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No éramos un Estado fallido

Redacción República
04 de marzo, 2018

Por Pablo Rodas Martini

¿Expulsión seguida de dos presidentes? ¡Inaudito! Habría que hacer un gran esfuerzo para encontrar otro país con un precedente similar. ¿Tan grave es nuestra enfermedad? ¿O es que el médico sigue un tratamiento tan extremo que está matando al paciente?

Yo estoy a favor de la CICIG y quiero que siga, pero seamos francos: la CICIG está convirtiendo a Guatemala en un… Estado fallido. El poder se ha trasladado desde el Palacio Nacional y el Congreso hacia la sede de la CICIG. Los jueces de la Corte de Constitucionalidad (CC) y de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) le tienen pánico (algunos de ellos tienen sus secretos oscuros y podrían irse a la cárcel), volviéndose simples instrumentos quirúrgicos que ejecutan las decisiones de la CICIG.

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La CICIG y el Ministerio Público (la relevancia de la segunda depende de la CICIG y del apoyo que EE.UU. le brinde a la misma) podría ser que logren despachar a dos presidente. Sin embargo, los pecados de Otto Pérez y de Jimmy Morales no son comparables. El primero creo una estructura que succionaba las arcas del Estado; el segundo, actuó sin mayor inteligencia y cometió errores de procedimiento. El primero era hábil y la utilizó para hacer el mal; al segundo el tacuche presidencial le quedó muy flojo. ¿Pero enviar a la cárcel también al segundo? Absurdo.

Si la CICIG y el MP investigaran todo el período democráticos: todos los presidentes se irían a la cárcel: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano, Ramiro de León (si se le lograra resucitar), Álvaro Arzú, Alfonso Portillo (de nuevo), Oscar Berger y Álvaro Colom. Solo Alejandro Maldonado se salvaría, pero por irrelevante. Todos los anteriores tuvieron sus escándalos, muchos más gruesos que las torpezas de Morales.

Si se envía a éste a la cárcel (y al vice), el Congreso escogerá a un presidente que simpatice con la CICIG, más inclinado hacia la izquierda. Pero los guatemaltecos no votaron por alguien con ese perfil. La mayoría, nos guste o no, votó por un cómico de derechas, sin mayores vuelos intelectuales y sin plan de gobierno. Preocupante, no. Pero a eso se le llama democracia. La nuestra, enpañalada, tragicómica, pero nuestra en última instancia.

A la izquierda, la más empecinada en sacar a Morales, le diría: ninguna revolución se hace desde las cortes, y mucho menos si esas cortes son internacionales (la CICIG es de facto una supra-corte pues la CSJ y la CC siguen sus dictados). Las revoluciones nacen adentro, y enraízan solo sí disparan un cambio profundo en la idiosincrasia. El problema con Guatemala y con mucha de Latinoamérica es que la clase política no es sino el reflejo de la sociedad que los elige. Tú vas a condenar la corrupción de un ministro, ¿pero acaso no serías el primero que trataría de beneficiarse si un familiar o amigo muy cercano es nombrado ministro? Esa es nuestra Guatemala: somos excelentes para lanzar piedras, pero a la primera oportunidad nos lanzamos al saqueo. La gran miopía de la CICIG y del MP es esa: creen que pueden extirpar el cáncer; no entienden que el cáncer ha hecho metástasis y que demanda un tratamiento distinto.

El Estado está paralizado ante el temor a la CICIG. Mucha gente capaz y honesta rehúsa aceptar cargos públicos. Los funcionarios actuales no toman decisiones, pues cualquier error te podría enviar a la cárcel. Las inversiones públicas están paralizadas. La infraestructura está colapsada. Si un huracán o un terremoto azotara al país crearía destrozos inmensos. Todos vilipendiarían al gobierno, cuando éste anda desbordado luchando por su sobrevivencia.

¿Qué hacer? La CICIG debe continuar, pero su mandato debe modificarse. La CICIG no puede seguir disparando con escopeta contra todo, sembrando el terror en la administración pública. La CICIG está construyendo un sistema judicial a costa de destrozar al Estado. El gobierno de los jueces polariza más al país, aumenta el odio, y de repente hasta violencia.

Hace unos años éramos un país tercermundista, pero no fracasado. Ahora, el gobierno de los jueces podría convertirnos en un… Estado fallido.”

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

No éramos un Estado fallido

Redacción República
04 de marzo, 2018

Por Pablo Rodas Martini

¿Expulsión seguida de dos presidentes? ¡Inaudito! Habría que hacer un gran esfuerzo para encontrar otro país con un precedente similar. ¿Tan grave es nuestra enfermedad? ¿O es que el médico sigue un tratamiento tan extremo que está matando al paciente?

Yo estoy a favor de la CICIG y quiero que siga, pero seamos francos: la CICIG está convirtiendo a Guatemala en un… Estado fallido. El poder se ha trasladado desde el Palacio Nacional y el Congreso hacia la sede de la CICIG. Los jueces de la Corte de Constitucionalidad (CC) y de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) le tienen pánico (algunos de ellos tienen sus secretos oscuros y podrían irse a la cárcel), volviéndose simples instrumentos quirúrgicos que ejecutan las decisiones de la CICIG.

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La CICIG y el Ministerio Público (la relevancia de la segunda depende de la CICIG y del apoyo que EE.UU. le brinde a la misma) podría ser que logren despachar a dos presidente. Sin embargo, los pecados de Otto Pérez y de Jimmy Morales no son comparables. El primero creo una estructura que succionaba las arcas del Estado; el segundo, actuó sin mayor inteligencia y cometió errores de procedimiento. El primero era hábil y la utilizó para hacer el mal; al segundo el tacuche presidencial le quedó muy flojo. ¿Pero enviar a la cárcel también al segundo? Absurdo.

Si la CICIG y el MP investigaran todo el período democráticos: todos los presidentes se irían a la cárcel: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano, Ramiro de León (si se le lograra resucitar), Álvaro Arzú, Alfonso Portillo (de nuevo), Oscar Berger y Álvaro Colom. Solo Alejandro Maldonado se salvaría, pero por irrelevante. Todos los anteriores tuvieron sus escándalos, muchos más gruesos que las torpezas de Morales.

Si se envía a éste a la cárcel (y al vice), el Congreso escogerá a un presidente que simpatice con la CICIG, más inclinado hacia la izquierda. Pero los guatemaltecos no votaron por alguien con ese perfil. La mayoría, nos guste o no, votó por un cómico de derechas, sin mayores vuelos intelectuales y sin plan de gobierno. Preocupante, no. Pero a eso se le llama democracia. La nuestra, enpañalada, tragicómica, pero nuestra en última instancia.

A la izquierda, la más empecinada en sacar a Morales, le diría: ninguna revolución se hace desde las cortes, y mucho menos si esas cortes son internacionales (la CICIG es de facto una supra-corte pues la CSJ y la CC siguen sus dictados). Las revoluciones nacen adentro, y enraízan solo sí disparan un cambio profundo en la idiosincrasia. El problema con Guatemala y con mucha de Latinoamérica es que la clase política no es sino el reflejo de la sociedad que los elige. Tú vas a condenar la corrupción de un ministro, ¿pero acaso no serías el primero que trataría de beneficiarse si un familiar o amigo muy cercano es nombrado ministro? Esa es nuestra Guatemala: somos excelentes para lanzar piedras, pero a la primera oportunidad nos lanzamos al saqueo. La gran miopía de la CICIG y del MP es esa: creen que pueden extirpar el cáncer; no entienden que el cáncer ha hecho metástasis y que demanda un tratamiento distinto.

El Estado está paralizado ante el temor a la CICIG. Mucha gente capaz y honesta rehúsa aceptar cargos públicos. Los funcionarios actuales no toman decisiones, pues cualquier error te podría enviar a la cárcel. Las inversiones públicas están paralizadas. La infraestructura está colapsada. Si un huracán o un terremoto azotara al país crearía destrozos inmensos. Todos vilipendiarían al gobierno, cuando éste anda desbordado luchando por su sobrevivencia.

¿Qué hacer? La CICIG debe continuar, pero su mandato debe modificarse. La CICIG no puede seguir disparando con escopeta contra todo, sembrando el terror en la administración pública. La CICIG está construyendo un sistema judicial a costa de destrozar al Estado. El gobierno de los jueces polariza más al país, aumenta el odio, y de repente hasta violencia.

Hace unos años éramos un país tercermundista, pero no fracasado. Ahora, el gobierno de los jueces podría convertirnos en un… Estado fallido.”

República es ajena a la opinión expresada en este artículo