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Comprender la protesta mundial en el caos de octubre

Juan Diego Godoy
23 de octubre, 2019

Un periodista que cubre la sección internacional me dijo que justo ahora estamos viviendo un claro ejemplo de cómo las sociedades del mundo explotan en cuestión de días. Esto tras las numerosas manifestaciones que han ocurrido en varios países solo en el mes de octubre. Y aunque el colega no deja de tener razón, su comentario merece un análisis más profundo. 

Vamos a ello. Vamos a octubre.

Principios de mes. Miles de ecuatorianos, encabezados por indígenas y transportistas, se manifiestan contra los recortes económicos anunciados por el gobierno de Lenin Moreno. Para mediados de octubre, la Cataluña de Quim Torra y el Londres de Boris Johnson encabezan los titulares. Los españoles viven uno de sus episodios más violentos a raíz de las manifestaciones – algunas pacíficas y la mayoría violentas – en contra de la sentencia del procés. Los ingleses no han dejado de manifestarse – algunos en contra y otros a favor – por la tormentosa salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Seguimos en octubre y en Chile el alza del boleto del Metro de Santiago provoca una serie de enfrentamientos violentos entre el gobierno de Sebastián Piñera y civiles. Un descontrol total con culpables en ambas partes. Continúa octubre y, un poco más lejos pero con la misma fuerza, en el Líbano se han levantado miles de civiles en contra de los dirigentes del Gobierno y piden la renuncia del primer ministro Saad Hariri, todo por una serie de reformas económicas que se han traído abajo la paciencia de Beirut. De regreso en Sudamérica, pero todavía en octubre, los bolivianos denuncian un fraude electoral que pretende mantener a Evo Morales en la presidencia; un cargo para el que 13 años no le bastan. 

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¿Estamos viviendo un caos o es que el mundo siempre ha sido así?

Si bien es cierto que hoy por hoy pareciera que las sociedades se manifiestan con más furia y frecuencia, también es cierto que nuestra historia ha girado en torno a los desacuerdos que se comunican y a los acuerdos que se crean mientras se ignoran o postergan aquellas demandas que coyuntural, política o económicamente, importan menos o importarán luego. Un auto examen geopolítico y humilde nos basta para concluir que, en efecto, manifestar nuestros problemas está en nuestra naturaleza y lo hemos venido haciendo desde siempre. Pero ante lo que vivimos hoy, nos corresponde pararnos en seco y no preguntarnos por qué está sucediendo esto, si no el porqué no o el porqué hasta ahora. 

Considero que recientemente sufrimos un periodo de hemiplejía cívica e ideológica que, alimentado por las redes sociales e internet, contribuye a que olvidemos cómo era aquella humanidad que salía a las calles a menudo y que fiscalizaba a sus autoridades sin miedo. 

Desde que cayó a nuestras manos un smartphone con acceso a redes sociales que nos permitió comunicarnos con cualquiera sin tener que levantarnos del sofá, caímos en el vicio de tuitear los problemas, postear nuestras quejas y debatir por mensaje. Desde que nos convencieron que ciertos temas eran puramente ideológicos y que encontrar consensos era imposible, dejamos que crecieran las izquierdas radicales y las ultraderechas orgullosas para que gobernaran. La moderación se silenció porque “el gris” fue calificado como punto débil. Los extremos ganaron adeptos. 

Se produjo entonces un desastre de dimensiones mundiales. Se nos olvidó cómo era que debíamos comunicar nuestras ideas sin recurrir a las salvajadas. Las manifestaciones que vemos hoy no necesariamente son un ejemplo de civismo y ciudadanía, pero si que son una alerta con llamada de atención. Hemos de tomarnos un respiro y, con las ideas claras, la cabeza informada y el afán de aprender, manifestarnos en un mundo en el que la libertad de expresión, locomoción, propiedad y conciencia, no serán reprimidas, siempre y cuando sean lo que son: libertades que de por sí implican responsabilidad, coherencia, raciocinio y una dosis continua de humildad. 

Y ya que es octubre, no olvidemos aquella Guatemala de 1944 que nos contaron nuestros abuelos, ni la de agosto de 2015 que contaremos a nuestros nietos.


#TendamosPuentes

@JDGodoy95  


Comprender la protesta mundial en el caos de octubre

Juan Diego Godoy
23 de octubre, 2019

Un periodista que cubre la sección internacional me dijo que justo ahora estamos viviendo un claro ejemplo de cómo las sociedades del mundo explotan en cuestión de días. Esto tras las numerosas manifestaciones que han ocurrido en varios países solo en el mes de octubre. Y aunque el colega no deja de tener razón, su comentario merece un análisis más profundo. 

Vamos a ello. Vamos a octubre.

Principios de mes. Miles de ecuatorianos, encabezados por indígenas y transportistas, se manifiestan contra los recortes económicos anunciados por el gobierno de Lenin Moreno. Para mediados de octubre, la Cataluña de Quim Torra y el Londres de Boris Johnson encabezan los titulares. Los españoles viven uno de sus episodios más violentos a raíz de las manifestaciones – algunas pacíficas y la mayoría violentas – en contra de la sentencia del procés. Los ingleses no han dejado de manifestarse – algunos en contra y otros a favor – por la tormentosa salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Seguimos en octubre y en Chile el alza del boleto del Metro de Santiago provoca una serie de enfrentamientos violentos entre el gobierno de Sebastián Piñera y civiles. Un descontrol total con culpables en ambas partes. Continúa octubre y, un poco más lejos pero con la misma fuerza, en el Líbano se han levantado miles de civiles en contra de los dirigentes del Gobierno y piden la renuncia del primer ministro Saad Hariri, todo por una serie de reformas económicas que se han traído abajo la paciencia de Beirut. De regreso en Sudamérica, pero todavía en octubre, los bolivianos denuncian un fraude electoral que pretende mantener a Evo Morales en la presidencia; un cargo para el que 13 años no le bastan. 

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Si bien es cierto que hoy por hoy pareciera que las sociedades se manifiestan con más furia y frecuencia, también es cierto que nuestra historia ha girado en torno a los desacuerdos que se comunican y a los acuerdos que se crean mientras se ignoran o postergan aquellas demandas que coyuntural, política o económicamente, importan menos o importarán luego. Un auto examen geopolítico y humilde nos basta para concluir que, en efecto, manifestar nuestros problemas está en nuestra naturaleza y lo hemos venido haciendo desde siempre. Pero ante lo que vivimos hoy, nos corresponde pararnos en seco y no preguntarnos por qué está sucediendo esto, si no el porqué no o el porqué hasta ahora. 

Considero que recientemente sufrimos un periodo de hemiplejía cívica e ideológica que, alimentado por las redes sociales e internet, contribuye a que olvidemos cómo era aquella humanidad que salía a las calles a menudo y que fiscalizaba a sus autoridades sin miedo. 

Desde que cayó a nuestras manos un smartphone con acceso a redes sociales que nos permitió comunicarnos con cualquiera sin tener que levantarnos del sofá, caímos en el vicio de tuitear los problemas, postear nuestras quejas y debatir por mensaje. Desde que nos convencieron que ciertos temas eran puramente ideológicos y que encontrar consensos era imposible, dejamos que crecieran las izquierdas radicales y las ultraderechas orgullosas para que gobernaran. La moderación se silenció porque “el gris” fue calificado como punto débil. Los extremos ganaron adeptos. 

Se produjo entonces un desastre de dimensiones mundiales. Se nos olvidó cómo era que debíamos comunicar nuestras ideas sin recurrir a las salvajadas. Las manifestaciones que vemos hoy no necesariamente son un ejemplo de civismo y ciudadanía, pero si que son una alerta con llamada de atención. Hemos de tomarnos un respiro y, con las ideas claras, la cabeza informada y el afán de aprender, manifestarnos en un mundo en el que la libertad de expresión, locomoción, propiedad y conciencia, no serán reprimidas, siempre y cuando sean lo que son: libertades que de por sí implican responsabilidad, coherencia, raciocinio y una dosis continua de humildad. 

Y ya que es octubre, no olvidemos aquella Guatemala de 1944 que nos contaron nuestros abuelos, ni la de agosto de 2015 que contaremos a nuestros nietos.


#TendamosPuentes

@JDGodoy95