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¿Tendremos un proceso electoral transparente?

Redacción
06 de septiembre, 2018

Nunca había sentido tanta incertidumbre como hoy, a tan poco tiempo de que se lleve a cabo la convocatoria a elecciones. Regularmente, a cinco meses de que el Tribunal Supremo Electoral dé el banderazo de salida para el proceso, el panorama se había visto claro en cuanto a los contendientes más fuertes y las propuestas políticas más populares. De hecho, hasta en la opinión pública, a estas alturas, ya se perfilaba el famoso “le toca” en alusión al candidato más fuerte.

Sin embargo, en esta ocasión, el ambiente no solo se percibe deslucido, sino también confuso. De hecho, hasta figuras tradicionales como Sandra Torres, Zury Ríos o Alejandro Giammattei parecen sombras que, como decimos popularmente, están en todo y no están en nada.

Pero existen dos actores que, en medio de ese escenario gris, sí aprovechan para sobresalir en todo su esplendor: la polarización y la descalificación. Se ha convertido en una práctica recurrente insultar y menospreciar a otros, simplemente porque piensan distinto. Peor aún, ha crecido la tendencia de que quienes tienen otra perspectiva de los temas, automáticamente son declarados enemigos públicos y casi condenados a la hoguera. Esta práctica ya no es exclusiva del mundo de las redes sociales. La intolerancia se ha desbordado a las calles, los medios de comunicación y las mesas interinstitucionales.

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Todo esto me hace reflexionar sobre el famoso “divide y vencerás” y aumenta mi preocupación cuando nos encontramos en la antesala a una convocatoria a elecciones. Las señales son muy claras: las aguas están revueltas y en medio del caos es fácil dejarse envolver por la retórica y perder de vista los objetivos comunes de desarrollo que tenemos como sociedad. Hemos sido testigos de cómo los grupos extremistas no descansan y resultan ampliamente creativos cuando se trata de elaborar estrategias de descalificación; también hemos visto que las teorías de conspiración están a la orden del día. Basta que alguien asome la cabeza para hacer un planteamiento, y ya un opositor busca decapitarlo con argumentos que lo vinculan, en su imaginario, a todo un plan de inteligencia macabra.

Nos queda poco tiempo, es cierto, pero quizá nos alcanza aún para replantearnos nuestros objetivos. No como ONG, como Gobierno, como sector, como activistas, sino como ciudadanos de un país que, a gritos, pide soluciones a corto plazo. No me refiero a sentarnos a dialogar y pasar el tiempo solo hablando, sino siendo receptivos a otros enfoques; saber escuchar y comprender.

Eso implica también salir de las redes, donde pasamos mucho más tiempo que en el mundo real. En Argentina, en la Jornada Nacional sobre Imagen, Comunicación y Redes Sociales de 2009 se planteó cómo estos espacios virtuales pueden, incluso, construir países virtuales. Cuando esto se sale de control, el poderoso activismo logra construir una percepción distorsionada de la realidad. De esta manera, ese país virtual aleja a los usuarios de las decisiones y acciones que realmente deben tomarse para crear incidencia.

También se ha comprobado que una gran cantidad de usuarios (jóvenes en su mayoría), se suma a las tendencias más por moda que por intención de formarse criterio, y solo contribuye a la ola de mensajes que, sin comprender, alimentan la polarización. El abogado y académico argentino Daniel Roque Vítolo recuerda que en redes sociales la posibilidad de creación es infinita, y que estas pueden “despertarnos o idiotizarnos”. Creo que aún estamos a tiempo de que ocurra lo primero.

Desde el plano de las redes sociales podemos sacudir a la sociedad para afrontar, unidos, un proceso electoral clave, pero es todavía más importante que desde el plano real, en nuestras áreas de acción, transformemos los discursos en estrategias conjuntas.

Es fácil criticar y restarle mérito a lo que hacen otros (y es todavía más fácil desde los espacios virtuales); el verdadero desafío está en aportar. Esas mismas actitudes son las que han alejado a personas honorables del ámbito político, y es quizá por eso que tanta incertidumbre empaña el proceso que enfrentaremos el próximo año.

Para que las dudas se disipen, no solo es necesario ver perfiles de personas ni estructuras de partidos políticos. Claro, esto es importante, pero hay temas que deben ser visibles y transparentes lo más pronto posible como los planes de Gobierno, el origen de sus financiamientos y el equipo que los rodea. Y por supuesto, nada de lo anterior funciona si las reglas del juego tampoco son transparentes.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

¿Tendremos un proceso electoral transparente?

Redacción
06 de septiembre, 2018

Nunca había sentido tanta incertidumbre como hoy, a tan poco tiempo de que se lleve a cabo la convocatoria a elecciones. Regularmente, a cinco meses de que el Tribunal Supremo Electoral dé el banderazo de salida para el proceso, el panorama se había visto claro en cuanto a los contendientes más fuertes y las propuestas políticas más populares. De hecho, hasta en la opinión pública, a estas alturas, ya se perfilaba el famoso “le toca” en alusión al candidato más fuerte.

Sin embargo, en esta ocasión, el ambiente no solo se percibe deslucido, sino también confuso. De hecho, hasta figuras tradicionales como Sandra Torres, Zury Ríos o Alejandro Giammattei parecen sombras que, como decimos popularmente, están en todo y no están en nada.

Pero existen dos actores que, en medio de ese escenario gris, sí aprovechan para sobresalir en todo su esplendor: la polarización y la descalificación. Se ha convertido en una práctica recurrente insultar y menospreciar a otros, simplemente porque piensan distinto. Peor aún, ha crecido la tendencia de que quienes tienen otra perspectiva de los temas, automáticamente son declarados enemigos públicos y casi condenados a la hoguera. Esta práctica ya no es exclusiva del mundo de las redes sociales. La intolerancia se ha desbordado a las calles, los medios de comunicación y las mesas interinstitucionales.

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Todo esto me hace reflexionar sobre el famoso “divide y vencerás” y aumenta mi preocupación cuando nos encontramos en la antesala a una convocatoria a elecciones. Las señales son muy claras: las aguas están revueltas y en medio del caos es fácil dejarse envolver por la retórica y perder de vista los objetivos comunes de desarrollo que tenemos como sociedad. Hemos sido testigos de cómo los grupos extremistas no descansan y resultan ampliamente creativos cuando se trata de elaborar estrategias de descalificación; también hemos visto que las teorías de conspiración están a la orden del día. Basta que alguien asome la cabeza para hacer un planteamiento, y ya un opositor busca decapitarlo con argumentos que lo vinculan, en su imaginario, a todo un plan de inteligencia macabra.

Nos queda poco tiempo, es cierto, pero quizá nos alcanza aún para replantearnos nuestros objetivos. No como ONG, como Gobierno, como sector, como activistas, sino como ciudadanos de un país que, a gritos, pide soluciones a corto plazo. No me refiero a sentarnos a dialogar y pasar el tiempo solo hablando, sino siendo receptivos a otros enfoques; saber escuchar y comprender.

Eso implica también salir de las redes, donde pasamos mucho más tiempo que en el mundo real. En Argentina, en la Jornada Nacional sobre Imagen, Comunicación y Redes Sociales de 2009 se planteó cómo estos espacios virtuales pueden, incluso, construir países virtuales. Cuando esto se sale de control, el poderoso activismo logra construir una percepción distorsionada de la realidad. De esta manera, ese país virtual aleja a los usuarios de las decisiones y acciones que realmente deben tomarse para crear incidencia.

También se ha comprobado que una gran cantidad de usuarios (jóvenes en su mayoría), se suma a las tendencias más por moda que por intención de formarse criterio, y solo contribuye a la ola de mensajes que, sin comprender, alimentan la polarización. El abogado y académico argentino Daniel Roque Vítolo recuerda que en redes sociales la posibilidad de creación es infinita, y que estas pueden “despertarnos o idiotizarnos”. Creo que aún estamos a tiempo de que ocurra lo primero.

Desde el plano de las redes sociales podemos sacudir a la sociedad para afrontar, unidos, un proceso electoral clave, pero es todavía más importante que desde el plano real, en nuestras áreas de acción, transformemos los discursos en estrategias conjuntas.

Es fácil criticar y restarle mérito a lo que hacen otros (y es todavía más fácil desde los espacios virtuales); el verdadero desafío está en aportar. Esas mismas actitudes son las que han alejado a personas honorables del ámbito político, y es quizá por eso que tanta incertidumbre empaña el proceso que enfrentaremos el próximo año.

Para que las dudas se disipen, no solo es necesario ver perfiles de personas ni estructuras de partidos políticos. Claro, esto es importante, pero hay temas que deben ser visibles y transparentes lo más pronto posible como los planes de Gobierno, el origen de sus financiamientos y el equipo que los rodea. Y por supuesto, nada de lo anterior funciona si las reglas del juego tampoco son transparentes.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo