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Cuando caen las figuras de barro

Juan Diego Godoy
13 de diciembre, 2019


Todo el revuelo de estos últimos días me ha obligado a poner este cúmulo de ideas por escrito. Usted no está obligado a leer y puede detenerse ahora. Si continúa, no prometo que este trabalenguas sea fácil de leer, pero juro que cada palabra lleva una dosis justa de honestidad. 

Vamos a ello.

Son constantes – y hoy por hoy, estériles – los ataques entre la falsa derecha y la izquierda ficticia, entre los extremos y radicales, entre los que se imponen etiquetas denigrantes entre si, o entre aquellos que viven del eterno conflicto y jamás superarán los asuntos de las generaciones anteriores con ese si, pero tú másA todo esto hemos de sumarle el escenario del debate mediocre que ha pasado del chismorreo en las calles y en los comedores, a los teléfonos y las redes, y que demuestra que nos volvemos locos cuando de golpe nos destrozan el corazón de las ideas. O que quizás ya estamos locos y que el frenesí que vivimos es ese intento por encontrar la cordura. Puede ser. 

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Lo que es un hecho es que a veces tienen que caer las figuras de barro para que ciertos grupos se quiten las vendas y, aunque sea de mala gana y con ese orgullo residual tan humano como peligroso, exijan esos derechos que constantemente atropellaron. Los gloriosos tiempos de superioridad moral y victimismo suelen olvidarse ante una realidad que golpea fuerte, ¡y vaya que duele!

Pero es precisamente en esos momentos cuando llegan otros grupos para intentar hacer leña del árbol caído. Porque también es muy humano y muy peligroso pasearse con aureola de santos y santas, cuando todos tenemos errores en el fondo de la conciencia e historias grises que anhelan el derecho al olvido. A diestra y siniestra.  

En ese momento, cuando el oportunismo tóxico de unos converge con la ceguera e ingenuidad de otros, se revelan las contradicciones de las que estamos hechos. Nos damos cuenta que aquello (persona, causa, acto) que defendimos en algún momento quizás tiene sus puntos débiles y sus errores. Nos vemos en un espejo y consideramos que tal vez permitimos que se nos nublara la vista para dejar pasar algunos grises en la periferia, mientras estábamos empeñados en que todo fuese blanco o negro, negando así nuestra complejidad humana.

Y es que nada es tan zurdo ni tan diestro como nos lo pintan los megáfonos de las revoluciones ni los madres o padres de los movimientos. El simplismo” es muchas veces un síntoma de ignorancia y un reflejo de la falta de empatía. Por eso cuando se violan las normas básicas de convivencia y se cruza la línea de lo bueno y lo malo, entonces el juego se hace más interesante porque obliga a los jugadores a dejar a un lado las ideologías, amores, gustos, sentimientos y tradiciones para buscar el “punto común”. 

Hay quienes llamarían a ese punto “objetividad” pero yo me rehuso a hacerlo, porque siempre he creído que buscar la objetividad en el humano es lo mismo que pedirle peras al olmo: no podemos entregar algo que no somos, algo que no producimos. Somos seres subjetivos y esta es una fortaleza más que debilidad. Por eso prefiero llamar coherencia” a ese punto común.

Vivimos con esa amenaza constante: caer en la hipocresía y exigir derechos solo para mis amigos y condenas injustas para mis enemigos. Es muy fácil endiosar a quienes piensan como nosotros y tachar a quienes nos proponen un cuestionamiento constante de nuestras ideas. La incoherencia está a la orden del día. Por eso la presunción de inocencia, el derecho a la vida, a ser vencido en un juicio, de respuesta, la libertad de expresión y la libertad religiosa, entre otros, serán siempre los pilares que deban respetarse sí o sí a menos, claro, que queramos regresar a aquella venda maloliente que bloquea la coherencia y destruye sin escrúpulos, empezando por nosotros mismos. 

Y como decimos en esta Guatemala llena de contradicciones y ausente de coherencia, al que le caiga el guante que se lo plante.  

#TendamosPuentes

@JDGodoy95

Cuando caen las figuras de barro

Juan Diego Godoy
13 de diciembre, 2019


Todo el revuelo de estos últimos días me ha obligado a poner este cúmulo de ideas por escrito. Usted no está obligado a leer y puede detenerse ahora. Si continúa, no prometo que este trabalenguas sea fácil de leer, pero juro que cada palabra lleva una dosis justa de honestidad. 

Vamos a ello.

Son constantes – y hoy por hoy, estériles – los ataques entre la falsa derecha y la izquierda ficticia, entre los extremos y radicales, entre los que se imponen etiquetas denigrantes entre si, o entre aquellos que viven del eterno conflicto y jamás superarán los asuntos de las generaciones anteriores con ese si, pero tú másA todo esto hemos de sumarle el escenario del debate mediocre que ha pasado del chismorreo en las calles y en los comedores, a los teléfonos y las redes, y que demuestra que nos volvemos locos cuando de golpe nos destrozan el corazón de las ideas. O que quizás ya estamos locos y que el frenesí que vivimos es ese intento por encontrar la cordura. Puede ser. 

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Lo que es un hecho es que a veces tienen que caer las figuras de barro para que ciertos grupos se quiten las vendas y, aunque sea de mala gana y con ese orgullo residual tan humano como peligroso, exijan esos derechos que constantemente atropellaron. Los gloriosos tiempos de superioridad moral y victimismo suelen olvidarse ante una realidad que golpea fuerte, ¡y vaya que duele!

Pero es precisamente en esos momentos cuando llegan otros grupos para intentar hacer leña del árbol caído. Porque también es muy humano y muy peligroso pasearse con aureola de santos y santas, cuando todos tenemos errores en el fondo de la conciencia e historias grises que anhelan el derecho al olvido. A diestra y siniestra.  

En ese momento, cuando el oportunismo tóxico de unos converge con la ceguera e ingenuidad de otros, se revelan las contradicciones de las que estamos hechos. Nos damos cuenta que aquello (persona, causa, acto) que defendimos en algún momento quizás tiene sus puntos débiles y sus errores. Nos vemos en un espejo y consideramos que tal vez permitimos que se nos nublara la vista para dejar pasar algunos grises en la periferia, mientras estábamos empeñados en que todo fuese blanco o negro, negando así nuestra complejidad humana.

Y es que nada es tan zurdo ni tan diestro como nos lo pintan los megáfonos de las revoluciones ni los madres o padres de los movimientos. El simplismo” es muchas veces un síntoma de ignorancia y un reflejo de la falta de empatía. Por eso cuando se violan las normas básicas de convivencia y se cruza la línea de lo bueno y lo malo, entonces el juego se hace más interesante porque obliga a los jugadores a dejar a un lado las ideologías, amores, gustos, sentimientos y tradiciones para buscar el “punto común”. 

Hay quienes llamarían a ese punto “objetividad” pero yo me rehuso a hacerlo, porque siempre he creído que buscar la objetividad en el humano es lo mismo que pedirle peras al olmo: no podemos entregar algo que no somos, algo que no producimos. Somos seres subjetivos y esta es una fortaleza más que debilidad. Por eso prefiero llamar coherencia” a ese punto común.

Vivimos con esa amenaza constante: caer en la hipocresía y exigir derechos solo para mis amigos y condenas injustas para mis enemigos. Es muy fácil endiosar a quienes piensan como nosotros y tachar a quienes nos proponen un cuestionamiento constante de nuestras ideas. La incoherencia está a la orden del día. Por eso la presunción de inocencia, el derecho a la vida, a ser vencido en un juicio, de respuesta, la libertad de expresión y la libertad religiosa, entre otros, serán siempre los pilares que deban respetarse sí o sí a menos, claro, que queramos regresar a aquella venda maloliente que bloquea la coherencia y destruye sin escrúpulos, empezando por nosotros mismos. 

Y como decimos en esta Guatemala llena de contradicciones y ausente de coherencia, al que le caiga el guante que se lo plante.  

#TendamosPuentes

@JDGodoy95