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Navidad de resentido

Armando De la Torre
25 de diciembre, 2019


Sin duda soy un mal cristiano porque no quiero que me incluyan entre algunos que así se conceptúan. Pero, por supuesto, quisiera algún día constituirme en un añadido más entre los buenos. 

La Navidad ha venido; y en pocos días se habrá ido. Lo que más me frustra es que muchos bautizados no gustan de la situación que les ha procurado el haberse confesado alguna vez como cristianos militantes. Pues no creo que no los hubiésemos ganado. 

Tema ya desgastado por los años y por las traiciones, tanto por las abiertas y nada contritas como por las malignas e hipócritamente escondidas. El hambre por lo genuino ha sido siempre el sello para nutrir nuestras almas…

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Esta última observación le podrá parecer a algunos muy derrotista y tal vez así lo ha sido. Porque siempre me ha dolido más la puñalada de quien está cercano a mi que la del que se mantiene muy lejos e indiferente a mi sino.

La Natividad fue un hecho hace ya unos dos mil años, el “Verbo se hizo carne”. Un símbolo de redención cada año desde aquel remoto entonces. También una traición pues los cristianos ya casi nos hemos vuelto dudosamente “contables” y en muchos otros casos encima borrosos y dubitables. Así también nos lo afirman tanto cobarde y oportunistas en cualquier rincón o tiempo. Es decir, que de hecho no nos hemos mostrado muy fieles a todo aquello con lo que decimos habernos identificado. 

Somos de veras unos veletas, como hojas que giran y giran en cualquiera de los tiempos o en otra más de tantos patios traseros. Poco de lo que enorgullecernos, y por eso: 

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte recordando cómo se pasa la vida; cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor. 

Eso se supone ser el rasgo distintivo del Adviento y no precisamente el de la Navidad, tan sujeto siempre a nuestras típicas veleidades de hijos pródigos. 

El sello de todo esto es nuestro analfabetismo teológico hodierno que nos lleva a asignarle una importancia que no tiene a lo fugaz y pasajero que hacemos lo nuestro, siempre olvidadizos de lo permanentemente substancial. 

Golondrinas un día, y ave muerta al otro por algún imponente rincón de los Andes…

Estamos fabricados de traiciones; o mutados sobre falacias, o obnubilados por mentiras muy peligrosas.

Para tipos así, ¿acaso valió la pena haber sido también un hijo pródigo?

Entre las rimas que jamás se me duermen están las nostálgicas de un arrepentido que ya sabe que su tiempo terminó y que no hay vuelta atrás. Ahora vemos claramente que en absoluto valió la pena hacer una apuesta existencial a la poesía, a la ilusión, al heroísmo, porque solo de pan podemos aspirar a vivir.

Y así me confieso ser lo que soy, ni siquiera un mendrugo, abrumado como estoy por lo trémulo de mis propósitos y por lo pasajero de lo que tengo por eterno… ¿tan insignificantes somos, tan pasajeros, tan faltos de identidad, tan desmemoriados, tan desprovistos de carácter…? 

Así lo hemos sido hasta una noche fría y solitaria para pastores de ovejas obcecados; desde aquella vigilia, en cambio, la historia universal se cambió del todo; el embarazo de toda mujer se hizo símbolo de toda una vida nueva; la fidelidad de unos pastores ha pasado a ser nuestra esperanza; nuestras traiciones nuestra cédula de identidad; y nuestro perdón la garantía de una eternidad feliz.  

En la historia concreta, en la de a diario, tan ilusa y tan equivocada, no somos nada, pero lo somos todo, simplemente porque a los pastores de Belén una noche no les pareció lo de todas las noches; y para una joven madre que respondía al nombre de María exclamase llena de júbilo:

Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.

Y desde ese momento la historia de toda la humanidad ha sido, misericordiosamente, una toda otra… 

Es más, el misterio que nos envuelve desde entonces es la de la realidad sublimada, exaltada, divinizada, toda otra. 


Navidad de resentido

Armando De la Torre
25 de diciembre, 2019


Sin duda soy un mal cristiano porque no quiero que me incluyan entre algunos que así se conceptúan. Pero, por supuesto, quisiera algún día constituirme en un añadido más entre los buenos. 

La Navidad ha venido; y en pocos días se habrá ido. Lo que más me frustra es que muchos bautizados no gustan de la situación que les ha procurado el haberse confesado alguna vez como cristianos militantes. Pues no creo que no los hubiésemos ganado. 

Tema ya desgastado por los años y por las traiciones, tanto por las abiertas y nada contritas como por las malignas e hipócritamente escondidas. El hambre por lo genuino ha sido siempre el sello para nutrir nuestras almas…

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Esta última observación le podrá parecer a algunos muy derrotista y tal vez así lo ha sido. Porque siempre me ha dolido más la puñalada de quien está cercano a mi que la del que se mantiene muy lejos e indiferente a mi sino.

La Natividad fue un hecho hace ya unos dos mil años, el “Verbo se hizo carne”. Un símbolo de redención cada año desde aquel remoto entonces. También una traición pues los cristianos ya casi nos hemos vuelto dudosamente “contables” y en muchos otros casos encima borrosos y dubitables. Así también nos lo afirman tanto cobarde y oportunistas en cualquier rincón o tiempo. Es decir, que de hecho no nos hemos mostrado muy fieles a todo aquello con lo que decimos habernos identificado. 

Somos de veras unos veletas, como hojas que giran y giran en cualquiera de los tiempos o en otra más de tantos patios traseros. Poco de lo que enorgullecernos, y por eso: 

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte recordando cómo se pasa la vida; cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor. 

Eso se supone ser el rasgo distintivo del Adviento y no precisamente el de la Navidad, tan sujeto siempre a nuestras típicas veleidades de hijos pródigos. 

El sello de todo esto es nuestro analfabetismo teológico hodierno que nos lleva a asignarle una importancia que no tiene a lo fugaz y pasajero que hacemos lo nuestro, siempre olvidadizos de lo permanentemente substancial. 

Golondrinas un día, y ave muerta al otro por algún imponente rincón de los Andes…

Estamos fabricados de traiciones; o mutados sobre falacias, o obnubilados por mentiras muy peligrosas.

Para tipos así, ¿acaso valió la pena haber sido también un hijo pródigo?

Entre las rimas que jamás se me duermen están las nostálgicas de un arrepentido que ya sabe que su tiempo terminó y que no hay vuelta atrás. Ahora vemos claramente que en absoluto valió la pena hacer una apuesta existencial a la poesía, a la ilusión, al heroísmo, porque solo de pan podemos aspirar a vivir.

Y así me confieso ser lo que soy, ni siquiera un mendrugo, abrumado como estoy por lo trémulo de mis propósitos y por lo pasajero de lo que tengo por eterno… ¿tan insignificantes somos, tan pasajeros, tan faltos de identidad, tan desmemoriados, tan desprovistos de carácter…? 

Así lo hemos sido hasta una noche fría y solitaria para pastores de ovejas obcecados; desde aquella vigilia, en cambio, la historia universal se cambió del todo; el embarazo de toda mujer se hizo símbolo de toda una vida nueva; la fidelidad de unos pastores ha pasado a ser nuestra esperanza; nuestras traiciones nuestra cédula de identidad; y nuestro perdón la garantía de una eternidad feliz.  

En la historia concreta, en la de a diario, tan ilusa y tan equivocada, no somos nada, pero lo somos todo, simplemente porque a los pastores de Belén una noche no les pareció lo de todas las noches; y para una joven madre que respondía al nombre de María exclamase llena de júbilo:

Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.

Y desde ese momento la historia de toda la humanidad ha sido, misericordiosamente, una toda otra… 

Es más, el misterio que nos envuelve desde entonces es la de la realidad sublimada, exaltada, divinizada, toda otra.