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Gracias Israel, de un palestino-guatemalteco

Roberto Carlos Recinos-Abularach
02 de diciembre, 2020

Como delegado para el emprendimiento, uno debe saber relacionarse con todo y con todos, pues, como diría Jean-Paul Sartre, no sin algo de insolencia, que «nacemos libres y sin excusas». Podríamos establecer de entrada, pues, que parte de la esencia del homo emprendedor –de ese ser que camina por la vida identificando y maximizando oportunidades a la vez que mitiga los pretextos– es abrazar sin reparos su dimensión dialogante –la política– , la cual se presenta tan racional como su dimensión egoísta o puramente económica.  

Es por esta recóndita convicción que ha resultado muy grato para mí sentarme a explorar posibilidades de cooperación con variopintas instituciones públicas y privadas, la academia, agentes independientes y embajadas, cada uno de ellos con su particular idiosincrasia, a veces incompatible con otras formas de entender el mundo. Pero mi trabajo es volver lo imposible en posible, pues, es en aquella riqueza de perspectivas en donde yacen las rutas hacia una genuina transformación productiva de nuestros ecosistemas sociales, políticos, culturales y emprendedores.

La llave es saber asociar las heterogéneas energías con inteligencia y creatividad.

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Ahora, si me lo permiten, paremos un poco para que pueda contarles sobre mi ascendencia. Yo soy guatemalteco descendiente de la tribu Abularach, originalmente Abu Al Araj, del clan Tarajmeh, de la Gran Calle de Belén, en Palestina.  Como palestino-guatemalteco, podría esperarse de mí alguna especie de animosidad hacia Israel, más que habitual entre los palestinos, pero esto no ocurre conmigo, sino todo lo contrario, pues he visto que lo que separa la política o la religión, el emprendimiento reúne. 

Me explico.

Hace no muchos días y por uno de esos caprichos de la vida, tuve la necesidad acercarme al brazo israelí de cooperación internacional para el desarrollo, Mashav, con el objeto de organizar una serie de conferencias en el marco de la Semana Global del Emprendimiento. La experiencia fue transformadora: un orgulloso palestino coordinando con el Estrado judío ayudas a emprendedores guatemaltecos, en un ambiente de respeto, admiración y posibilidad. ¡Vaya utopía! Para muchos, se trató de una contradicción imposible de reconciliar y una especie de «traición» a mi sangre, pero yo lo ví muy diferente. En todo caso, pensé y pienso aún, lo paradójico sería sentirme cómodo actuando como un agente de división más en un mundo partido, teniendo todos los recursos para ser un punto de encuentro imaginativo y sanador que despeje caminos y expanda realidades. Me rehúso. No seré uno más del montón y le agradezco al fenómeno emprendedor por mostrarme una mejor forma de vivir.

Naturalmente, mi posición política –¡y humana!– será siempre la de reclamar desde lo alto y a todos los vientos la justa linberación del Pueblo Palestino de la tiranía y la vejación.

Pero… 

Mientras haya aliento de vida en mí y me sienta yo depositario de responsabilidad pública, aprovecharé sin hesitación cada ocasión para sanarnos internamente, construirnos colectivamente y entendernos universalmente. Israel y Palestina –israelitas e ismaelitas–  somos naciones hermanas con una rica historia compartida. En verdad, somos uno y el mismo.

El emprendimiento me ayudó a verlo con claridad. 

Gracias Israel, de un palestino-guatemalteco

Roberto Carlos Recinos-Abularach
02 de diciembre, 2020

Como delegado para el emprendimiento, uno debe saber relacionarse con todo y con todos, pues, como diría Jean-Paul Sartre, no sin algo de insolencia, que «nacemos libres y sin excusas». Podríamos establecer de entrada, pues, que parte de la esencia del homo emprendedor –de ese ser que camina por la vida identificando y maximizando oportunidades a la vez que mitiga los pretextos– es abrazar sin reparos su dimensión dialogante –la política– , la cual se presenta tan racional como su dimensión egoísta o puramente económica.  

Es por esta recóndita convicción que ha resultado muy grato para mí sentarme a explorar posibilidades de cooperación con variopintas instituciones públicas y privadas, la academia, agentes independientes y embajadas, cada uno de ellos con su particular idiosincrasia, a veces incompatible con otras formas de entender el mundo. Pero mi trabajo es volver lo imposible en posible, pues, es en aquella riqueza de perspectivas en donde yacen las rutas hacia una genuina transformación productiva de nuestros ecosistemas sociales, políticos, culturales y emprendedores.

La llave es saber asociar las heterogéneas energías con inteligencia y creatividad.

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Ahora, si me lo permiten, paremos un poco para que pueda contarles sobre mi ascendencia. Yo soy guatemalteco descendiente de la tribu Abularach, originalmente Abu Al Araj, del clan Tarajmeh, de la Gran Calle de Belén, en Palestina.  Como palestino-guatemalteco, podría esperarse de mí alguna especie de animosidad hacia Israel, más que habitual entre los palestinos, pero esto no ocurre conmigo, sino todo lo contrario, pues he visto que lo que separa la política o la religión, el emprendimiento reúne. 

Me explico.

Hace no muchos días y por uno de esos caprichos de la vida, tuve la necesidad acercarme al brazo israelí de cooperación internacional para el desarrollo, Mashav, con el objeto de organizar una serie de conferencias en el marco de la Semana Global del Emprendimiento. La experiencia fue transformadora: un orgulloso palestino coordinando con el Estrado judío ayudas a emprendedores guatemaltecos, en un ambiente de respeto, admiración y posibilidad. ¡Vaya utopía! Para muchos, se trató de una contradicción imposible de reconciliar y una especie de «traición» a mi sangre, pero yo lo ví muy diferente. En todo caso, pensé y pienso aún, lo paradójico sería sentirme cómodo actuando como un agente de división más en un mundo partido, teniendo todos los recursos para ser un punto de encuentro imaginativo y sanador que despeje caminos y expanda realidades. Me rehúso. No seré uno más del montón y le agradezco al fenómeno emprendedor por mostrarme una mejor forma de vivir.

Naturalmente, mi posición política –¡y humana!– será siempre la de reclamar desde lo alto y a todos los vientos la justa linberación del Pueblo Palestino de la tiranía y la vejación.

Pero… 

Mientras haya aliento de vida en mí y me sienta yo depositario de responsabilidad pública, aprovecharé sin hesitación cada ocasión para sanarnos internamente, construirnos colectivamente y entendernos universalmente. Israel y Palestina –israelitas e ismaelitas–  somos naciones hermanas con una rica historia compartida. En verdad, somos uno y el mismo.

El emprendimiento me ayudó a verlo con claridad.