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La lección de Cayalá, primera parte

Warren Orbaugh
03 de abril, 2018

Aldo Rossi nos recordó en su libro ‘La Arquitectura de la Ciudad’ algo que, aunque obvio y  evidente en nuestro presente como la estructura de nuestro pasado relevante, el Modernismo nos hizo olvidar, y es que la urbe se compone de calles y plazas. El Modernismo (no confundirlo con moderno, pue el sufijo ‘ismo’ indica un movimiento ideológico de la arquitectura) arremetió contra esta manera de construir el entorno urbano, sustituyéndolo con edificios dispersos en un inmenso parque –ciudad radiosa– y zonificado –centro cívico, centro financiero y área residencial o dormitorio–, que terminó en edificios dispersos separados por autovías y lotes de parqueos. La urbe creció en un desparrame de expansión ilimitada anti-urbana, desmesurada, convirtiéndose en una mega-polis de orden suburbano con vías sin salida conectadas a la red de corredores viales provocando la congestión de tránsito que nos abruma a diario.

También nos recordó Rossi el concepto de ‘locus’ o individualidad de los hechos urbanos, o sea, la relación singular que existe entre cierta situación local y las construcciones que están en aquel lugar. El locus es la manifestación de la respuesta arquitectónica a la topografía, al clima, a la manera de ser del ciudadano, a su cultura y tradición, es decir, a la memoria colectiva de los pueblos. Y como la memoria está ligada a hechos y a lugares, la urbe es el locus de la memoria colectiva. El Modernismo también destruyó el locus al proponer una arquitectura anónima, universal, muda debido a su pobreza en detalles,  cuyos edificios pueden estar en cualquier lado –igual en Guatemala que en Miami o en Berlín– y que reemplazan, destruyendo la armonía, a los edificios que antes reforzaban la identidad y carácter local.

La zona uno de nuestra ciudad –Guatemala–  constituía un locus, ordenado urbanísticamente por calles y plazas. El miedo al efecto destructor del Modernismo llevó a la regulación para preservar este locus. Lamentablemente esta regulación viola los derechos de propiedad a los dueños de los inmuebles haciendo difícil, sino imposible, el desarrollo natural de la urbe. El resultado ha sido el éxodo de ciudadanos hacia lo que antes era el suburbio, cuyo orden se volvió el de la expansión de la urbe, con los trágicos resultados que vivimos a diario.

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El propósito del asentamiento urbano o arquitectura de la ciudad es proveer aquellos espacios de encuentro para que se den actividades comerciales, culturales, festivas públicas. La carencia de tales lugares conduce a la desintegración de la sociedad. Esto está sucediendo en Guatemala debido a la creación de muchos caseríos encerrados por muros perimetrales con verjas y barreras de entrada cual si fueran guetos –producto de la planificación y zonificación municipal– que dividen, marginan, aíslan y separan a los ciudadanos, haciendo difícil, si no imposible el intercambio de experiencias valiosas que promueven el crecimiento humano del individuo. La calidad de vida se ve así reducida a habitar espacios carcelarios tipo celdas, donde el único contacto con el mundo fue  minimizado y su carácter, en lugar de relaciones personales se convirtió en relaciones virtuales.

El mismo fenómeno de alienación se da en los centros financieros, donde el ciudadano se aísla de los demás detrás de cortinas de vidrio selladas desde el suelo hasta 120 metros por encima de éste. Al salir uno encuentra, no una calle, sino que un corredor para autos, autopistas que lo aísla a uno del otro lado, al que sólo puede acceder subiendo y transitando por incómodas pasarelas. En estos entornos no hay actividad comercial en las calles, este nivel está muerto. Sólo entrando a estos cubos de vidrio brutalmente anónimos que repiten las barreras de entrada, cual guetos, de las zonas residenciales, puede uno hacer algún tipo de negocio. El ambienta urbano en estas áreas es tedioso, repetitivo de modelos arquitectónicos mudos, pobres en su articulación y detalles, carentes de armonía (unidad en la variedad de las partes con las partes y de éstas con el todo y variedad de las mismas en la unidad), de tal manera que su imagen a la distancia es la misma que su imagen de cerca.

Pero si la causa de este desastre urbano se debe a la planificación y zonificación totalitaria que condujo al mal diseño urbano, la solución está en la libertad de responder al mercado y en el buen diseño urbano. El buen diseño lo vemos y experimentamos en aquellas urbes que son turísticamente exitosas, aquellas que la gente desea visitar, como Roma, Venecia, o Santiago de los Caballeros (Antigua) por manifestar fuertemente su locus, su carácter local, su memoria histórica, la identidad de sus pueblos.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

La lección de Cayalá, primera parte

Warren Orbaugh
03 de abril, 2018

Aldo Rossi nos recordó en su libro ‘La Arquitectura de la Ciudad’ algo que, aunque obvio y  evidente en nuestro presente como la estructura de nuestro pasado relevante, el Modernismo nos hizo olvidar, y es que la urbe se compone de calles y plazas. El Modernismo (no confundirlo con moderno, pue el sufijo ‘ismo’ indica un movimiento ideológico de la arquitectura) arremetió contra esta manera de construir el entorno urbano, sustituyéndolo con edificios dispersos en un inmenso parque –ciudad radiosa– y zonificado –centro cívico, centro financiero y área residencial o dormitorio–, que terminó en edificios dispersos separados por autovías y lotes de parqueos. La urbe creció en un desparrame de expansión ilimitada anti-urbana, desmesurada, convirtiéndose en una mega-polis de orden suburbano con vías sin salida conectadas a la red de corredores viales provocando la congestión de tránsito que nos abruma a diario.

También nos recordó Rossi el concepto de ‘locus’ o individualidad de los hechos urbanos, o sea, la relación singular que existe entre cierta situación local y las construcciones que están en aquel lugar. El locus es la manifestación de la respuesta arquitectónica a la topografía, al clima, a la manera de ser del ciudadano, a su cultura y tradición, es decir, a la memoria colectiva de los pueblos. Y como la memoria está ligada a hechos y a lugares, la urbe es el locus de la memoria colectiva. El Modernismo también destruyó el locus al proponer una arquitectura anónima, universal, muda debido a su pobreza en detalles,  cuyos edificios pueden estar en cualquier lado –igual en Guatemala que en Miami o en Berlín– y que reemplazan, destruyendo la armonía, a los edificios que antes reforzaban la identidad y carácter local.

La zona uno de nuestra ciudad –Guatemala–  constituía un locus, ordenado urbanísticamente por calles y plazas. El miedo al efecto destructor del Modernismo llevó a la regulación para preservar este locus. Lamentablemente esta regulación viola los derechos de propiedad a los dueños de los inmuebles haciendo difícil, sino imposible, el desarrollo natural de la urbe. El resultado ha sido el éxodo de ciudadanos hacia lo que antes era el suburbio, cuyo orden se volvió el de la expansión de la urbe, con los trágicos resultados que vivimos a diario.

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El propósito del asentamiento urbano o arquitectura de la ciudad es proveer aquellos espacios de encuentro para que se den actividades comerciales, culturales, festivas públicas. La carencia de tales lugares conduce a la desintegración de la sociedad. Esto está sucediendo en Guatemala debido a la creación de muchos caseríos encerrados por muros perimetrales con verjas y barreras de entrada cual si fueran guetos –producto de la planificación y zonificación municipal– que dividen, marginan, aíslan y separan a los ciudadanos, haciendo difícil, si no imposible el intercambio de experiencias valiosas que promueven el crecimiento humano del individuo. La calidad de vida se ve así reducida a habitar espacios carcelarios tipo celdas, donde el único contacto con el mundo fue  minimizado y su carácter, en lugar de relaciones personales se convirtió en relaciones virtuales.

El mismo fenómeno de alienación se da en los centros financieros, donde el ciudadano se aísla de los demás detrás de cortinas de vidrio selladas desde el suelo hasta 120 metros por encima de éste. Al salir uno encuentra, no una calle, sino que un corredor para autos, autopistas que lo aísla a uno del otro lado, al que sólo puede acceder subiendo y transitando por incómodas pasarelas. En estos entornos no hay actividad comercial en las calles, este nivel está muerto. Sólo entrando a estos cubos de vidrio brutalmente anónimos que repiten las barreras de entrada, cual guetos, de las zonas residenciales, puede uno hacer algún tipo de negocio. El ambienta urbano en estas áreas es tedioso, repetitivo de modelos arquitectónicos mudos, pobres en su articulación y detalles, carentes de armonía (unidad en la variedad de las partes con las partes y de éstas con el todo y variedad de las mismas en la unidad), de tal manera que su imagen a la distancia es la misma que su imagen de cerca.

Pero si la causa de este desastre urbano se debe a la planificación y zonificación totalitaria que condujo al mal diseño urbano, la solución está en la libertad de responder al mercado y en el buen diseño urbano. El buen diseño lo vemos y experimentamos en aquellas urbes que son turísticamente exitosas, aquellas que la gente desea visitar, como Roma, Venecia, o Santiago de los Caballeros (Antigua) por manifestar fuertemente su locus, su carácter local, su memoria histórica, la identidad de sus pueblos.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo