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La profecía autocumplida

Redacción
22 de marzo, 2018

El sociólogo estadounidense Robert Merton acuñó el término de profecía autocumplida para describir el fenómeno en el cuál una persona o grupo de personas presiente que alguna acción va a suceder, aunque esto sea falso, lo que provoca que las decisiones de los mismos desemboquen en ese presagio. Esta supuesta “inevitabilidad” se convierte en un fenómeno colectivo y se enraíza en la mente de las personas, predisponiéndolas a actuar de determinada forma de manera inconsciente y llevándolos a un destino que no debía ocurrir o que no era probable que ocurriera. Este pensamiento parece estar presente en muchos guatemaltecos que, a pesar de los grandes avances que hemos tenido en los últimos años, auguran una crisis política que culmine en un Estado fallido. Curiosamente aquellos que tienen este discurso son los que han estado en las sombras de la sociedad, buscando debilitarla y con ello distanciar aún más a la sociedad civil del Estado. Ellos no quieren cambios, porque cualquier cambio significa legitimar un sistema que los ha “excluido” cuando han sido ellos los que han negado los mecanismos democráticos de los que hoy gozamos.

Una de las características de este tipo de pensamiento, como mencioné antes, implica la imposibilidad de hacer reformas paulatinas que fortalezcan al Estado y la democracia. Para estas personas el único cambio posible es la de una completa reestructuración del sistema, poniendo en peligro lo poco que hemos avanzado y poniendo la libertad de todos en una ordalía diseñada por ellos mismos. Siendo consecuentes con sus pensamientos, estos intentan deslegitimar cualquier acción que provenga del aparato político por más que haya actores que han probado su honestidad y honorabilidad y a pesar que las propuestas sean buenas. En su mente existe un aire de revolución digna del siglo XVIII aunque ahora tengamos los mecanismos para discutir ideas y ponerlas a competir. Para ellos vivimos en un Estado cooptado de pies a cabeza que necesita que le corten la cabeza, porque muerto el perro se acaba la rabia.

Con estas reflexiones no quiere negar que hemos tenido en Estado débil que ha estado sujeto a presiones, de un grupo o de otro, que lo han vuelto fácil de pervertir. A lo que me refiero es que existen fortalezas, avances, logros y sobretodo personas que han logrado entrar a un sistema corrupto y que han salido con la cara en alto. Desvirtuar todo lo que hemos recorrido para llegar a donde estamos solo nutre el discurso que pretende crear caos para abrirse las oportunidades que no les llegarían en un sistema democrático como el que tenemos. La profecía de un Estado cooptado y fallido al que nos dirigimos no tiene por qué cumplirse. Modelemos la discusión y la narrativa hacia un futuro del que estemos todos satisfechos de alcanzar para que la profecía que se autocumpla sea la de un país próspero con un Estado fuerte y libre de corrupción.

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República es ajena a la opinión expresada en este artículo

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El sociólogo estadounidense Robert Merton acuñó el término de profecía autocumplida para describir el fenómeno en el cuál una persona o grupo de personas presiente que alguna acción va a suceder, aunque esto sea falso, lo que provoca que las decisiones de los mismos desemboquen en ese presagio. Esta supuesta “inevitabilidad” se convierte en un fenómeno colectivo y se enraíza en la mente de las personas, predisponiéndolas a actuar de determinada forma de manera inconsciente y llevándolos a un destino que no debía ocurrir o que no era probable que ocurriera. Este pensamiento parece estar presente en muchos guatemaltecos que, a pesar de los grandes avances que hemos tenido en los últimos años, auguran una crisis política que culmine en un Estado fallido. Curiosamente aquellos que tienen este discurso son los que han estado en las sombras de la sociedad, buscando debilitarla y con ello distanciar aún más a la sociedad civil del Estado. Ellos no quieren cambios, porque cualquier cambio significa legitimar un sistema que los ha “excluido” cuando han sido ellos los que han negado los mecanismos democráticos de los que hoy gozamos.

Una de las características de este tipo de pensamiento, como mencioné antes, implica la imposibilidad de hacer reformas paulatinas que fortalezcan al Estado y la democracia. Para estas personas el único cambio posible es la de una completa reestructuración del sistema, poniendo en peligro lo poco que hemos avanzado y poniendo la libertad de todos en una ordalía diseñada por ellos mismos. Siendo consecuentes con sus pensamientos, estos intentan deslegitimar cualquier acción que provenga del aparato político por más que haya actores que han probado su honestidad y honorabilidad y a pesar que las propuestas sean buenas. En su mente existe un aire de revolución digna del siglo XVIII aunque ahora tengamos los mecanismos para discutir ideas y ponerlas a competir. Para ellos vivimos en un Estado cooptado de pies a cabeza que necesita que le corten la cabeza, porque muerto el perro se acaba la rabia.

Con estas reflexiones no quiere negar que hemos tenido en Estado débil que ha estado sujeto a presiones, de un grupo o de otro, que lo han vuelto fácil de pervertir. A lo que me refiero es que existen fortalezas, avances, logros y sobretodo personas que han logrado entrar a un sistema corrupto y que han salido con la cara en alto. Desvirtuar todo lo que hemos recorrido para llegar a donde estamos solo nutre el discurso que pretende crear caos para abrirse las oportunidades que no les llegarían en un sistema democrático como el que tenemos. La profecía de un Estado cooptado y fallido al que nos dirigimos no tiene por qué cumplirse. Modelemos la discusión y la narrativa hacia un futuro del que estemos todos satisfechos de alcanzar para que la profecía que se autocumpla sea la de un país próspero con un Estado fuerte y libre de corrupción.

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