, el Proto-Diácono del Colegio de Cardenales sale al balcón principal del Vaticano y declara al mundo: “Habemus Papam”, “¡Tenemos Papa!”

Editoriales en los medios de comunicación católicos de Cuba reflejan esta tradición elitista de la Iglesia de exclusión y secreto. “Espacio Laical”, una publicación dirigida por el Consejo de Laicos de la Arquidiócesis de La Habana, “Nueva Palabra” revista de la Arquidiócesis, y una carta firmada por los obispos y vicarios del Consejo de Obispos de La Habana, todos usan palabras de confrontación y de exclusión para condenar a los que critican las tácticas del cardenal cubano Jaime Ortega.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Estas publicaciones caracterizan a los críticos del enfoque Chamberliano del Cardenal como facciones con muy poca inteligencia política y llenas de odio y prejuicios. Ofrecen sutilmente que solo el cardenal Ortega ha discernido la metodología adecuada para cambios ordenados y pacíficos, en colaboración con la gerontocracia del gobierno cubano. En un moderno auto-da-fé, los editoriales de la Arquidiócesis afirman que aquellos que no están de acuerdo con el Cardenal se auto-excluyen de participar en el futuro de Cuba.

Tal vez sea comprensible que el cardenal Ortega y su Consejo Episcopal se sientan más cómodos interactuando a puerta cerrada con sus homólogos en el gobierno de Cuba que con los feligreses de la Iglesia. Durante la lucha de Cuba por su independencia la Iglesia, de manera similar, se colocó al lado de la brutal Corona española y no con los que luchaban por la libertad. La Iglesia tiene una controversial pero exitosa historia de dos mil años con su estructura de gobierno elitista y no democrática. Sin embargo, el desdén expresado contra una participación ciudadana democrática en el futuro de Cuba, es indefensible.

Cuando decisiones político-económicas se toman sin transparencia por una camarilla elitista de mandarines, la participación ciudadana es inexistente. Oponerse a este enfoque discriminatorio y pretencioso no es, como afirman funcionarios de la Iglesia, “una falta inmadura de inteligencia política.” Es, de hecho, una expresión madura de visión política y un rechazo a la afición por el liderazgo mesiánico y caudillista que ha sido tan dañina en la historia cubana.

Tal vez les moleste a los líderes de la Iglesia, pero la expresión legítima y constructiva de descontento es una condición necesaria para una sociedad libre y próspera. La Iglesia parece ignorar que la política gubernamental, a diferencia de la doctrina religiosa, debe ser apoyada por una ciudadanía que tiene confianza en la legitimidad de un sistema de instituciones independientes. Todo poder ejercido sin control degenera eventualmente en un sistema de castas.

Reflejando las tradiciones de la Iglesia con respecto a la sucesión de su liderazgo, el cardenal Ortega y su Concilio Ecuménico han decretado que el camino para Cuba debe ser uno de “encuentro, diálogo y consenso” dictado de arriba hacia abajo. Esa fórmula excluye la participación de la ciudadanía y demoniza a quienes se atreven a oponerse a un cónclave Iglesia-gobierno.

Hay, por supuesto, otro camino. La Iglesia cubana, al igual que lo hizo la iglesia polaca, puede y debe apoyar a un llamado global para la participación ciudadana de abajo hacia arriba a través de elecciones libres, multipartidistas y democráticas bajo supervisión internacional. Pero esto, supongo, es lo que clasifican como de escasa inteligencia política fuera de la metodología del Cardenal.

Esta alternativa de participación ciudadana fue señalada por la activista democrática cubana Marta Menor. Ella le recuerda a Su Eminencia que, al igual que él es un príncipe de la Iglesia, todos los ciudadanos cubanos son príncipes de la Nación y por lo tanto tienen el derecho a elegir libremente a sus dirigentes.

Los cubanos no aspiran a ver humo negro o blanco salir del puesto de mando de los Castros y un general del ejército declarando: “Habemus dictator!” Aspiran a todas las vicisitudes de ejercer sus derechos y deberes como ciudadanos de una nación libre. Amén.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo