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MacArthur Park

Redacción República
07 de octubre, 2019

J. Fernando García Molina

http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=1219
Fecha de Publicación: 06/10/2019
Tema: Guatemala

Alrededor de 1975 vivía en las afueras de la ciudad. Alquilaba la casa patronal de lo que había sido una finca lechera cerca de Santa Rosita. Fue allí donde lo conocí. Entonces Juanito tenía unos 11 años.

Un día le pregunté si quería trabajar conmigo lavando mi carro. Aceptó con una sonrisa. Pedí permiso a su mamá y fue entonces cuando inicié mi amistad con él. Después vi cómo el niño se volvía hombre. Hoy, más de 40 años después, es una de las personas a quienes más aprecio y por quienes mayor respeto y admiración tengo.

Alrededor de 1990 llegó conmigo y me contó qué pensaba irse a Estados Unidos. Le recomendé que no lo hiciera. Le dije que eso era para personas de carácter más desenvuelto. Que en él prevalecía la timidez, cierto retraimiento y respeto a la ley. Irse como migrante ilegal era algo que no encajaba con de su personalidad. 

Pero Juan estaba determinado a irse y lo hizo. Yo estaba equivocado, él tenía razón: Se fue y tuvo éxito. Desde entonces hemos hablado por teléfono con frecuencia. Cuando viene a Guatemala siempre me visita y tengo el privilegio de recibirlo en mi casa.

Se había casado y tenía una hija cuando se fue. Poco después envió por ellos. Allá nacieron otros dos. La mayor terminó la universidad el de en medio está por hacerlo y el más pequeño está en secundaria. Juan y su familia viven en Los Ángeles California. Pude compartir con él su alegría cuando recibió una Green Card y, posteriormente, cuando se convirtió en ciudadano estadounidense.

Me contó que cuando llegó, junto con otros migrantes iba muy temprano a una tienda de Home Depot, cerca de MacArthur Park, en el centro de Los Ángeles. Los empleadores llegaban y tomaban los que necesitaba. Un contratista que pintaba casas lo contrató después. Después trabajó con otro que hacía reparaciones. Fueron sus primeros trabajos permanentes.

Años después, se estableció por cuenta propia, fundó una empresa de remodelación de casas. El éxito es el premio del trabajador diligente y honrado. Hará unos 15 años compró su casa, posteriormente la cambió por otra más grande y mejor ubicada. Recientemente compró otras dos para alquilarlas. Confía que con la renta pagará la hipoteca y obtendrá un remanente a su favor. 

En Guatemala ha ayudado a sus familiares. Sus padres, ya fallecidos, pudieron llegar varias veces a visitarlo. Compró terrenos en Guatemala y ha construido casas que ahora alquila. Se puede decir que la vida le ha sonreído. Ha superado ampliamente, en términos financieros, a su padre y su abuelo. Así debe ser. Para que la familia evolucione, los hijos deben llegar más lejos que sus padres. 

Juan ha satisfecho parte de mi curiosidad por los migrantes; sus sueños, sus esperanzas, sus deseos de regresar, la necesidad de estar solventes, la forma cómo viven, sus sentimientos más fuertes, su percepción de la migra… El mes pasado recibí unas fotografías y unos vídeos que él hizo para mí. Me cuenta que MacArthur Park es el centro de reunión de los migrantes guatemaltecos en Los Ángeles. Llegan con tanta frecuencia como sus horas de trabajo –que son largas y numerosas— lo permiten. Llegan para hablar español de aquí, a encontrarse con quienes ven como hermanos. Van a ayudar o a pedir ayuda. Las conversaciones suelen girar sobre Guatemala, sus poblaciones, los lagos, los ríos, los lugares que conocen.

Algunos tienen tanto entusiasmo por MacArthur Park c que incluso viven en los edificios cercanos o en sus alrededores. También han establecido comercios y restaurantes de ellos y para ellos. Sus hábitos de higiene han mejorado mucho, sin embargo, algunos aún tiran su basura en la calle. Así que ese sector se ve tan descuidado como los alrededores de un mercado municipal aquí.

Recientemente me envió dos fotografías de un restaurante en MacArthur Park que ofrece, como otros, “comida de verdad” a su clientela. Por favor vea la “Foto 1 Comida” adjunta. La otra muestra el área de mesas. Al fondo y muy en alto, se ve un cuadro pleno de motivos nacionales. Muestra el lago de Atitlán con los volcanes Tolimán y San Pedro, la calle del Arco y el escudo nacional. Sobrepuesto, un mapa de Guatemala, donde sobresale Tikal, un Quetzal y el templo de Esquipulas. Por favor vea la “Foto 2 Restaurante” adjunta. Tuve la sensación de que el propietario lo exhibe como si se tratara de un sueño que se sueña muy seguido.

Me pregunto si ese mapa está allí por casualidad. Acaso no tenía otra cosa qué poner. ¿Por qué no consiguió un póster con la cabeza de los presidentes gringos esculpidas en la roca? ¿O es que la identificación es total con Guatemala y comparativamente pobre con el país que los acoge? 

No termino de comprender por qué ese tema me interesa tanto. Quizá sea porque veo un lado en los migrantes que otros no ven. O me engaño pensando que es así. Algunos ven al migrante como alguien que logró escapar de Guatemala, de su pobreza, de su inseguridad, de las malas condiciones que nuestro país les ofrecía, en especial a sus niños y ancianos.

Esa perspectiva ve al migrante como un individuo feliz que el sábado se va de shopping a los grandes centros comerciales y después, lleno de bolsas come en un restaurante con su familia. El domingo, se levantan todos temprano y van a una iglesia donde muchos, incluso, usan corbata. Ese enfoque propone al migrante como una mezcla de turista y el gringo del medio Oeste en las películas.

Yo visualizo a una persona más solitaria, más triste, menos integrada, a uno que tiene su cuerpo allá pero dejó su alma en los montes de aquí, en los autobuses repletos de gente, o en los mercados.

Uno que cuando logra tener un poco tiempo para descansar ―porque trabaja incansablemente, como mula― se toma un café y piensa en su tierra, le hacen falta las montañas, los ríos, ese verde que aquí está por todos lados y todo el tiempo. Piensan en nuestro país, donde en vez de pasto sintético ponen grama San Agustín de hoja ancha y un agradable olor cuando se corta.

Pienso en un migrante a quien hacen falta sus hermanos, primos, padres y amigos. Uno que está hasta el copete de comer hamburgers, hot dogs y pizza. Que se saborea pensando en paches, chuchitos, tamales, revolcado… Que suspira por unas tortillas palmeadas, no de máquina, sino cocinadas sobre un comal de barro, con queso, aguacate o alguna carnita, chirmol… cosas así.

Es alguien que lleva adentro suyo a la Ciguanaba, a la Llorona, al Duende y al Cadejo. Uno a quien hacen falta las tradiciones y que sin ellas se siente como un árbol al que faltan raíces.

Le hace falta la libertad que hay en Guatemala, misma que, si así lo desea, puede emplear para emborracharse y dormir sobre una banqueta. Despertar al día siguiente y tener por castigo la vergüenza por el acto cometido. Pero no ser arrestado por ello.

Visualizo a una persona que quisiera tener la certeza de que, cuando muera, allí en el cementerio donde están sus padres y abuelos, allí estará él. En cambio, veo a un migrante para quien el natural miedo de morir lo empeora pensar que todo será muy complicado, que nadie asistirá a su funeral, que literalmente no sabe dónde van a terminar sus huesos

En fin, veo a alguien que está allá, privado de los placeres que ofrece Guatemala, sus tradiciones, su música, sus colores, sus sonidos, su clima, sus paisajes, el sabor de sus comidas… En cambio, entre grandes sacrificios, quien migró busca afanosamente pagar las deudas que contrajo para irse. 

Quienes ya las solventaron, se esfuerzan para mandar plata a su familia, ayudarlos con los gastos y ahorrar para regresar y establecerse. Regresar y respirar nuestro aire, quedar sujeto a la inseguridad que vivimos y los peligros que aquí se corren todo el tiempo. No siente mayor temor por el azar que significa vivir aquí, que no teme volver a acostumbrarse como ya estamos habituados la inmensa mayoría.

MacArthur Park

Redacción República
07 de octubre, 2019

J. Fernando García Molina

http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=1219
Fecha de Publicación: 06/10/2019
Tema: Guatemala

Alrededor de 1975 vivía en las afueras de la ciudad. Alquilaba la casa patronal de lo que había sido una finca lechera cerca de Santa Rosita. Fue allí donde lo conocí. Entonces Juanito tenía unos 11 años.

Un día le pregunté si quería trabajar conmigo lavando mi carro. Aceptó con una sonrisa. Pedí permiso a su mamá y fue entonces cuando inicié mi amistad con él. Después vi cómo el niño se volvía hombre. Hoy, más de 40 años después, es una de las personas a quienes más aprecio y por quienes mayor respeto y admiración tengo.

Alrededor de 1990 llegó conmigo y me contó qué pensaba irse a Estados Unidos. Le recomendé que no lo hiciera. Le dije que eso era para personas de carácter más desenvuelto. Que en él prevalecía la timidez, cierto retraimiento y respeto a la ley. Irse como migrante ilegal era algo que no encajaba con de su personalidad. 

Pero Juan estaba determinado a irse y lo hizo. Yo estaba equivocado, él tenía razón: Se fue y tuvo éxito. Desde entonces hemos hablado por teléfono con frecuencia. Cuando viene a Guatemala siempre me visita y tengo el privilegio de recibirlo en mi casa.

Se había casado y tenía una hija cuando se fue. Poco después envió por ellos. Allá nacieron otros dos. La mayor terminó la universidad el de en medio está por hacerlo y el más pequeño está en secundaria. Juan y su familia viven en Los Ángeles California. Pude compartir con él su alegría cuando recibió una Green Card y, posteriormente, cuando se convirtió en ciudadano estadounidense.

Me contó que cuando llegó, junto con otros migrantes iba muy temprano a una tienda de Home Depot, cerca de MacArthur Park, en el centro de Los Ángeles. Los empleadores llegaban y tomaban los que necesitaba. Un contratista que pintaba casas lo contrató después. Después trabajó con otro que hacía reparaciones. Fueron sus primeros trabajos permanentes.

Años después, se estableció por cuenta propia, fundó una empresa de remodelación de casas. El éxito es el premio del trabajador diligente y honrado. Hará unos 15 años compró su casa, posteriormente la cambió por otra más grande y mejor ubicada. Recientemente compró otras dos para alquilarlas. Confía que con la renta pagará la hipoteca y obtendrá un remanente a su favor. 

En Guatemala ha ayudado a sus familiares. Sus padres, ya fallecidos, pudieron llegar varias veces a visitarlo. Compró terrenos en Guatemala y ha construido casas que ahora alquila. Se puede decir que la vida le ha sonreído. Ha superado ampliamente, en términos financieros, a su padre y su abuelo. Así debe ser. Para que la familia evolucione, los hijos deben llegar más lejos que sus padres. 

Juan ha satisfecho parte de mi curiosidad por los migrantes; sus sueños, sus esperanzas, sus deseos de regresar, la necesidad de estar solventes, la forma cómo viven, sus sentimientos más fuertes, su percepción de la migra… El mes pasado recibí unas fotografías y unos vídeos que él hizo para mí. Me cuenta que MacArthur Park es el centro de reunión de los migrantes guatemaltecos en Los Ángeles. Llegan con tanta frecuencia como sus horas de trabajo –que son largas y numerosas— lo permiten. Llegan para hablar español de aquí, a encontrarse con quienes ven como hermanos. Van a ayudar o a pedir ayuda. Las conversaciones suelen girar sobre Guatemala, sus poblaciones, los lagos, los ríos, los lugares que conocen.

Algunos tienen tanto entusiasmo por MacArthur Park c que incluso viven en los edificios cercanos o en sus alrededores. También han establecido comercios y restaurantes de ellos y para ellos. Sus hábitos de higiene han mejorado mucho, sin embargo, algunos aún tiran su basura en la calle. Así que ese sector se ve tan descuidado como los alrededores de un mercado municipal aquí.

Recientemente me envió dos fotografías de un restaurante en MacArthur Park que ofrece, como otros, “comida de verdad” a su clientela. Por favor vea la “Foto 1 Comida” adjunta. La otra muestra el área de mesas. Al fondo y muy en alto, se ve un cuadro pleno de motivos nacionales. Muestra el lago de Atitlán con los volcanes Tolimán y San Pedro, la calle del Arco y el escudo nacional. Sobrepuesto, un mapa de Guatemala, donde sobresale Tikal, un Quetzal y el templo de Esquipulas. Por favor vea la “Foto 2 Restaurante” adjunta. Tuve la sensación de que el propietario lo exhibe como si se tratara de un sueño que se sueña muy seguido.

Me pregunto si ese mapa está allí por casualidad. Acaso no tenía otra cosa qué poner. ¿Por qué no consiguió un póster con la cabeza de los presidentes gringos esculpidas en la roca? ¿O es que la identificación es total con Guatemala y comparativamente pobre con el país que los acoge? 

No termino de comprender por qué ese tema me interesa tanto. Quizá sea porque veo un lado en los migrantes que otros no ven. O me engaño pensando que es así. Algunos ven al migrante como alguien que logró escapar de Guatemala, de su pobreza, de su inseguridad, de las malas condiciones que nuestro país les ofrecía, en especial a sus niños y ancianos.

Esa perspectiva ve al migrante como un individuo feliz que el sábado se va de shopping a los grandes centros comerciales y después, lleno de bolsas come en un restaurante con su familia. El domingo, se levantan todos temprano y van a una iglesia donde muchos, incluso, usan corbata. Ese enfoque propone al migrante como una mezcla de turista y el gringo del medio Oeste en las películas.

Yo visualizo a una persona más solitaria, más triste, menos integrada, a uno que tiene su cuerpo allá pero dejó su alma en los montes de aquí, en los autobuses repletos de gente, o en los mercados.

Uno que cuando logra tener un poco tiempo para descansar ―porque trabaja incansablemente, como mula― se toma un café y piensa en su tierra, le hacen falta las montañas, los ríos, ese verde que aquí está por todos lados y todo el tiempo. Piensan en nuestro país, donde en vez de pasto sintético ponen grama San Agustín de hoja ancha y un agradable olor cuando se corta.

Pienso en un migrante a quien hacen falta sus hermanos, primos, padres y amigos. Uno que está hasta el copete de comer hamburgers, hot dogs y pizza. Que se saborea pensando en paches, chuchitos, tamales, revolcado… Que suspira por unas tortillas palmeadas, no de máquina, sino cocinadas sobre un comal de barro, con queso, aguacate o alguna carnita, chirmol… cosas así.

Es alguien que lleva adentro suyo a la Ciguanaba, a la Llorona, al Duende y al Cadejo. Uno a quien hacen falta las tradiciones y que sin ellas se siente como un árbol al que faltan raíces.

Le hace falta la libertad que hay en Guatemala, misma que, si así lo desea, puede emplear para emborracharse y dormir sobre una banqueta. Despertar al día siguiente y tener por castigo la vergüenza por el acto cometido. Pero no ser arrestado por ello.

Visualizo a una persona que quisiera tener la certeza de que, cuando muera, allí en el cementerio donde están sus padres y abuelos, allí estará él. En cambio, veo a un migrante para quien el natural miedo de morir lo empeora pensar que todo será muy complicado, que nadie asistirá a su funeral, que literalmente no sabe dónde van a terminar sus huesos

En fin, veo a alguien que está allá, privado de los placeres que ofrece Guatemala, sus tradiciones, su música, sus colores, sus sonidos, su clima, sus paisajes, el sabor de sus comidas… En cambio, entre grandes sacrificios, quien migró busca afanosamente pagar las deudas que contrajo para irse. 

Quienes ya las solventaron, se esfuerzan para mandar plata a su familia, ayudarlos con los gastos y ahorrar para regresar y establecerse. Regresar y respirar nuestro aire, quedar sujeto a la inseguridad que vivimos y los peligros que aquí se corren todo el tiempo. No siente mayor temor por el azar que significa vivir aquí, que no teme volver a acostumbrarse como ya estamos habituados la inmensa mayoría.