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La Rebelión de las masas

Armando De la Torre
22 de noviembre, 2019

Los eventos de los últimos meses en nuestra América y la crisis paralela en la otra América, la del Norte, con el vandalismo cultural de sus masas politizadas “democráticamente” como telón de fondo, me hace pensar que nos hallamos enfrascados de nuevo en un tiempo de transiciones, tal como a al mismo aludiera Ortega y Gasset hace casi un siglo.

La para mí del todo inesperada crisis de la autoridad pública en Chile, me hace revisar muchos de mis supuestos y de mis expectativas para el futuro de las sociedades políticas de nuestros tiempos. También me siento como Ortega y Gasset impactado a mi turno por lo que él concluyó en llamar con tanto acierto: “La rebelión de las masas”. 

Además me permito aludir a un hecho nuevo y parte integrante de la última de nuestras revoluciones muy humanas y tecnológicas: la de esa lógica digital masiva o, como más poéticamente se le ha calificado, de la “muerte de la distancia”. 

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Para Ortega, tal experiencia se identificaba plenamente con el fenómeno que le fue contemporáneo del “lleno” sociológico, es decir, de la presencia abrumadora y creciente de las grandes multitudes de participantes en cada cambio y en cada evento social.  

Las evidencias para ello también se repiten ante nuestros ojos pero con más celeridad: por ejemplo, ese peligroso duelo de gigantes de hoy entre los Estados Unidos y la China continental, cada uno por su parte dotado de los suficientes arsenales para aniquilar con el poder atómico a la entera humanidad en cuestión de minutos. 

Y todo ello, como lo creyó entrever Ortega en su tiempo, en manos de hombres que él conceptualizaría como de “mentalidad de masas”. 

En último análisis, según ese mismo autor, esa por él denominada “rebelión de las masas” se deriva del hecho puntual de que para nosotros, los humanos, hoy todos gozamos de un universal derecho de acceso a cuanto avance y mejora se logre desde cualquier rincón del planeta. 

Pues, “o todos hijos o todos entenados”, la auténtica raíz del “lleno”. Y así, el sacrificio del propio interés o del sentido de responsabilidad individual por nuestros respectivos futuros personales, han pasado a un segundo relativo plano ético o moral. Muy particularmente en estos tiempos ultramodernos de los vuelos espaciales…

Porque, como lo señaló Ortega: “Ya no hay protagonistas; solo hay coros”. Coros que menosprecian o critican rotundamente, por primera vez en la historia, a sus mismos directores y demás solistas.

Regresemos por un momento al tema de Chile: el país con la mejor Constitución política y las mejores instituciones económicas en toda nuestra América, la envidia de todos los demás que aspirábamos a sumarnos a esa vanguardia de los hábiles y de los prósperos. Pues en menos de treinta días quedó descalabrado, emponzoñado, y que se constituyó en una gigantesca decepción para el resto del mundo civilizado.

¿Cómo?

Por obra y gracia de las masas de adolescentes que lo quieren todo a la fácil dado los inauditos progresos tecnológicos y sociales de nuestro tiempo que les han llegado para su ventaja. Una advertencia para todos, absolutamente todos los demás, dada la celeridad del posible contagio emocional de todos entre sí.  

Lo veo, además, como un prenuncio urgente acerca de las amenazas ínsitas en el bienestar universalmente colectivo: pues quedamos dogmatizados que todos tenemos derecho a todo y sin ninguna obligación de nadie hacia nada. 

En otros tiempos, los hubiéramos identificado como niños majaderos, malcriados o como se les califica en inglés, “Spoiled Brat”. Ahora, en cambio, algunos los suponen innovadores de vanguardia o sabios precoces, dadas las promesas de las tecnologías más avanzadas que ellos dominan mejor que sus antecesores. 

Otra vez, el encanto de toda utopía aun a costa de la sangre y de la vida de los demás, no, por supuesto, de las propias. Un maravilloso mundo nuevo que nos cae sin nuestro esfuerzo y nuestra perseverancia. 

Tomás Moro, te has quedado atrás…

Aunque también otros más realistas, como Carlyle o como Toynbee, los hubieran interpretado como los primeros indicio de la decadencia de un cultura.

 Y tal como un reguero de pólvora, ese fogoso y posible contagio emocional ha servido de estímulo a otros movimientos de protesta social, como los de Ecuador, Bolivia y hasta en los remotos Hong Kong y Bagdad.

Y, encima, ¿algunos hasta los califican de cambios sin precedentes? 

No lo creo, pero sí que nos aturden por sus complejidades porque los valores han cambiado, pero nuestra naturaleza no. Dado hasta lo muy único e inaudito en todas esas protestas, que hasta han incluido, entre otros muchos hechos más, el muy lamentable de la quema en vivo de una mujer policía en Chile. 

En el entretanto, a quienes todavía no nos han alcanzado esos horrores, permanecemos impasibles ante tales espectáculos desde lejos por la razón de siempre: nuestra ausencia de toda solidaridad, como si no pudiera haber un mañana en el que podamos vernos a merced de iguales bandazos dolorosos… 

Yo, además, consideraría todo ello como un acompañante lógico de esa otra insistencia en la gratuidad de los servicios de un “Estado benefactor”, tal como de nuevo se evidencia en nuestros días en la campaña electoral del Partido Demócrata en los Estados Unidos. 

Y es por eso que nos sentimos urgidos a satisfacer al instante cualquier pretensión de mejora social para nosotros y, encima, sin costo alguno. Tales, por ejemplo, la educación, o el cuidado de la salud, que habrían de ser, según ellos, gratuitos por la bondad de un Estado enteramente providente. Tal como en estos momentos lo postulan en los Estados Unidos Elizabeth Warren o Bernie Sanders, entre muchos otros “Spoiled Brat”, que para eso están esos pocos ricachones demasiados opulentos.  

¿Acaso ya hemos olvidado que tales fueron las mismas promesas en sus tiempos respectivos de Lenín, Stalin, Mao, Castro, Maduro así como de tantos otros charlatanes…? 

Probablemente sí, como acaece con cualquiera que lo espera todo de la benevolencia de un Estado “benefactor”, o sea, fácil, cómodo y, sobre todo, gratuito.  

Creo, por eso, que nuestros maestros de secundaria y nuestros catedráticos universitarios, nos fallan a todos cuando intentan transmitirnos las experiencias de la historia universal a secas.

Y por eso, lamentablemente mentir se nos ha vuelto hábito fácilmente excusable para casi todas nuestras facetas colectivas en nuestra conducta. Y las descuidamos porque no las suponemos de nuestra responsabilidad sino, en todo caso, del Estado llamémoslo leninista, bolivariano, populista o, horror de horrores, ¡de nuestro vigente siglo XXI!

Y encima, todo filtrado a través de medios de comunicación que fabrican sus noticias a los precios que dictan sus mejores postores. 

¡Viva la juventud!, o acaso mejor, ¿Viva Hollywood?…


La Rebelión de las masas

Armando De la Torre
22 de noviembre, 2019

Los eventos de los últimos meses en nuestra América y la crisis paralela en la otra América, la del Norte, con el vandalismo cultural de sus masas politizadas “democráticamente” como telón de fondo, me hace pensar que nos hallamos enfrascados de nuevo en un tiempo de transiciones, tal como a al mismo aludiera Ortega y Gasset hace casi un siglo.

La para mí del todo inesperada crisis de la autoridad pública en Chile, me hace revisar muchos de mis supuestos y de mis expectativas para el futuro de las sociedades políticas de nuestros tiempos. También me siento como Ortega y Gasset impactado a mi turno por lo que él concluyó en llamar con tanto acierto: “La rebelión de las masas”. 

Además me permito aludir a un hecho nuevo y parte integrante de la última de nuestras revoluciones muy humanas y tecnológicas: la de esa lógica digital masiva o, como más poéticamente se le ha calificado, de la “muerte de la distancia”. 

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Para Ortega, tal experiencia se identificaba plenamente con el fenómeno que le fue contemporáneo del “lleno” sociológico, es decir, de la presencia abrumadora y creciente de las grandes multitudes de participantes en cada cambio y en cada evento social.  

Las evidencias para ello también se repiten ante nuestros ojos pero con más celeridad: por ejemplo, ese peligroso duelo de gigantes de hoy entre los Estados Unidos y la China continental, cada uno por su parte dotado de los suficientes arsenales para aniquilar con el poder atómico a la entera humanidad en cuestión de minutos. 

Y todo ello, como lo creyó entrever Ortega en su tiempo, en manos de hombres que él conceptualizaría como de “mentalidad de masas”. 

En último análisis, según ese mismo autor, esa por él denominada “rebelión de las masas” se deriva del hecho puntual de que para nosotros, los humanos, hoy todos gozamos de un universal derecho de acceso a cuanto avance y mejora se logre desde cualquier rincón del planeta. 

Pues, “o todos hijos o todos entenados”, la auténtica raíz del “lleno”. Y así, el sacrificio del propio interés o del sentido de responsabilidad individual por nuestros respectivos futuros personales, han pasado a un segundo relativo plano ético o moral. Muy particularmente en estos tiempos ultramodernos de los vuelos espaciales…

Porque, como lo señaló Ortega: “Ya no hay protagonistas; solo hay coros”. Coros que menosprecian o critican rotundamente, por primera vez en la historia, a sus mismos directores y demás solistas.

Regresemos por un momento al tema de Chile: el país con la mejor Constitución política y las mejores instituciones económicas en toda nuestra América, la envidia de todos los demás que aspirábamos a sumarnos a esa vanguardia de los hábiles y de los prósperos. Pues en menos de treinta días quedó descalabrado, emponzoñado, y que se constituyó en una gigantesca decepción para el resto del mundo civilizado.

¿Cómo?

Por obra y gracia de las masas de adolescentes que lo quieren todo a la fácil dado los inauditos progresos tecnológicos y sociales de nuestro tiempo que les han llegado para su ventaja. Una advertencia para todos, absolutamente todos los demás, dada la celeridad del posible contagio emocional de todos entre sí.  

Lo veo, además, como un prenuncio urgente acerca de las amenazas ínsitas en el bienestar universalmente colectivo: pues quedamos dogmatizados que todos tenemos derecho a todo y sin ninguna obligación de nadie hacia nada. 

En otros tiempos, los hubiéramos identificado como niños majaderos, malcriados o como se les califica en inglés, “Spoiled Brat”. Ahora, en cambio, algunos los suponen innovadores de vanguardia o sabios precoces, dadas las promesas de las tecnologías más avanzadas que ellos dominan mejor que sus antecesores. 

Otra vez, el encanto de toda utopía aun a costa de la sangre y de la vida de los demás, no, por supuesto, de las propias. Un maravilloso mundo nuevo que nos cae sin nuestro esfuerzo y nuestra perseverancia. 

Tomás Moro, te has quedado atrás…

Aunque también otros más realistas, como Carlyle o como Toynbee, los hubieran interpretado como los primeros indicio de la decadencia de un cultura.

 Y tal como un reguero de pólvora, ese fogoso y posible contagio emocional ha servido de estímulo a otros movimientos de protesta social, como los de Ecuador, Bolivia y hasta en los remotos Hong Kong y Bagdad.

Y, encima, ¿algunos hasta los califican de cambios sin precedentes? 

No lo creo, pero sí que nos aturden por sus complejidades porque los valores han cambiado, pero nuestra naturaleza no. Dado hasta lo muy único e inaudito en todas esas protestas, que hasta han incluido, entre otros muchos hechos más, el muy lamentable de la quema en vivo de una mujer policía en Chile. 

En el entretanto, a quienes todavía no nos han alcanzado esos horrores, permanecemos impasibles ante tales espectáculos desde lejos por la razón de siempre: nuestra ausencia de toda solidaridad, como si no pudiera haber un mañana en el que podamos vernos a merced de iguales bandazos dolorosos… 

Yo, además, consideraría todo ello como un acompañante lógico de esa otra insistencia en la gratuidad de los servicios de un “Estado benefactor”, tal como de nuevo se evidencia en nuestros días en la campaña electoral del Partido Demócrata en los Estados Unidos. 

Y es por eso que nos sentimos urgidos a satisfacer al instante cualquier pretensión de mejora social para nosotros y, encima, sin costo alguno. Tales, por ejemplo, la educación, o el cuidado de la salud, que habrían de ser, según ellos, gratuitos por la bondad de un Estado enteramente providente. Tal como en estos momentos lo postulan en los Estados Unidos Elizabeth Warren o Bernie Sanders, entre muchos otros “Spoiled Brat”, que para eso están esos pocos ricachones demasiados opulentos.  

¿Acaso ya hemos olvidado que tales fueron las mismas promesas en sus tiempos respectivos de Lenín, Stalin, Mao, Castro, Maduro así como de tantos otros charlatanes…? 

Probablemente sí, como acaece con cualquiera que lo espera todo de la benevolencia de un Estado “benefactor”, o sea, fácil, cómodo y, sobre todo, gratuito.  

Creo, por eso, que nuestros maestros de secundaria y nuestros catedráticos universitarios, nos fallan a todos cuando intentan transmitirnos las experiencias de la historia universal a secas.

Y por eso, lamentablemente mentir se nos ha vuelto hábito fácilmente excusable para casi todas nuestras facetas colectivas en nuestra conducta. Y las descuidamos porque no las suponemos de nuestra responsabilidad sino, en todo caso, del Estado llamémoslo leninista, bolivariano, populista o, horror de horrores, ¡de nuestro vigente siglo XXI!

Y encima, todo filtrado a través de medios de comunicación que fabrican sus noticias a los precios que dictan sus mejores postores. 

¡Viva la juventud!, o acaso mejor, ¿Viva Hollywood?…