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Violencia Contra la Mujer

Ramon Parellada
25 de noviembre, 2018

Ayer se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.  Esta celebración nos recuerda que todavía hay mucho por hacer porque los actos de violencia contra las mujeres se siguen dando, día a día, en muchos países del mundo.  Guatemala no es la excepción, al contrario, es uno de los países donde más abusos hay contra la mujer.

De acuerdo a Prensa Libre del 25 de noviembre de 2018 en su reportaje titulado ““Es necesario frenar la violencia contra la mujer”, afirma fiscal General”, el INACIF (Instituto Nacional de Ciencias Forenses) indicó que “en 2017 fueron asesinadas 772 mujeres en Guatemala, es decir, 2.1 al día; frente a las 739 del año anterior. Y solo en los primeros cinco meses de 2018, 314 mujeres perdieron la vida de forma violenta.”

En ese mismo reportaje, “en un comunicado, la jefa del Ministerio Público pidió que esos cambios en la sociedad conlleven “un alto a la violencia que día a día sufre” cientos de mujeres en Guatemala y que no entiende de edad, estatus económico, social ni creencias.”

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Y es tan cierto lo de que “no entiende de edad, estatus económico, social ni creencias” que me trajo a la mente varios casos de los cuales voy a compartir uno reciente que me impresionó muchísimo.  Me dejó triste y frustrado pues no podía hacer nada.  Me lo contó un amigo médico y me dijo que no podía decirme el nombre de su paciente.  Por esa razón voy a inventarme el nombre de la víctima, pero lamentablemente me enteré que no es la única, sino que hay muchas que sufren este tipo de violencia que en este caso es familiar.

Resulta que “Dominga” (nombre ficticio) es una joven adolescente de una familia de buenos recursos.  Ella fue violada por su propio padre.  Pero ahí no quedó todo.  Resultó embarazada.  No sabía si contarle a su mamá así que le contó a su mejor amiga y ella le dijo que se lo dijera a su mamá.  La madre, al escucharla, la llamó de “puta” para arriba.  Que no podía hacerle eso a la familia.  Y la comenzó a golpear con lo que encontró a la mano.   Tal paliza le dio que le rompió el brazo y unas costillas.  Al llegar al hospital iba acompañada de sus padres.  En un momento dado, el padre se quedó sólo con ella y la amenazó diciéndole que si decía algo a sus hermanos y su familia ya no tendrían para sobrevivir pues él era la fuente de ingresos de la familia. Ella se preocupó más pros sus hermanitos.  Su novio la había dejado.  Fue a la casa de su mejor amiga y aunque le dijeron que podía estar ahí no le creyeron la historia y era mejor que no saliera de la casa.   Que mejor no dijera nada para no dañar la reputación buena que tenía la familia.   La pobre chica, con miedo y con el dolor de la traición de su propio padre de primero y luego de su propia madre que no le creía y defendía al padre ciegamente entró en depresión.  Ya no quería vivir.  No sabía qué hacer.  No quería dañar a nadie.  Se resignó a vivir su vida como fuera.  Sus sueños de terminar el colegio y estudiar una carrera se esfumaron de pronto.  Tendría que buscar la forma de trabajar para salir adelante ella y su hijo o hija que naciera pues el aborto nunca fue una opción.  Todas esas emociones y estrés sufrido la enfermaron.  Su alivio fue hablar con su médico quien la escuchó pacientemente y la aconsejó con sabiduría.  No sé qué le dijo que le pudo dar esa paz y tranquilidad.  Tal vez que viera el largo plazo y no sólo el corto plazo, que la vida sigue y que las cosas deben mejorar.

Cuando mi amigo médico me contó esto casi lloro.  Él lo dijo con una cara de tristeza y frustración también.  El sentía la necesidad de contarlo a alguien y como tenemos confianza me lo contó.  Y me dijo que este es uno de los muchos casos que trata.  Y que a veces el mismo se ve afectado emocionalmente por estas terribles pero reales historias.  Como para que no.

Lo primero que me vino a la mente es que debería denunciarse este acto.  La chica no quiere y es quien debe hacerlo.  Hay que respetarle.  Peor hay que decirle que en algún momento deberá hacerlo.  En segundo lugar, me dio rabia, impotencia, frustración y tristeza saber que estas cosas ocurren en nuestro país y que es tan difícil para las víctimas poder hacer algo.  Tienen miedo de hablar, a veces por ellas mismas y a veces por no dañar a sus familias.   Y es imposible hacer algo si la víctima no denuncia y confirma por ella misma lo ocurrido.  Y mejor si es de inmediato, pero cómo hacerlo si la vergüenza, el miedo, la humillación, y las amenazas la tienen paralizada.  Es una situación tan difícil que comprendo que no denuncien, aunque piense que deberían hacerlo.

La historia que conté es real.  No sé quién es Dominga porque no me lo dijeron, pero la credibilidad del médico para mi es suficiente.  Y Domingas hay muchas.  Más de lo que nos imaginamos y en todas las clases sociales, aunque no lo creamos.

En la medida en que podamos mejorar la credibilidad de nuestro sistema de Justicia, en esa medida estoy seguro que comenzarán a llegar más denuncias de este tipo de abusos y violaciones.  Estas injusticias deben acabarse pronto.  Pero nuestro sistema de justicia tampoco ha terminado de recobrar la credibilidad que necesitamos.  Un gran trabajo queda por hacer.  Y sólo me queda preguntar ¿qué podemos hacer nosotros?  Por lo menos, no quedarnos callados.  Es un paso, un avance.  Tal vez no suficiente, pero es algo.  Si sabemos algo, comentémoslo, digámoslo, tratemos de influenciar para que se denuncie el caso, pero que no quede en secreto por toda la vida para que la impunidad en la violencia contra la mujer y sobre todo contra menores de edad y peor aún dentro del hogar siga campeando en nuestra querida Guatemala.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Violencia Contra la Mujer

Ramon Parellada
25 de noviembre, 2018

Ayer se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.  Esta celebración nos recuerda que todavía hay mucho por hacer porque los actos de violencia contra las mujeres se siguen dando, día a día, en muchos países del mundo.  Guatemala no es la excepción, al contrario, es uno de los países donde más abusos hay contra la mujer.

De acuerdo a Prensa Libre del 25 de noviembre de 2018 en su reportaje titulado ““Es necesario frenar la violencia contra la mujer”, afirma fiscal General”, el INACIF (Instituto Nacional de Ciencias Forenses) indicó que “en 2017 fueron asesinadas 772 mujeres en Guatemala, es decir, 2.1 al día; frente a las 739 del año anterior. Y solo en los primeros cinco meses de 2018, 314 mujeres perdieron la vida de forma violenta.”

En ese mismo reportaje, “en un comunicado, la jefa del Ministerio Público pidió que esos cambios en la sociedad conlleven “un alto a la violencia que día a día sufre” cientos de mujeres en Guatemala y que no entiende de edad, estatus económico, social ni creencias.”

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Y es tan cierto lo de que “no entiende de edad, estatus económico, social ni creencias” que me trajo a la mente varios casos de los cuales voy a compartir uno reciente que me impresionó muchísimo.  Me dejó triste y frustrado pues no podía hacer nada.  Me lo contó un amigo médico y me dijo que no podía decirme el nombre de su paciente.  Por esa razón voy a inventarme el nombre de la víctima, pero lamentablemente me enteré que no es la única, sino que hay muchas que sufren este tipo de violencia que en este caso es familiar.

Resulta que “Dominga” (nombre ficticio) es una joven adolescente de una familia de buenos recursos.  Ella fue violada por su propio padre.  Pero ahí no quedó todo.  Resultó embarazada.  No sabía si contarle a su mamá así que le contó a su mejor amiga y ella le dijo que se lo dijera a su mamá.  La madre, al escucharla, la llamó de “puta” para arriba.  Que no podía hacerle eso a la familia.  Y la comenzó a golpear con lo que encontró a la mano.   Tal paliza le dio que le rompió el brazo y unas costillas.  Al llegar al hospital iba acompañada de sus padres.  En un momento dado, el padre se quedó sólo con ella y la amenazó diciéndole que si decía algo a sus hermanos y su familia ya no tendrían para sobrevivir pues él era la fuente de ingresos de la familia. Ella se preocupó más pros sus hermanitos.  Su novio la había dejado.  Fue a la casa de su mejor amiga y aunque le dijeron que podía estar ahí no le creyeron la historia y era mejor que no saliera de la casa.   Que mejor no dijera nada para no dañar la reputación buena que tenía la familia.   La pobre chica, con miedo y con el dolor de la traición de su propio padre de primero y luego de su propia madre que no le creía y defendía al padre ciegamente entró en depresión.  Ya no quería vivir.  No sabía qué hacer.  No quería dañar a nadie.  Se resignó a vivir su vida como fuera.  Sus sueños de terminar el colegio y estudiar una carrera se esfumaron de pronto.  Tendría que buscar la forma de trabajar para salir adelante ella y su hijo o hija que naciera pues el aborto nunca fue una opción.  Todas esas emociones y estrés sufrido la enfermaron.  Su alivio fue hablar con su médico quien la escuchó pacientemente y la aconsejó con sabiduría.  No sé qué le dijo que le pudo dar esa paz y tranquilidad.  Tal vez que viera el largo plazo y no sólo el corto plazo, que la vida sigue y que las cosas deben mejorar.

Cuando mi amigo médico me contó esto casi lloro.  Él lo dijo con una cara de tristeza y frustración también.  El sentía la necesidad de contarlo a alguien y como tenemos confianza me lo contó.  Y me dijo que este es uno de los muchos casos que trata.  Y que a veces el mismo se ve afectado emocionalmente por estas terribles pero reales historias.  Como para que no.

Lo primero que me vino a la mente es que debería denunciarse este acto.  La chica no quiere y es quien debe hacerlo.  Hay que respetarle.  Peor hay que decirle que en algún momento deberá hacerlo.  En segundo lugar, me dio rabia, impotencia, frustración y tristeza saber que estas cosas ocurren en nuestro país y que es tan difícil para las víctimas poder hacer algo.  Tienen miedo de hablar, a veces por ellas mismas y a veces por no dañar a sus familias.   Y es imposible hacer algo si la víctima no denuncia y confirma por ella misma lo ocurrido.  Y mejor si es de inmediato, pero cómo hacerlo si la vergüenza, el miedo, la humillación, y las amenazas la tienen paralizada.  Es una situación tan difícil que comprendo que no denuncien, aunque piense que deberían hacerlo.

La historia que conté es real.  No sé quién es Dominga porque no me lo dijeron, pero la credibilidad del médico para mi es suficiente.  Y Domingas hay muchas.  Más de lo que nos imaginamos y en todas las clases sociales, aunque no lo creamos.

En la medida en que podamos mejorar la credibilidad de nuestro sistema de Justicia, en esa medida estoy seguro que comenzarán a llegar más denuncias de este tipo de abusos y violaciones.  Estas injusticias deben acabarse pronto.  Pero nuestro sistema de justicia tampoco ha terminado de recobrar la credibilidad que necesitamos.  Un gran trabajo queda por hacer.  Y sólo me queda preguntar ¿qué podemos hacer nosotros?  Por lo menos, no quedarnos callados.  Es un paso, un avance.  Tal vez no suficiente, pero es algo.  Si sabemos algo, comentémoslo, digámoslo, tratemos de influenciar para que se denuncie el caso, pero que no quede en secreto por toda la vida para que la impunidad en la violencia contra la mujer y sobre todo contra menores de edad y peor aún dentro del hogar siga campeando en nuestra querida Guatemala.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo