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230 muertes que no importan

Juan Diego Godoy
08 de junio, 2020

Son más, pero obtener las cifras exactas en plena crisis es una utopía. La historia siempre confirma los datos reales pero con un par de años de retraso. Mientras tanto, utilizo la cifra oficial que de todas maneras visibiliza la tragedia: 230* muertos por coronavirus, según los últimos reportes del Gobierno. Si no les parece una cifra alarmante, lo que explico a continuación es para ustedes.  

Llámenme hipersensible y frágil, pero para mí con que una persona haya muerto por coronavirus ya es una tragedia. Por ende, 230 vidas perdidas equivalen a 230 tragedias. La muerte de un ser humano es una noticia dolorosa siempre, no por el nombre, cargo o popularidad del individuo, pero porque es una persona. Tan “simple” como eso. Quienes hemos perdido a alguien cercano —sobre todo recientemente— lo sabemos muy bien: todos los que mueren dejan hermanos, padres, hijos, esposos, amigos. Perder a alguien es una pena que nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Es el día, el momento, el suceso más triste. Así, el tercer fallecido, el sesenta o el ciento catorce son igual de importantes, dolorosos y trágicos que el 230, ¿no? Todos fueron personas únicas, irrepetibles, valiosas y trascendentes. Por eso hemos de dejar de tratar a los fallecidos como cifras y ver en ellos el rostro de un familiar o un amigo al que ha matado este maldito virus.

Pero de toda esta crisis mundial lo que más duele es la indiferencia de tantos. Es increíble que existan quienes cuentan los muertos con los días del calendario; como si fuesen un termómetro que mide cuándo podrán salir del encierro. “Un par de muertos menos al día y podremos ir al bar”, escuché decir a alguien hace una semana. ¿Y si ese último muerto que te permitirá ir al bar es tu familiar? ¿Seguirías pensando de esa forma tan vacía y egoísta? 

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Hace poco entrevisté a un familiar de una víctima mortal de covid-19. Me grabé sus palabras en la cabeza: “Quiero que dejemos de ver a los fallecidos como cifras en un listado. Todos tienen nombre y apellido, pero no te das cuenta hasta que uno de los tuyos es quien figura en ese listado”.

Llámenme exagerado y dramático. Pero nunca indiferente. Toda vida es valiosa y merece, por lo menos, respeto a su memoria. Ahora el meollo está en cómo evitar una crisis sanitaria y una crisis económica. Ambas ya existen y considero que no debe combatirse una sin tomar en cuenta a la otra porque, al fin y al cabo, sin salud no hay economía y sin economía tampoco hay salud. Dicho de otra manera, si no encontramos un balance para gestionar ambas crisis nos enfrentaremos a un escenario que en países como Guatemala es cada vez más común: se puede morir contagiado por covid-19 o de hambre. 

Mientras nuestras autoridades y expertos sanitarios y económicos trabajan para encontrar una solución, nosotros tenemos que dejar de complicar su labor —como, por ejemplo, organizando manifestaciones absurdas como la patética caravana del 28 de mayo— y parar de faltarle el respeto a los fallecidos y principales afectados por covid-19 —como, por ejemplo, incumpliendo las normas de seguridad que los gobiernos han impuesto en los países: sí, esto incluye visitar al vecino, pareja y amiguitos a escondidas. Es como decirle a ese persona que ha perdido a un ser querido: “a mí tus muertos no me importan”. Y no hay nada más inhumano que eso. 

Que cuando hablemos de los fallecidos de esta tragedia, tengamos en mente que son personas, no solo cifras. Que no volvamos a escuchar que 230* muertos no importan. 

@JDGodoy95*Cifra consultada domina 07 de junio. 

230 muertes que no importan

Juan Diego Godoy
08 de junio, 2020

Son más, pero obtener las cifras exactas en plena crisis es una utopía. La historia siempre confirma los datos reales pero con un par de años de retraso. Mientras tanto, utilizo la cifra oficial que de todas maneras visibiliza la tragedia: 230* muertos por coronavirus, según los últimos reportes del Gobierno. Si no les parece una cifra alarmante, lo que explico a continuación es para ustedes.  

Llámenme hipersensible y frágil, pero para mí con que una persona haya muerto por coronavirus ya es una tragedia. Por ende, 230 vidas perdidas equivalen a 230 tragedias. La muerte de un ser humano es una noticia dolorosa siempre, no por el nombre, cargo o popularidad del individuo, pero porque es una persona. Tan “simple” como eso. Quienes hemos perdido a alguien cercano —sobre todo recientemente— lo sabemos muy bien: todos los que mueren dejan hermanos, padres, hijos, esposos, amigos. Perder a alguien es una pena que nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Es el día, el momento, el suceso más triste. Así, el tercer fallecido, el sesenta o el ciento catorce son igual de importantes, dolorosos y trágicos que el 230, ¿no? Todos fueron personas únicas, irrepetibles, valiosas y trascendentes. Por eso hemos de dejar de tratar a los fallecidos como cifras y ver en ellos el rostro de un familiar o un amigo al que ha matado este maldito virus.

Pero de toda esta crisis mundial lo que más duele es la indiferencia de tantos. Es increíble que existan quienes cuentan los muertos con los días del calendario; como si fuesen un termómetro que mide cuándo podrán salir del encierro. “Un par de muertos menos al día y podremos ir al bar”, escuché decir a alguien hace una semana. ¿Y si ese último muerto que te permitirá ir al bar es tu familiar? ¿Seguirías pensando de esa forma tan vacía y egoísta? 

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Hace poco entrevisté a un familiar de una víctima mortal de covid-19. Me grabé sus palabras en la cabeza: “Quiero que dejemos de ver a los fallecidos como cifras en un listado. Todos tienen nombre y apellido, pero no te das cuenta hasta que uno de los tuyos es quien figura en ese listado”.

Llámenme exagerado y dramático. Pero nunca indiferente. Toda vida es valiosa y merece, por lo menos, respeto a su memoria. Ahora el meollo está en cómo evitar una crisis sanitaria y una crisis económica. Ambas ya existen y considero que no debe combatirse una sin tomar en cuenta a la otra porque, al fin y al cabo, sin salud no hay economía y sin economía tampoco hay salud. Dicho de otra manera, si no encontramos un balance para gestionar ambas crisis nos enfrentaremos a un escenario que en países como Guatemala es cada vez más común: se puede morir contagiado por covid-19 o de hambre. 

Mientras nuestras autoridades y expertos sanitarios y económicos trabajan para encontrar una solución, nosotros tenemos que dejar de complicar su labor —como, por ejemplo, organizando manifestaciones absurdas como la patética caravana del 28 de mayo— y parar de faltarle el respeto a los fallecidos y principales afectados por covid-19 —como, por ejemplo, incumpliendo las normas de seguridad que los gobiernos han impuesto en los países: sí, esto incluye visitar al vecino, pareja y amiguitos a escondidas. Es como decirle a ese persona que ha perdido a un ser querido: “a mí tus muertos no me importan”. Y no hay nada más inhumano que eso. 

Que cuando hablemos de los fallecidos de esta tragedia, tengamos en mente que son personas, no solo cifras. Que no volvamos a escuchar que 230* muertos no importan. 

@JDGodoy95*Cifra consultada domina 07 de junio.