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Emprender desde lo público

Roberto Carlos Recinos-Abularach
18 de noviembre, 2020

En la misma semana que los abandonados a su suerte se mueren soterrados y sus legados son engullidos sin clemencia por la mano de Dios, los diputados pretenden autorizarse a sí mismos un aumento de 100 millones de quetzales para construir un edificio con oficinas dignas de su alta distinción. 

Sí, los mismos diputados que cobran por robar y engordarse, esos. 

¿Excepciones? Siempre las hay y tengo algunos nombres en mente, pero prefiero darles esta pista: votarán en contra de esos 100 melones indebidos, si no lo han hecho ya, mientras escribo. Su récord hablará por ellos. Sus acciones validarán su discurso: ¿son emprendedores de lo social o son meros y ordinarios garrapatas? 

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Seguramente, más de alguno de ustedes se estará enfocando en lo de “emprendimiento social” y eso es exactamente lo que pretenden mis teclas. El emprendimiento, como hemos discutido, implica saberes y capacidades, procesos, instituciones y modelos, pero, sobre todo, implica un comportamiento resuelto, audaz y ético frente a lo circundante, infinito e inevitable de la vida ordinaria: la incertidumbre, la necesidad, la urgencia y la oportunidad. 

Así, pues, un gobernante-emprendedor es aquel que, en lugar de regocijarse en la mediocridad, esperando un milagro desde lo alto –que jamás vendrá– sale heroicamente al encuentro de los problemas de Estado y busca para ellos, con gran deliberación, soluciones innovadoras. Y lo hace de manera permanente, como forma de gobierno, no como vulgar estrategia de campaña.  Este comportamiento socioemprendedor debe ser implacable y comprometido con valores que trasciendan el legítimo interés personal y familiar, como ocurriría en el orden natural de lo privado. Ojo, que no somos santos aquí –tampoco, eh– pues creo en el derecho al ahorro y a optar a una vida próspera, pero no a costa de todo lo demás. 

Hay cosas más esenciales. 

Un diputado, asesor de gobierno, ministro o presidente emprendedor es optimista, unificador y proactivo. Su acción política es estimulante. Ve los problemas como algo bueno, pues la imperante necesidad de resolverlos fundamenta su función y su existencia misma en la dimensión de lo público. No se rasga las vestiduras por las carencias sociales sino que las aprovecha como campos únicos de oportunidad creativa. En sí mismo, el mero hecho de ser guatemalteco implica la gran ocasión de reflexionar y abordar retos humanos mayúsculos, como pocos países del mundo ofrecen. Y esto solo puede ser edificante, siempre y cuando –eso sí–  lo capturemos con el prisma adecuado, es decir, con los ojos de un emprendedor. 

El emprendedor con poderes públicos (y es que un emprendedor puede ser político, pero un politiquero jamás encarnará una cultura emprendedora, es imposible) ve al Estado fallido como un canvas impoluto, a pesar de todos los dolores. Una tabula rasa para hacer poco menos que milagros.  Él siempre será primero un servidor y después un empresario. ¿Quién sabe? Si empezásemos a interpretar la función pública a través del dinamismo de la lógica emprendedora, podríamos rescatar la función pública misma, la cual, orgánicamente, se reduciría con el paso del tiempo a su mínimo viable: habilitar (como entendió aquel diputado que presentó la iniciativa de teletrabajo) y desburocratizar (como comprendió, el mismo diputado, al participar en la iniciativa de ley para reducción de trámites administrativos). 

Se preguntará usted, ¿habla este loco en serio?, ¿la pandemia como oportunidad?, ¿las tormentas como oportunidad?, ¡¿la miseria como oportunidad?!

Sí. Eso mismo. Oportunidad para evolucionar de una buena vez. 

La infame “nueva normalidad” se verá siempre, ante una cultura emprendedora y sus particular DNA, como un nuevo estado de resolución. No como una era de precariado y crisis que debamos llorar, sino como una estación de respuestas inteligentes, éticas y sostenibles a rompecabezas complejos. Y allí el depositario de autoridad con espíritu emprendedor jugará siempre un rol central y pionero. 

Querido gobernante: atrévase a emprender. Cambie paradigmas. 

Yo lo seguiré.

Emprender desde lo público

Roberto Carlos Recinos-Abularach
18 de noviembre, 2020

En la misma semana que los abandonados a su suerte se mueren soterrados y sus legados son engullidos sin clemencia por la mano de Dios, los diputados pretenden autorizarse a sí mismos un aumento de 100 millones de quetzales para construir un edificio con oficinas dignas de su alta distinción. 

Sí, los mismos diputados que cobran por robar y engordarse, esos. 

¿Excepciones? Siempre las hay y tengo algunos nombres en mente, pero prefiero darles esta pista: votarán en contra de esos 100 melones indebidos, si no lo han hecho ya, mientras escribo. Su récord hablará por ellos. Sus acciones validarán su discurso: ¿son emprendedores de lo social o son meros y ordinarios garrapatas? 

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Seguramente, más de alguno de ustedes se estará enfocando en lo de “emprendimiento social” y eso es exactamente lo que pretenden mis teclas. El emprendimiento, como hemos discutido, implica saberes y capacidades, procesos, instituciones y modelos, pero, sobre todo, implica un comportamiento resuelto, audaz y ético frente a lo circundante, infinito e inevitable de la vida ordinaria: la incertidumbre, la necesidad, la urgencia y la oportunidad. 

Así, pues, un gobernante-emprendedor es aquel que, en lugar de regocijarse en la mediocridad, esperando un milagro desde lo alto –que jamás vendrá– sale heroicamente al encuentro de los problemas de Estado y busca para ellos, con gran deliberación, soluciones innovadoras. Y lo hace de manera permanente, como forma de gobierno, no como vulgar estrategia de campaña.  Este comportamiento socioemprendedor debe ser implacable y comprometido con valores que trasciendan el legítimo interés personal y familiar, como ocurriría en el orden natural de lo privado. Ojo, que no somos santos aquí –tampoco, eh– pues creo en el derecho al ahorro y a optar a una vida próspera, pero no a costa de todo lo demás. 

Hay cosas más esenciales. 

Un diputado, asesor de gobierno, ministro o presidente emprendedor es optimista, unificador y proactivo. Su acción política es estimulante. Ve los problemas como algo bueno, pues la imperante necesidad de resolverlos fundamenta su función y su existencia misma en la dimensión de lo público. No se rasga las vestiduras por las carencias sociales sino que las aprovecha como campos únicos de oportunidad creativa. En sí mismo, el mero hecho de ser guatemalteco implica la gran ocasión de reflexionar y abordar retos humanos mayúsculos, como pocos países del mundo ofrecen. Y esto solo puede ser edificante, siempre y cuando –eso sí–  lo capturemos con el prisma adecuado, es decir, con los ojos de un emprendedor. 

El emprendedor con poderes públicos (y es que un emprendedor puede ser político, pero un politiquero jamás encarnará una cultura emprendedora, es imposible) ve al Estado fallido como un canvas impoluto, a pesar de todos los dolores. Una tabula rasa para hacer poco menos que milagros.  Él siempre será primero un servidor y después un empresario. ¿Quién sabe? Si empezásemos a interpretar la función pública a través del dinamismo de la lógica emprendedora, podríamos rescatar la función pública misma, la cual, orgánicamente, se reduciría con el paso del tiempo a su mínimo viable: habilitar (como entendió aquel diputado que presentó la iniciativa de teletrabajo) y desburocratizar (como comprendió, el mismo diputado, al participar en la iniciativa de ley para reducción de trámites administrativos). 

Se preguntará usted, ¿habla este loco en serio?, ¿la pandemia como oportunidad?, ¿las tormentas como oportunidad?, ¡¿la miseria como oportunidad?!

Sí. Eso mismo. Oportunidad para evolucionar de una buena vez. 

La infame “nueva normalidad” se verá siempre, ante una cultura emprendedora y sus particular DNA, como un nuevo estado de resolución. No como una era de precariado y crisis que debamos llorar, sino como una estación de respuestas inteligentes, éticas y sostenibles a rompecabezas complejos. Y allí el depositario de autoridad con espíritu emprendedor jugará siempre un rol central y pionero. 

Querido gobernante: atrévase a emprender. Cambie paradigmas. 

Yo lo seguiré.