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Carlos Díaz-Durán
10 de diciembre, 2020

Los seres humanos somos imperfectos. Parte importante de la vida es tratar de hacernos cada día mejores para poder terminar nuestros días en esta tierra con la satisfacción de que lo hicimos bien. Pero ¿quién decide si lo hicimos bien? Independientemente de cualquier cosa, al final del día la respuesta solo la vamos a tener nosotros. Nuestra conciencia y, si tenemos algún tipo de fe, nuestro Ser Supremo, van a dictar los únicos juicios que valgan. 

A pesar de lo anterior, al final de sus días las personas recogen mucho de lo que sembraron a lo largo de su vida. Fuera de cualquier bien material que se hubiera podido adquirir o construir, las relaciones que se forman con las personas más cercanas pueden llegar a ser de las cosas más valiosas. 

Hace algunos días murió mi abuelo. Su muerte no fue sorpresa para ninguno, pues vivió los últimos años de su vida afectado por una enfermedad que poco a poco lo fue apagando. Los días antes de morir, mi familia y yo tuvimos la oportunidad de despedirnos de él y acompañarlo. El que nos hubiéramos podido despedir de él no hizo menos triste su muerte, pero nos dio la oportunidad de rodearlo de amor antes de que se fuera. 

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Aunque sus últimos días no fueron fáciles para él ni para las personas que lo rodeamos, la muerte de mi abuelo me hizo darme cuenta de lo valioso que es cultivar buenas relaciones a lo largo de nuestras vidas. Fue imperfecto como somos todos los seres humanos, pero si algo hizo bien en la vida fue sembrar mucho amor en las personas que lo rodearon. En medio de lo triste que puede ser ver a alguien en sus últimos días, es muy satisfactorio saber que se fue querido. Todos sus hijos y sus nietos, sin excepción, llenaron a mi abuelo de cariño en los últimos días de su vida y lo acompañaron en su despedida de la tierra. 

Aunque no me corresponde a mí ese juicio, puedo decir con tranquilidad que mi abuelo lo hizo bien con su familia. Mi abuelo me deja con ganas de hacer las cosas cada día mejor en esta vida para que cuando me toque a mí llegar a ese día, también lo pueda hacer con una conciencia tranquila y rodeado del amor de mi familia. De todo lo que me pudo haber enseñado en la vida, esta, su última lección, fue la más importante. ¡Gracias Tata! 

Carlos Díaz-Durán
10 de diciembre, 2020

Los seres humanos somos imperfectos. Parte importante de la vida es tratar de hacernos cada día mejores para poder terminar nuestros días en esta tierra con la satisfacción de que lo hicimos bien. Pero ¿quién decide si lo hicimos bien? Independientemente de cualquier cosa, al final del día la respuesta solo la vamos a tener nosotros. Nuestra conciencia y, si tenemos algún tipo de fe, nuestro Ser Supremo, van a dictar los únicos juicios que valgan. 

A pesar de lo anterior, al final de sus días las personas recogen mucho de lo que sembraron a lo largo de su vida. Fuera de cualquier bien material que se hubiera podido adquirir o construir, las relaciones que se forman con las personas más cercanas pueden llegar a ser de las cosas más valiosas. 

Hace algunos días murió mi abuelo. Su muerte no fue sorpresa para ninguno, pues vivió los últimos años de su vida afectado por una enfermedad que poco a poco lo fue apagando. Los días antes de morir, mi familia y yo tuvimos la oportunidad de despedirnos de él y acompañarlo. El que nos hubiéramos podido despedir de él no hizo menos triste su muerte, pero nos dio la oportunidad de rodearlo de amor antes de que se fuera. 

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Aunque sus últimos días no fueron fáciles para él ni para las personas que lo rodeamos, la muerte de mi abuelo me hizo darme cuenta de lo valioso que es cultivar buenas relaciones a lo largo de nuestras vidas. Fue imperfecto como somos todos los seres humanos, pero si algo hizo bien en la vida fue sembrar mucho amor en las personas que lo rodearon. En medio de lo triste que puede ser ver a alguien en sus últimos días, es muy satisfactorio saber que se fue querido. Todos sus hijos y sus nietos, sin excepción, llenaron a mi abuelo de cariño en los últimos días de su vida y lo acompañaron en su despedida de la tierra. 

Aunque no me corresponde a mí ese juicio, puedo decir con tranquilidad que mi abuelo lo hizo bien con su familia. Mi abuelo me deja con ganas de hacer las cosas cada día mejor en esta vida para que cuando me toque a mí llegar a ese día, también lo pueda hacer con una conciencia tranquila y rodeado del amor de mi familia. De todo lo que me pudo haber enseñado en la vida, esta, su última lección, fue la más importante. ¡Gracias Tata!