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El rompecabezas de la ignorancia política

Jose Azel
16 de marzo, 2020

En su libro Democracy and Political Ignorance, el profesor de derecho Ilya Somin desarrolla la tesis de que la ignorancia política es un problema grave para la democracia. Nacido en la URSS, el profesor Somin valora profundamente los méritos de la gobernanza democrática, pero sostiene que la democracia funciona mejor mientras más pequeño y limitado sea el gobierno, y  por lo tanto, menos gobierno a supervisar por los votantes. Esta columna atiende a los argumentos del profesor Somin.

La esencia de la gobernabilidad democrática es la responsabilidad de los funcionarios electos ante los votantes. Aun si personalmente no nos interesara responsabilizar a los funcionarios públicos, tenemos la responsabilidad de hacerlo en beneficio de nuestros conciudadanos, ya que los funcionarios electos gobiernan sobre todos sus electores. En este sentido, las decisiones tomadas al votar ejercen “poder sobre otros” como ilustró John Stuart Mill en sus “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (1861).

Tanto recelaba Mills de la ignorancia política que propuso conceder votos adicionales a los votantes más informados. De manera similar, Platón sostuvo que la democracia es una forma deficiente de gobierno porque prescribe políticas basadas en puntos de vista de las masas ignorantes; y James Madison abogó por un Senado elegido indirectamente “como defensa del pueblo contra sus propios errores e ilusiones temporales” (Federalista 63).

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Cada votante en particular está poco incentivado para ilustrarse sobre política, porque es ínfima la probabilidad de que su voto influya sobre el resultado electoral. Tiene fundamento entonces, que la mayoría de los ciudadanos inviertan poco esfuerzo en adquirir conocimientos políticos debido la insignificancia de cualquier voto particular en los resultados electorales. El profesor Somin señala que “la ignorancia política es (…) un comportamiento individual racional que conduce a resultados colectivos potencialmente peligrosos”.

Nuestro conocimiento político ha aumentado escasamente con los años a pesar del incremento en la educación y en la cantidad y calidad de información disponible para los votantes. Por ejemplo, un estudio de Annenberg Public Policy Center en 2014, encontró que solo el 36 por ciento de los estadounidenses podían nombrar las tres ramas del gobierno. El profesor Somin documenta otros ejemplos sobre nuestra ignorancia política. 

La ignorancia política no se debe a falta de acceso a información relevante, sino a que los votantes deciden racionalmente no invertir el tiempo y el esfuerzo necesario para aprender y comprender los problemas políticos. La ignorancia política es racional porque, como votantes individuales, no tenemos la posibilidad de influir en el resultado de una elección. En el caso de una elección presidencial de EE. UU., la probabilidad es menor que una en cien millones. Desde esta perspectiva, no vale la pena dedicar mucho tiempo y esfuerzo a obtener información política.

El profesor Somin afirma que es poco probable que el problema de la ignorancia política se resuelva con propuestas para mejorar la educación cívica, la cobertura mediática y cosas por el estilo. Parece que nuestra ignorancia política llegó para quedarse. Concluye que la ignorancia política se mitiga mejor reduciendo sus consecuencias que aumentando el conocimiento político.

Hay varias alternativas de participación política que he discutido en mi columna anterior “¿Por qué votamos como lo hacemos?”. Dos de ellas son: el voto retrospectivo y el voto deliberativo. Cada una exige diferentes niveles de conocimiento político de los votantes. Pero la pregunta fundamental sigue siendo: ¿cuánto conocimiento político necesitan los votantes para que la democracia funcione?

Una explicación del comportamiento de los votantes, el modelo Burkean Trusteeship, llamado así por el teórico político del siglo XVIII Edmund Burke, requiere poco de los votantes. Según Burke, los votantes deben elegir según el conocimiento y la virtud del candidato. Es mejor centrarse en la virtud de los candidatos, ya que la mayoría de los votantes carecen de conocimiento para evaluar opciones complejas en materia de política pública.

Sin embargo, no está claro como se relaciona la  virtud y la competencia para gobernar. También es interesante esta pregunta que dejaré para otro momento: ¿Qué le sucede a la democracia con votantes escasos de valores?

El último libro del Dr. Azel es Libertad para principiantes.







El rompecabezas de la ignorancia política

Jose Azel
16 de marzo, 2020

En su libro Democracy and Political Ignorance, el profesor de derecho Ilya Somin desarrolla la tesis de que la ignorancia política es un problema grave para la democracia. Nacido en la URSS, el profesor Somin valora profundamente los méritos de la gobernanza democrática, pero sostiene que la democracia funciona mejor mientras más pequeño y limitado sea el gobierno, y  por lo tanto, menos gobierno a supervisar por los votantes. Esta columna atiende a los argumentos del profesor Somin.

La esencia de la gobernabilidad democrática es la responsabilidad de los funcionarios electos ante los votantes. Aun si personalmente no nos interesara responsabilizar a los funcionarios públicos, tenemos la responsabilidad de hacerlo en beneficio de nuestros conciudadanos, ya que los funcionarios electos gobiernan sobre todos sus electores. En este sentido, las decisiones tomadas al votar ejercen “poder sobre otros” como ilustró John Stuart Mill en sus “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (1861).

Tanto recelaba Mills de la ignorancia política que propuso conceder votos adicionales a los votantes más informados. De manera similar, Platón sostuvo que la democracia es una forma deficiente de gobierno porque prescribe políticas basadas en puntos de vista de las masas ignorantes; y James Madison abogó por un Senado elegido indirectamente “como defensa del pueblo contra sus propios errores e ilusiones temporales” (Federalista 63).

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Cada votante en particular está poco incentivado para ilustrarse sobre política, porque es ínfima la probabilidad de que su voto influya sobre el resultado electoral. Tiene fundamento entonces, que la mayoría de los ciudadanos inviertan poco esfuerzo en adquirir conocimientos políticos debido la insignificancia de cualquier voto particular en los resultados electorales. El profesor Somin señala que “la ignorancia política es (…) un comportamiento individual racional que conduce a resultados colectivos potencialmente peligrosos”.

Nuestro conocimiento político ha aumentado escasamente con los años a pesar del incremento en la educación y en la cantidad y calidad de información disponible para los votantes. Por ejemplo, un estudio de Annenberg Public Policy Center en 2014, encontró que solo el 36 por ciento de los estadounidenses podían nombrar las tres ramas del gobierno. El profesor Somin documenta otros ejemplos sobre nuestra ignorancia política. 

La ignorancia política no se debe a falta de acceso a información relevante, sino a que los votantes deciden racionalmente no invertir el tiempo y el esfuerzo necesario para aprender y comprender los problemas políticos. La ignorancia política es racional porque, como votantes individuales, no tenemos la posibilidad de influir en el resultado de una elección. En el caso de una elección presidencial de EE. UU., la probabilidad es menor que una en cien millones. Desde esta perspectiva, no vale la pena dedicar mucho tiempo y esfuerzo a obtener información política.

El profesor Somin afirma que es poco probable que el problema de la ignorancia política se resuelva con propuestas para mejorar la educación cívica, la cobertura mediática y cosas por el estilo. Parece que nuestra ignorancia política llegó para quedarse. Concluye que la ignorancia política se mitiga mejor reduciendo sus consecuencias que aumentando el conocimiento político.

Hay varias alternativas de participación política que he discutido en mi columna anterior “¿Por qué votamos como lo hacemos?”. Dos de ellas son: el voto retrospectivo y el voto deliberativo. Cada una exige diferentes niveles de conocimiento político de los votantes. Pero la pregunta fundamental sigue siendo: ¿cuánto conocimiento político necesitan los votantes para que la democracia funcione?

Una explicación del comportamiento de los votantes, el modelo Burkean Trusteeship, llamado así por el teórico político del siglo XVIII Edmund Burke, requiere poco de los votantes. Según Burke, los votantes deben elegir según el conocimiento y la virtud del candidato. Es mejor centrarse en la virtud de los candidatos, ya que la mayoría de los votantes carecen de conocimiento para evaluar opciones complejas en materia de política pública.

Sin embargo, no está claro como se relaciona la  virtud y la competencia para gobernar. También es interesante esta pregunta que dejaré para otro momento: ¿Qué le sucede a la democracia con votantes escasos de valores?

El último libro del Dr. Azel es Libertad para principiantes.