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Jimmy no es la causa

Redacción
03 de febrero, 2018

Tras el despilfarro monumental en artículos personales con fondos del Estado por el que JImmy Morales se ha vuelto un escándalo, han circulado por redes sociales insultos de todo tipo hacia el presidente de la República, reflexiones acerca de cuántas personas habría podido el Estado alimentar con esos fondos y opiniones variadas, todas en una dirección: lo que Jimmy Morales hizo no tiene nombre. Pero la realidad es que aunque JImmy Morales no hubiese gastado Q200,000, probablemente todas esas familias que podrían haber sido alimentadas, aún seguirían padeciendo hambre.

El hecho de que la acción de Jimmy Morales se haya dado con toda naturalidad, es decir, que no existan barreras previas que eviten tales hechos, es un síntoma ineludible de estatismo: la incesante necedad de resolver los problemas sociales a través de un estado-padre.

No es la primera vez que un político utiliza fondos del Estado para beneficiarse y no será tampoco la última. Sin duda esta deplorable situación no puede acabarse con el actual sistema político y económico, y no porque el que tenemos haya fallado. “Quique” Godoy, analista político, dijo hace unos días en un programa televisivo precisamente eso: que el sistema funcionaba perfectamente, porque “quien paga los mariachis escoge las canciones”.

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En un sistema así, una economía mercantilista donde el poder político mete sus manos en el poder económico y al poder económico se le permite meter las manos en el poder político, no es raro ni poco común que situaciones como esta ocurran. Aún así, abundan los  apologistas de la regulación del mercado que consideran que a través del gobierno puede controlarse a los salvajes empresarios. Pero como dice aquella famosa frase, “cuando se legisla la oferta y demanda, lo primero en comprarse es a los legisladores.”

En definitiva, aunque podemos culpar a Jimmy Morales y su gobierno por las acciones reprochables que hayan cometido, no podemos culparle por el sistema permisivo en el que se permite a derechas e izquierdas aprovecharse de las arcas del Estado. Jimmy Morales no es la causa del sistema que avala el uso de fondos de los contribuyentes, y que no cambiaría a menos que desmantelemos la gran mafia que es el aparato estatal y que ha comprado legisladores, presidentes, jueces y otros tantos funcionarios públicos.

Imaginemos los gastos administrativos de todo el proceso burocrático que conlleva recaudar los impuestos, pagar los sueldos de los recaudadores, sus jefes, administradores, encargados de recursos humanos y contadores, el mantenimiento de los edificios en que trabajan y el salario de aquellos que dan ese mantenimiento. Y posterior a eso, que aquello que resta sea utilizado en lentes marca Carolina Herrera y cortes de carne excesivamente caros. Y aún así, esperamos que el Estado nos de educación, salud, alimentación, y todos aquellos servicios y bienes que consideramos básicos.

Y aunque Jimmy no es la causa de que los Estados (no, Guatemala no es el único país que sufre este mal) sean incapaces de satisfacer las necesidades de sus habitantes, una de las cosas que sí podemos definir como causa es que no entendemos que quienes sí pueden satisfacer esas necesidades somos nosotros mismos. Y esa compleja red de interacciones voluntarias que llamamos mercado se empeña precisamente en cubrir las necesidades los unos de los otros, cada cual beneficiándose a su vez a sí mismo.

El estatismo, mientras tanto, propone otra cosa: dar otra oportunidad al gobernante de turno de comprarse unos lentes carísimos, y pagarse comidas carísimas y además de eso intentar satisfacer las necesidades de todo el mundo casi monopolizando los servicios públicos y pagando al mismo tiempo los salarios del gigantesco entramado administrativo.

Nada más que un gobierno limitado (muy, muy limitado) es capaz de evitar la ineficiencia de la burocracia, que no está sometida a competencia. Por eso, los liberales no suelen manifestarse directamente contra la corrupción: saben que es inevitable mientras el sistema que lo permite no cambie. Es, sin duda alguna, como el síntoma de algo más grande, y no una causa por sí misma.

Escuchar alguna vez las propuestas de gobierno limitado no estarían mal de vez en cuando.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Jimmy no es la causa

Redacción
03 de febrero, 2018

Tras el despilfarro monumental en artículos personales con fondos del Estado por el que JImmy Morales se ha vuelto un escándalo, han circulado por redes sociales insultos de todo tipo hacia el presidente de la República, reflexiones acerca de cuántas personas habría podido el Estado alimentar con esos fondos y opiniones variadas, todas en una dirección: lo que Jimmy Morales hizo no tiene nombre. Pero la realidad es que aunque JImmy Morales no hubiese gastado Q200,000, probablemente todas esas familias que podrían haber sido alimentadas, aún seguirían padeciendo hambre.

El hecho de que la acción de Jimmy Morales se haya dado con toda naturalidad, es decir, que no existan barreras previas que eviten tales hechos, es un síntoma ineludible de estatismo: la incesante necedad de resolver los problemas sociales a través de un estado-padre.

No es la primera vez que un político utiliza fondos del Estado para beneficiarse y no será tampoco la última. Sin duda esta deplorable situación no puede acabarse con el actual sistema político y económico, y no porque el que tenemos haya fallado. “Quique” Godoy, analista político, dijo hace unos días en un programa televisivo precisamente eso: que el sistema funcionaba perfectamente, porque “quien paga los mariachis escoge las canciones”.

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En un sistema así, una economía mercantilista donde el poder político mete sus manos en el poder económico y al poder económico se le permite meter las manos en el poder político, no es raro ni poco común que situaciones como esta ocurran. Aún así, abundan los  apologistas de la regulación del mercado que consideran que a través del gobierno puede controlarse a los salvajes empresarios. Pero como dice aquella famosa frase, “cuando se legisla la oferta y demanda, lo primero en comprarse es a los legisladores.”

En definitiva, aunque podemos culpar a Jimmy Morales y su gobierno por las acciones reprochables que hayan cometido, no podemos culparle por el sistema permisivo en el que se permite a derechas e izquierdas aprovecharse de las arcas del Estado. Jimmy Morales no es la causa del sistema que avala el uso de fondos de los contribuyentes, y que no cambiaría a menos que desmantelemos la gran mafia que es el aparato estatal y que ha comprado legisladores, presidentes, jueces y otros tantos funcionarios públicos.

Imaginemos los gastos administrativos de todo el proceso burocrático que conlleva recaudar los impuestos, pagar los sueldos de los recaudadores, sus jefes, administradores, encargados de recursos humanos y contadores, el mantenimiento de los edificios en que trabajan y el salario de aquellos que dan ese mantenimiento. Y posterior a eso, que aquello que resta sea utilizado en lentes marca Carolina Herrera y cortes de carne excesivamente caros. Y aún así, esperamos que el Estado nos de educación, salud, alimentación, y todos aquellos servicios y bienes que consideramos básicos.

Y aunque Jimmy no es la causa de que los Estados (no, Guatemala no es el único país que sufre este mal) sean incapaces de satisfacer las necesidades de sus habitantes, una de las cosas que sí podemos definir como causa es que no entendemos que quienes sí pueden satisfacer esas necesidades somos nosotros mismos. Y esa compleja red de interacciones voluntarias que llamamos mercado se empeña precisamente en cubrir las necesidades los unos de los otros, cada cual beneficiándose a su vez a sí mismo.

El estatismo, mientras tanto, propone otra cosa: dar otra oportunidad al gobernante de turno de comprarse unos lentes carísimos, y pagarse comidas carísimas y además de eso intentar satisfacer las necesidades de todo el mundo casi monopolizando los servicios públicos y pagando al mismo tiempo los salarios del gigantesco entramado administrativo.

Nada más que un gobierno limitado (muy, muy limitado) es capaz de evitar la ineficiencia de la burocracia, que no está sometida a competencia. Por eso, los liberales no suelen manifestarse directamente contra la corrupción: saben que es inevitable mientras el sistema que lo permite no cambie. Es, sin duda alguna, como el síntoma de algo más grande, y no una causa por sí misma.

Escuchar alguna vez las propuestas de gobierno limitado no estarían mal de vez en cuando.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo