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Carolina Castellanos
05 de abril, 2018

Trescientos libros leídos, ochocientas páginas escritas con sus memorias, más de mil ochocientos días en prisión, aislado.  Esperaríamos escuchar a un hombre lleno de odio y resentimiento hacia quienes lo tienen allí.  Pero no, no lo hay.  Con tranquilidad, esperanza y fe, Erwin se prepara para el tercer juicio ante una jueza que ya lo condenó una vez y que no se recusó, después que el Tribunal Federal anulara lo actuado por ella, por haber sido violatorio al debido proceso.

Al preguntarle cómo vivió tantos días así, responde que fijando objetivos a cumplir durante el día: levantarse, limpiar la celda, salir a caminar a una jaula ubicada en el techo de la prisión por una hora.  Lugo ducharse, almorzar, cenar, visita de los guardias a las 18:30 h, dormir.  Si es miércoles, tendrá una hora de visita de su familia por la tarde.  En esos espacios “muertos”, lee, escribe, reza.

No hay mucho donde moverse, pues su celda es de diez metros cuadrados. El último año, irónicamente, tuvo una mejora: su celda ahora tiene ducha, pues lo trasladaron al área de máxima seguridad.  Los cuatro años anteriores estuvo en el área de alta seguridad.

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Vio a su esposa Elizabeth doscientas cuarenta y seis veces durante esos cinco años. Cada visita es de una hora o menos, los días miércoles.   Los cinco años fueron medidos de miércoles a miércoles.  Sus hijos llegaron ciento cincuenta veces. Las visitas siempre fueron para darse ánimos mutuamente.  Ahora que ha estado fuera por casi seis meses, ha sido un tiempo para conocer de nuevo a sus hijos, en especial al mayor, que pasó su adolescencia sin su padre y hoy tiene ya 18 años.

Un pequeño estudio, ubicado a 20 metros del Palacio de Justicia, alberga a la familia desde su llegada a Ginebra, una ciudad sumamente costosa para vivir. La familia se sostiene con la asistencia social del gobierno suizo y con el apoyo de los padres de Erwin.

Cada miércoles debe ir a firmar el libro para demostrar que no se ha fugado.  La jueza le impuso ese día pues es el de la familia y los hijos no van a la escuela. Teniendo el palacio de justicia a 20 metros, la jueza lo mandó a firmar al otro lado de la ciudad. Erwin es intolerante ante esas cosas, pero se resigna y cumple con el mandato y con la ley.

Salió de Guatemala con toda su familia un tiempo después de haber renunciado como Director de la Policía Nacional Civil, pues hubo varios atentados en contra de ellos y anónimos recibidos con amenazas.  Teniendo también nacionalidad suiza y a sus padres viviendo allá, fueron a buscar refugio al país que se ha vendido como “neutral”.  Sin embargo, el odio y el insaciable deseo de destrucción de CICIG lograron violar y corromper esa neutralidad.  Con la oenegé TRIAL “contratada” para hacer el trabajo sucio, ha logrado dos condenas a cadena perpetua sin que Erwin haya podido defenderse ni una sola vez.  El presidente fundador de TRIAL es padre del fiscal que lo acusa. Las dos juezas que lo han condenado y cuatro miembros del jurado son financistas de TRIAL. ¿Neutralidad suiza? ¡Ninguna!

Ya topó con las dos condenas.  Ahora ya no lo impresiona lo que le puedan hacer.  Confiado en que Dios tiene un plan para él, que va más allá de podrirse en una cárcel, no pierde la esperanza de salir libre.  “Dios me salvó de muchos atentados contra mí y mi familia; Él tendrá un plan para mí”, manifiesta.  A sus 47 años vive día con día, disfruta mucho estar con su familia y de la comida, que le sabe a gloria, después de haber ingerido casi los mismos alimentos durante cinco años.

El día que salió de la cárcel, los guardias se retrasaron en llegar a sacarlo de su celda pues un preso de una celda vecina a la de Erwin, se quitó la vida.  Fue conducido al área donde le entregaron sus cosas y se encontró con sesenta guardias que le hicieron honores, lo abrazaron, lloraron y le desearon muchas cosas buenas.  Siguió su camino hacia la salida y los guardias de la puerta tuvieron el mismo gesto.  Con humildad, Erwin admite haberse ganado el respeto de todos ellos.  Nunca se deprimió, nunca los trató mal, no mostró odios ni resentimientos hacia nadie en medio de la gran injusticia que le ha tocado vivir.

Las más de ochocientas páginas escritas hasta ahora están inconclusas. Ojalá finalice el relato en libertad. De lo que estoy segura es que terminará con una fe inquebrantable, con dignidad y con la frente en alto.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Carolina Castellanos
05 de abril, 2018

Trescientos libros leídos, ochocientas páginas escritas con sus memorias, más de mil ochocientos días en prisión, aislado.  Esperaríamos escuchar a un hombre lleno de odio y resentimiento hacia quienes lo tienen allí.  Pero no, no lo hay.  Con tranquilidad, esperanza y fe, Erwin se prepara para el tercer juicio ante una jueza que ya lo condenó una vez y que no se recusó, después que el Tribunal Federal anulara lo actuado por ella, por haber sido violatorio al debido proceso.

Al preguntarle cómo vivió tantos días así, responde que fijando objetivos a cumplir durante el día: levantarse, limpiar la celda, salir a caminar a una jaula ubicada en el techo de la prisión por una hora.  Lugo ducharse, almorzar, cenar, visita de los guardias a las 18:30 h, dormir.  Si es miércoles, tendrá una hora de visita de su familia por la tarde.  En esos espacios “muertos”, lee, escribe, reza.

No hay mucho donde moverse, pues su celda es de diez metros cuadrados. El último año, irónicamente, tuvo una mejora: su celda ahora tiene ducha, pues lo trasladaron al área de máxima seguridad.  Los cuatro años anteriores estuvo en el área de alta seguridad.

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Vio a su esposa Elizabeth doscientas cuarenta y seis veces durante esos cinco años. Cada visita es de una hora o menos, los días miércoles.   Los cinco años fueron medidos de miércoles a miércoles.  Sus hijos llegaron ciento cincuenta veces. Las visitas siempre fueron para darse ánimos mutuamente.  Ahora que ha estado fuera por casi seis meses, ha sido un tiempo para conocer de nuevo a sus hijos, en especial al mayor, que pasó su adolescencia sin su padre y hoy tiene ya 18 años.

Un pequeño estudio, ubicado a 20 metros del Palacio de Justicia, alberga a la familia desde su llegada a Ginebra, una ciudad sumamente costosa para vivir. La familia se sostiene con la asistencia social del gobierno suizo y con el apoyo de los padres de Erwin.

Cada miércoles debe ir a firmar el libro para demostrar que no se ha fugado.  La jueza le impuso ese día pues es el de la familia y los hijos no van a la escuela. Teniendo el palacio de justicia a 20 metros, la jueza lo mandó a firmar al otro lado de la ciudad. Erwin es intolerante ante esas cosas, pero se resigna y cumple con el mandato y con la ley.

Salió de Guatemala con toda su familia un tiempo después de haber renunciado como Director de la Policía Nacional Civil, pues hubo varios atentados en contra de ellos y anónimos recibidos con amenazas.  Teniendo también nacionalidad suiza y a sus padres viviendo allá, fueron a buscar refugio al país que se ha vendido como “neutral”.  Sin embargo, el odio y el insaciable deseo de destrucción de CICIG lograron violar y corromper esa neutralidad.  Con la oenegé TRIAL “contratada” para hacer el trabajo sucio, ha logrado dos condenas a cadena perpetua sin que Erwin haya podido defenderse ni una sola vez.  El presidente fundador de TRIAL es padre del fiscal que lo acusa. Las dos juezas que lo han condenado y cuatro miembros del jurado son financistas de TRIAL. ¿Neutralidad suiza? ¡Ninguna!

Ya topó con las dos condenas.  Ahora ya no lo impresiona lo que le puedan hacer.  Confiado en que Dios tiene un plan para él, que va más allá de podrirse en una cárcel, no pierde la esperanza de salir libre.  “Dios me salvó de muchos atentados contra mí y mi familia; Él tendrá un plan para mí”, manifiesta.  A sus 47 años vive día con día, disfruta mucho estar con su familia y de la comida, que le sabe a gloria, después de haber ingerido casi los mismos alimentos durante cinco años.

El día que salió de la cárcel, los guardias se retrasaron en llegar a sacarlo de su celda pues un preso de una celda vecina a la de Erwin, se quitó la vida.  Fue conducido al área donde le entregaron sus cosas y se encontró con sesenta guardias que le hicieron honores, lo abrazaron, lloraron y le desearon muchas cosas buenas.  Siguió su camino hacia la salida y los guardias de la puerta tuvieron el mismo gesto.  Con humildad, Erwin admite haberse ganado el respeto de todos ellos.  Nunca se deprimió, nunca los trató mal, no mostró odios ni resentimientos hacia nadie en medio de la gran injusticia que le ha tocado vivir.

Las más de ochocientas páginas escritas hasta ahora están inconclusas. Ojalá finalice el relato en libertad. De lo que estoy segura es que terminará con una fe inquebrantable, con dignidad y con la frente en alto.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo