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Sin principios comunes, no hay libertad

Redacción
25 de noviembre, 2019

El 2019 se ha caracterizado por la erupción de movilizaciones ciudadanas alrededor del mundo. Estas han ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Chile, Bolivia, y recientemente en Colombia en la región latinoamericana; Francia y España en Europa, Hong Kong en Asia, Irán y Líbano en el medio oriente, y Etiopía y Sudáfrica en África. Ciertamente, este fenómeno no es exclusivo del 2019. Las manifestaciones espontáneas se han dado especialmente después de la crisis económica mundial del 2008 en más de 70 países (Krastev, 2014). En Guatemala se produjo una experiencia de este tipo en el 2015. 

Varios autores se han dado a la tarea de explicar este fenómeno. Por ejemplo, Moisés Naím (2013) señala “el fin del poder”, la incapacidad de las organizaciones gubernamentales de concentrar la autoridad; Ivan Krastev (2014) observa el surgimiento de “la democracia del rechazo”, en la que las mayorías muestran su descontento con las instituciones pero no coinciden en cómo modificarlas; Paolo Gerbaudo (2017) conceptualiza este mismo fenómeno como “el ciudadanismo”, una ideología del ciudadano indignado, molesto por no ser tomado en cuenta en la toma de decisiones políticas y económicas. Desde estas perspectivas, las movilizaciones podrían ser motivo de celebración, especialmente por la horizontalidad de su organización. En efecto, estas se han caracterizado por el uso de herramientas tecnológicas como las redes sociales, la falta de líderes y de una agenda específica, lo cual les ha permitido apelar a la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, aunque estos movimientos han tenido resultados importantes, como la caída de regímenes autoritarios y la renuncia de mandatarios corruptos, estos han sido incapaces de plantear una agenda política liberal para el futuro. Al contrario, en algunos casos estas plataformas han sido aprovechadas por actores políticos con visiones colectivistas fracasadas, pero empaquetadas como disruptivas. Por ejemplo, en España y Chile, la izquierda ha utilizado el rechazo al sistema para promover políticas económicas estatistas, las cuales tarde o temprano tendrán efectos negativos. En Guatemala, en el 2016 se impulsó una reforma constitucional que dividió a la sociedad y terminó debilitando el único consenso del 2015: la lucha contra la corrupción. 

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Asimismo, la aplaudida horizontalidad de estos movimientos pone de manifiesto la falta de principios comunes entre sus miembros. Esto es consecuencia de un sistema postmoderno donde cada ciudadano tiene una versión individual y personalizada de su verdad, donde se da poco valor a las creencias comunes, la ideología y las plataformas políticas. En su lugar, las masas actúan a partir de los sentimientos, de la tendencia y las fake news del momento. 

Sin estos principios base, la división constante entre los ciudadanos continuará desgastando la legitimidad de los regímenes liberales, abriendo la puerta a movimientos populistas y autoritarios. Por lo tanto, es necesario contar con un conjunto de ideas generales, principios básicos e irrenunciables, sobre los cuales se construya un orden que permita el florecimiento individual. Como diría Alexis de Tocqueville, “no puede haber sociedad que prospere sin creencias iguales (…) porque sin ideas comunes no hay acción común”.  Yo a esto agregaría que sin principios comunes, no hay libertad.

¿En qué consisten estos principios? Cada generación debe realizar un difícil ejercicio intelectual y de diálogo político para alcanzarlos. Se podría empezar por recorrer el pasado, la historia, y evaluar aquellas ideas que han tenido éxito y desechar las que han demostrado conducir a las naciones al fracaso. Sin duda alguna, la apuesta por la libertad individual fundamentada en la responsabilidad ha sido efectiva para mejorar el nivel de vida de las personas. No hace falta inventar algo completamente nuevo.

Sin principios comunes, no hay libertad

Redacción
25 de noviembre, 2019

El 2019 se ha caracterizado por la erupción de movilizaciones ciudadanas alrededor del mundo. Estas han ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Chile, Bolivia, y recientemente en Colombia en la región latinoamericana; Francia y España en Europa, Hong Kong en Asia, Irán y Líbano en el medio oriente, y Etiopía y Sudáfrica en África. Ciertamente, este fenómeno no es exclusivo del 2019. Las manifestaciones espontáneas se han dado especialmente después de la crisis económica mundial del 2008 en más de 70 países (Krastev, 2014). En Guatemala se produjo una experiencia de este tipo en el 2015. 

Varios autores se han dado a la tarea de explicar este fenómeno. Por ejemplo, Moisés Naím (2013) señala “el fin del poder”, la incapacidad de las organizaciones gubernamentales de concentrar la autoridad; Ivan Krastev (2014) observa el surgimiento de “la democracia del rechazo”, en la que las mayorías muestran su descontento con las instituciones pero no coinciden en cómo modificarlas; Paolo Gerbaudo (2017) conceptualiza este mismo fenómeno como “el ciudadanismo”, una ideología del ciudadano indignado, molesto por no ser tomado en cuenta en la toma de decisiones políticas y económicas. Desde estas perspectivas, las movilizaciones podrían ser motivo de celebración, especialmente por la horizontalidad de su organización. En efecto, estas se han caracterizado por el uso de herramientas tecnológicas como las redes sociales, la falta de líderes y de una agenda específica, lo cual les ha permitido apelar a la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, aunque estos movimientos han tenido resultados importantes, como la caída de regímenes autoritarios y la renuncia de mandatarios corruptos, estos han sido incapaces de plantear una agenda política liberal para el futuro. Al contrario, en algunos casos estas plataformas han sido aprovechadas por actores políticos con visiones colectivistas fracasadas, pero empaquetadas como disruptivas. Por ejemplo, en España y Chile, la izquierda ha utilizado el rechazo al sistema para promover políticas económicas estatistas, las cuales tarde o temprano tendrán efectos negativos. En Guatemala, en el 2016 se impulsó una reforma constitucional que dividió a la sociedad y terminó debilitando el único consenso del 2015: la lucha contra la corrupción. 

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Asimismo, la aplaudida horizontalidad de estos movimientos pone de manifiesto la falta de principios comunes entre sus miembros. Esto es consecuencia de un sistema postmoderno donde cada ciudadano tiene una versión individual y personalizada de su verdad, donde se da poco valor a las creencias comunes, la ideología y las plataformas políticas. En su lugar, las masas actúan a partir de los sentimientos, de la tendencia y las fake news del momento. 

Sin estos principios base, la división constante entre los ciudadanos continuará desgastando la legitimidad de los regímenes liberales, abriendo la puerta a movimientos populistas y autoritarios. Por lo tanto, es necesario contar con un conjunto de ideas generales, principios básicos e irrenunciables, sobre los cuales se construya un orden que permita el florecimiento individual. Como diría Alexis de Tocqueville, “no puede haber sociedad que prospere sin creencias iguales (…) porque sin ideas comunes no hay acción común”.  Yo a esto agregaría que sin principios comunes, no hay libertad.

¿En qué consisten estos principios? Cada generación debe realizar un difícil ejercicio intelectual y de diálogo político para alcanzarlos. Se podría empezar por recorrer el pasado, la historia, y evaluar aquellas ideas que han tenido éxito y desechar las que han demostrado conducir a las naciones al fracaso. Sin duda alguna, la apuesta por la libertad individual fundamentada en la responsabilidad ha sido efectiva para mejorar el nivel de vida de las personas. No hace falta inventar algo completamente nuevo.