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El dilema que nos hace de veras adultos

Armando De la Torre
01 de abril, 2020


Siento pasos de gigante y al mismo tiempo no veo los tan diminutos microvirus que a todos por eso nos resultan invisibles… y me angustio, pues nunca antes había experimentado algo semejante; por lo tanto, mi primera pandemia global… 

En medio de todo ello, Donald Trump se ha empeñado en restaurar el mercado más libre y creativo del mundo desde aquella última década del siglo XIX, cuando los Estados Unidos desplazaron del primer lugar mundial a la Alemania imperial, que a su turno había desalojado de ese puesto a la Inglaterra que había iniciado la Revolución Industrial un siglo antes. Y lo intenta como un esfuerzo hercúleo (semejante al que siguió a la Gran Depresión de los años treinta) para contrarrestar hoy los avances mortíferos del coronavirus. 

¿Pero no podría resultar tal iniciativa de Trump más ruinosa que la propia pandemia? Pues podría entrañar, por ejemplo, un incremento inaceptable de la ya de por sí tan abultada deuda pública norteamericana, por cierto en buena parte de la que la China marxista es paradójicamente la más grande acreedora. Y con el consiguiente posible derrumbe de la fortaleza crediticia internacional del dólar, el equivalente hoy de aquel omnipotente oro del ayer. Y con ello también podría traer a la ruina el entero y frágil sistema monetario mundial de este momento.      

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Por su lado, el dictador de China también mantiene sus acostumbrados manejos secretivos de su economía y de su política internacional, dada la impunidad que le asegura el régimen totalitario de su maltrecho mercado de consumo. Aunque también en este último extremo sospecho que ese mismo dictador posiblemente con lo que de veras ahora especula es comprar barato hoy para vender más caro mañana y reanudar así su marcha triunfante en los mercados del otrora llamado “Tercer Mundo”. 

Y todo ello con el inevitable respaldo de la mayoría de sus aturdidos conciudadanos, empavorecidos ahora todos y al muy corto plazo por esa amenaza sin precedentes del coronavirus que ya está a punto de desatar una nueva recesión a escala global. 

Tal nerviosismo también lo exhiben ya otros mercados otrora muy petulantes así como eficientes, como los de los oligopolios petroleros, o de sus contrapartes europeas y asiáticas como Italia, España, Francia, Alemania  y Japón. 

También nuestra América ya comienza a entrar en el ciclo depresivo, como ya se esboza en la Argentina y en Colombia, y también en los muy altaneros de Brasil y México. 

Y añadamos a todo ello el muy natural pavor universal a la muerte por asfixia…momento sumamente depresivo.

Por otro lado, Boris Johnson, el Primer Ministro del Reino Unido, hasta había creído por unos breves días en un mercado mundial incólume, per ha debido capitular ante la realidad. 

Y por eso, todos y cada uno de nosotros, a nuestros respectivos turnos, nos enfrentamos desde ahora individual y colectivamente a un enorme dilema moral: o aceptamos esa inevitable forma de asfixia “legal” de cada mercado libre o hipotecamos al muy largo plazo nuestros respectivos equilibrios mentales y éticos.

Quiero subrayar eso último de los “dilemas morales” porque usualmente todos creemos saber de tentaciones, pero muy pocos de tales dilemas semejantes de índole moral. Es decir, cada vez que nos enfrentamos a las penosas opciones entre un daño ético o moral y un bien muy importante que nos vemos forzados a sacrificar.    

Vale la pena ampliarme en este punto:

Los dilemas morales, siempre angustiosos, nos sobrevienen cuando nos vemos forzados a sacrificar un bien entre otros bienes o decidirnos por algo muy malo entre otros males. La prueba de fuego, además, de nuestra condición de adulto. Y esto ocurre más allá de las tentaciones usuales o de los miedos no menos frecuentes. 

Un ejemplo: vas en tu automóvil con tu entera familia, y en una pendiente en curva muy precipitada se te cruza un niño en bicicleta y dispones de una fracción de minutos para decidir qué hacer. O sigues adelante y atropellas al niño o te desvías hacia el despeñadero con todos tus seres queridos. 

Por eso, para tales ocasiones muy excepcionales, solo nos queda el recurso a una madurez de tiempo atrás muy elaborada aunque además siempre personal e intransferible. Y de tal modo, cuando somos jóvenes nos resulta relativamente fácil identificar y rechazar lo malo en una tentación pero muy difícilmente la obligación a hacer lo bueno ante un dilema moral. 

Los plenamente adultos, por el contrario, tropezamos más allá de los meros simplismos de las tentaciones con esos tan angustiosos y muy difíciles dilemas éticos de resolver.

Inclusive podemos referirnos a oficios y ocupaciones muy típicas de adultos, las unas más propensas a generarnos solo meras tentaciones, las otras, en cambio, más propensas a sacudir nuestras conciencias con dilemas éticos muy urgentes y muy difíciles de resolver al momento. 

Por eso en el presente momento de la crisis del coronavirus a sus inicios tendí a simpatizar más con la valiente postura de Boris Johnson que con la de su posterior capitulación ante lo de veras inevitable. 

Tampoco este ángulo implica que se tenga que anteponer el bienestar económico de los más competitivos al precio de rebajar el bienestar de las masas. El problema, en tales casos concretos, está en la ausencia de mejores alternativas racionales. 

Como se solía decir irónicamente en la bella y próspera Cuba de mi juventud: en tales disyuntivas, “como quieras que te pongas tienes que llorar”. Así se forma siempre dolorosamente el adulto. 

Y en última instancia, si hoy optásemos por retener la máxima libertad del mercado, como hemos aprendido a hacerlo crecientemente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, nos podríamos tornar en reos de una insensibilidad inhumana respecto a los más débiles e indefensos. Pero por otra parte, si ante la pandemia optamos por amordazar los mercados hasta una parálisis total, aunque sea de semanas o de meses, nuestras conciencias nos lo reclamarán pues eso implicaría que valoramos más las cosas al corto plazo que al largo, la actitud típica del insensato y muy frecuente entre la juventud ilusa.  

De nuevo, nos hallamos enredados en opciones que no son de nuestra libre elección pero cuyas soluciones sí lo podrían ser.

En el fondo, los dilemas morales o éticos, son siempre desafíos a la integridad moral de nuestra condición de adultos que se saben responsables ante Dios y ante todos los hombres y mujeres libres y respetuosos.

¿Cómo afrontaremos dignamente esta pandemia?

Con madurez de carácter, no nos queda otra. Lo que implica anteponer el bien de todos al muy privado de cada uno de nosotros temporalmente

Intelligenti  pauca, decían los más sabios entre los romanos. Lo que hoy algunos traducen popularmente a la admonición: a buen entendedor pocas palabras bastan.  ¿Entenderemos, pues? 

El dilema que nos hace de veras adultos

Armando De la Torre
01 de abril, 2020


Siento pasos de gigante y al mismo tiempo no veo los tan diminutos microvirus que a todos por eso nos resultan invisibles… y me angustio, pues nunca antes había experimentado algo semejante; por lo tanto, mi primera pandemia global… 

En medio de todo ello, Donald Trump se ha empeñado en restaurar el mercado más libre y creativo del mundo desde aquella última década del siglo XIX, cuando los Estados Unidos desplazaron del primer lugar mundial a la Alemania imperial, que a su turno había desalojado de ese puesto a la Inglaterra que había iniciado la Revolución Industrial un siglo antes. Y lo intenta como un esfuerzo hercúleo (semejante al que siguió a la Gran Depresión de los años treinta) para contrarrestar hoy los avances mortíferos del coronavirus. 

¿Pero no podría resultar tal iniciativa de Trump más ruinosa que la propia pandemia? Pues podría entrañar, por ejemplo, un incremento inaceptable de la ya de por sí tan abultada deuda pública norteamericana, por cierto en buena parte de la que la China marxista es paradójicamente la más grande acreedora. Y con el consiguiente posible derrumbe de la fortaleza crediticia internacional del dólar, el equivalente hoy de aquel omnipotente oro del ayer. Y con ello también podría traer a la ruina el entero y frágil sistema monetario mundial de este momento.      

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Por su lado, el dictador de China también mantiene sus acostumbrados manejos secretivos de su economía y de su política internacional, dada la impunidad que le asegura el régimen totalitario de su maltrecho mercado de consumo. Aunque también en este último extremo sospecho que ese mismo dictador posiblemente con lo que de veras ahora especula es comprar barato hoy para vender más caro mañana y reanudar así su marcha triunfante en los mercados del otrora llamado “Tercer Mundo”. 

Y todo ello con el inevitable respaldo de la mayoría de sus aturdidos conciudadanos, empavorecidos ahora todos y al muy corto plazo por esa amenaza sin precedentes del coronavirus que ya está a punto de desatar una nueva recesión a escala global. 

Tal nerviosismo también lo exhiben ya otros mercados otrora muy petulantes así como eficientes, como los de los oligopolios petroleros, o de sus contrapartes europeas y asiáticas como Italia, España, Francia, Alemania  y Japón. 

También nuestra América ya comienza a entrar en el ciclo depresivo, como ya se esboza en la Argentina y en Colombia, y también en los muy altaneros de Brasil y México. 

Y añadamos a todo ello el muy natural pavor universal a la muerte por asfixia…momento sumamente depresivo.

Por otro lado, Boris Johnson, el Primer Ministro del Reino Unido, hasta había creído por unos breves días en un mercado mundial incólume, per ha debido capitular ante la realidad. 

Y por eso, todos y cada uno de nosotros, a nuestros respectivos turnos, nos enfrentamos desde ahora individual y colectivamente a un enorme dilema moral: o aceptamos esa inevitable forma de asfixia “legal” de cada mercado libre o hipotecamos al muy largo plazo nuestros respectivos equilibrios mentales y éticos.

Quiero subrayar eso último de los “dilemas morales” porque usualmente todos creemos saber de tentaciones, pero muy pocos de tales dilemas semejantes de índole moral. Es decir, cada vez que nos enfrentamos a las penosas opciones entre un daño ético o moral y un bien muy importante que nos vemos forzados a sacrificar.    

Vale la pena ampliarme en este punto:

Los dilemas morales, siempre angustiosos, nos sobrevienen cuando nos vemos forzados a sacrificar un bien entre otros bienes o decidirnos por algo muy malo entre otros males. La prueba de fuego, además, de nuestra condición de adulto. Y esto ocurre más allá de las tentaciones usuales o de los miedos no menos frecuentes. 

Un ejemplo: vas en tu automóvil con tu entera familia, y en una pendiente en curva muy precipitada se te cruza un niño en bicicleta y dispones de una fracción de minutos para decidir qué hacer. O sigues adelante y atropellas al niño o te desvías hacia el despeñadero con todos tus seres queridos. 

Por eso, para tales ocasiones muy excepcionales, solo nos queda el recurso a una madurez de tiempo atrás muy elaborada aunque además siempre personal e intransferible. Y de tal modo, cuando somos jóvenes nos resulta relativamente fácil identificar y rechazar lo malo en una tentación pero muy difícilmente la obligación a hacer lo bueno ante un dilema moral. 

Los plenamente adultos, por el contrario, tropezamos más allá de los meros simplismos de las tentaciones con esos tan angustiosos y muy difíciles dilemas éticos de resolver.

Inclusive podemos referirnos a oficios y ocupaciones muy típicas de adultos, las unas más propensas a generarnos solo meras tentaciones, las otras, en cambio, más propensas a sacudir nuestras conciencias con dilemas éticos muy urgentes y muy difíciles de resolver al momento. 

Por eso en el presente momento de la crisis del coronavirus a sus inicios tendí a simpatizar más con la valiente postura de Boris Johnson que con la de su posterior capitulación ante lo de veras inevitable. 

Tampoco este ángulo implica que se tenga que anteponer el bienestar económico de los más competitivos al precio de rebajar el bienestar de las masas. El problema, en tales casos concretos, está en la ausencia de mejores alternativas racionales. 

Como se solía decir irónicamente en la bella y próspera Cuba de mi juventud: en tales disyuntivas, “como quieras que te pongas tienes que llorar”. Así se forma siempre dolorosamente el adulto. 

Y en última instancia, si hoy optásemos por retener la máxima libertad del mercado, como hemos aprendido a hacerlo crecientemente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, nos podríamos tornar en reos de una insensibilidad inhumana respecto a los más débiles e indefensos. Pero por otra parte, si ante la pandemia optamos por amordazar los mercados hasta una parálisis total, aunque sea de semanas o de meses, nuestras conciencias nos lo reclamarán pues eso implicaría que valoramos más las cosas al corto plazo que al largo, la actitud típica del insensato y muy frecuente entre la juventud ilusa.  

De nuevo, nos hallamos enredados en opciones que no son de nuestra libre elección pero cuyas soluciones sí lo podrían ser.

En el fondo, los dilemas morales o éticos, son siempre desafíos a la integridad moral de nuestra condición de adultos que se saben responsables ante Dios y ante todos los hombres y mujeres libres y respetuosos.

¿Cómo afrontaremos dignamente esta pandemia?

Con madurez de carácter, no nos queda otra. Lo que implica anteponer el bien de todos al muy privado de cada uno de nosotros temporalmente

Intelligenti  pauca, decían los más sabios entre los romanos. Lo que hoy algunos traducen popularmente a la admonición: a buen entendedor pocas palabras bastan.  ¿Entenderemos, pues?