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Análisis del discurso: Educación

Fernando García Molina
26 de febrero, 2020

Elogios:

El discurso político de toma de posesión del presidente Giammattei me pareció extraordinario. Además de estar bien organizado, planteado con claridad, fácil de entender y con una buena (a veces excesiva) dosis de emocionalidad, casi todos los puntos que menciona son, a mi juicio, realizables. Es mi criterio que, en términos generales, el presidente pronunció un buen discurso.

He escuchado y leído la opinión de quienes piensan diferente y la respeto. Coincido con algunos señalamientos suyos y discrepo de otros –‒la mayoría. La diferencia de visión global es mayormente sobre cuántas declaraciones son dignas de elogio y cuántas deben ser cuestionadas o merecen censura. Habrá que reconocer que el discurso no estaba dirigido a analistas, a sectores académicos o a la prensa, ni siquiera a los invitados en el Teatro Nacional, sino al habitante medio que veía por la TV tan importante acto político.

Previo al análisis quiero comparar las primeras seis semanas de actuación del presidente con el inicio de gestiones anteriores. Puedo recordar, vagamente, al gobierno de Ydígoras Fuentes y con progresiva claridad al de sus predecesores. Ninguno, que recuerde, mostró en esas primeras semanas, tanta actividad como el actual presidente. Como todos, he visto por la TV un despliegue de energía sin precedente. Ha asistido a más de cuatro actos públicos cada día. Ha trabajado sin descanso, debe estar exhausto.

Recuerdo por ejemplo que, en su primera semana de gobierno, lo más destacable de su antecesor fue a haber ido a almorzar al Mercado Central. Los vendedores terminaron disgustados porque el despliegue de seguridad exhibido por la SAAS fue de invasión. Espantaron a los clientes habituales y de la comitiva presidencial pocos consumieron. Contrario a crear la imagen de un presidente campechano, creo la de uno cuya ingenua simpleza habría de mantener cuatro largos años –por lo menos tres. Morales casi siempre se vio tan perdido como un niño en la Mansión embrujada.

Crítica

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Aunque me gustaron muchas partes del discurso de toma de posesión, dejo hasta aquí los elogios y paso a la primera objeción.

Muy al principio de su discurso Giammattei aseguró: Por eso, esta reforma educativa es imprescindible, es impostergable, no puede esperar más. ¡La reforma educativa inicia hoy! ¡Inicia hoy, y aquí! Hay elementos puramente retóricos en tal declaración que dejaré de lado. El término “reforma educativa” sin embargo, implica rehacer algo, cambiar un procedimiento para conseguir con otro el mismo fin, pero de manera más eficiente. Busqué en el plan de gobierno de VAMOS (https://vamosguatemala.com/planid/) lo referente a educación y lo encontré en sus páginas 79 a 82.

Después de trece años de estudio, los jóvenes que terminan la educación secundaria muestran amplias deficiencias en su preparación. El Ministerio de Educación reporta que solo la tercera parte de los graduados obtuvieron un resultado satisfactorio en el área de lenguaje; la situación en matemática es aún peor: de 158 mil graduados en 2018, solo 11.4% mostró una preparación satisfactoria; la mayoría provenía de planteles privados.

La causa de tan bajo rendimiento, según el Ministerio, radica en los estudiantes y su entorno, en los textos y medios de enseñar. El Ministerio elude centrarse en los maestros. Sin embargo, cuando se evaluó el conocimiento de los maestros en matemática solo 39% fue satisfactorio. En el área de lenguaje el resultado fue mejor.

Muchos maestros son personas que aman y enaltecen la profesión docente y tienen amplio conocimiento de las asignaturas que enseñan. Pero ellos constituyen una minoría cuyo esfuerzo no es reconocido salarialmente. Esos buenos maestros ganan lo mismo –‒y a veces menos–‒ que quienes hacen discursos, agitan a las masas y lideran manifestaciones. Ellos, suelen ignorar lo que debieran enseñar, no conocen siquiera el nombre de sus alumnos. Son un mal ejemplo para los demás. Un maestro nuevo, ante tal situación encuentra difícil decidir cuál camino seguir.

VAMOS habla de hacer lo mismo que en los últimos 50 años, pero hacerlo mejor. Innova, ofreciendo ejercicios de estimulación temprana en los consultorios de salud pública. Quiere construir 4 nuevos centros vocacionales y dotar a más escuelas con internet y computación. Se propone introducir el concepto de Consejos escolares en la dirección de los establecimientos, nivelar el conocimiento de los maestros y promoverlos con base en resultados. Piensa aumentar el tiempo dedicado a educación física y deportes. Todo eso está bien, pero ¿será suficiente? ¿Es por allí por donde se llega?

Me habría gustado que el plan de gobierno de “VAMOS” reconociera que los maestros –‒no todos, desde luego–‒ forman parte del problema de la educación en Guatemala y no de la solución. Que la dificultad principal no está entre los alumnos y su entorno familiar, ni en su pobreza, idioma o costumbres. Que la solución no es enseñar en lengua materna–‒un ensayo que ya mostró que no causa mejora en el resultado. Si VAMOS hubiera definido la cuestión de esa manera, una verdadera y radical “reforma educativa” posiblemente habría consistido en incorporar la tecnología a la educación.

Nada que inventar. Se puede construir sobre el techo de lo que construyeron otros, como el programa OLPC (una computadora por niño) lanzado en 2006 por su creador, el científico informático Nicholas Negroponte del prestigioso MIT. Las dificultades que presentaba aquel programa, como la provisión de energía eléctrica en regiones rurales recónditas, fueron progresivamente subsanadas. Entonces se buscaba crear una computadora cuyo precio fuera tan bajo como US$ 100. Hoy los celulares inteligentes, que sustituyen con ventaja a las computadoras de hace 15 años, pueden tener costos por debajo de US$ 30 cada uno. Ver (https://spanish.alibaba.com/product-detail/china-cheapest-smartphone-3g-very-low-price-android-phone-low-price-china-mobile-phone-60789639303.html)

Los laboratorios de computación que menciona VAMOS son anticuados. Fueron la solución del siglo pasado o principios del actual, si mucho. Pero ya no lo son más. Un programa que consista en dotar de un celular a cada niño que asista a clases en la primaria, resolvería de inmediato el problema de cobertura (solo 83% de niños asiste a la escuela). Su costo, cerca de 5% del presupuesto total de ese ministerio pronto se vería compensado con ahorros en los libros de texto y los salarios de algunos maestros indeseables. Además, los niños aprenderían a escribir más rápido y mejoraría notablemente su nivel de conocimientos utilizando los programas de enseñanza que ya existen y apoyándose en los vídeos de YouTube y similares. El crecimiento del sistema de educación no sería linealmente discreto, estancado o decreciente, como ahora. En cambio, podríamos ver un necesario salto cuántico en la educación nacional.

Análisis del discurso: Educación

Fernando García Molina
26 de febrero, 2020

Elogios:

El discurso político de toma de posesión del presidente Giammattei me pareció extraordinario. Además de estar bien organizado, planteado con claridad, fácil de entender y con una buena (a veces excesiva) dosis de emocionalidad, casi todos los puntos que menciona son, a mi juicio, realizables. Es mi criterio que, en términos generales, el presidente pronunció un buen discurso.

He escuchado y leído la opinión de quienes piensan diferente y la respeto. Coincido con algunos señalamientos suyos y discrepo de otros –‒la mayoría. La diferencia de visión global es mayormente sobre cuántas declaraciones son dignas de elogio y cuántas deben ser cuestionadas o merecen censura. Habrá que reconocer que el discurso no estaba dirigido a analistas, a sectores académicos o a la prensa, ni siquiera a los invitados en el Teatro Nacional, sino al habitante medio que veía por la TV tan importante acto político.

Previo al análisis quiero comparar las primeras seis semanas de actuación del presidente con el inicio de gestiones anteriores. Puedo recordar, vagamente, al gobierno de Ydígoras Fuentes y con progresiva claridad al de sus predecesores. Ninguno, que recuerde, mostró en esas primeras semanas, tanta actividad como el actual presidente. Como todos, he visto por la TV un despliegue de energía sin precedente. Ha asistido a más de cuatro actos públicos cada día. Ha trabajado sin descanso, debe estar exhausto.

Recuerdo por ejemplo que, en su primera semana de gobierno, lo más destacable de su antecesor fue a haber ido a almorzar al Mercado Central. Los vendedores terminaron disgustados porque el despliegue de seguridad exhibido por la SAAS fue de invasión. Espantaron a los clientes habituales y de la comitiva presidencial pocos consumieron. Contrario a crear la imagen de un presidente campechano, creo la de uno cuya ingenua simpleza habría de mantener cuatro largos años –por lo menos tres. Morales casi siempre se vio tan perdido como un niño en la Mansión embrujada.

Crítica

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Aunque me gustaron muchas partes del discurso de toma de posesión, dejo hasta aquí los elogios y paso a la primera objeción.

Muy al principio de su discurso Giammattei aseguró: Por eso, esta reforma educativa es imprescindible, es impostergable, no puede esperar más. ¡La reforma educativa inicia hoy! ¡Inicia hoy, y aquí! Hay elementos puramente retóricos en tal declaración que dejaré de lado. El término “reforma educativa” sin embargo, implica rehacer algo, cambiar un procedimiento para conseguir con otro el mismo fin, pero de manera más eficiente. Busqué en el plan de gobierno de VAMOS (https://vamosguatemala.com/planid/) lo referente a educación y lo encontré en sus páginas 79 a 82.

Después de trece años de estudio, los jóvenes que terminan la educación secundaria muestran amplias deficiencias en su preparación. El Ministerio de Educación reporta que solo la tercera parte de los graduados obtuvieron un resultado satisfactorio en el área de lenguaje; la situación en matemática es aún peor: de 158 mil graduados en 2018, solo 11.4% mostró una preparación satisfactoria; la mayoría provenía de planteles privados.

La causa de tan bajo rendimiento, según el Ministerio, radica en los estudiantes y su entorno, en los textos y medios de enseñar. El Ministerio elude centrarse en los maestros. Sin embargo, cuando se evaluó el conocimiento de los maestros en matemática solo 39% fue satisfactorio. En el área de lenguaje el resultado fue mejor.

Muchos maestros son personas que aman y enaltecen la profesión docente y tienen amplio conocimiento de las asignaturas que enseñan. Pero ellos constituyen una minoría cuyo esfuerzo no es reconocido salarialmente. Esos buenos maestros ganan lo mismo –‒y a veces menos–‒ que quienes hacen discursos, agitan a las masas y lideran manifestaciones. Ellos, suelen ignorar lo que debieran enseñar, no conocen siquiera el nombre de sus alumnos. Son un mal ejemplo para los demás. Un maestro nuevo, ante tal situación encuentra difícil decidir cuál camino seguir.

VAMOS habla de hacer lo mismo que en los últimos 50 años, pero hacerlo mejor. Innova, ofreciendo ejercicios de estimulación temprana en los consultorios de salud pública. Quiere construir 4 nuevos centros vocacionales y dotar a más escuelas con internet y computación. Se propone introducir el concepto de Consejos escolares en la dirección de los establecimientos, nivelar el conocimiento de los maestros y promoverlos con base en resultados. Piensa aumentar el tiempo dedicado a educación física y deportes. Todo eso está bien, pero ¿será suficiente? ¿Es por allí por donde se llega?

Me habría gustado que el plan de gobierno de “VAMOS” reconociera que los maestros –‒no todos, desde luego–‒ forman parte del problema de la educación en Guatemala y no de la solución. Que la dificultad principal no está entre los alumnos y su entorno familiar, ni en su pobreza, idioma o costumbres. Que la solución no es enseñar en lengua materna–‒un ensayo que ya mostró que no causa mejora en el resultado. Si VAMOS hubiera definido la cuestión de esa manera, una verdadera y radical “reforma educativa” posiblemente habría consistido en incorporar la tecnología a la educación.

Nada que inventar. Se puede construir sobre el techo de lo que construyeron otros, como el programa OLPC (una computadora por niño) lanzado en 2006 por su creador, el científico informático Nicholas Negroponte del prestigioso MIT. Las dificultades que presentaba aquel programa, como la provisión de energía eléctrica en regiones rurales recónditas, fueron progresivamente subsanadas. Entonces se buscaba crear una computadora cuyo precio fuera tan bajo como US$ 100. Hoy los celulares inteligentes, que sustituyen con ventaja a las computadoras de hace 15 años, pueden tener costos por debajo de US$ 30 cada uno. Ver (https://spanish.alibaba.com/product-detail/china-cheapest-smartphone-3g-very-low-price-android-phone-low-price-china-mobile-phone-60789639303.html)

Los laboratorios de computación que menciona VAMOS son anticuados. Fueron la solución del siglo pasado o principios del actual, si mucho. Pero ya no lo son más. Un programa que consista en dotar de un celular a cada niño que asista a clases en la primaria, resolvería de inmediato el problema de cobertura (solo 83% de niños asiste a la escuela). Su costo, cerca de 5% del presupuesto total de ese ministerio pronto se vería compensado con ahorros en los libros de texto y los salarios de algunos maestros indeseables. Además, los niños aprenderían a escribir más rápido y mejoraría notablemente su nivel de conocimientos utilizando los programas de enseñanza que ya existen y apoyándose en los vídeos de YouTube y similares. El crecimiento del sistema de educación no sería linealmente discreto, estancado o decreciente, como ahora. En cambio, podríamos ver un necesario salto cuántico en la educación nacional.